20 junio 2025

Alberto Fadón. Príncipes y principios


Alberto Fadón.
Príncipes y principios.
Siltolá Poesía. Sevilla, 2025.


  YO, POETA REACCIONARIO


To He/Him.

Yo nací, perdonadme, en Salamanca, 
no en patrias prometidas de pronombres. 
(Hoy elijo palacios, islas, torres 
antes que arcanas magias onomásticas).

Yo nací por igual noble y canalla 
en la tierra de Lázaro de Tormes. 
A lo decolonial y al gender problem 
prefiero la defensa de mi España

y sus lances ¿España? Perdonadme: 
las naciones copiosas de un estado 
por esencia y querencia subyugante.

En fin. Serenidad, desdén hidalgo 
y sorna belicosa, que ya es tarde 
para no ser poeta reaccionario.

Con ese poema abre Alberto Fadón (Salamanca, 1997), como una carta de presentación semejante a la de Antonio Machado en Campos de Castilla y a la de Manuel Machado en Adelfos, su espléndido Príncipes y principios, que publica La Isla de Siltolá en su colección Poesía.

Pródigos en guiños literarios, en citas integradas, en homenajes y complicidades (Juan Ramón, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez…), los poemas de Príncipes y principios, un asombroso primer libro, trazan en su diseño a la vez clásico y moderno el contorno estético y moral de un poeta cabal, “clásico y castizo”.

Un poeta formado en la alta literatura y dotado con el don de la palabra y con una admirable capacidad de integrar la vida y la literatura, el ejercicio de la lectura con el de la escritura.

Inspirado en una cita de Luis Rosales, del título de este poema toma título el libro:
 
PRÍNCIPES Y PRINCIPIOS

Esa preferencia del pálpito al cálculo significa en el caballero 
simplemente la fe inquebrantable en sí mismo y en su 
destino personal.
MANUEL GARCÍA MORENTE

Un poco más de pálpito que cálculo 
-como según Morente el caballero-
me hizo cambiar los mundos de Carnero 
por este humor y vocación de oráculo

contra la clerecía cultural 
y a favor de la vida y del verano. 
¿Estética y moral? Pues lo cercano 
y luminoso, poco más. Rural

no lo he sido. La aldea no festejo 
ni la corte desprecio. Ya no callo 
mis juicios por tibieza y entre ripios

con una amarga confesión 
os dejo: hubiera preferido ser vasallo 
de príncipes mejor que de principios.

Alberto Fadón es un poeta con oído educado en la dicción clasica, un poeta que sabe que el verso tiene respiración propia y no es la secuencia gráfica resultante de cortar la prosa en retalillos sueltos de suspiros provincianos, sino una cuestión de ritmo expresivo.  

Y, sabiéndolo, es capaz de una labor de integración de formas métricas que se refleja en la convivencia del soneto con el verso blanco de varia medida o con estructuras de la poesía popular como en las “Soleares charras”, alguna tan provocadora como esta:

¿Y los cultores del haiku? 
Pues allá ellos y que rimen 
si quieren en asturianu.

Y en la coexistencia de tonos muy distintos, entre lo serio y lo jocoso, entre lo culto y lo coloquial, la mitología para hablar en el mismo poema de John Ford y de San Jerónimo, de Ovidio y Gómez Dávila, o para que convivan en las páginas del libro el cine y las glosas en prosa gongorina, el mar de Cádiz y el de Gijón, El Greco y Errol Flynn, el bótox y Leopardi, la écfrasis coplera de un cuadro de Ribera y Aquilino Duque, Gracián y Eric Rohmer, Platón y una paella.

Para que convivan también y sobre todo la línea clara y la potencia expresiva, tantas veces disociadas, en poemas como este, tan políticamente incorrecto, tan lamentablemente oportuno:

LO QUE QUEDA DE ESPAÑA

A aquella patria que renunció a la gracia y se hizo sierva.

Porque de aquella estirpe de claveles 
y lirios embozados de armaduras
-pasmo del orbe que suspenso admira-
queda solo el aroma 
languideciente y tardo 
como un atardecer del mes de agosto 
al sur de una bahía milenaria, 
volvamos aunque sea 
un rato a este cuartel
del recuerdo y los mudos homenajes, 
felizmente muy lejos
del aplauso o reproche del común 
y de las leyes cursis y flamígeras 
de la memoria histórica.


Santos Domínguez 

18 junio 2025

Daniel Defoe. Diario del año de la peste

 


Daniel Defoe.
Diario del año de la peste. 
Edición y traducción de Antonio Ballesteros González 
y Beatriz González Moreno.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2025.


Y como la peste comenzaba a ser más virulenta tenía mis dudas sobre qué camino seguir y cómo actuar. Todas las cosas horripilantes que había visto por las calles me habían llenado de terror y de miedo a la peste, que por sí sola ya era horrible; y en algunos casos más espantosa todavía: los bubones, que generalmente se formaban en el cuello o en la ingle, se endurecían y no se abrían, y llegaban a doler tanto como la más refinada tortura; y algunos, incapaces de soportar el tormento, se tiraban por las ventanas o se pegaban un tiro, o se suicidaban de cualquier otro modo. Y son esas cosas horribles las que yo pude ver. Otros, incapaces de contenerse, aliviaban su dolor profiriendo gritos, y esas voces de lamentos podían oírse de tal manera cuando uno iba por las calles que te atravesaban el corazón si pensabas en ello, especialmente si uno consideraba que ese mismo destino terrible podía caer sobre nosotros en cualquier momento.

Ese es uno de los párrafos más significativos del Diario del año de la peste, la extraordinaria narración con apariencia de reportaje documental  que Daniel Defoe publicó en 1722 sobre la peste que había asolado Londres más de medio siglo antes.

Defoe había nacido en 1660 y tenía menos de cinco años cuando se produjo aquella epidemia de peste negra de 1665 a la que había sobrevivido. En el libro la describe una primera persona que con las siglas H. F., un talabartero que desempeña la función del cronista verosímil pero inventado que en vez de huir al campo, como hicieron muchos de sus vecinos, permanece en Londres para dejar testimonio de la peste y de sus consecuencias.

Cátedra Letras Universales acaba de incorporar a su catálogo este título con una espléndida edición anotada con traducción de Antonio Ballesteros González y Beatriz González Moreno, que definen el Diario del año de la peste como una ‘crónica periodística y narrativa de la epidemia’ y señalan que su narrador “se asemeja al reportero que sale a la calle en busca de noticias, muchas veces con peligro de su propia integridad personal, pero en este caso prescindiendo de la objetividad que se le supone idealmente al periodista -y que, como sabemos, no siempre se cumple-, porque reconoce que hay datos que no conoce, cifras que no maneja de manera fidedigna, y además se ve escindido personalmente por numerosas dudas en lo que respecta a su relación con la epidemia.”

Un narrador meticuloso y compasivo que escribe en una de las páginas más estremecedoras del Diario:

Pero este es solo un caso: apenas si se da crédito a la cantidad de cosas tan espantosas que sucedían todos los días en muchas familias. Hombres que, en el fragor de la enfermedad, o por el tormento de los bubones, el cual era de hecho insoportable, se volvían locos, fuera de sí e idos; y a menudo ellos mismos se agarraban y se tiraban por las ventanas o se disparaban, etc. Madres que asesinaban a sus propios hijos, víctimas de su delirio; otros que morían del sufrimiento mismo, como de un arrebato, por el propio miedo y el susto sin tener la peste encima; a otros el terror les hacía cometer cometer tonterías y desvariar, o ser víctimas de la desesperación o de la locura; y otros se sumían en una demente melancolía.

El dolor de los bubones era especialmente violento y, para algunos, insoportable. Bien puede decirse que los médicos y cirujanos torturaron a muchas pobres criaturas hasta la muerte. En muchos casos los bubones se endurecían y aplicaban sobre ellos fortísimos emplastos o cataplasmas para abrirlos; y si esto no ocurría los cortaban los dejaban de una manera terrible. En algunos, los bubones se endurecían tanto, en parte por la virulencia de la enfermedad misma y en parte porque los había atacado con mucha fuerza, que ningún instrumento podía abrirlos, y entonces los quemaban con b, de forma que muchos morían chillando como locos por el tormento y otros durante la operación misma. En estos momentos de angustia, algunos de los que carecían de una ayuda que los sujetara a la cama o cuidara de ellos se hacían cargo de su propio destino como he señalado antes. Algunos se precipitaban a las calles, quizás desnudos, y corrían directamente hacia el río; y si no los paraba algún vigilante o cualquier otro oficial, se tiraban al agua, donde luego los encontraban.

