19 diciembre 2025

Jorge Pérez Cebrián. Una mano al otro lado de la ventana

 


Jorge Pérez Cebrián.
Una mano al otro lado de la ventana.
Sonámbulos Ediciones. Granada, 2025.

Hace poco más de dos años, el 23 de noviembre de 2023, ingresaba voluntariamente Jorge Pérez Cebrián en el pabellón de Salud Mental del Hospital General de Valencia, donde permanecería recluido hasta el día 27. 

De esa experiencia al límite surgen las páginas de Una mano al otro lado de la ventana, que publica en una espléndida edición Sonámbulos Ediciones en su colección Macasar Narrativa.

Sus textos en prosa y verso hibridan la narración memorial y autobiográfica, la poesía y el ensayo, el diálogo teatral y el diario confesional en la reconstrucción verbal de un ingreso por comportamientos suicidas y episodio depresivo intenso, tratado con poca eficacia por cuatro medicamentos que en su primer tratamiento hospitalario aumentan a seis por prescripción facultativa.

Depresión mayor crónica con mal tratamiento, ideas anticipatorias de fracaso, dificultad para las relaciones, sentimientos de minusvalía e ideas sobrevaloradas de inutilidad, ideación autolítica, anhedonia, buena resonancia afectiva, ideas suicidas con planificación parcial, buena conciencia de enfermedad… Esos son algunos rasgos del cuadro clínico que presenta el paciente y que se aborda terapéuticamente, de acuerdo con él, con una intervención para optimizar las dosis de antidepresivos. 

Pero hay otro abordaje, de carácter literario, que es el que nos interesa aquí, porque da lugar a este libro, en el que la experiencia hospitalaria del aislamiento profiláctico del mundo se transfigura en materia literaria y en lugar propicio para la palabra sanadora, para la reflexión emocional, el conjuro de los recuerdos y el latido de las pulsiones, la alternancia del presente y el pasado o la purga del corazón desde la memoria de los tiempos (2013. Diciembre, 2015. Mayo, 2017. Agosto) y de los espacios: la casa de la hermana, la Calle Dolores Alcayde,1, la Corredera Alta de San Pablo, 14.

La salida del mundo exterior y el refugio en el mundo cerrado y seguro del hospital y en los límites de su espacio blanco habitable (la sala, la ventana, la consulta, la habitación compartida, las paredes, el comedor), la rutina reglada y rítmica de los horarios, la amenaza de las cuchillas y el recuerdo traumático de un suicidio frustrado unos años antes, las esporádicas salidas a la calle, las fracturas anímicas y el tabaco sin filtro, la visita del padre y la espera de la madre o los pacientes compañeros de reclusión son parte de esa laberíntica experiencia de recomposición personal de quien -nunca enajenado, siempre peligrosamente lúcido- se reconstruye también literariamente con la luz de las palabras en la oscuridad en Una mano al otro lado de la ventana:

Una habitación. Un hombre duerme en la cama de al lado. Me tumbo. Es alta y dura y tengo sueño. Sé que roncaría como solo pueden roncar los muertos pero miro, por ejemplo, a la ventana. Miro. Y sé que es mía a un tiempo y no esta noche. Me pregunto si le importará a la hierba o si solo crece. Levanto la mano y miro la oscuridad pasar entre mis dedos, casi definitivos. Y en este limbo pienso que todo fuera parece hondo como el sueño de un tigre y que, a oscuras, el vientre del tiempo es aún más blando. Me protejo con las sábanas y no me limpian. Me oculto, como un secreto que apenas turba el mundo.

No sé si Pérez Cebrián ha leído las memorables páginas de Foucault sobre el suicidio que cierran el primer volumen de su imprescindible Historia de la sexualidad. En todo caso, se sentirá más cerca de su enfoque individualista que del concepto del suicidio como hecho social que defendía Durkheim. Pero esto no es más que una nota al margen, sugerida por la lectura de este libro visionario y sanador en el que la recreación rememorativa del trauma mediante las palabras es indisociable de la ardua tarea de reconstrucción personal desde el mismo borde del abismo hasta la última cena.

Un libro que se pregunta y reflexiona, casi en el desenlace (“No vine aquí para curarme”), en estas líneas luminosas y desalentadas:

-Y cada día debo decidir que no será el día.
-¿No puedes sencillamente vivir como hace todo el mundo?
-Claro que sí. Y ocurrirá. Quizá durante días, semanas o meses. Pero esto también soy yo -señalo mi pulsera con mis datos sobre las cicatrices-. He de saber que no me he curado, que no me puedo curar, que en nadie debe pesar la responsabilidad de hacerlo.
-Vivirás enfermo, entonces.
-No hay otro modo. Pero sabré que no hay máscara tan gruesa para tapar mi rostro. Ni línea ni cicatriz que no reciba el azar en cada hora. Y eso es lo único importante. Atravesar el aire. Desgarrar la noche con los dedos y saber que cuando el tiempo acabe, el tiempo último que rinda cuentas a la nada, dirá entonces que fuimos parte de su nombre. Dirá que todos fuimos necesarios.

Perturbador y brillante, oscuro y luminoso a un tiempo, este es un irrepetible libro coral que, entre las voces de la presencia o la evocación del vacío y los silencios de las pérdidas, bucea en el riesgo penetrante de las aguas tenebrosas para emerger hacia la luz desde la fragilidad desorientada o para ceder la voz a los pacientes de otras habitaciones, que monologan con versos heridos y alucinados, como hace el mismo autor-paciente en el espléndido Tras un torbellino:

Y dime, hijo del hombre:
                                    ¿no te basta? 
Alza los ojos, 
fruto del caos y de la noche, de 
¿no ves el carro? 
¿Su ardiente arenga alzarse todavía? 
¿Las hojas que se dan a su llamada? 
Ciñe, como varón, tus lomos,
y di si ha sido en vano
el intrincado mecanismo 
de los días, 
la garganta del mirlo, las esferas, 
la innumerable industria de tu cuerpo, 
la luz que condesciende a tu mirada.
Di 
si es que no basta.
Si no basta la sangre de los héroes, 
el óxido, 
los gritos y el silencio de la historia.
Pero ve, 
busca en tus venas tu tesoro, mira: 
sólo eres una sílaba olvidada 
que sin saber por qué pronuncia «ahora». 

Y girarán los días 
y volverá el invierno 
y tejerá la savia otros ponientes.

Desplomará la aurora sobre el mármol 
un nombre que no es tuyo 
y eso es todo.

Marchitará en tu cuerpo la justicia 
y un mirlo cantará en otros jardines.
Será la vida.
Y no tendrá  tus ojos la belleza. 

De nada 
habrá servido 
el universo.

Versos potentes y regenerativos que anticipan esta mirada final, desde fuera y desde abajo, tras recibir el alta, a la ventana de la tercera planta del hospital:

   Miro el marco de la ventana. Pienso en los trozos del cristal y piso la hierba con cuidado.
   Camino entre palomas que recobran el vuelo y veo las flores que se mecen.
   Y sé que, a lo alto, mujeres y hombres sin sueño vigilan estas manchas diminutas.
   Que alguien las protege para que el mundo siga girando.
   Para mantenernos dentro. 
   Sueñan.
   Y con la mano en el cristal ven estas flores brillar abajo.
   Tan blancas, tan lejanas como estrellas.
 
Había ingresado un jueves y le dieron el alta el lunes siguiente, el día de la semana más propenso a la desolación otoñal de finales de noviembre. Señal de que iba bien encaminado, como demostraría muy poco después con su asombroso Pero nunca los huesos de las aves, que le ha colocado en un alto lugar de la mejor poesía española actual. Algún poema de ese libro nació en este episodio hospitalario.

