30/4/12

Francisco Tario. La noche

                                                                        


Francisco Tario.
La noche.
Prólogo de Alejandro Toledo.
Atalanta. Vilaür, 2012.

Portero de fútbol, astrónomo, pianista y narrador, quien firmaba sus obras con el seudónimo Francisco Tario nació en México D.F. en 1911 y murió en Madrid en 1977.

Fue un raro, una isla en la literatura mexicana, y practicó una escritura que tendía a lo nocturno, como la música de Chopin que le gustaba interpretar al piano.

Escritor secreto y extremadamente minoritario, Atalanta rescata parte de su perturbadora y alucinada obra narrativa breve en el volumen La noche, una antología que toma su título del primer conjunto de relatos que publicó Tario en 1943. Se reúnen aquí dieciocho cuentos, siete de los cuales pertenecen a su última colección, Una violeta de más, de 1968.

Dieciocho cuentos atravesados por la imaginación, la voluntad de sorprender y la fantasía como método para explorar los vínculos entre el pasado y el presente, el sueño y la vigilia, los vivos y los muertos, como resalta Alejandro Toledo en su prólogo.

En una de las dos entrevistas que incorpora este volumen como epílogo, Tario declara que se siente parte de una tradición rara en el ámbito hispánico, la de la literatura fantástica, que, como señala Tario, “florece mejor a temperaturas  bajo cero, y sus lectores más asiduos se cuentan entre las gentes de ojos azules.”

En esa misma entrevista, Tario revela las cuatro bases de sus relatos -poesía, muerte, amor y locura- y reivindica como objetivo último de su literatura “lograr que lo inverosímil resulte verosímil” en el marco de una realidad cotidiana en la que de repente brota lo fantástico.

Esa tarea, a la que también se han aplicado escritores de ojos azules como Bioy, Borges o Cortázar, consiste en desdibujar las fronteras que separan el sueño de la vigilia, lo trágico de lo cómico, la realidad de la imaginación, la lógica del absurdo y la experiencia de la fantasía. Otro mexicano como Arreola también forma parte de ese archipiélago literario.

Objetos animados, sueños y monstruos, alucinaciones y fantasmas recorren los relatos de un Tario al que se ha simplificado con términos como extravagante, sorprendente, inquietante o sarcástico.

Marginal y ajeno a los grupos literarios, seguramente era todas esas cosas, pero su impulso obedecía a un proyecto global que podría condensarse en este párrafo que Alejandro Toledo extrae de uno de los relatos, La noche de los cincuenta libros, para cifrar en estas palabras la clave de la escritura de Francisco Tario:

Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquier otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las verdades. Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas…

Entre el relato que abre la selección, en el que un féretro macho y enamorado no sólo es el protagonista, sino también el narrador, y el que cierra el volumen, la dudosa pesadilla de un narrador cadáver que no sabe que está muerto, el lector va de un asombro a otro pasando por cuentos como La noche de Margaret Rose, que García Márquez consideraba uno de los mejores del siglo XX.

Entre esas dos noches funerarias que abren y cierran esta antología, dieciocho relatos que no dan tregua al lector, con una soltura narrativa, un dominio de la prosa y una intensidad perturbadora desde arranques magistrales como este, de Un huerto frente al mar, que comienza así:

-Hoy tuve carta del ahogado –dije.


¿Y cómo no seguir leyendo tras esa frase?

Santos Domínguez

27/4/12

Alda Merini. Vacío de amor


 
Alda Merini.
Vacío de amor.
Edición y traducción de 
Mercedes Arriaga y Jenaro Talens.
Cálamo Poesía. Palencia, 2010.

En mí moraba el alma de la meretriz
de la santa de la sanguinaria y de la farisea.
Muchos le dieron nombre a mi modo de ser
y sólo fui una histérica.

Así termina el autorretrato que Alda Merini (Milán, 1931-2009) incluyó en La urraca ladrona, uno de los libros que se antologan en Vacío de amor, la amplia selección poética publicada por Cálamo Poesía con traducción y prólogo de Mercedes Arriaga y Jenaro Talens.