Tres años antes de este Diario del año de la peste, Defoe había publicado la obra que le daría más fama, Robinson Crusoe, en la que llevaría a la novela la ideología ilustrada y la confianza en la razón. En más de un sentido la crónica imaginaria que tituló Diario del año de la peste es su antítesis, porque en esta su autor parece reconocer las limitaciones del optimismo del Siglo de las Luces. Por eso, tal vez sea este inclasificable documental dramatizado la obra de Defoe que esté más cerca de la mentalidad contemporánea, construida en gran parte sobre la conciencia del fracaso de los ideales racionalistas de la Ilustración.

Mezcla de crónica y ficción, de ensayo y narración, de análisis moral, propósito didáctico y poderosas descripciones, en el Diario del año de la peste persiste el Defoe racionalista que desmiente las supersticiones populares, el moralizador ilustrado que fustiga las debilidades humanas. Pero ese Defoe ha pasado ya a un segundo plano para dejar paso al escritor perplejo ante la muerte y el mal, escollos con los que choca el optimismo ilustrado en un tiempo en que se teme un nuevo brote de la epidemia, que amenaza desde Marsella en 1720.

Y a partir de ahí, la potencia democratizadora de la muerte, la desorientación y la pérdida de confianza en el hombre, la razón y la ciencia, las decenas de miles de muertos llevan al cronista interpuesto por Defoe a renunciar a sus viejos ideales para buscar refugio en la religiosidad.

Tras la frialdad objetiva de los datos estadísticos de bajas e inhumaciones, las descripciones de las calles vacías, las casas abandonadas y los cadáveres amontonados trazan un detallado mapa de los horrores, con detalles macabros y comportamientos irracionales y mezquinos que son el resultado de la convivencia diaria con el pánico y provocan el desengaño de los optimistas valores ilustrados.

El Defoe moralizador acababa proyectando así en el Diario una mirada crítica que renuncia a las bases ideológicas de la Ilustración, sobre todo a la aspiración de armonía, fraternidad y progreso. Frente al altruismo idealista, los comportamientos reflejados en las situaciones límites que evoca la obra son los del egoísmo, la confusión y el ensimismamiento del que ve al otro como un enemigo, como un riesgo de contagio, como un mensajero de la muerte.

Muchos de los lectores del Diario del año de la peste llegamos a este libro a través de García Márquez, que lo reivindicó  insistentemente como uno de sus libros de cabecera y como modelo de crónica y de reportaje periodístico con altura literaria y algún toque de ficción. Un clásico imprescindible.


Santos Domínguez 


16 junio 2025

Elias Canetti. La provincia del hombre

 



 Elias Canetti.
La provincia del hombre.
 Traducción de Juan José del Solar.
Prólogo de Ignacio Echevarría.
Taurus. Madrid, 2025.

“Las intuiciones de los escritores son las aventuras olvidadas de Dios”, escribe Elias Canetti (1905-1994) en uno de los apuntes que anotó entre 1942 y 1972 y que forman parte de La provincia del hombre, que publica Taurus con traducción de Juan José del Solar y un prólogo (“Un enjambre de relámpagos tenaces”) en el que Ignacio Echevarría destaca que este es “uno de los libros más ricos y plurales del siglo XX” y “la concentración cada vez más intensa de los apuntes, que poco a poco alcanzan un asombroso virtuosismo para conseguir cifrar la mayor cantidad de sentido en un pequeño número de palabras.” 

Estas notas, que se extienden durante tres décadas (“Treinta años de vida consciente -reconoce Canetti en la Nota preliminar a la edición- son muchos años”), empezaron siendo una válvula de escape al trabajo titánico de esos años, dedicados a la composición de Masa y poder, que absorbió su actividad intelectual durante décadas y provocó “una presión que con el tiempo fue adquiriendo proporciones peligrosas. Era imprescindible crear una válvula de escape para ella, y a principios de 1942 la encontré en estos apuntes. Su libertad y espontaneidad, el convencimiento de que existían únicamente por sí mismos, de que no servían a ningún fin, la irresponsabilidad con la que jamás volví a leerlos ni cambié nada en ellos, me salvaron de un anquilosamiento que hubiera podido ser fatal.
Estos apuntes se fueron convirtiendo gradualmente en un ejercicio cotidiano e imprescindible. Sentía que una parte importante de mi vida pasaba a integrarse en ellos. Al final salieron varios tomos, y lo que aquí presento es una pequeña selección de ellos.”

Tras una larga e intensa gestación, Masa y poder se publicó en 1959 y a partir de entonces, estas notas, que se prolongan hasta 1972, cada vez más breves y más concentradas, perdieron su condición ancilar y tomaron una entidad propia, aunque durante décadas se mantuvieron en el terreno de lo privado. Así lo explica Canetti en la Nota preliminar:

Estos apuntes hacía tiempo que habían perdido su carácter de válvula de escape. Ya no surgían bajo la presión de una tarea que me había resultado muy pesada. Si antes tenía a menudo la impresión de que me habría asfixiado forzosamente sin esos apuntes, entonces pasaron a adquirir una legitimidad propia e intangible.

Además de los fragmentos relacionados con la elaboración de Masa y poder, la guerra y el militarismo, la religión y la muerte, la ética y la estética, el poder y el dinero, la música y la literatura, la poesía como forma de conocimiento, la lengua y los animales, la Historia y la Ciencia, la sociedad, la política y la vida en Inglaterra, el exilio en un Londres bombardeado y Goethe, el papel de la técnica y los peligros del progreso, las palabras y el silencio, el pasado y los sueños son algunos de los múltiples temas que aborda Canetti en La provincia del hombre, un conjunto de apuntes que tiene una función vertebral en la configuración de su pensamiento y que puede tomarse como epítome de toda su obra.

Porque, como señaló Sven Hanuschek, editor y biógrafo de Canetti, “la obra principal de Elias Canetti no es Auto de fe ni Masa y poder. La única que lo contiene por entero son sus apuntes.”

Junto con los que recogió luego en El corazón secreto del reloj y en El suplicio de las moscas, estos textos para leer a saltos (el propio Canetti se refería a sus apuntes como «literatura de saltos») constituyen, según todos los especialistas en su obra, la cima intelectual de un autor que, después de Masa y poder, renegó de los sistemas de pensamiento cerrados y se centró en estos textos de escritura plural y proteica, que se mueven entre la anotación diarística, la reflexión y el aforismo, en la estela de sus maestros Pascal, Lichtenberg o Joubert. 

Espontáneos, fulminantes y asistemáticos, estos apuntes expresan no sólo una manera de escribir caracterizada por la brevedad y una concentración progresiva, sino una forma de pensar, un pensamiento aforístico en el que toman cuerpo la impaciencia y el desahogo una vez que se libera de la disciplina agotadora de una obra tan gigantesca como Masa y poder y renuncia al sistema cerrado y al enunciado de la totalidad cuando escribe en un apunte de 1975, “que la esperanza ya sólo radica en lo fragmentario, que ya una totalidad de la vida sólo se halla en lo fragmentario.”

En conjunto, la de Elias Canetti es una de las obras esenciales del siglo XX. No sólo sus imprescindibles Auto de fe y Masa y poder, también los tres volúmenes de su autobiografía, Historia de una vida, o su larga serie de apuntes, con La provincia del hombre como una de sus cimas, son referentes fundamentales en el panorama de la cultura europea contemporánea.

Dejo aquí tres apuntes como muestra:

Algún día resultará evidente que con cada muerte los hombres se vuelven peores.

Nos convertimos en todo aquello que más hemos aborrecido. Todo aborrecimiento ha sido un mal presagio. Nos mirábamos en un espejo deformante del futuro, sin saber que éramos nosotros mismos.
¿Qué tal si no hubiéramos mirado aquel espejo? ¿No habríamos llegado a ser lo que somos?

Me interesan los hombres de carne y hueso y me interesan los personajes. Aborrezco los híbridos de ambos.


Santos Domínguez 




13 junio 2025

Javier Lostalé. Revelación


Javier Lostalé.
Revelación.
 (Antología).
Selección y prólogo de José Cereijo,
Bartleby Editores. Madrid, 2025.


 CONFESIÓN

Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán, porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: esa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño.

Ese texto, con el que Javier Lostalé abría en 1995 La rosa inclinada, es el que se ha colocado como pórtico de Revelación, la antología de su obra poética que publica Bartleby con selección y prólogo de José Cereijo, que señala que “un poco a la manera de lo que afirmaba Proust (‘La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura’), también para Lostalé lo vivido solo consigue plenitud en la experiencia de la escritura, que es entonces, como también sucedía en el autor francés, un ejercicio de lucidez; pero lo que en este aparece volcado hacia afuera, mediante una rememoración minuciosa de personas y sucesos, es en Lostalé, como decíamos antes, indagación íntima. Que no cae nunca, por otra parte, en la autocontemplación más o menos narcisística, porque no es la historia del individuo concreto que lleva su nombre lo que aquí se busca, sino una indagación a fondo en la condición humana, tal como se revela dentro de sí mismo; no, por tanto, la historia de un hombre, sino la del hombre.”