Santos Domínguez 


17 diciembre 2025

Stephen Greenblatt. El Renacimiento oscuro

  


Stephen Greenblatt.
 El Renacimiento oscuro. 
La turbulenta vida del gran rival de Shakespeare.
Traducción de Yolanda Fontal Rueda.
Crítica. Barcelona, 2025.


Que Marlowe y Shakespeare se conocían bien se deduce claramente de sus obras. Se conserva toda una red de alusiones, resonancias y préstamos, pruebas que se han admitido y estudiado minuciosamente durante varios cientos de años. Algunos estudiosos de la literatura han escrito sobre esta red como si los dos dramaturgos contemporáneos en realidad nunca se hubieran conocido en persona, como si uno saliera por la puerta justo antes de que llegara el otro. Sin embargo, estudios recientes, incluida una serie de sofisticados análisis informáticos, han generado un consenso académico cada vez mayor en que la trilogía de dramas históricos conocida como las tres partes de Enrique VI (publicada en el First Folio de 1623 como obra de Shakespeare) fue escrita en realidad en colaboración. En 2016-2017, The New Oxford Shakespeare: Authorship Companion dio el paso de atribuir la autoría de las partes 2 y 3 (ambas escritas antes de la primera) a William Shakespeare, Christopher Marlowe y al menos otro dramaturgo más aún no identificado. 
[…]
No es que Shakespeare fuera sublimemente indiferente a aquellos con los que vivía y trabajaba. Todo lo contrario: durante toda su vida, se inspiró prácticamente en todo y en todos los que encontró. ¿Cómo, de entre todas las personas, no iba a estar presente en sus obras el brillante Marlowe? Su colaboración con este en las obras de Enrique VI tuvo lugar casi al principio de la carrera de Shakespeare, cuando aún estaba a medio formar como escritor. Es probable que a Shakespeare le fascinara no solo la inmensa habilidad poética y la originalidad de su colaborador, sino también la persona imprudente, impulsiva, exagerada y posiblemente condenada que parecía ser. Puede que haya atisbos de Marlowe (esbozos a los que solo tenemos acceso parcial o indirecto) en varias obras posteriores de Shakespeare: en el salvaje y extravagantemente imaginativo Mercucio de Romeo y Julieta, por ejemplo, en el Hotspur de Enrique IV 1 o en el escéptico Tersites de Troilo y Crésida.
[…]
Marlowe y Shakespeare eran lo que Joseph Conrad llama «copartícipes secretos». Más allá de sus orígenes provincianos y de clase similares, ambos compartían un inmenso talento poético, la capacidad para complacer a todo el mundo, una curiosidad insaciable y una imaginación que no parecía tener límites. A juzgar por las obras que se conservan, parece que también compartieron lo que ahora llamamos deseos y experiencias queer. Y aunque Shakespeare era mucho más reservado sobre sus opiniones, hay muchos indicios, aunque sutiles, de que su escepticismo sobre las ortodoxias que imperaban en su época se aproximaba al de Marlowe.

Con esas líneas aborda Stephen Greenblatt, que fue titular de la Cátedra John Cogan de Harvard, la relación entre Shakespeare y Marlowe en su monumental El Renacimiento oscuro. La turbulenta vida del gran rival de Shakespeare, que acaba de publicar Crítica, casi simultáneamente a la edición original en inglés, con una impecable traducción de Yolanda Fontal Rueda.

Quienes hayan leído su espectacular El giro, sobre el hallazgo de un manuscrito de De rerum natura de Lucrecio, o El espejo de un hombre, una obra maestra en torno a la biografía de Shakespeare, saben que de cada nuevo libro de Greenblatt pueden esperarse lo mejor y que no los defraudará.

Y lo podrán corroborar en esta intensa indagación sobre la vida y la obra de Christopher Marlowe, un autor rodeado de oscuridad y de leyendas, y sobre su época agitada y peligrosa, difícil y creativa a partes iguales.

Con el mismo rigor documental que desplegó en su biografía de Shakespeare y con la misma agilidad narrativa que demostró en El giro, El renacimiento oscuro reconstruye el mundo personal, social y cultural de Marlowe, desde su nacimiento el 6 de febrero de 1564, hijo de un zapatero pobre de Canterbury, hasta su oscura muerte por apuñalamiento en un ojo durante una pelea de taberna el 30 de mayo de 1593, cuando aún no había cumplido los treinta años.



De vida brillante y trágica, turbia y apasionante, así resume Greenblatt la importancia literaria de Marlowe, que sobrepasa la llamativa agitación de su biografía fascinante, transgresora en lo teatral, subversiva en lo social y heterodoxa en lo sexual en unos tiempos tan peligrosos como los de la Inglaterra isabelina:

Durante su breve y tumultuosa vida fue un escritor extraordinariamente prolífico, autor de no menos de siete obras de teatro y de poemas extraordinarios, aunque no se publicó nada con su nombre mientras vivía. No se conocen ni se conservan cartas, diarios o manuscritos de su puño y letra; ni tampoco cartas dirigidas a él. Escribió en una sociedad en la que las ideas de libertad de pensamiento, libertad de expresión y libertad religiosa eran desconocidas. Gran parte de lo que sabemos sobre su vida y sus opiniones procede de los informes de espías y confidentes o de declaraciones obtenidas mediante tortura. No obstante, Marlowe es el hilo que nos guía a través de un laberinto de pasillos, muchos de ellos poco iluminados, peligrosos y plagados de secretos, y nos conduce hacia la luz. En el transcurso de su inquieta, desafortunada y breve vida, en su espíritu y en sus estupendos logros, Marlowe despertó el genio del Renacimiento inglés.

Después de haber adquirido  una sólida formación académica en la King’s School de Canterbury y luego en el Corpus Christi College de Cambridge, donde permanecería más de seis años, Marlowe se trasladó a Londres, donde empezó a escribir obras para el teatro de la Rosa. Fueron -lo vemos también en Shakespeare- tiempos de enorme desarrollo teatral. Aunque cuestionados por los moralistas a causa de sus malos ejemplos y vistos con prevención por las autoridades civiles por su propensión a los desórdenes públicos, los espectáculos teatrales tenían en aquellos años finales del siglo XVI un número creciente de espectadores (“el público acudía al teatro por millares”).

Ante aquella exigente demanda, Marlowe pudo dedicarse profesionalmente a la composición de obras teatrales cuya aportación más trascendental fue modificar el panorama de su época para impulsar el inglés como lengua literaria y acercar las piezas al habla de la calle. Y además, concitar simultáneamente el interés del público aristocrático y del popular por sus obras teatrales, que construyó con la base renovadora del verso blanco y el ritmo básico del pentámetro yámbico sin rima que resuena en Shakespeare y más tarde en Milton o en Wordsworth.

Cuando Marlowe llegó a Londres y lo contrató Henslowe para su recién inaugurado teatro de la Rosa, llevaba ya bajo el brazo su Tamerlán el Grande, un drama histórico sobre la desmedida ambición de poder de un conquistador con la que conquistó al público londinense. Con ella cambiarían decisivamente su vida y el rumbo del teatro inglés: “Prácticamente todo en el teatro isabelino -escribe Greenblatt- es pre y post Tamerlán.”

Era un Marlowe arrogante que parecía estar cómodo bordeando el escándalo y la provocación. Por eso, no dudó en reflejar en sus textos, especialmente en el Enrique II, la homosexualidad, posiblemente aprendida y practicada en secreto en el college: “Marlowe siempre cortejaba el peligro -escribe Greenblatt-. Parece que le estimulaba, como a todos los personajes principales de sus obras.”

Y así, además de verse implicado en un asesinato callejero, no fue la de la homosexualidad la única actividad clandestina de Marlowe, integrante de alguna que otra misión secreta en Francia como espía al servicio de la reina, que tuvo que intervenir indirectamente para que Marlowe recibiera en 1587 el título universitario de Maestro en Artes, para el que no reunía todos los requisitos por la irregularidad de su asistencia al haber estado ausente algún tiempo por haber participado en esas operaciones de espionaje. 