Sobre la incertidumbre vital y poética se construye la obra de Alda Merini, que tuvo en el dolor “la única certeza de un mundo sin certezas, la única verdad en un mundo sin verdades”, como señalan los autores de la edición.

Su biografía está marcada por la convivencia con la locura, por una existencia desgarrada que se mueve en los márgenes de la razón y de las convenciones sociales.

Como Hölderlin, como Artaud, como Leopoldo María Panero, Alda Merini es un ejemplo de la peculiar cercanía entre el discurso del poeta y el discurso del loco, ajenos a la lógica común.

Nosotros la literatura la hacemos en los vértices
cercados por cimas de hielo
y bebemos hiel para recobrar el aliento,
pero bailamos sobre los hielos
con toda la fuerza etérea del dolor.

Un desgarrón que acompañó la poesía de esta poeta italiana, que frecuentó los infiernos de los manicomios y vivió y escribió en un desequilibrio extremo entre la locura y la lucidez, un poco más allá de esa frontera que algunas veces atisban los poetas de verdad.

La vocación de fuga atraviesa de principio a fin una poesía que se convierte en el único medio para intentar comprender un mundo opaco y extraño, una poesía que está escrita con un tono de continua despedida y mira más al pasado que al presente.

Avatares de la identidad, o la mujer disuelta titulan los editores un prólogo que da paso a casi doscientas páginas de poesía intensa y perturbadora desde el primer texto, La mirada del poeta, que funciona como un pórtico o una obertura:

Si alguien quisiera comprender tu mirada
defiéndete Poeta con ferocidad
tu mirada, ay de mí, son cientos de miradas que te observan temblando

Santos Domínguez

25/4/12

Blaise Cendras. La parcelación del cielo


Blaise Cendrars.
La parcelación del cielo.
Traducción de Juan Victorio.
Prólogo de María Casas.
Rey Lear. Madrid, 2012.


Suizo de nacimiento, nacionalizado francés en 1916 y mutilado ese mismo año en la Gran Guerra, Blaise Cendrars (Neuchâtel, 1887 - París, 1961) es uno de esos raros tan inclasificables como imprescindibles.

Raro e inquieto, hizo de la insatisfacción el motor de su vida y de su literatura: practicó una escritura exigente y un nomadismo incansable.

Y vida y literatura fueron unidos estrechamente en la zona más importante de su obra. Poeta, novelista, autor de reportajes literarios y corresponsal de guerra para el ejército inglés en la segunda guerra mundial, quizá la parte fundamental de su producción es la tetralogía narrativa y autobiográfica formada por El hombre fulminado (1945), La mano cortada (1945), Trotamundear (1948) y La parcelación del cielo (1949).

Este último título, inédito hasta ahora en español, es el que acaba de publicar Rey Lear con traducción de Juan Victorio y un prólogo de María Casas al que pertenecen estos dos párrafos entusiastas:

Este libro es extraordinario, aparentemente desordenado, abocetado e irregular, con un aliento poético poco común que se desgrana en enumeraciones, letanías, descripciones aterradoras, humor y amor a raudales, que yo no he encontrado en ninguno de sus otros libros, menos aún en su poesía. Un libro escrito a impulsos feroces, como en un rapto de amor.


Un libro loco, un libro niño, un libro flor, un libro pájaro. Un libro santo y levitador que vuela entre aviadores, hijos muertos en el aire, aves y pequeños pájaros libadores, constelaciones antiguas y constelaciones nuevas. Entre los incesantes bombardeos. Y, como san José de Cupertino, uno de los personajes que en él aparecen, unas veces vuela hacia adelante y otras, hacia atrás.

A medio camino entre las memorias, el libro de viajes y la novela, La parcelación del cielo tiene como centro de su disposición tripartita la hagiografía del nuevo patrón de la aviación que propone Cendrars: San José de Cupertino, un simple, un personaje que está constantemente en la luna, habitando su propia inutilidad desesperante de alma de cántaro.

Con creciente fama que acreditaba su torpeza, aquel franciscano divertido y embobado -al que sus compañeros llamaban Boca abierta y que luego alcanzó la santidad- se pasó la mitad de su vida levitando, lo que justifica la propuesta de consagrarle como patrón de la aviación.