Una antología generosa y representativa de una trayectoria (una “biografía poética”, en palabras de Cereijo) en la que el propio Lostalé reconoce una “evolución que se corresponde con la edad y con lo vivido. En los primeros libros lo autobiográfico predomina, luego la poesía se va desvinculando del yo y el lenguaje se va haciendo cada vez más esencial. Es lo que ha ocurrido a partir de Tormenta transparente.”

Con Tormenta transparente, que apareció en 2010, recuperaba su voz tras un largo silencio. Y esa voz recuperada tenía una nueva tonalidad -más reflexiva, menos confesional-, que es el resultado de un viaje desde la existencia hacia la esencia, de un recorrido desde la experiencia hacia lo hondo y de un creciente despojamiento poético que se reflejaría también en sus tres libros posteriores: El pulso de las nubes (2014), Cielo (2018) y Ascensión (2022), que toma su título de este espléndido poema:

 No necesita alas tu ascensión.
Basta con haber sido visitado 
por una transparencia sin tiempo ni espacio 
en la que en único latido seas 
sin saber nada de su origen, 
solo dispuesto a consumarte 
en entrega fiel a su enigma 
donde entera leas tu vida 
sin despertar de su música más secreta.

La luz de la memoria y el silencio del olvido en la niebla del mundo, el fuego del deseo y las sombras de la ausencia, la conciencia existencial y la purificación a través del fulgor revelador de la palabra recorren la poesía de Lostalé, un insistente ejercicio de búsqueda de la esencia y la plenitud, como en este texto de su último libro, que refleja el adelgazamiento del verso y su despojamiento expresivo:

PLENITUD

¿Qué mudo relámpago
puebla a quien ama? 
¿Quién hasta su sombra invade 
para en su respiración resucitar?
Sus oídos en insolación
escuchan siempre los mismos pasos, 
y en surtidores de luz 
su mirada se empaña 
mientras se pronuncia 
dentro de otro ser. 
Todo el paisaje 
es un pulso virgen 
que se aduna 
al horizonte de su pensamiento.
Sin hora ni lugar 
en cuanto dice se consuma.
Vive ya sin nombre, 
como quien no se pertenece 
al ser solo un cautivo 
de tan plena libertad.



Santos Domínguez 

11 junio 2025

José María Merino. De mundos inciertos




José María Merino.
De mundos inciertos.
Antología de cuentos.
Edición de Ángeles Encinar.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2025.

Hay bajo el suelo que pisamos mundos esplendorosos, abiertos como este a un espacio infinito, y que para llegar a ellos solo es necesario encontrar la argolla de una oculta trampilla, y la idea de que sueño y vigilia son el haz y el envés de una misma realidad.

Con esa cita, que contiene algunas de las claves de la narrativa breve de José María Merino, abre Ángeles Encinar su iluminadora introducción a De mundos inciertos, la antología de cuentos de Merino que publica Cátedra Letras Hispánicas.

Esa búsqueda de la cara oculta y latente de la realidad recorre gran parte de los relatos de José María Merino a lo largo de las más de cuatro décadas de escritura que recoge esta espléndida selección, realizada a partir de los diez libros de cuentos que el autor publicó entre los Cuentos del reino secreto (1982) y Noticias del Antropoceno (2021).

En total, este De mundos inciertos contiene cuarenta narraciones (veintiséis cuentos y catorce minicuentos), organizadas en seis secciones temáticas: La otra orilla, Sin límites, El profesor Souto, Desde el futuro, Diálogo entre arte y ficción y Minicuentos.

En la introducción de esta antología, Ángeles Encinar contextualiza estos relatos en el conjunto de una dilatada trayectoria narrativa que ha convertido ya a José María Merino en un clásico del relato breve y en uno de los referentes imprescindibles del género en lengua española, como se confirma en el minucioso análisis de sus libros de cuentos que se acomete en el amplio estudio introductorio en que Ángeles Encinar define al autor como “maestro del cuento” y añade que “Críticos y lectores reconocen el magisterio de José María Merino en la narrativa breve.Está considerado uno de los mejores cuentistas españoles desde el último cuarto del siglo XX. Domina no solo la práctica sino también la teoría sobre el género y su evolución a lo largo de la historia literaria.”

Cuando reunió sus microficciones en La glorieta de los fugitivos (Páginas de Espuma, 2007), escribió Merino en uno de los textos reflexivos del libro: “La ficción fue la primera sabiduría de la humanidad, el jardín literario en donde está la verdadera historia de la humanidad.”

José María Merino viene reivindicando a través de toda su obra narrativa la tradición de la literatura fantástica, que tiene uno de sus referentes en Hoffmann y en sus narraciones inquietantes, pero que también entronca con una tradición española que está ya en Don Juan Manuel y en los libros de caballerías. Una tradición que fue arrasada por la labor inquisitorial de la iglesia tridentina y por una crítica posterior no menos inquisitorial, encabezada por Menéndez y Pelayo, con perniciosas y duraderas secuelas.

Con su narrativa corta, José María Merino se suma a esa tradición interrumpida del relato fantástico o del cuento raro en español y su intensa reivindicación de lo fantástico se conecta con otra larga tradición de relatos en la literatura hispanoamericana, de Borges a Cortázar, de Carpentier a García Márquez.

 En la nota inicial de sus Cuentos de los días raros Merino escribía en 2004 que “la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza.” Y esa declaración de principios vale no sólo para aquella colección de relatos. Vale también para los anteriores Cuentos del reino secreto, El viajero perdido o Cuentos del Barrio del Refugio, y para los posteriores Cuentos del libro de la noche, Las puertas de lo posible o La trama oculta.

Cuentos nocturnos y visionarios en los que la fragilidad de límites entre el sueño y la vigilia, la metamorfosis y la identidad, lo fantástico y el misterio del tiempo, los espejos y las simetrías, la muerte o el terror apenas sugerido en el acecho invisible de lo cotidiano, que son algunos temas fundamentales de su universo narrativo, aquí se abordan con el rigor y la depuración que exige el género.

El fulgor breve pero intenso de estas narraciones, la elipsis de los datos o la inquietante e invisible fauna doméstica que las habita, producen en los lectores un vértigo pendular que les lleva de la ficción a la realidad, de la orilla de la vida a la de la muerte y de un tiempo a otro, con la conciencia de vivir un sueño o una pesadilla como parientes próximos de Kafka, uno de los padres del relato contemporáneo.

El excepcional contador de historias que es José María Merino se mueve en estos relatos en su territorio narrativo predilecto, allí donde se diluyen las fronteras entre la vigilia y el sueño y la fantasía invade con naturalidad los espacios cotidianos. Unos relatos en los que la realidad enseña sus abismos vertiginosos o sus iluminaciones.

Cuentos sobre la rareza a través de los sueños, los libros, los recuerdos o lo cotidiano. Relatos en los que se conjuran los rasgos, los temas y los registros más peculiares de su mundo narrativo y en especial la incursión de lo fantástico en lo cotidiano. Son, pues, una muestra espléndida de lo que el propio narrador ha definido como realismo quebradizo, una detección de las grietas por las que lo raro asalta la realidad.

Porque, como señala Ángeles Encinar, “junto a la realidad reconocida y visible, el escritor percibe otra realidad, a la que nos referíamos al comenzar esta introducción, y la concibe como «una especie de ciudad paralela que permanece junto a la visible y palpable». En todos sus libros de cuentos aparece la temática constante en su narrativa: la búsqueda de identidad, el doble, la metamorfosis y la metaficción; y desde cualquiera de estas esferas se insiste en la dificultad de encontrar delimitación de fronteras entre vigilia y sueño, realidad y ficción, vida y literatura, natural y sobrenatural.”

Y, como dice un personaje de uno de estos cuentos, “¿cómo no iba a ser verdad todo aquello, tan verosímil, tan bien contado?”

Santos Domínguez 


09 junio 2025

Miguel Sánchez-Ostiz. Las naves quemadas

  

 

Miguel Sánchez-Ostiz.
Las naves quemadas.
Antología de prosa de no ficción 1985-2024.
Selección y prólogo de Alfredo Rodríguez.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2025.


¿Qué hace un escritor de más de 70 años zascandileando en las redes? ¿Encontrar los lectores que no ha tenido en vida? ¿Tan importantes son esos rutinarios “Me gusta”?