Clandestinidad temeraria la que ejerce Marlowe como falsificador de moneda en Flandes, episodio al que seguiría la composición de El judío de Malta, de argumento brillante protagonizado por Barrabás y cuyo prólogo lo recita el espíritu de Maquiavelo, “el apóstol de la maldad.”

Al pacto fáustico y a la última gran obra de Marlowe, Doctor Faustus, dedica Greenblatt un espléndido capítulo en el que destaca la aportación del monólogo como gran novedad técnica del teatro moderno: “Hoy estamos tan familiarizados con la representación dramática de una vida interior poderosa y compleja, gracias en buena medida a la intimidad del soliloquio, que de algún modo asumimos que siempre fue un recurso artístico disponible. Sin embargo, fue en Doctor Faustus donde apareció en escena por primera vez. Shakespeare, junto con otros contemporáneos de Marlowe, fue testigo de su asombrosa aparición. El autor de Hamlet y Macbeth aprendería de Doctor Faustus cómo se podía hacer.”

Pero pese a su éxito y su indudable talento para la poesía y el teatro, Marlowe no llegó a ser rival de Shakespeare: se quedó en el camino que le había dejado abierto tras andar por sus bordes entre provocaciones y temeridades personales o riesgos literarios, como traducir por primera vez al inglés los Amores de Ovidio o escribir para el entretenimiento del vulgo piezas como El judío de Malta, Hero y Leandro, Doctor Faustus o Tamerlán el Grande, “una obra que atrajo a multitudes al Rose” y que exigió la rápida secuela de una segunda parte en la que dio otra vuelta de tuerca a la renovación teatral.

 Es innegable la influencia de Marlowe sobre Shakespeare, que fue menos arriesgado teatralmente, pero superior en desarrollo técnico, en potencia verbal, en concepción escénica y en genio: del Tamerlán procede Macbeth; de El judío de Malta, El mercader de Venecia; de La trágica historia del doctor Faustus, Hamlet. Aunque -matiza Greenblatt- “si la poderosa influencia de Marlowe en Shakespeare es manifiesta en Tito Andrónico, El mercader de Venecia, Ricardo II y otras obras, también lo es la resistencia de Shakespeare a Marlowe.”

Con su característica suma de documentación sólida, especulaciones verosímiles y capacidad narrativa, un Greenblatt fiel a los postulados académicos del Neohistoricismo no sólo reconstruye la figura de su personaje central, sino que lo sitúa en su contexto histórico y cultural y lo perfila sobre un fondo de referencia  con las detalladas evocaciones de los ambientes sociales que frecuentó Marlowe para recrear el mundo en que vivió, escribió y murió en su tiempo peligroso y agitado. 

Con arreglo a esos planteamientos, Greenblatt explora constantemente la relación triangular entre la época, la vida y la obra de Marlowe. Historia, biografía y crítica literaria se conjugan así en una obra absorbente en su lectura, ambiciosa en su planteamiento, rigurosa y brillante en su desarrollo y esclarecedora en sus análisis de las piezas teatrales, de sus rasgos estilísticos y de las condiciones escénicas de la representación.

Construye así una aportación decisiva en torno al legado de Marlowe y al Renacimiento oscuro en que transcurrió su breve vida y construyó su obra, radicalmente renovadora. Y nos deja esta imagen potente del dramaturgo: 

Marlowe era un genio, pero profundamente perturbador. Sus obras eran en sí mismas provocaciones. Decían cosas sobre el poder, el dinero, los judíos, el infierno, Dios y el sexo que nunca se habían dicho antes, al menos en público. Por encima de todo, las decían con una franqueza asombrosa y una elocuencia fabulosa e inaudita.
[…]
Marlowe, para empezar, no se jugaba nada, no tenía nada que perder, excepto la vida, naturalmente. Era imprudente, audaz, desaprensivo y transgresor. Resulta tentador imaginar lo que podría haber escrito si hubiera vivido más tiempo o incluso si hubiera sobrevivido, como Shakespeare, hasta los cincuenta años. Pero quizás lo sorprendente es que existiera y que llegara a los veintinueve años.


Santos Domínguez 





15 diciembre 2025

José Luis Villacañas. Diego de Saavedra Fajardo



José Luis Villacañas.
 Diego de Saavedra Fajardo.
La lealtad conocida
Fundación Santander. Madrid, 2025.

La lealtad conocida es el expresivo subtítulo que José Luis Villacañas ha colocado al frente de su espléndida biografía de Diego de Saavedra Fajardo que publica la Fundación Santander en su colección Biografías de Historia Fundamental, cuyo propósito es recuperar la figura de personajes claves de entre finales del XV y principios del XIX que, aunque tuvieron un destacado papel en su momento en el desarrollo de la historia española o iberoamericana, han sido olvidados por el público por distintas razones.

Magníficamente editado en tapa dura, con guardas ilustradas y un cuadernillo central con diez imágenes, la biografía incorpora también un código QR para  acceder a una esclarecedora entrevista con el biógrafo, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense, director del proyecto de investigación Biblioteca Digital Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispano y autor de dos biografías de referencia de Luis Vives y Ortega y Gasset.

Entre la diplomacia y la literatura transcurrió la trayectoria vital e intelectual de Saavedra Fajardo, una figura esencial para entender la historia cultural, política y literaria del XVII español, y hombre discreto que responde al modelo ideal de hombre del Barroco que propuso su contemporáneo Gracián. Esa condición explica por qué nunca quiso revelar mucho de sí mismo, ni siquiera en su abundante correspondencia, en la que suele ocultar su intimidad.

Así resume su figura José Luis Villacañas en el prólogo donde explica su importancia y justifica la necesidad de su biografía:

Saavedra Fajardo, inolvidable por lo ejemplar y meritorio, es el que presenta este libro. Algo más que una mera biografía y algo menos que una exposición de todo su pensamiento, el lector encontrará aquí la semblanza de una personalidad y de un psiquismo, el propio de una mentalidad hidalga de aquella España de la primera mitad del siglo XVII, que, sin embargo, entró en intenso contacto con las realidades europeas y logró una forma de ser fiel a sus tradiciones al tiempo que se abría sin dogmatismos a los avances que observó a su paso. […] Que su mirada no forme parte de la historia de nuestro sentido común como pueblo es perjudicial. Eso es lo que ofrece este libro, elevar a Saavedra como episodio relevante de la inteligencia hispana moderna. Si no se hubiera interrumpido aquella tradición de Fernán Pérez de Guzmán o de Hernando del Pulgar, diría que este libro desea ofrecer la generación y semblanza de un hombre claro, fiel y leal, de un español tan íntegro como crítico y de un europeo amante de la paz.

Porque la labor de Saavedra Fajardo como diplomático se orientó a la defensa de la paz y la neutralidad (“teórico de la neutralidad” lo llama Villacañas) en la acción exterior de España en Europa durante los agitados tiempos de la Guerra de los Treinta Años. Una defensa coherente con su pensamiento reformista en torno al poder de la monarquía hispánica y a su gobierno y a la propuesta de un modelo de Estado cohesionado que hizo que su figura fuese redescubierta a mediados del siglo XVIII por Mayans, que su pensamiento se reivindicara por el pensamiento político del siglo XIX y del XX o que fueran cada vez más abundantes los estudios sobre Saavedra Fajardo y más rigurosas las ediciones de sus obras.

