Tomás Segovia.
Siempre todavía.
Pre-Textos. Valencia, 2008.
Siempre todavía.
Pre-Textos. Valencia, 2008.
Siempre todavía (Pre-Textos), la última entrega poética de Tomás Segovia, de título temporal y machadiano (Hoy es siempre todavía), es una celebración del presente y su persistencia.
Escritos a lo largo de diez meses, entre noviembre de 2006 y septiembre de 2007, los textos de sus tres partes (Fin del túnel, Hoy es siempre y Gestos de amor) son el diario de una resurrección, la crónica de un descubrimiento, el festejo de la luz al final del túnel, la conciencia vitalista del presente. Así, en El convaleciente:
El gladiolo se yergue bajo el viento frío
Nosotros aquí dentro protegidos
Nos inquietamos por su ornato
Su salud
Su precaria belleza amenazada
Y mientras
él prosigue en su lucha obstinada
ignorada y sombría
Su lucha a solas por sobrevivir
Y desde mi butaca
Todo lo entiende mi convalecencia.
Sus poemas hablan de la subida a la luz desde la penumbra, son una celebración del sol del invierno, muestran el deslumbramiento ante la hierba, los pájaros o los árboles, recuperan el asombro agradecido ante el sucederse de las estaciones. Estaciones que en la secuencia temporal del libro se organizan en torno a una luz creciente: desde la penumbra o la soledad del invierno al frío bueno, a la lluvia de primavera, al paraíso del verano, al ahora de Esta hora:
Esta hora tan pura tan sin mancha
Tan viva toda esta hora tan sana
Se la mire por donde se la mire
Donde hasta las rarezas
Toman su sitio y son brillo y encanto
Y la belleza misma es toda simpatía
Esta hora tampoco en sí se cumple
Ninguna hora está sola no hay plenitud cerrada
Tampoco esta preciosa hora
Quiere ser huérfana
También ella interroga su pasado
Quiere fundirse en un río de horas
Que viene de muy lejos y que arrastra su fuerza
No le basta ser ella
La verdad toda del ahora
No le basta reinar aquí — quisiera
Haber sido verdad toda mi vida.
En Siempre todavía, como en sus últimos libros, en los que la contemplación desaloja a la angustia y la sensorialidad es el motor de la reflexión, Tomás Segovia construye el poema como un diálogo jubiloso con la naturaleza humanizada en la que se proyecta la mirada afirmativa del poeta, sobre la flora o el viento insistente de la noche marítima, desde la Atalaya del verano:
El verano y el mar no han cesado un instante
De acometerse mutuamente
Absorto cada uno en sus propios embates
Y sordo a los del otro
Y han ido levantando entre los dos así
Una inmensa atalaya contra el tiempo
Construida a retumbos
Sostenida con ímpetus gigantes
Para que una marea de mansos chapoteos
La diluya al final obtusamente
Igual que los predestinados castillos en la arena.
Escritos a lo largo de diez meses, entre noviembre de 2006 y septiembre de 2007, los textos de sus tres partes (Fin del túnel, Hoy es siempre y Gestos de amor) son el diario de una resurrección, la crónica de un descubrimiento, el festejo de la luz al final del túnel, la conciencia vitalista del presente. Así, en El convaleciente:
El gladiolo se yergue bajo el viento frío
Nosotros aquí dentro protegidos
Nos inquietamos por su ornato
Su salud
Su precaria belleza amenazada
Y mientras
él prosigue en su lucha obstinada
ignorada y sombría
Su lucha a solas por sobrevivir
Y desde mi butaca
Todo lo entiende mi convalecencia.
Sus poemas hablan de la subida a la luz desde la penumbra, son una celebración del sol del invierno, muestran el deslumbramiento ante la hierba, los pájaros o los árboles, recuperan el asombro agradecido ante el sucederse de las estaciones. Estaciones que en la secuencia temporal del libro se organizan en torno a una luz creciente: desde la penumbra o la soledad del invierno al frío bueno, a la lluvia de primavera, al paraíso del verano, al ahora de Esta hora:
Esta hora tan pura tan sin mancha
Tan viva toda esta hora tan sana
Se la mire por donde se la mire
Donde hasta las rarezas
Toman su sitio y son brillo y encanto
Y la belleza misma es toda simpatía
Esta hora tampoco en sí se cumple
Ninguna hora está sola no hay plenitud cerrada
Tampoco esta preciosa hora
Quiere ser huérfana
También ella interroga su pasado
Quiere fundirse en un río de horas
Que viene de muy lejos y que arrastra su fuerza
No le basta ser ella
La verdad toda del ahora
No le basta reinar aquí — quisiera
Haber sido verdad toda mi vida.
En Siempre todavía, como en sus últimos libros, en los que la contemplación desaloja a la angustia y la sensorialidad es el motor de la reflexión, Tomás Segovia construye el poema como un diálogo jubiloso con la naturaleza humanizada en la que se proyecta la mirada afirmativa del poeta, sobre la flora o el viento insistente de la noche marítima, desde la Atalaya del verano:
El verano y el mar no han cesado un instante
De acometerse mutuamente
Absorto cada uno en sus propios embates
Y sordo a los del otro
Y han ido levantando entre los dos así
Una inmensa atalaya contra el tiempo
Construida a retumbos
Sostenida con ímpetus gigantes
Para que una marea de mansos chapoteos
La diluya al final obtusamente
Igual que los predestinados castillos en la arena.
Santos Domínguez