Es uno de los fragmentos de Las naves quemadas, la espléndida antología de la prosa de no ficción de Miguel Sánchez-Ostiz que ha preparado Alfredo Rodríguez y publica La Isla de Siltolá en su colección Levante.

Resultado brillante de un trabajo de cinco años de recopilación, selección y ordenación de fragmentos de esa zona de la obra de Miguel Sánchez-Ostiz, lo que ofrece este amplio volumen no es una simple sucesión de fragmentos selectos. 

Porque, presentados y organizados en un nuevo libro, esos fragmentos procedentes de sus diarios y sus memorias, de sus artículos, sus libros de aforismos o sus ensayos adquieren otros significados añadidos al formar parte de una estructura distinta e independiente que va tejiendo la composición de la antología y los obliga por tanto a establecer una nueva relación mutua. 

Una relación que sin tergiversar su sentido originario los hace dialogar entre sí en el nuevo contexto autónomo de esta antología de la obra de quien es, en palabras del antólogo, “uno de los más grandes escritores en prosa de nuestro país, alguien que lleva más de cuarenta años en la Literatura y ha publicado ochenta libros, y que ha cultivado el mundo de las letras prácticamente en todas sus facetas.”

En doce apartados de títulos orientadores ha organizado Alfredo Rodríguez esta magnífica selección miscelánea: Del oficio de escritor; Escribir un Diario; Libros, libros, libros; Sobre la poesía y los poetas; De la tregua con la vida y otros momentos de plenitud; Con nombre propio; Del paso del tiempo, la memoria y los recuerdos; De la vida y de su lado oscuro; Con fama de maldito, a contrapelo y ‘outsider’; De tus peores enemigos; Negra historia de la tierra y Del descalabro social.

De esa pluralidad de temas, intereses y enfoques deriva también la diversidad de tonos y perspectivas, de afinidades y de afectos (Álvarez, Perucho, Umbral, Félix Grande…), de desencuentros y decepciones que asoman en estas páginas para construir una imagen completa y poliédrica del Sánchez-Ostiz escritor y lector, inevitablemente y a la vez persona y personaje que, entre lo público y lo íntimo, delimita su perfil insobornable y su independencia en textos como estos: 

Está la bandería. No parece posible expresar libremente lo que uno piensa sin ganarse un enemigo, un enemigo que no es anónimo, que tiene nombre y rostro, y que no perderá la oportunidad de demostraros su enemistad. Y eso solo tiene su origen en que no se admite otra forma de vida que la más primitiva y brutal de los clanes cerrados. Hay que pertenecer a alguno, por lo visto, de lo contrario uno está perdido. No es posible pensar distinto, pensar por cuenta propia, tener libertad de conciencia, ejercitarla, sin que esa actitud, estrictamente personal, despierte la animadversión la sospecha, la innoble acusación, el ominoso rumor, y en algunos bandos la delación. Claro que si el empeño de uno es lograr una aceptable libertad de conciencia, todas esas pejigueras le deben importar una higa.

Escritor de provincias. Ese oficio en el que el resentimiento, el rencor, la envidia y los celos son el viento, el motor y la argamasa segura y a la vez más inconfesable.

Los aduladores de hoy acaban siendo tus peores enemigos.

El éxito del prójimo y sus particulares trabajos se admiten mal y se perdonan peor.

La ciudad prohibida de las letras hispanas, una sociedad de halagos mutuos en la que no es fácil entrar, pero sí salir.

Tarde o temprano compruebas que los amigos de tus enemigos no pueden ser tus amigos.

Como señala Alfredo Rodríguez en su prólogo -‘Escribir para no rendirse o Por la fronda de Miguel Sánchez-Ostiz’-, “todos estos escritos autobiográficos y literarios, entretejidos con cada fibra de su vida e historia, constituyen un ejemplo por antonomasia del escritor total, del creador absoluto, de aquel que en el trabajo literario siempre ha encontrado su mayor liberación, porque su espíritu era ese trabajo y no entendía la vida sin él.”

Así lo resume el propio Sánchez-Ostiz en varios fragmentos de esta completisima y trabajada antología:

¿Para qué escribir? Para no darse por vencido, para no rendirse. Es lo que quise hacer desde muy joven. La verdadera muerte es desertar. Es preciso vencer la desgana, la tentación de echarlo todo a rodar, de considerar este poco de oficio un empeño fútil.

Escribes porque es lo tuyo, porque es en ese tablero de la escritura donde pusiste en juego tu vida, a trancas y barrancas, con claridades y borrascas. Porque escribiendo te sientes vivo, situado en lo real.

Se haya convertido en lo que se ha convertido, la escritura es mi único asidero, una forma de combatir este tiempo negro.

A uno le importa ya un bledo que le digan en tono peyorativo que se encierra en su torre de marfil o que busca refugio en el refinamiento, porque así es en efecto. Y diré que no es empeño fácil.

Cierra el volumen una Bibliografía que reúne los más de treinta títulos de la parte de la obra de Sánchez-Ostiz que se recoge en esta antología. Una antología que -explica Alfredo Rodríguez- “pretende buscar el deleite y la reflexión del lector, además de animarlo a introducirse en el vasto mundo de la obra diarística de alguien que no sólo es uno de los narradores más brillantes de nuestra literatura actual, sino un escritor total, un escritor todoterreno, que es capaz de desdoblarse simultáneamente en el tiempo en la escritura de diferentes libros, y va dejando aquí, en estos textos escogidos, buen rastro de ello.”


Santos Domínguez

 

06 junio 2025

José Luis Morante. Viajeros sedentarios

  


José Luis Morante.
Viajeros sedentarios.
La Garúa. Barcelona, 2025.

Noches y días; 
viajeros sedentarios 
sin cobertizo.

De ese haiku procede el título -Viajeros sedentarios- de la reunión de haikus que José Luis Morante publica en la colección que La Garúa reserva para esa modalidad poética. Una colección que en su formato breve y en su diseño refleja el limpio minimalismo de los textos que contiene.

Escritos entre 2020 y 2024, como explica el poeta en el prólogo -‘Encuentros’-, “los haikus de Viajeros sedentarios acogen el contacto con lo efímero, el suceso mínimo cotidiano y la maraña de encuentros con protagonistas y secundarios de la vida social. Suman instantáneas. Despliegan rutinas y dibujan con trazo descriptivo la dermis del tiempo. Son eclécticos. Aluden a facetas dispares del aquí en el ahora, a esa aparente acción tocada por la contingencia que ya dobla la esquina.”

La contemplativa Oficio de mirar y la sinestésica El rumor de la luz son las dos partes en las que José Luis Morante organiza los haikus de este volumen. Y contemplación y sensorialidad son precisamente dos de las claves del género fijado por el poeta japonés Matsuo Bashō (1644-1694). La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía son otras de las características que hacen del haiku una de las manifestaciones más estilizadas y sutiles de la poesía universal.

Ezra Pound, que lo sabía, lo asumió en su escritura poética, como Octavio Paz entre nosotros: la indeterminación elusiva, la concentración de la sugerencia, la potencia connotativa son rasgos diferenciales del lenguaje poético. Y por eso Pound y Paz encontraron en la poesía oriental -china o japonesa- una de las raíces fundamentales de su obra. 

Y a esa tradición se suman estos haikus de José Luis Morante, que proyecta en ellos un proceso poético y espiritual en el que se funden el sujeto y el objeto, el poeta y la realidad, la sensibilidad y la inteligencia, la mirada y la palabra que aspira a la desnudez y el despojamiento, a la transparencia y la serenidad:

No decir nada.
Que cuenten los silencios 
relatos mudos.

“En el camino de Viajeros sedentarios -escribe Morante en la ‘Nota’ final- la callada labor de cuatro otoños. Los haikus crecieron despacio, buscando luz solar. Naturalidad y transparencia.”

Haikus que se alimentan de visiones y de intuiciones, de iluminaciones verbales sobre el rumor sereno del agua en la calma de la noche, sobre el silencio del jardín, sobre la lluvia o el fuego, sobre la memoria y la conciencia del tiempo:

Alza sus brazos 
la palidez del día.
Es cuanto queda.

Zona de sombra. 
Huye la luz de nuevo. 
Me deshabita.

En muchos de estos textos, tan elusivos y fugaces como las sensaciones que los suscitan, se solapan la mirada exterior y la meditación para expresar un simbolismo del paisaje que revela el interior del que lo mira:

El aire prueba 
un perfume de salvia, 
mana de ti.

Mirar arriba 
y que la luz restañe 
la cicatriz.