Los dieciocho capítulos en los que se organiza la obra recorren, con el apoyo fundamental de su correspondencia y de su obra ensayística, su carrera como diplomático en una época compleja de constantes conflictos políticos y militares, su vida itinerante y la lealtad a la monarquía, su lenta trayectoria profesional, su  larga estancia en Italia -casi veintidós años entre Nápoles y Roma, de “diplomático en tono menor”, según Villacañas, a su importante papel de consejero diplomático del cardenal Borja, embajador de España, y del portugués Castel-Rodrigo- y las más relevantes diplomáticamente en Alemania cuando todavía ni una ni otra eran estados unificados, sino un mosaico de repúblicas y ciudades-estado, escenarios de conflictos políticos y de escisiones religiosas, su labor como publicista de Felipe IV y de la casa de Austria, su independencia de criterio, compatible siempre con la lealtad a la monarquía y con la evolución libre y constante de su pensamiento político, analítico y crítico, alejado de todo dogmatismo, porque Saavedra fue un posibilista que, consciente de la decadencia imperial de España, se adaptó a las circunstancias para ofrecer respuestas estratégicas a las necesidades y los retos de cada momento histórico, como demostró en las conversaciones de paz que desembocaron en la paz de Westfalia, en las que tuvo un papel determinante hasta su brusca caída en desgracia en Münster. 

Se cerraba así la admirable trayectoria vital, política e intelectual de aquel hidalgo de Aljezares, un Saavedra Fajardo de sólida formación clásica, que adquirió en Murcia con el humanista Cascales y en Salamanca mientras estudiaba Cánones en la Universidad. Una formación clásica en la que fue determinante la huella de Tácito, que proyectó en la mentalidad barroca y en las lúcidas reflexiones diplomáticas de estadista de sus monumentales Empresas políticas (1640).

En esa obra nuclear, en su correspondencia y en Locuras de Europa hay que buscar las claves del pensamiento político de Saavedra Fajardo, en palabras de Villacañas “posiblemente el más agudo y refinado testigo de la situación de España en el momento de su decadencia. Pero incluso en esos patéticos momentos, él rechazó las actitudes derrotistas y siempre pensó en la posibilidad de que todo podría reformarse si un rey resultaba educado por el destilado de la experiencia de los hombres de buen consejo. Esta voluntad es la que luego conectará con los grandes ilustrados del siglo XVIII, como Mayans y Sempere y Guarinos, que lo admiraron; el primero como el más equilibrado los escritores del siglo XVII, y el segundo como el iniciador de una biblioteca económico-política capaz de mejorar la sociedad española.”

Claves que conforman su forma de servir y de pensar la monarquía como un hombre de Estado: una teoría y práctica del poder real que aborda siempre con lucidez desde la propuesta insuficiente del austracismo al regalismo, desde la reflexión sobre el sistema de gobierno al valimiento, entre la necesidad y la dejación, la conciencia del declive y las ideas para la reforma y la conservación, con una nueva red de relaciones y alianzas con la Europa de la paz y la guerra en el horizonte y con una aguda crisis interna provocada por la situación en Cataluña y Portugal.

Acabó proponiendo con todos esos materiales, fruto de la experiencia europea y la reflexión constante, la construcción de una monarquía nacional hispánica integradora que parece anticiparse en siglos a su propio tiempo, aunque -como recuerda Villacañas- “una y otra vez percibimos en él esa oscura sensación de no tener en cuenta sus cualidades, de no valorar su trayectoria o de ser desaprovechado para el servicio público. Esa sensación lo acompañará hasta el final de sus días.”

En cuanto a la faceta literaria de Saavedra Fajardo ocupa toda su  vida adulta, desde 1611 hasta su muerte el 24 de agosto de 1648, curiosamente el mismo año en que terminó la Guerra de los Treinta Años, y tiene uno de sus centros en la República literaria, en la que “Saavedra se ríe del mundo literario”, como indica el título del capítulo que se dedica a esa obra en esta biografía. Una broma juvenil que no llegó a publicarse y en la que aparece esta descripción del mundillo literario por la que no ha pasado el tiempo: “Noté que los doctos y más señalados de aquella República eran humildes, modestos y callados y que, al contrario, los ignorantes eran atrevidos, insolente y locuaces.”

Cierra el volumen una Conclusión que se centra en las aportaciones de Saavedra Fajardo al pensamiento político y a su concepción de una monarquía nacional de España. Escribe Villacañas en el párrafo final:

Cuando España ya estaba convencida de haber perdido la batalla por la hegemonía europea, Saavedra, en medio del ajetreo de sus viajes por Europa, había aprovechado sus ratos muertos para ejercer lo más difícil en la historia, ese alto reflexivo que examina la realidad y se dispone a regularla por la norma contrastada del pensamiento político clásico. Con sus Empresas políticas, Saavedra ofreció un pensamiento concreto de la monarquía hispánica y de la manera de regularla según el destilado del republicanismo clásico. En esa regulación, la prudencia moral, económica, cívica y política debían darse la mano en una organicidad que requería innovaciones institucionales, un Parlamento unitario a toda la monarquía y una renovación de las tradiciones de gobierno de los territorios, sin supersticiones ni fijaciones. Era un horizonte evolutivo factible que habría incorporado a España el destilado de la formación de la constelación moderna. Era un avance en la configuración de una monarquía sobre un cuerpo unitario respetuoso con los cuerpos tradicionales de gobierno. Ese es el proyecto de Saavedra de una monarquía nacional republicana, una monarquía hispánica unida sobre el reconocimiento de sus reinos y coronas.

Y añade: “Me gustaría concluir este libro diciendo que, en ese intento, siempre al mismo tiempo constructivo y crítico, de seguir tejiendo la tela de las cosas hispánicas, Saavedra se atuvo a las virtudes cívicas que él mismo había incorporado a su programa de monarquía y que, justo por eso, su lealtad estuvo permanentemente iluminada por una idea trascendente.”

Se cierra así una biografía que no se ciñe exclusivamente a los datos externos, sino que se sostiene en una decidida voluntad interpretativa que inserta esos datos en el marco general de la obra diplomática, el pensamiento político y el legado literario de Saavedra Fajardo.

Santos Domínguez 


12 diciembre 2025

Salvador Espríu. La piel de toro



Salvador Espríu.
La piel de toro.
Edición bilingüe de Maria Moreno Domènech.
Traducción de Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2025.


“Escribí La pell de brau entre las fechas [junio de 1957-julio de 1958] que figuran al pie del libro. Con él  me proponía demostrar, frente a unas palabras de Ortega, que también los hombres de la periferia peninsular éramos capaces de entender el complejísimo conjunto de los esenciales problemas ibéricos, de procurar resolver la tan difícil, entorpecida y entorpecedora convivencia ibérica.”

Con ese párrafo abría Salvador Espríu (1913-1985) el prólogo a la reedición bilingüe en 1976 de La piel de toro, que había aparecido en 1960 en su versión original en catalán (La pell de brau) y había tenido en 1963 una edición bilingüe en Ediciones de Ruedo Ibérico con traducción de José Agustín Goytisolo.

Esa imagen plástica de la Península ibérica como una piel de toro aparecía en el Libro III de la Geografía de Estrabón (63 a.C.-19 d.C), que nunca se había acercado a la península y se había basado en los escritos de Polibio y de Posidonio de Apamea, de quien parece que procede la conocida metáfora que da título al libro de Espríu.

Lo publica Cátedra Letras Hispánicas en una edición bilingüe con traducción de Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna e introducción y notas de Maria Moreno Domènech, que recuerda en el prólogo a propósito de su recepción que “a la vez que es un libro que se integra impecablemente en la estructura total de la obra espriuana, ha sido considerada una rara avis en su corpus literario. Es un libro que recibió críticas feroces por parte de intelectuales como Joan Ferraté, que lo señaló como un libro inferior a toda su poesía precedente y, al mismo tiempo, es el que catapultó a Espriú a la fama literaria. […] Resulta paradójico que el libro considerado por muchos el menos representativo de su obra e incluso poéticamente inferior, sea el más editado, traducido y comentado.”