En la raíz de este libro, que se abre con una incursión ornitológica en la especie brasileña del siete colores y se cierra con una tercera parte centrada en la astronomía y en la búsqueda de una nueva constelación, está la muerte del hijo de Cendrars, Rémy, piloto de la aviación francesa que murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial.

Lo explica Cendrars con estas palabras:

si a pesar de todo he escrito este relato, no es para probarme en un género que ha producido algunas obras maestras ni ejercerme en la escritura, de santa escritura, ni por imitación ni simplicidad, sino, primo, porque se lo prometí a Rémy —que no publicitará al nuevo patrón de la aviación, cosa que harían los americanos y también porque por entonces mi hijo se mató en un accidente de avión; secundo, porque, por muy santo canonizado que sea, Joseph Desa, natural de Cupertino (Apulia), es un personaje divertido que me apasiona; y tertio, porque la levitación es un arte de viajar instantáneo que a mí me hubiera gustado poder practicar desde que vi a los indígenas de las grandes selvas vírgenes del Amazonas dedicarse a ello después de absorber ibadú.

Fue crítico con la rendición francesa y como señal de protesta frente a la ocupación alemana, se negó a escribir durante tres años. Tras ese silencio redactó compulsivamente su tetralogía autobiográfica, que culminó con este espléndido volumen, que resume así María Casas en su prólogo “Cielo es un lugar donde nunca, nunca pasa nada”:

Aves, santos, constelaciones no son más que una excusa para escapar de la negrura, de la oscuridad, de la nada, último o primer protagonista, según se mire, de esta historia.

Santos Domínguez

23/4/12

Ayala. Narrativa


Francisco Ayala.
Obras completas I.
Narrativa.
Edición de Carolyn Richmond,
con la colaboración de la Fundación Francisco Ayala.
Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores. Barcelona, 2012.

Siete décadas de escritura se recogen en el volumen dedicado a la narrativa de Francisco Ayala (1906-2009), que forma parte del proyecto de sus Obras completas que está publicando Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores en su espléndida colección Opera mundi.

El proyecto global, coordinado por Carolyn Richmond, consta de otros cinco tomos de los que se habían publicado ya dos volúmenes, correspondientes a los ensayos literarios y a las obras autobiográficas de Ayala.

Desde Tragicomedia de un hombre sin espíritu, su primera novela, de 1925, hasta su último relato, El filósofo y un pirata, de 1999, pasando por cimas narrativas como Los usurpadores, La cabeza del cordero, Muertes de perro o El jardín de las delicias, este volumen recoge la producción narrativa de Ayala durante tres cuartos de un siglo que tuvo en el autor de El hechizado un espectador privilegiado y un analista lúcido, un creador infatigable y un testigo íntegro.

Nada humano fue ajeno a su inteligencia crítica, a su capacidad de análisis, a su ironía cervantina, a su memoria civil y a su compromiso ético. Clásico y vanguardista, discípulo de Quevedo, de Valle-Inclán y de Gómez de la Serna, su creatividad literaria se desenvolvió entre dos géneros, el ensayo y la narrativa, y su agudeza exploró los vínculos que los comunican.

Porque una gran parte de la obra ensayística de Ayala es una reflexión sobre teoría e historia de la novela, una indagación en la novela clásica, en el realismo o en las vanguardias, una aproximación a las relaciones entre la novela y la sociedad o entre la narrativa y el cine.

Y de la misma manera, las novelas y los relatos de Ayala son el resultado de esa meditación, de las lecturas de Cervantes, de Galdós o del 98, de una técnica depurada, de la profundidad de su observación, de su prosa estilizada y de un dominio excepcional de la lengua.

Este volumen supone no solo la reunión de la extensa obra narrativa ayaliana, sino también una fijación definitiva por la editora, Carolyn Richmond, de los textos a partir de las primeras ediciones y de los manuscritos conservados en la Fundación Francisco Ayala:

Dos novelas de aprendizaje de corte tradicional -Tragicomedia de un hombre sin espíritu e Historia de un amanecer-; los relatos vanguardistas de El boxeador y un ángel y Cazador en el alba, que le habían procurado en los años treinta un cierto prestigio como escritor de vanguardia y que anticipan algunos de los temas esenciales de la obra posterior de Ayala; tres libros centrales de cuentos -Los usurpadores, La cabeza del cordero e Historia de macacos-; sus dos mejores novelas -Muertes de perro y El fondo del vaso-; la cumbre literaria que tituló El jardín de las delicias, una obra en marcha que fue creciendo desde su primera edición en 1971 y que plantea una sutil mezcla de realidad y ficción, una arriesgada suma de narrativa y ensayo resuelta con brillantez.