Santos Domínguez 


04 junio 2025

George Steiner. Tolstói o Dostoievski



 George Steiner.
Tolstói o Dostoievski.
Traducción de Agustí Bartra.
Siruela Biblioteca de Ensayo. Madrid, 2025.

La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor

Con esa frase abre George Steiner su magistral ensayo Tolstói o Dostoievski, que recupera Siruela en su Biblioteca de Ensayo con la traducción que Agustí Bartra publicó en México en 1968.

Al comienzo de este ensayo monumental que abría su portentosa trayectoria crítica, Steiner deja una luminosa declaración de principios y un programa intelectual cuando fija como objetivo del crítico sólo las obras maestras:

Realmente, muchísimo es lo que debe ser enterrado si se desea conservar la salud del lenguaje y de la sensibilidad. En vez de enriquecer nuestra conciencia, en vez de ser manantiales de vida, demasiados libros encierran para nosotros las tentaciones de la facilidad y de un grosero y efímero solaz. Pero éstos son libros para el apremiante menester del reseñista, no para el reflexivo y recreador arte del crítico. Hay más de «cien grandes obras», más de mil. Pero su número no es inagotable. A diferencia del reseñista y del historiador de la literatura, el crítico se interesa por las obras maestras. Su principal función no consiste en distinguir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor.

Y añade estas líneas esclarecedoras sobre la importancia de la tradición occidental como referente de esas obras maestras frente al relativismo que vislumbraba ya a comienzos de los años sesenta del siglo pasado:

Al dejar Europa de ser el centro de la historia, estamos menos seguros de la preeminencia de la tradición clásica y occidental. Los horizontes del arte han retrocedido, en el tiempo y en el espacio, más allá de lo que nadie podía sospechar. Dos de los poemas más representativos de nuestra época, La tierra baldía, de T. S. Eliot, y los Cantos, de Ezra Pound, se han inspirado en el pensamiento oriental. Las máscaras del Congo asoman en los cuadros de Picasso como una vengadora desfiguración. En nuestros espíritus se proyectan las sombras de las guerras y las bestialidades del siglo XX; nuestra herencia nos hace ser cautos. 
Pero no debemos ir demasiado lejos. En los excesos del relativismo se encuentran los gérmenes de la anarquía. La crítica debería traernos los recuerdos de nuestro gran linaje, la incomparable tradición de la épica que va de Homero a Milton, los esplendores de la tragedia en la antigua Atenas y del drama isabelino y neoclásico, de los maestros de la novela. Debería afirmar que, si Homero, Dante, Shakespeare y Racine ya no son los más grandes poetas del mundo entero —el mundo se ha hecho demasiado grande para la supremacía—, son todavía los supremos poetas de aquel mundo del que nuestra civilización saca su fuerza vital y en cuya defensa debe arriesgarse.

Y establecido ese punto de partida, Steiner se fija como objetivo el estudio comparado de las obras de Tolstói y Dostoievski como modelos de dos enfoques artísticos y de dos formas de confluencia de la novela y la metafísica: el de la épica, vinculada a lo mítico o a lo histórico, a la esperanza y la utopía que va de Homero a Yeats y pasa por Tolstói, y el de la tragedia, centrada en resaltar la precariedad de lo humano, que desde Esquilo a Chéjov pasa por Shakespeare y tiene en el desengaño y la desesperación de Dostoievski uno de sus mejores representantes:

«Ningún novelista inglés es tan grande como Tolstói, es decir, ha dado un cuadro tan completo de la vida del hombre, en su aspecto doméstico y heroico a la vez. Ningún novelista inglés ha explorado el alma del hombre tan profundamente como Dostoievski», había escrito Forster en un párrafo que recuerda Steiner para proponer a Tolstói y Dostoievski como autores representativos de dos maneras -aunque contrarias, igualmente admirables- de concebir la novela, el arte y la vida: 

“Tolstói y Dostoievski -afirma Steiner- son figuras señeras entre los novelistas. Sobresalen por el alcance de su visión y la fuerza de su ejecución. Ambos poseen la facultad de construir, por medio del lenguaje, «realidades» sensoriales y concretas, y, sin embargo, penetradas por la vida y el misterio del espíritu. Este es el poder que caracteriza a los «supremos poetas del mundo» de Arnold. Pero, aunque permanecen aparte en su dimensión pura —pensemos en la suma de vida acumulada en Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov—, Tolstói y Dostoievski forman parte del florecimiento de la novela rusa del siglo pasado. Este florecimiento […] diríase que representa uno de los tres principales momentos de triunfo en la historia de la literatura occidental; los otros dos corresponden a los tiempos de la tragedia griega y Platón, y a la época de Shakespeare. En los tres, el pensamiento occidental saltó hacia delante desde las tinieblas mediante la intuición poética; en ellos se reunió mucha de la luz que poseemos sobre la naturaleza del hombre.”

Y por eso, Steiner, que reconoce a ambos novelistas una altura artística semejante, anuncia que “una buena parte de este ensayo será, en espíritu, divisivo: tratará de distinguir al poeta épico del dramaturgo, al racionalista del visionario, al cristiano del pagano.”

Pero, superando esos límites, este desbordante ensayo de Steiner va más allá del estudio comparado de los dos novelistas rusos y sus novelas masivas, de la vasta dimensión en la que ambos genios concibieron y desarrollaron, desde la vitalidad impetuosa de Tólstoi a la fuerza creadora de Dostoievski, obras monumentales como Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov, novelas a las que Steiner dedica interpretaciones definitivas e imprescindibles en cualquier aproximación a los dos novelistas.

Y más allá de ese extenso territorio narrativo de Tolstói y Dostoievski, explorado con hondura y agudeza, Steiner aborda la novela decimonónica como eslabón de la tradición literaria occidental en una cadena de la que forman parte Homero y los trágicos griegos, Dante y Milton, Shakespeare y Goethe. 

Porque “la novela surgió no solamente como el arte del hombre privado que se aloja en casas en las ciudades europeas. Desde los tiempos de Cervantes en adelante, fue el espejo con que la imaginación predispuesta a la razón, captó la realidad empírica. Si Don Quijote dio una ambigua y apiadada despedida al mundo de la epopeya, Robinson Crusoe deslindó el de la novela moderna. Como el náufrago de Defoe, el novelista se rodeará de una empalizada de hechos tangibles: las casas maravillosamente sólidas de Balzac, el aroma de los puddings de Dickens, los mostradores de botica de Flaubert y los interminables inventarios de Zola. Cuando descubra una huella de pisada en la arena, el novelista sacará la conclusión de que se trata de Viernes, que está al acecho en la maleza, no creerá en el rastro de un duende o, como en el mundo de Shakespeare, en la fantasmal pisada del «dios Hércules, a quien Antonio amó».”

E inevitablemente surge la pregunta: “Pero, en verdad, ¿son comparables Tolstói y Dostoievski? ¿Es algo más que la fábula de un crítico imaginar un diálogo entre sus dos espíritus y un mutuo conocimiento? Los principales obstáculos para una comparación de esta clase provienen de la falta de material y de las disparidades en magnitud. Por ejemplo, no poseemos los bocetos para La batalla de Anghiari; así, no podemos comparar lo que lograron Miguel Angel y Leonardo cuando fueron rivales en invención artística. Pero la documentación sobre Tolstói y Dostoievski es abundante. Sabemos qué pensaban uno del otro y lo que Ana Karénina significaba para el autor de El idiota. Sospecho, además, que en una de las novelas de Dostoievski se encuentra una alegoría profética del encuentro espiritual de él mismo con Tolstói. No hay entre ellos ninguna discordancia de estatura: ambos eran titanes. Los lectores del siglo XVII fueron probablemente los últimos que vieron a Shakespeare como una figura comparable a las de los dramaturgos coetáneos suyos. Ahora, para nuestra admiración, tiene una ingente estatura. Al juzgar a Marlowe, Jonson o Webster, levantamos un cristal ahumado contra el sol. Esto no es válido para Tolstói y Dostoievski. Ambos significan para el historiador de las ideas y para el crítico literario una conjunción única, como planetas vecinos, de igual magnitud y mutuamente perturbados por sus órbitas. Desafían toda comparación.”