Una paradoja añadida a lo que parece ser el signo de la obra desde las contradicciones de antónimos sobre las que se construye el primero de los cincuenta y cuatro poemas que lo componen:

El toro, en la arena de Sepharad, 
embestía la piel tendida 
y la convierte, alzándola, en bandera.
Contra el viento, esta piel 
de toro, del toro cubierto de sangre, 
es ya jirón henchido por el oro 
del sol, por siempre librado al martirio 
del tiempo, oración nuestra 
y blasfemia nuestra. 
A la vez víctima, verdugo, 
odio y amor, lamento y risa, 
bajo la ciega eternidad del cielo.

No estoy seguro de si aquellas críticas inusualmente agresivas tenían más que ver con lo ideológico y lo político que con lo estrictamente poético o si son una mezcla explosiva de los dos criterios ante la obra de “un hombre de la periferia ibérica que intentó comprender tiempo ha el complejo enigma peninsular” que era la intención confesada por el autor en un prólogo de 1968. 

En todo caso, predominen el complejo o el enigma, parece que hicieron daño a un Espríu que confesaba en el ya mencionado prólogo de 1976: “Pronto me pregunté, y continúo preguntándome, si el esfuerzo ha merecido la pena. Por esto escribí enseguida el Llibre de Sinera, de un alcance y de una significación muy distintos.”

Volvía así, ya en 1959, tras ese paréntesis de poesía civil y didáctica, al territorio mítico de Sinera, anagrama del Arenys de sus raíces familiares, al que había dedicado su primer libro, tardío, de poesía, Cementerio de Sinera, que apareció en 1946Es también el topónimo poético del imaginario personal y colectivo sobre el que se proyecta su obra narrativa, dramática y lírica. 

Memoria y paisaje configuran el universo poético de Salvador Espríu. Un universo elegíaco y simbólico que evoca un mundo perdido y soñado a través de una poesía contemplativa y hermética que tiene como centro la presencia constante de la muerte y alcanza su culminación en Libro de Sinera y en Semana Santa, seguramente su cumbre poética. 

Es una poesía que desde su conciencia angustiada de la pérdida construye una mitología propia que se mueve entre lo lírico y lo onírico, una mitología que hace una transposición poética de la historia para tender puentes entre el pasado y el presente, entre lo personal y lo colectivo, entre lo metafísico y lo histórico, entre la utopía y la realidad o entre la reflexión política y el didactismo moral, como en el que seguramente es el más conocido de los poemas del libro, el XLVI, que adopta un tono sapiencial característico de La piel de toro:

A veces es necesario y forzoso 
que un hombre muera por un pueblo, 
pero nunca ha de morir todo un pueblo 
por un hombre solo: 
recuerda siempre esto, Sepharad. 
Haz que sean seguros los puentes del diálogo 
e intenta comprender y amar 
las razones y las hablas diversas de tus hijos. 
Que poco a poco caiga la lluvia en los sembrados 
y el aire pase como una mano tendida 
suave y muy benigna sobre los anchos campos. 
Que viva Sepharad eternamente 
en el orden y en la paz, en el trabajo, 
en la difícil y merecida 
libertad. 

Casi cincuenta años después de la edición en 1977 de una amplia Antología lírica bilingüe preparada por José Batlló para esta misma colección, esta edición de La piel de toro ofrece una nueva posibilidad de adentrarse en una poesía que, como señala Maria Moreno Domènech, “es siempre un recorrido hacia el conocimiento, una búsqueda constante del propio ser.”


 Santos Domínguez 

10 diciembre 2025

España monumental

  


Eduardo Manzano Moreno.
España monumental.
Una Historia a través del Patrimonio.
 Crítica. Barcelona, 2025. 



Un turista inglés sorprendido por Doré mientras arranca un azulejo en la Alhambra, 
una ilustración del Voyage en Espagne de Charles Davillier.


El asombroso Transparente de la catedral de Toledo como ejemplo de transformaciones del patrimonio artístico con la rotura parcial de los muros góticos de la girola construida en el siglo xııı. La exuberante obra barroca del Transparente se remató cinco siglos después, en 1732.



El patio renacentista del Palacio de Vélez Blanco, que acabó en el Metropolitan Museum de Nueva York tras pasar por Marsella y París después de que el duque de Medina Sidonia lo vendiera a un anticuario francés en 1904 por 80.000 pesetas.

Son algunas imágenes del monumental España monumental, de Eduardo Manzano Moreno, que publica Crítica en una espléndida edición rematada con una amplia bibliografía que tiene como punto de partida una profunda reflexión sobre el patrimonio histórico y artístico de España, representado por los cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco que aparecen en este mapa:


Imágenes que ilustran el primero de los diez capítulos en los que se organiza la obra, una reflexión preliminar sobre el patrimonio histórico en la que Eduardo Manzano reivindica su papel de herramienta al servicio de la ciudadanía para crear la conciencia del patrimonio como presente material del pasado, porque “el patrimonio histórico no puede reducirse a una simple secuencia de estilos y gustos artísticos, sino que permite una interpretación del pasado tan coherente como la que se obtiene con crónicas y documentos.” 

“Hace pocos años -recuerda Eduardo Manzano- los dueños de un bar del centro de Sevilla decidieron reformarlo. Cuando los albañiles comenzaron a picar el falso techo que cubría el local, se encontraron con las bóvedas intactas de lo que en pleno siglo XII había sido un baño almohade de época andalusí decorado con pinturas también perfectamente preservadas. La reforma continuó adelante bajo supervisión de los arqueólogos e integró muy bien el hammām medieval en el bar contemporáneo. Impresiona mucho, y da también que pensar que hoy uno pueda tomarse una cerveza bajo los mismos muros que hace ochocientos años servían para que los musulmanes sevillanos se dieran un baño antes de ir a la mezquita, hoy convertida en catedral, situada a escasos metros de allí.”

Y por eso, porque el patrimonio histórico es el presente material del pasado, además de advertir de los peligros de expolios o desapariciones como los del siglo XIX y principios del XX, “hoy más que nunca, es preciso volver a reivindicar su misión como herramienta al servicio de la ciudadanía que ayuda a forjar una conciencia del pasado. Si seguimos aceptando que el patrimonio histórico sea la expresión de la identidad de algunos, la gallina de los huevos de oro de otros, o un parque temático abierto a los caprichos del turismo efímero inevitablemente acabará degradándose de forma irreversible. Y habrá sido nuestra responsabilidad el no haber alertado sobre ello.”

Y tras ese planteamiento previo, España monumental ofrece un admirable recorrido ilustrado por esos cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco a lo largo de capítulos como Fósiles, representaciones rupestres y megalitos, Los restos del Imperio, Al-Andalus y el Reino de Asturias, La expansión monumental de la Edad Media, La huella de al-Andalus, El alumbramiento de un imperio, Auge y declive del imperio español o El patrimonio de la burguesía.

Cuarenta y seis lugares que atraviesan tiempos y espacios que permiten trazar Una Historia a través del Patrimonio, como anuncia el subtítulo: desde Atapuerca o las cuevas de Altamira hasta las obras de Gaudí, pasando por monumentos de la Hispania romana, la mezquita de Córdoba, el conjunto arqueológico califal  de Medina Azahara, los Monasterios de Poblet y Guadalupe, Compostela y las Ciudades Viejas de Ávila, Salamanca, Toledo o Cáceres, los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza, el Monasterio y Sitio de El Escorial, el paisaje cultural de Aranjuez, el Palau de la Música Catalana o los Paseos del Prado y el Retiro como paisaje de las artes y las ciencias. O monumentos multiculturales como la Giralda (“en la que se dan cita el pasado romano, el al-Andalus almohade y la España de la Contrarreforma”) y lugares como Cuenca, con testimonios de los distintos periodos históricos que permiten convocar “toda la historia de España en un solo lugar”, como indica el título del último capítulo, dedicado a la ciudad manchega. Porque -afirma Eduardo Manzano- “sin salir de esta ciudad y de su comarca, se puede hacer un recorrido por todas las etapas cronológicas de la historia de España, retratando así un pasado tan cambiante y diverso como trágico en muchos momentos.”