Novelas y cuentos que son una parte fundamental de ese proceso vital que fue la escritura de Francisco Ayala, como destacó Carolyn Richmond en el prólogo general a la edición de las obras completas.

La biografía de un escritor consiste en sus escritos, decía Francisco Ayala en Recuerdos y olvidos, aludiendo a un proceso que culminó con La niña de oro y otros relatos, su última colección de cuentos.

Sobre esa vinculación indisociable entre literatura y vida insistía Ayala cuando afirmaba: Uno escribe siempre su propia vida, sólo que, por pudor, la escribe en jeroglíficos.

O cuando en el epílogo a la primera edición de El jardín de las delicias escribía:

Ya el libro está compuesto. He reunido piezas diversas, de ayer mismo y de hace quién sabe cuántos años; las he combinado como los trozos de un espejo roto, y ahora debo contemplarlas en conjunto.

Sí; cuando me asomo a ellas, pese a su diversidad me echan en cara una imagen única, donde no puedo dejar de reconocerme: es la mía.

Y aquí está, completa y verdadera. esa imagen definitiva de Francisco Ayala.


Santos Domínguez

18/4/12

Los hermanos Tanner


Robert Walser.
Los hermanos Tanner.
Traducción de Juan José del Solar.
Debolsillo Contemporánea. Barcelona, 2012.


Una mañana, un joven de aspecto adolescente entró en una librería y pidió ser presentado al dueño. Hicieron lo que deseaba. El librero, un hombre mayor y de muy venerable porte, clavó una penetrante mirada en el personaje algo tímido que tenía delante y lo invitó a que hablase.

-Quiero ser librero -dijo el juvenil principiante-, es un deseo muy intenso y no sé qué podría impedirme llevar a cabo mi propósito. El oficio de librero me ha parecido siempre fascinante y no veo por qué habría de consumirme más tiempo lejos de tan entrañable y hermosa ocupación. Pues tal como ahora me ve aquí ante usted, caballero, me considero extraordinariamente apto para vender libros en su tienda, y tantos como pudiera desear vender usted mismo. Soy un vendedor nato: amable, ágil, educado, rápido, más bien parco en palabras, resuelto, calculador, atento y honrado, aunque no tan neciamente honrado como quizá parezca. Puedo hacer rebajas si veo ante mí a un pobre estudiante, y disparar los precios para hacerles un favor a esos ricachones que, sospecho, a veces ya ni saben qué hacer con su dinero. Pese a mi juventud, creo conocer un poco al ser humano, y además me gusta la gente, por muy distinta que sea. De modo que nunca pondré mi experiencia humana al servicio de la estafa, y menos aún se me ocurrirá perjudicar su preciado negocio tratando con exagerado miramiento a ciertos pobres diablos. En una palabra: mi amor por la gente mantendrá, en la balanza de las ventas, un agradable equilibrio con la razón mercantil, que tiene un peso similar y me parece tan necesaria para la vida como un alma rebosante de cariño: sabré mantener la justa medida, puede estar seguro de ello desde ahora.

Con esos párrafos de prosa sólida y sintaxis hipnótica, con ese estilo potente cuya fuerza se mantiene en la espléndida traducción de Juan José del Solar, comienza Los hermanos Tanner, la primera novela de Robert Walser (1878-1956) que acaba de publicar Debolsillo.

Walser la editó hace más de un siglo, en 1907, en su época berlinesa, y es una inmejorable vía de acceso al peculiar mundo literario de un autor que asombró a Kafka, a Musil, a Canetti, a Hesse o a Vila-Matas.