Tolstói o Dostoievski, que apareció en 1960, fue el primer libro de George Steiner. Pero, pese a ese carácter primerizo, en sus brillantes e iluminadoras páginas están ya configuradas la excelencia, la lucidez y la agudeza de uno de los críticos imprescindibles de la segunda mitad del XX y comienzos de XXI. Un crítico de largo alcance e inusual hondura, dueño de una perspectiva global de la tradición occidental que se resume en párrafos como este:

Tolstói pedía que sus obras fuesen comparadas a las de Homero. Mucho más que el Ulises de Joyce, Guerra y paz y Ana Karénina encarnan el resurgimiento del estilo épico, de un nuevo ingreso en la literatura de tonalidades, prácticas narrativas y formas de articulación que habían declinado en el arte poético occidental después de Milton. Pero comprender por qué esto es así, para justificar ante nuestra inteligencia crítica esos inmediatos e indistintos reconocimientos de elementos homéricos en Guerra y paz, requiere una concienzuda y escrupulosa lectura. En el caso de Dostoievski hay una similar necesidad de una más vasta perspectiva. Se ha aceptado generalmente que su genio era de índole dramática, que en ciertos aspectos significativos fue el temperamento dramático más amplio y natural desde Shakespeare, comparación que el mismo Dostoievski sugirió. Pero sólo después de la publicación y traducción de gran número de borradores y libros de apuntes de Dostoievski —material del que haré amplio uso— ha sido posible trazar las múltiples afinidades entre la concepción dostoievskiana de la novela y las técnicas del drama. La idea de un teatro, como la ha llamado Frances Fergusson, ha sufrido una brusca decadencia, por lo que respecta a la tragedia, después del Fausto de Goethe. El linaje que procedía de Esquilo, Sófocles y Eurípides parecía haberse interrumpido. Pero Los hermanos Karamázov es una obra firmemente enraizada en el mundo de El rey Lear, en la novela dostoievskiana, el sentimiento trágico de la vida, a la manera antigua, es totalmente reanudado. Dostoievski es uno de los más grandes poetas trágicos.

También esta reseña es el resultado de una deuda de gratitud y admiración por uno de los maestros de la crítica contemporánea, el que escribió precisamente Lecciones de los maestros, un título que resume su legado luminoso, que en español está reunido en la admirable Biblioteca de Ensayo de Siruela.

Santos Domínguez 




02 junio 2025

Sánchez Mazas. El falangista que nació tres veces

  


Maximiliano Fuentes Codera.
Sánchez Mazas. 
El falangista que nació tres veces.
Taurus. Barcelona, 2025.

“Esta vida es la de Rafael Sánchez Mazas, el falangista que nació tres veces y que vive hoy, tras la damnatio memoriae de 2014, en una especie de purgatorio en el que su importancia como literato confronta con un incómodo pasado político”, escribe Maximiliano Fuentes Codera en la Introducción -“Los tres nacimientos”- de su biografía Sánchez Mazas. El falangista que nació tres veces, que acaba de publicar Taurus.

Una biografía rigurosa que se centra en sus dos facetas públicas, la del pensador político que fue uno de los fundadores de la Falange y la de escritor a tiempo parcial. Así resume el autor su vertiente política:

Sánchez Mazas fue un pensador sin duda sinuoso, como muchos en su época. Fue moderno y reaccionario, tradicionalista y culturalmente tolerante, católico convencido e ilustrado, bilbaíno y universal. Si hay una característica que lo definió en el ámbito político fue su manifiesta hostilidad a los ideales de la Revolución francesa de 1789, al pensamiento de Jean-Jacques Rousseau y a todos sus herederos, desde la socialdemocracia hasta el bolchevismo. Su modelo, decisivamente influido por el nacionalismo integral francés, fue la monarquía ilustrada, autoritaria y jerárquica. Sobre estos principios políticos y estéticos articuló sus propuestas, siempre en tensión con los ajustes que le exigieron los cambiantes contextos en los cuales se movió a lo largo de su vida. Expresó su visión a través de unos conceptos y unas referencias históricas y teóricas que coincidieron con las de su maestro Eugenio d’Ors. Su modelo siempre se aproximó al ideal de Tomás de Aquino y al de los reinados de san Luis y los Reyes Católicos, a quienes consideró ejemplos paradigmáticos en cuanto a la conformación de unas grandes unidades civiles que habían conseguido también mantener la independencia del Estado frente a las intromisiones de la Iglesia. Todo ello estuvo cruzado por la pugna constante entre unos arraigados valores católicos que siempre estuvieron en el sustrato de su postura política, familiar y personal y la sospecha constante sobre la actividad de la Iglesia católica en el mundo de la política. […] Sánchez Mazas se movió en medio de dos cuestiones: fue uno de los más importantes creadores de la doctrina falangista y también se encargó en momentos puntuales de la argumentación a posteriori. El estudio de este aspecto es otro de los ejes del presente libro.

Y en torno a su actividad irregular como escritor, añade Fuentes Codera esta caracterización general:

A pesar de que sus amigos recordaron con insistencia su valor como poeta y animador cultural en todos los círculos que frecuentó desde su juventud, sus trabajos vieron la luz de manera fraccionada en periódicos y revistas o se leyeron en conferencias que en muchos casos acabaron olvidadas. Algunos textos son eminentemente narrativos, más cercanos al relato; otros se parecen a divagaciones sobre sus obsesiones; otros muestran su esteticismo frente a la política y llegan a articular una teoría autoritaria, jerárquica, monárquica, católica y europeísta. En todos ellos se observa la pluma de un conservador ilustrado influido de forma notable por el fascismo italiano en las décadas de 1920 y 1930, de un escritor clásico y melancólico siempre buscando en la infancia y la adolescencia el paraíso perdido. 
Como escritor no participó de ningún movimiento generacional. Estuvo alejado, por lo general, de las modas y no consiguió crear una escuela. Tampoco tuvo discípulos ni hizo demasiado por proyectarse como figura literaria. Según reconoció a César González-Ruano en una entrevista, su «poca obra» y su «escasa realización, tanto en lo político como en lo literario», limitaron su ascendencia. «No he correspondido sino mediocremente a la esperanza y a la ayuda que he recibido», corroboró Rafael en los años finales de su vida. Algo parecido sostuvo Francisco Umbral cuando escribió que Sánchez Mazas tenía «un gran violín literario y poca gana de tocar».

Como él mismo reconocía, a Sánchez Mazas le dominaba «un elemento nativo de pereza […] un gusto por preferir la vida cotidiana, corriente, sobre el trabajo literario».” Y esa pereza consustancial a su carácter, esa abulia que lastró su creatividad literaria tanto como su actividad política (sus incomparecencias públicas y su conocido absentismo incluso del Consejo de ministros cuando lo era sin cartera)  seguramente explica, como señala Fuentes Codera, “por qué Rafael Sánchez Mazas ha recibido tan poca atención en términos biográficos. Cuatro fueron los ideólogos más importantes de Falange en los años republicanos. Tres de ellos, Ernesto Giménez Caballero, Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera, han sido estudiados en biografías que tienen una indudable calidad y que han sido fundamentales para comprender los orígenes y el desarrollo del falangismo y el franquismo. El único que no tiene una biografía de la envergadura de las anteriores es Sánchez Mazas, el hombre que nació tres veces, la primera en Bilbao, la segunda en un bosque cercano al santuario de Santa Maria del Collell y la tercera en Soldados de Salamina, la novela que Javier Cercas publicó en 2001.”

De sus dos primeras vidas, la de quien nace en Madrid en 1894 y la de quien sobrevive en 1939 a un fusilamiento se ocupan los siete capítulos del libro, en los que se reconstruye la infancia de hijo único en Bilbao (“ese pueblo insoportable”) sin el padre muerto, que rememoró en las autobiográficas Pequeñas memorias de Tarín y La vida nueva de Pedrito de Andía; la juventud entre la literatura y la política, los estudios de Derecho en Madrid, entre la Universidad Central y el colegio universitario de los agustinos en El Escorial, años decisivos en su formación ideológica y en los que destacó como incipiente poeta. O su creciente proyección como intelectual y como escritor mientras se forjaba su rechazo al nacionalismo separatista vasco o catalán y sus ideas de España y de Europa bajo la influencia decisiva de Eugenio d'Ors, porque “el intelectual catalán fue imprescindible en la articulación de un discurso fundamentado en una serie de antagonismos -tradición y progreso; clasicismo y romanticismo- y conceptos -imperio, universalidad, latinidad, catolicidad, unidad.” 

Poco después creció su proyección pública con su actividad como articulista en la prensa de la época (El Sol, El Pueblo vasco) y la forja del intelectual entre Melilla, donde estuvo como corresponsal en la guerra de África, y en la Roma del nacimiento del fascismo, con el que simpatizó de inmediato en los artículos que escribía para ABC. Muy cerca de Roma, en Subiaco, conoció a Liliana Ferlosio, quince años menor que él, con la que se casó. Allí nacerían sus hijos Miguel y Rafael Sánchez Ferlosio. 