A través de esos lugares se organiza el entramado de un relato histórico que aborda las construcciones megalíticas, las ciudades y la romanización de Hispania, la hegemonía y el fracaso del califato omeya de Córdoba, el mundo de los monasterios, la diversidad medieval, la expansión cristiana y el culto de Santiago, la Sevilla almohade y la Granada nazarí, las torres mudéjares aragonesas, los proyectos y las realidades imperiales, la ruinas, las guerras y los hundimientos.

“Una historia de España que, en lugar de utilizar como hilo conductor a la nación, enhebre el pasado a través de la etiqueta de Patrimonio Mundial de la Unesco es una forma de acudir a la globalidad para sacudirnos tanta historia identitaria como la que hemos venido padeciendo en los últimos tiempos. En esta obra, hablaremos de restos cuyo aprecio universal los convierte en referencia mundial, lo que es también una forma de abrir la historia de este país a unos marcos globales. Los 46 lugares que conoceremos en este libro son tan excepcionales como la propia historia que contienen y constituyen la punta del iceberg de la singularidad patrimonial de la España actual, en donde, junto a los incluidos en esa lista, existen infinidad de restos que, pese a no gozar del mismo reconocimiento, también encierran un valor histórico extraordinario”, afirma Eduardo Manzano.

Esta es la relación completa de esos lugares declarados Patrimonio Mundial en España:



Una relación que expresa la enorme diversidad de espacios, tiempos y culturas que constituyen lo más destacado del patrimonio histórico de España. Porque, como explica Eduardo Manzano, “el pasado de este país contiene una fascinante diversidad de culturas, lenguas, religiones e instituciones políticas que debería ser mejor conocida y valorada. Este complejo y paradójico panorama histórico ha sido, sin embargo, dejado a un lado por historiadores, publicistas y políticos convencidos de que sus propias creencias y valores son los únicos que han existido y prevalecido a lo largo del tiempo. En cambio, cuando se desescombra el pasado de los lugares comunes de unos, de las declaraciones grandilocuentes de otros, o de los agravios acumulados por los de más allá, lo que emerge es un mosaico histórico plural y diverso cuyo conocimiento permite afrontar mejor los retos del presente, pues ayudaría, en mi opinión, a desactivar muchas de las tensiones identitarias que en la actualidad padecemos.”

Santos Domínguez 



08 diciembre 2025

Paul Thomas Chamberlin. Tierra quemada

 


Paul Thomas Chamberlin.
Tierra quemada.
Una historia global de la Segunda Guerra Mundial.
Traducción de Noemí Sobregués.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2025.

“Es probable que la Segunda Guerra Mundial sea el conflicto más estudiado de la historia de la humanidad; una búsqueda en la biblioteca de la Universidad de Columbia arrojó casi 160.000 resultados sobre este tema. Sin embargo, a pesar de esta atención exhaustiva, la inmensa mayoría de las obras en inglés ofrecen una interpretación sorprendentemente unidimensional del conflicto, que presentan como una guerra buena, una cruzada contra el fascismo y una batalla del mundo libre y democrático contra un totalitarismo atroz. Esta interpretación, lo que podríamos llamar la explicación ortodoxa de la Segunda Guerra Mundial, surgió en la década de 1950, durante los años más oscuros de la Guerra Fría. Estudiosos de todo Occidente se encontraron viviendo en un mundo transformado por el conflicto: se había puesto de rodillas a los viejos imperios europeos, el historial de crímenes de guerra nazis había desacreditado la eugenesia y el racismo científico, y la evidente batalla ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética dominaba los asuntos internacionales. La primera generación de estudiosos de la Segunda Guerra Mundial elaboró relatos que reflejaban el espíritu de su época. Plantearon la guerra como una lucha democrática contra el fascismo y restaron importancia a las dinámicas raciales y coloniales, que ya no parecían relevantes. Optaron por celebrar las contribuciones de los aliados occidentales y marginaron el papel de las fuerzas soviéticas y chinas, que era más problemático. Confeccionaron una historia que convertía a los imperios en Estados nación y a los conquistadores en libertadores. La suya fue una historia de la guerra presentada  como una parábola sobre los males del totalitarismo y el triunfo de un orden democrático liderado por Estados Unidos.
En los últimos 75 años, esta explicación ortodoxa de la guerra ha dominado absolutamente en nuestra memoria colectiva”, escribe Paul Thomas Chamberlin, profesor de Historia en la Universidad de Columbia, en la Introducción de su Tierra quemada. Una historia global de la Segunda Guerra Mundial, que publica Galaxia Gutenberg con traducción de Noemí Sobregués cuando se cumplen ochenta años del final del conflicto.

Y a continuación, tras ese planteamiento incuestionable sobre la historiografía predominante, Chamberlin resume el propósito de su libro introduciendo una significativa matización adversativa que pone en cuestión, más discutiblemente, la interpretación habitual de la Segunda Guerra Mundial:

Pero la interpretación ortodoxa de la Segunda Guerra Mundial no consigue explicar fenómenos como la Operación Impensable. De hecho, si observamos más de cerca, vemos que la realidad de la Segunda Guerra Mundial fue mucho más confusa de lo que nos han hecho creer los relatos predominantes del bien contra el mal. La mayoría de los historiadores coinciden ahora en que lo que derrotó a las legiones de Hitler no fueron soldados estadounidenses y británicos amantes de la libertad en el frente occidental, sino el sacrificio de millones de soldados soviéticos conducidos por brutales mandos comunistas a través de los mortíferos campos de Europa del Este. Los aliados occidentales contribuyeron a la victoria no tanto con valor e idealismo democrático como con salvajes ataques con bombas incendiarias y atómicas contra ciudades del Eje, que incineraron a cientos de miles de civiles.

Y por eso los veinte capítulos de este voluminoso ensayo, enriquecido con abundante material gráfico, se orientan a desmantelar la imagen de la Segunda Guerra Mundial como una guerra justa en la que acabó triunfando el bien sobre el mal, la libertad sobre el totalitarismo, y a afianzar sobre otro enfoque y otra narrativa esta interpretación, que resume así su autor:

Este libro plantea que el mayor conflicto de la historia no fue la guerra buena entre la democracia y el fascismo que suelen describir los libros de historia. Fue más bien una inmensa guerra racial y colonial marcada por atrocidades salvajes en la que imperios rivales lucharon en enormes extensiones de Asia y Europa. Aunque la guerra destruyó el colonialismo europeo y japonés, forjó los nuevos imperios estadounidense y soviético y creó un sistema de Estados muy militarizados, poseedores de armas nucleares y centrados en librar una guerra perpetua contra poblaciones enteras.

Una interpretación heterodoxa que presenta la Segunda Guerra Mundial como un conflicto de origen colonial y consecuencias imperialistas, como una lucha por la hegemonía mundial entre potencias imperiales decadentes (Alemania, Italia, Japón) por un lado y potencias resistentes como la Francia derrotada y rendida a Hitler o el Reino Unido asediado por los ataques aéreos o superpotencias emergentes como los Estados Unidos y la Unión Soviética por el otro.

Un conflicto que hunde sus raíces en las consecuencias del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, que cambió el orden mundial y generó el convulso período de entreguerras, una crisis económica de enormes repercusiones políticas y sociales, la aparición de regímenes totalitarios, las empresas expansionistas y de supremacía racial de Italia en Etiopía y de Japón en Manchuria, la creación de un nuevo orden regional en Asia oriental como consecuencia de la guerra chino-japonesa y sus cerca de un millón de muertos civiles chinos.