De vuelta a España en 1930, participó en la construcción del falangismo con José Antonio primo de rivera y García Valdecasas y cuando estalló la guerra civil se refugió en la embajada de Finlandia, donde escribió Rosa Krüger, la novela estetizante y evasiva que se publicaría póstumamente en 1984.

Y tras su traslado clandestino a Barcelona, donde sería detenido en enero de 1938 y encarcelado en el barco Uruguay, el fusilamiento por la espalda al que sobrevivió en un bosque cercano a Bañolas el 30 de enero de 1939. Ese segundo nacimiento, cerca del santuario de Santa María del Collell, fue el episodio sobre el que Javier Cercas construyó Soldados de Salamina y reivindicó, como antes Trapiello en Las armas y las letras, la memoria de aquel hombre casi resucitado que “representaba la continuidad entre el falangismo histórico y el nuevo régimen.”

Convertido en intelectual de referencia en el nuevo Estado, Sánchez Mazas, que era el falangista vivo más antiguo, “representaba la continuidad emocional con la Falange «auténtica» y era un personaje en principio poco problemático en relación con las tensiones que se vivían dentro del partido unificado.”

Fue ministro sin cartera, absentista y cesado pocos meses después por su problemática relación personal con el poder y sobre todo por su enfrentamiento con Serrano Suñer. Pero, a pesar de su posición periférica, mantuvo su prestigio como intelectual relevante en el régimen en conferencias, actos públicos y en la prensa para reivindicar el falangismo original del que había sido uno de los fundadores.

En sus últimos años, en los que volvieron a confluir política y literatura, escribió La vida nueva de Pedrito de Andía (1951), su novela más significativa, la  obra que le dio más prestigio literario y en la que proyecto no solo su memoria autobiográfica sino las claves de su visión del mundo y de su concepción de la existencia.

Esos últimos años estuvieron marcados también por un progresivo alejamiento de la vida política y por la creciente obsesión por la crisis de la civilización occidental y por las desviaciones de los valores europeos. Fueron años que transcurrieron entre la colonia del Viso, el hotel Velázquez y la casona heredada en Coria hasta su muerte el 18 de octubre de 1966.

Remata el volumen un epílogo sobre “Su memoria y la nuestra”, entre la recuperación de su memoria que hizo Javier Cercas en Soldados de Salamina y la damnatio memoriae que retiró la placa que daba su nombre a un paseo en Bilbao. Escribe Maximiliano Fuentes Codera en ese epílogo:

La memoria, en última instancia, es un campo de batalla y un espacio de poder y, por tanto, siempre es dinámica. No hay memoria, sino memorias. Existio una memoria, una especie de borrador de autobiografía de Sánchez Mazas, escrita a varios manos: por él, por sus amigos y por los apologetas del franquismo. Tras ella, y en paralelo a la justa revindicación literaria liderada por Andrés Trapiello, con la novela de Javier Cercas se construyó otra memoria en el marco de un intenso debate sobre la mal llamada «memoria histórica» que se extendió a varios países europeos y que puso a Rafael Sánchez Mazas en el centro. Así acabaron por configurarse dos memorias, la suya y la nuestra. En las más de dos décadas que han pasado desde la aparición de Soldados de Salamina, la disputa entre ambas se ha decantado hacia la segunda y la lectura del presente ha acabado por ocultar muchos aspectos de la vida de Sánchez Mazas y del valor literario de su obra. La memoria ha ganado a la literatura y a la historia y, con ello, el recuerdo de Sánchez Mazas se ha ido difuminando.

Una biografía sólida apoyada en un abundante aparato de notas, en una oportuna bibliografía y en un poblado índice onomástico que permite rastrear la red de vínculos humanos, políticos y literarios que conforman la vida pública y privada de Rafael Sánchez Mazas. Una vida resumida gráficamente en las imágenes del cuadernillo central, en donde por cierto se ha deslizado un error de fechas en torno al cortejo fúnebre de José Antonio, que partió desde Alicante hacia El Escorial el 20 de noviembre de 1939, no el 20 de febrero, cuando la ciudad levantina aún no había sido conquistada. 

Una biografía que traza una imagen completa y compleja de quien “fue, como casi todo el mundo, una mezcla de cosas contradictorias: un poco ambicioso y otro poco diletante, un poco escritor compulsivo y otro poco perezoso, un poco alejado del poder y otro poco plenamente inserto en él.”

Santos Domínguez

 

30 mayo 2025

Quevedo. Huye la hora


Francisco de Quevedo.
Huye la hora. 
Antología poética.
Edición de Fernando Plata y Adrián J. Sáez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2025.

“Como todos los grandes, Quevedo es uno de esos poetas que escapan a las definiciones fáciles porque quiso -y supo- distinguirse con una poética innovadora y casi omnicomprensiva dentro del panorama coetáneo, que le ganó un lugar dentro de la santa trinidad del Siglo de Oro junto a Lope de Vega y Góngora. Sin duda, es parte central del canon, que «no es una exposición de modelos, sino una reunión de excepciones y extravagancias»: los clásicos «son de otra clase», como bien dice Micó (2023: 7). Y, como todos (o quizá más que todos), Quevedo ha sufrido los golpes del tiempo y las crueldades de la recepción. Baste recordar la retahíla de epítetos e insultos que ha merecido desde perspectivas muy diferentes: en su día se le tachaba de borracho, cojo, feo y otras tantas lindezas más, mientras que a posteriori se le acusa de antisemita, esquizofrénico, misógino, personaje de chiste, reaccionario y otros vicios que tienen mucho de anacronismo e injusticia.
 Eso sí, se puede decir que la culpa es del propio Quevedo, porque se trata de un personaje poliédrico que vive una vida de lo más intensa: se relaciona para bien y para mal con figuras tanto altas (del rey para abajo) como bajas, participa en mil y una polémicas (literarias, políticas y religiosas) porque no hay salsa en la que no esté presente y se mueve de acá para allá en la corte con alguna que otra escapada, amén de tocar todos los palos literarios del Siglo de Oro (del poemita que se quiera al tratado bíblico).”

Así abren Fernando Plata y Adrián J. Sáez el “Retrato de perfil: la carrera de un poeta todoterreno”, la primera de las tres partes en las que organizan el estudio introductorio de Huye la hora, la antología poética de Francisco de Quevedo que han preparado para Cátedra Letras Hispánicas.

Y precisamente esa condición poliédrica del Quevedo personaje se refleja en la pluralidad temática y en la variedad de tonos y formas métricas que ofrece su extensa obra poética, que por cierto no reunió nunca en una edición en forma de libro. 

Paradójicamente, él, que había sido el primer editor de la poesía de Fray Luis de León o de Francisco de la Torre, murió sin reunir en un volumen la suya propia, pese a que al parecer la tenía no solo prevista, sino también organizada, al menos en parte.

Circuló en copias manuscritas y a veces en impresos no autorizados, lo que explica el complicado laberinto de variantes textuales en el que se tienen que internar quienes, como Plata y Saez, pretenden editar la poesía quevedesca.

Era imprescindible por tanto que, además de analizar la galería poética que ofrece esta antología (‘Un pequeño «aleph»: un manojo de poemas’), los editores dedicaran un apartado de su introducción a explicar la complicada transmisión textual de la poesía de Quevedo, ya que “fueron apenas un centenar los poemas de Quevedo publicados en vida, bastante pocos si los comparamos con los más de 875 que contiene la edición canónica de Blecua y también fueron relativamente pocos los poemas que circularon manuscritos en su tiempo.”

Cien poemas ordenados cronológicamente, espléndidamente anotados y comentados, se ofrecen en esta selección representativa de la pluralidad de temas y registros de la poesía de Quevedo, que como decía Borges “es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura.” 

Está aquí el poeta que, aunque desconoció el amor, llevó el petrarquismo a una de sus cimas y escribió alguno de los mejores sonetos amorosos de la poesía española, como Amor constante más allá de la muerte, pero a la vez ridiculizó mitos como el de Apolo y Dafne en otro memorable soneto que comienza con este cuarteto explosivo que hace prescindible y olvidable el resto del soneto:

Bermejazo platero de las cumbres
a cuya luz se espulga la canalla, 
la ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Ese mismo poeta burlón, ácido e inmisericorde que escribió alguna de las sátiras más crueles de la lírica en castellano es el grave poeta moral que avisa del paso del tiempo, el agudo ingenioso que dominó el idioma como pocos, el político crítico contra Olivares, el poeta en el que emergen las lecturas de la literatura clásica, de Séneca y el estoicismo cristiano o de la tradición bíblica,. 

Y sobre todo, quien llevó a la lengua española a una de sus alturas expresivas más portentosas en los ágiles octosílabos de sus letrillas y sus romances o en los solemnes endecasílabos de sus sonetos. Sonetos como este, en el que aparece la frase “huye la hora”, la barroca expresión que se ha elegido como título de la antología:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

Santos Domínguez 


28 mayo 2025

Luciano Canfora. La biblioteca desaparecida

 

Luciano Canfora.
La biblioteca desaparecida.
Traducción de Xilberto Llano Caelles.
Siruela. Madrid, 2025.

“Demetrio había sido el plenipotenciario de la biblioteca. Cada poco tiempo, el rey pasaba revista a los rollos, como a manípulos de soldados. «¿Cuántos rollos tenemos?», preguntaba. Y Demetrio lo ponía al día sobre la cifra. Se habían propuesto un objetivo y habían hecho los cálculos. Habían establecido que, para recopilar en Alejandría «los libros de todos los pueblos de la tierra», serían necesarios quinientos mil rollos. Ptolomeo concibió una carta «a todos los soberanos y gobernantes de la tierra», en la que pedía que «no dudasen en enviarle» las obras de cualquier género de autores, «poetas o prosistas, rétores o sofistas, médicos y adivinos, historiadores y todos los demás». Ordenó que fuesen copiados todos los libros que se encontrasen en las naves que hacían escala en Alejandría, que los originales fuesen retenidos y a sus posesores se les entregraran las copias. A este fondo se le llamó después «el fondo de las naves».
Demetrio extendía cada cierto tiempo una relación escrita para el soberano, que comenzaba así: «Demetrio al gran rey. Obedeciendo su orden de añadir a la colección de la biblioteca, para completarla, los libros que todavía faltan, y de restaurar adecuadamente aquellos defectuosos, he puesto gran cuidado y ahora le hago rendición de cuentas”, escribe Luciano Canfora en La Biblioteca desaparecida.

Desde que apareció la primera edición italiana de este libro en 1986, hace casi cuarenta años, La Biblioteca desaparecida se ha consolidado como un clásico de referencia en los estudios sobre el desarrollo y la desaparición de la Biblioteca de Alejandría, el gran monumento cultural de la dinastía ptolemaica, que en sus cientos de miles de rollos de papiro resumía el patrimonio literario, filosófico, científico y religioso de Grecia y Egipto.

Con una admirable suma de erudición y tono narrativo, y apoyándose en los textos de Calímaco, Hecateo, Polibio, Diodoro, Estrabón o Dídimo, Canfora reconstruye el día a día de la formación, crecimiento y organización de aquella biblioteca que reunió el saber de la Antigüedad:

Calímaco intentó una clasificación general con sus Catálogos subdivididos por géneros, en correspondencia con otros tantos sectores de la biblioteca: Catálogo de los autores que brillaron en cada disciplina singular era el título del colosal catálogo, que ocupaba ciento veinte rollos. Este catálogo daba una idea de la ordenación de los rollos, pero no era ni un plano ni una guía. Sólo mucho más tarde, en la época de Dídimo, se compilaron. Los catálogos de Calímaco servían sólo a quien ya estuviese práctico. De todos modos, al estar basado en el criterio de relacionar sólo los autores que habían «brillado» en los distintos géneros, el repertorio de Calímaco debía representar una selección, ciertamente amplísima, del catálogo completo. Autores épicos, trágicos, cómicos, historiadores, médicos, rétores, leyes, misceláneas son algunas de las categorías: seis secciones para la poesía y cinco para la prosa.
Aristóteles aleteaba entre aquellas estanterías, entre aquellos rollos bien ordenados, ya desde cuando Demetrio había trasplantado allí la idea del maestro: una comunidad de sabios aislada del exterior, dotada con una biblioteca completa y un lugar de culto a las Musas. El legado se había consolidado con la larga estancia de Estratón en la corte. «El método y el genio del Estagirita —ha escrito un sabio francés— presidían desde lejos la organización de la biblioteca». Pero daba pena ver las estanterías destinadas a contener sus obras; prácticamente, sólo las obras divulgadas por Aristóteles durante su vida, cuando no se introducía, sin más, cualquier texto falso, que después resultaba difícil desanidar.”

Y tras abordar cuestiones como la competencia de los bibliotecarios alejandrinos con los sabios estoicos e imaginativos de Pérgamo o la conversión de la Biblioteca de una propiedad privada de la familia gobernante en una institución pública de la provincia romana controlada por Augusto, Canfora afronta el enigma de su destrucción, o mejor, de la catastrófica desaparición de aquellos setecientos mil rollos de papiro en lengua griega que se guardaban allí y cuya pérdida supuso un retroceso de siglos en el desarrollo de la cultura mediterránea antigua

Canfora descarta como causa la propagación del incendio de las naves ptolemaicas en el puerto de Alejandría que describió Lucano y que fue ordenado por César para aliviar el asedio del palacio real, “un incendio que hubiese hecho estragos entre aquellos rollos habría reducido a cenizas los dos edificios. Por el contrario, no hay la mínima noticia de semejante catástrofe. Estrabón los visitó, trabajó allí y los ha descrito, apenas veinte años después de la campaña de César en Alejandría.”

Las razones habría que buscarlas en una muy probable sucesión de saqueos y en otro incendio, ordenado por el califa Omar tras la toma de Alejandría en diciembre del año 640, en los momentos iniciales del fanatismo islamista.

Aunque apoyada en citas rigurosas y en un escrupuloso respeto a las fuentes documentales, La biblioteca desaparecida se lee en muchas de sus páginas como una novela. Por eso, su último capítulo reconstruye a partir de diversas fuentes un “Diálogo de Juan Filopón con el emir ‘Amr Ibn al-‘As antes de incendiar la biblioteca” que comienza con esta carta del emir agareno al califa:

He conquistado la gran ciudad del Occidente —escribía ‘Amr Ibn al-As al califa ‘Umar después de haber izado la bandera de Mahoma sobre la muralla de Alejandría— y no me resulta fácil enumerar sus riquezas y sus bellezas. Me limitaré a recordar que cuenta con cuatro mil palacios, cuatro mil baños públicos, cuatrocientos teatros o lugares de diversión, doce mil comercios de fruta y cuarenta mil tributadores hebreos. La ciudad ha sido conquistada por la fuerza de las armas y sin tratado. Los musulmanes están impacientes por gozar del fruto de la victoria.

Curiosamente, ni una referencia a los libros. Es un cristiano, “el viejísimo Juan Filopón, el Infatigable, como era reconocido por su bello sobrenombre, comentarista de Aristóteles”, quien llama la atención del emir y le ruega que respeten la Biblioteca y el que le informa de su creación un milenio antes, a partir de los libros reunidos por el rey Ptolomeo:

-Debes saber —le decía— que cuando Ptolomeo Filadelfo subió al trono, se hizo partidario del conocimiento y hombre bastante docto. Buscaba libros y ordenaba que le fuesen procurados a cualquier precio; ofrecía a los mercaderes las condiciones más favorables para inducirlos a que trajeran aquí sus libros. Se hizo todo cuanto quería y, en breve tiempo, fueron adquiridos cincuenta y cuatro mil.

Se le hace entonces una consulta a Omar, que responde en su carta:

Por lo que se refiere a los libros a los que has hecho referencia —escribía ‘Umar—, he aquí la respuesta: si su contenido está de acuerdo con el libro de Alá, podemos despreciarlos, puesto que, en tal caso, el libro de Alá es más que suficiente. Si, en cambio, contienen cualquier cosa deforme con respecto al libro de Alá, no hay ninguna necesidad de conservarlos. Procede y destrúyelos.
[…]
En silencio, evitando inútiles formalidades, ‘Amr abandonó para siempre la casa de Juan. Sumiso a la respuesta del califa, comenzó la obra de destrucción. Distribuyó los libros entre todos los baños de Alejandría, para que fueran usados como combustible de las estufas que los hacían confortables. «El número de estos baños —escribió Ibn al-Qifti— era bien conocido, pero yo lo he olvidado» (como sabemos por Eutiquio, eran cuatro mil). «Se cuenta —prosigue— que fueron necesarios seis meses para quemar todo aquel material».
Únicamente fueron perdonados los libros de Aristóteles.

En un espléndido apéndice, Canfora analiza y comenta pormenorizadamente las abrumadoras fuentes documentales utilizadas en la reconstrucción de la historia de la creación y la destrucción de la Biblioteca de Alejandría: de Gibbon a Aulo Gelio, de Tito Livio a Calímaco, de Isidoro de Sevilla a Hecateo y Diodoro, de Estrabón a Aristeas.

Con traducción de Xilberto Llano Caelles, Siruela acaba de incorporarla al catálogo de su imprescindible Biblioteca de Ensayo.

Santos Domínguez