Con esos antecedentes estalló una devastadora guerra de aniquilación que Chamberlin que reconstruye con un tono narrativo vivaz y con agudeza analítica. Estas páginas ofrecen una reconstrucción minuciosa de los hechos de guerra, los bombardeos de ciudades y las operaciones militares hasta la caída de Berlín y el apocalipsis nuclear de Hiroshima para integrar los acontecimientos en una panorámica interpretativa que exige una perspectiva política e histórica más amplia que contempla también las consecuencias de la guerra, que transformó la arquitectura geopolítica del mundo.

Porque, en definitiva, el resultado del conflicto no fue la paz, sino el diseño de un nuevo orden mundial que quedaría vinculado a una nueva forma de guerra perpetua -la Guerra Fría- entre Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos potencias neoimperiales triunfantes e hipermilitarizadas que se disputarán desde 1945 el dominio económico, político, cultural, territorial y militar del mundo. Y porque -afirma Chamberlin- “los dirigentes tanto de Washington como de Moscú eran conscientes de que la Segunda Guerra Mundial había desencadenado una revolución en el orden geopolítico, había socavado fatalmente el antiguo sistema colonial y había impulsado a las potencias estadounidense y soviética aposiciones que les permitirían dominar la era posterior a 1945.”
 
Estos dos párrafos podrían resumir significativamente el sentido de Tierra quemada. Una historia global de la Segunda Guerra Mundial:

Este libro intenta retirar las capas de mitología que cubren la Segunda Guerra Mundial y poner en cuestión las interpretaciones predominantes del conflicto. Se aparta del enfoque que se centra en los grandes dirigentes y las operaciones militares para analizar cómo el conflicto más grande de la historia transformó las relaciones entre imperio, raza, violencia, guerra y Estado. Geográficamente, el libro se aleja de las playas de Normandía para hacer mayor hincapié en los teatros de operaciones más sangrientos de Europa del Este y Asia oriental. Rompe con las explicaciones estándares de la guerra argumentando que la raza y el imperio eran dimensiones centrales del conflicto. Aborda la Segunda Guerra Mundial como un conflicto profundamente enraizado en el contexto más amplio de la historia mundial. Y de esta forma intenta excavar los cimientos coloniales de la guerra y trazar sus secuelas imperiales.

[…]

Tierra quemada sostiene que el legado de la guerra no fue la destrucción del fascismo, el racismo y el imperialismo, sino la creación de un orden de posguerra en el que Estados neoimperiales muy militarizados se vieron obligados a prepararse para la guerra perpetua y la perspectiva de la aniquilación nuclear. Nuestra amnesia colectiva respecto de los orígenes coloniales de la guerra y sus consecuencias imperiales ha despojado al conflicto de su significado y lo ha convertido en un cuento de hadas del siglo xx. Este libro pretende colocar nuestra visión de la Segunda Guerra Mundial en el lugar que le corresponde en el panorama más amplio de la historia mundial moderna. Con este telón de fondo, la Segunda Guerra Mundial aparece como el punto culminante de siglos de expansión colonial y el catalizador de la reinscripción del imperialismo  bajo la égida de la geopolítica de la Guerra Fría.


Santos Domínguez 



05 diciembre 2025

Thomas Bernhard. Maestros Antiguos

  


Thomas Bernhard. 
Maestros Antiguos.
Comedia.
Edición de Javier Aparicio Maydeu.
 Traducción de Miguel Sáenz.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2025.


“No tan extravagante como su estilo, hosco en apariencia, superviviente de una enfermedad inacabable nacida a la vez de una carencia de afecto en su infancia dickensiana de internados, sanatorios, precaria salud y desamor, y de un debilitado pulmón, inquisidor mayor de Austria porque reniega de su viejo país en otro tiempo ilustre e influyente y ahora corrupto y negligente, adversario de una Iglesia católica connivente con el nazismo, lector de Schopenhauer y de algunos grandes nombres más, pero un lector somero, no un lector voraz, escritor sin biblioteca, obsesionado por el proceso creativo, el misterio del talento y las jerarquías del canon, artista tildado de bufón porque es el que sabe que el rey va desnudo, Thomas Bernhard (Heerlen, Holanda, 1931-Gmunden, Austria, 1989) es un nombre mayúsculo del teatro contemporáneo y uno de los novelistas más excepcionales e influyentes del siglo XX. «Notario histriónico que da fe del absurdo de la Gran Tradición Cultural» desde la atalaya, el escepticismo iconoclasta y la condición postmoderna, su obra extensa y obsesiva radiografía el espíritu del hombre contemporáneo aquejado de soledad, persuadido de que el bienestar interior es difícil de alcanzar cuando las convenciones sociales nos adocenan, y resuelto a asumir que jamás alcanzará la eudemonía.”

Con ese potente retrato de Thomas Bernhard abre Javier Aparicio Maydeu, contagiado de la prosa del novelista austríaco, la Introducción con la que presenta su edición de Maestros Antiguos que, cuando se cumplen los cuarenta años de su primera aparición, acaba de publicar en Cátedra Letras Universales con la admirable traducción de Miguel Sáenz, su traductor de referencia en español. Una completa introducción que propone en la primera de sus dos partes un recorrido abarcador por la obra narrativa de Bernhard, por la temática recurrentemente nihilista de su sombrío universo existencial o por las claves tonales y rítmicas que sostienen su estilo reiterativo inconfundible y un mundo literario que tiene como centro el lenguaje.

Publicada en 1985, Maestros Antiguos fue una de las dos últimas novelas de Bernhard -la posterior Extinción, su despedida, vendría muy poco después- y, de una manera incuestionable, su cima y su cifra, porque en ella confluyen y alcanzan su versión más acabada los temas y las formas de su narrativa, uno de los ejemplos ineludibles de la posmodernidad en literatura.

Como una “grotesca y desabrida mirada a la cultura y a sus desengaños” define Javier Aparicio Maydeu Maestros Antiguos, a la que dedica en la segunda parte de su introducción un luminoso estudio (el largo alcance de su trama simple, su atmósfera claustrofóbica, sus tres personajes principales, la concentración espaciotemporal, su tono elegíaco, el papel del confidente Atzbacher como narrador-testigo, condición esta última compartida con el vigilante Irrsigler). Un estudio que completan sus notas, extensas y esclarecedoras, y una bibliografía escogida.

Con un formato mayor del normal en esta colección, esta espléndida edición incorpora como apéndice a la introducción un álbum de textos que contribuyen al contexto de Bernhard y Maestros Antiguos y un cuadernillo de ilustraciones que iluminan las referencias espaciales y pictóricas de la obra.

Mirada y estilo. Esas son las dos claves sobre las que se sostiene el opresivo y perturbador mundo literario de Bernhard. Una mirada acre y radicalmente crítica y sarcástica a la realidad, sostenida en el desaliento y la desesperanza y en el ejercicio de la escritura como forma de supervivencia y de redención: “En el fondo -aclaró Bernhard en una ocasión- sólo escribo porque hay muchas cosas desagradables.”

Mirada y estilo que acaban fundiéndose en la construcción de una prosa minuciosa, mordaz e hipnótica que envuelve al lector en una elaborada tela de araña, en una arquitectura narrativa sutil y resistente. Porque, como señala Aparicio Maydeu, “en Bernhard en el principio no fue el verbo sino la sintaxis. Y en su universo no gobierna el léxico sino el ritmo.”

No hay más que leer el vertiginoso comienzo de Maestros Antiguos para comprobarlo:

No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher. Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como, efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir, una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por una vez sin ser molestado tuvo éxito.

“Libérrimo, febril, prolífico, provocador, vocacional hasta la médula, Bernhard ha escrito un universo inequívocamente suyo sustentado en un mundo hecho añicos tras la Segunda Guerra Mundial y una juventud infausta que lo encaminó hacia una suerte de enajenamiento sociopático que, digámoslo, jamás le impidió mirar el cielo azul del Mediterráneo o viajar por un mundo que hizo las veces de una torre de marfil en la que, pese a la reclusión sufrida por muchos de sus protagonistas, no se dejó encerrar. Una existencia de soledad y desasosiego cuyas sombras les traslada a sus personajes, que deambulan como su creador en un teatro en ruinas. Bernhard, el hombre sombrío envuelto en las brumas del desengaño, anclado en el pasado y descreído del futuro, el escritor azotado por una vida atormentada que lo empuja irremediablemente hacia lo autobiográfico -fragmentarios autorretratos en espejos convexos- en detrimento de lo libresco que, entre su desabrida personalidad y su inextricable estilo, se convirtió en autor de culto leído por igual por lectores esforzados, incondicionales de la mejor narrativa contemporánea y fanáticos de su figura y del halo que desprende”, escribe Aparicio Maydeu de Thomas Bernhard, sobre cuya obra recuerda oportunamente que está vinculada, más que a la tradición literaria alemana o centroeuropea, a un canon de literatura universal, la weltliteratur tal como la formuló Goethe. 

Un canon de cámara oscura, por decirlo con el título de la última novela de Vila Matas. Un canon oscuro, provocador y laberíntico, con un fraseo complejo y párrafos interminables, repletos de encrucijadas sintácticas y temáticas. Ese canon, que viene de Kafka y de Musil y pasa por Beckett, es también el de Juan Benet y el de Javier Marías, el de Gaddis y Krasznahorkai, el reciente Nobel húngaro, alumno aventajado en temas, en desolaciones y en maneras estilísticas de Bernhard. Por ejemplo, en la resistencia a utilizar el punto y aparte para articular el discurso en párrafos. Krasznahorkai ha señalado alguna vez que renuncia a utilizar el punto, porque es un signo reservado a los dioses.  

Y en ese canon, que más que estético es intelectual y moral, se inscriben obras maestras como Saúl ante Samuel, Tu rostro mañana, Tango satánico o Los reconocimientos, cuya relación temática con Maestros Antiguos y las limitaciones del arte como representación de la realidad es más que evidente.

Pues como uno de esos “fragmentarios autorretratos en espejos convexos” que unen al Parmigianino y a John Ashbery hay que leer también Maestros Antiguos, en la que se unen pintura y literatura, mirada y palabra para articular una novela imprescindible que tiene en esta edición su referencia canónica en castellano.

Una mirada introspectiva y elegíaca al espejo de la pintura como la de Reger, el octogenario y gruñón protagonista, musicólogo y crítico del Times, cuando se mira especularmente en El hombre de la barba blanca, el cuadro de Tintoretto del Kunsthistorisches Museum de Viena en el que -explica Aparicio Maydeu- contempla “una paradigmática imagen del senex que el propio Reger es y en la que el propio Reger se refleja y que le sirve de objeto de meditación, de altar laico frente al que reflexionar, ejercer la introspección y ejercitar su memoria considerando desde el malestar y con acritud distintas cuestiones que atañen al orden social, al personal y, en mayor medida aún, al cultural.”



Una observación demorada que practica durante más de tres décadas en días alternos, siempre a la misma hora (“hacia las diez y media”), y que termina por descubrir sus defectos y las limitaciones de las obras maestras como medio de representar la realidad (“Todas las pinturas son espléndidas, pero ni una sola es perfecta”)  y por cuestionar el sentido del Arte:

Dios santo, el Prado, dijo, sin duda el museo más importante del mundo en lo que a Maestros Antiguos se refiere, pero cada vez, cuando estoy sentado enfrente en el Ritz tomándome mi té, pienso sin embargo que el Prado tampoco contiene más que lo imperfecto, lo fracasado, en fin de cuentas sólo lo ridículo y diletante. Muchos artistas en determinadas épocas, cuando están de moda, dijo, se ven hinchados sencillamente hasta una monstruosidad que estremece al mundo; entonces, de pronto, alguna cabeza insobornable pincha esa monstruosidad que estremece al mundo y esa monstruosidad que estremece al mundo estalla y, de forma igualmente repentina, no es nada, dijo. Velázquez, Rembrandt, Giorgione, Bach, Hándel, Mozart, Goethe, dijo, y lo mismo Pascal, Voltaire, nada más que monstruosidades hinchadas de ésas

Así lo explica el narrador Atzbacher:

Reger califica los cuadros que cuelgan aquí de las paredes de arte de encargo estatal, al que pertenece incluso El hombre de la barba blanca. Los llamados Maestros Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo. Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer, mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. En realidad, ¿por qué pintan los pintores, cuando existe la Naturaleza?, se preguntaba Reger ayer otra vez. Hasta la obra de arte más extraordinaria no es más que un esfuerzo lastimoso, totalmente carente de sentido y de finalidad, de imitar a la Naturaleza, sí, de remedarla, dijo.

Y por si acaso el lector no estaba atento, por si no le quedaba claro lo anterior, añade:

Los, así llamados, Maestros Antiguos son, sobre todo si se contempla a varios seguidos, es decir, si se contemplan sus obras de arte seguidas, unos entusiastas de la mentira que se congraciaron con el Estado católico, lo que quiere decir con el gusto católico, y se vendieron a él, así Reger. En esa medida, nos encontramos sólo con una historia católica del arte completamente deprimente, con una historia católica de la pintura completamente deprimente, que siempre ha encontrado y tenido sus temas en el cielo y en el infierno, pero nunca en la tierra, dijo. Los pintores no han pintado lo que hubieran tenido que pintar, sino sólo lo que se les encargaba o lo que les facilitaba o les proporcionaba dinero o fama, dijo. Los pintores, todos esos Maestros Antiguos, que la mayor parte del tiempo me asquean más que nada y que siempre me han horrorizado, dijo, sólo han servido siempre a un señor, nunca a sí mismos y, por consiguiente, a la Humanidad misma. Al fin y al cabo pintaron siempre un mundo fingido que se sacaban de dentro, a cambio de lo cual esperaban obtener dinero y gloria; todos pintaron siempre desde esa perspectiva, por deseo de oro y por deseo de gloria, no porque quisieran ser pintores sino sólo porque querían tener gloria o dinero o gloria y dinero juntos. En Europa, sólo pintaron siempre entre las manos y para la cabeza de un dios católico, dijo, de un dios católico y de sus dioses católicos. Cada pincelada, por genial que sea, de esos llamados Maestros Antiguos es una mentira, dijo.

Reproduzco, para terminar, estas líneas en las que Javier Aparicio Maydeu resume el sentido de Maestros Antiguos: “es una reflexión sobre la senectud desde la atalaya del conocimiento, y a la vez una suerte de enmienda a la totalidad del arte y de sus presuntas virtudes, así como el desmentido en toda regla, la refutación, de su naturaleza balsámica, de su presunta función lenitiva. También es, fiel a la trayectoria narrativa y teatral de su autor e impulsada por una natural insatisfacción del individuo lúcido que ve más allá de las convenciones y la miseria moral de su tiempo, una nueva y demoledora crítica social, y la última invectiva contra su país, sus dirigentes, su educación y su dañina mentalidad pequeñoburguesa y la cultura como mito redentor. Maestros Antiguos es tanto un retrato de la vejez cuanto una enésima diatriba que se ensaña con el Estado y emprende una nueva guerra contra el cliché impugnando por igual […] los estereotipos culturales y la autocomplacencia de un mundo artístico que de un modo u otro está siempre presente en la obra de Bernhard, bien en forma de compulsivas referencias a grandes autores, bien en alusiones constantes al proceso creativo, o siendo la raíz de la historia relatada, como lo es la arquitectura en Corrección, la música en El malogrado, la pintura en Maestros Antiguos o el teatro en Tala, cuenta habida de que son escasas las obras narrativas del autor en las que no se entretejen distintas disciplinas artísticas bajo la mirada impostada de los filósofos que convoca siempre Bernhard a sus festines literarios.”


Santos Domínguez