Y a cualquiera que se atreva a entrar en ese perturbador universo creativo, que hace del lector un cómplice cercano y asombrado por el matiz descriptivo y por la profundidad de una mirada interior que se expresa a través de monólogos fluidos y poderosos.

El goce de la infelicidad, la filosofía del perdedor, la inquietud existencial, la perpleja contemplación del mundo que Walser expresa a través de Simon Tanner, su nostalgia sin causa y sin objeto, el elogio de la derrota y los paseos interminables son parte nuclear de una novela sin argumento ni trama, de una narración que, como el protagonista, no va a ningún sitio.

A eso aludía Kafka, que confesó deberle todo a Walser, cuando anotó esto: ¿Acaso Simon Tanner no vagabundea, nadando en la felicidad, para no producir nada, a no ser el goce del lector?

Vagabundeos, cambios de lugar y de trabajo que son el reflejo de la desazón y la inadaptación de un personaje como Simon Tanner, tan inestable y extraterritorial como el propio Walser, volcado en estos años berlineses en una escritura sin propósito que expresaba el fluir de la vida, en un presente continuo sin futuro ni proyecto.

Es la vida no como peregrinación sino como puro merodeo errante, igual que esta novela es un puro transcurrir sin plan ni método, sin un proyecto vital para un protagonista tan cambiante como Walser.

Tal vez de ahí proceda la sostenida intensidad de este texto en el que el lector no echará de menos nada, ni siquiera un extraño don profético de Walser, que parece anticipar, cincuenta años antes, las circunstancias de su propia muerte en la de Sebastian, uno de los hermanos Tanner:

La nieve crujía bajo sus pisadas. Los abetos estaban tan cargados de nieve que inclinaban majestuosamente hasta el suelo sus poderosas ramas. Como a mitad de la subida vio Simon de pronto a un hombre joven echado sobre la nieve, en medio del camino. Aún había suficiente claridad en el bosque como para divisar al durmiente. […] Sebastian debió de haberse desplomado allí, víctima de un cansancio enorme que ya no pudo soportar. […] ¡Con qué nobleza ha elegido su tumba! Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos de nieve. No quiero avisar a nadie. La naturaleza se inclina a contemplar a su muerto, las estrellas cantan dulcemente en torno a su cabeza y las aves nocturnas graznan: es la mejor música para alguien que ya no tiene oído ni sensaciones.

Santos Domínguez

16/4/12

Wordsworth. La abadía de Tintern


William Wordsworth.
La abadia de Tintern.
Edición y versión de Gonzalo Torné.
Lumen. Barcelona, 2012.


Junto con Coleridge, el otro poeta de los lagos, Wordsworth (1770- 1850) fundó el movimiento romántico inglés con la publicación de las Baladas líricas, un libro escrito entre los dos.

A ese libro pertenecía Tintern Abbey, un poema –casi panteísta, casi incestuoso- que Worsdworth fechó el 13 de julio de 1798 tras un segundo viaje a ese lugar emblemático del sur de Gales. Decidió añadir ese texto para cerrar la edición que se estaba preparando de las Baladas líricas, que aparecerían ese mismo año y que contenían veinte poemas suyos y cuatro de Coleridge.

Desde entonces, con El Preludio, La abadía de Tintern -Versos compuestos unas cuantas millas más arriba de la abadía de Tintern- se ha consolidado como la mejor composición de Worsdworth y como uno de los poemas canónicos de la poesía inglesa.

Con ese texto que cerraba las Baladas se abre la antología bilingüe que publica Lumen con selección, traducción y prólogo de Gonzalo Torné.

Los trece poemas que constituyen el volumen contienen las claves líricas y temáticas de la poesía romántica: las ruinas medievales, la conciencia del tiempo, el sentimiento de la naturaleza, el sueño y el ensueño y la crisis del racionalismo, la proyección de los estados de ánimo en el paisaje, un paisaje mental que refleja la relación problemática del poeta con el mundo, la soledad o la distancia entre la naturaleza y la conciencia.

Al poema que da título a la antología pertenecen estos versos:

Porque he aprendido
a mirar la naturaleza, no como en la época
de mi juventud irreflexiva, sino escuchando a menudo
la sosegada y triste música de la humanidad,
ni áspera ni disonante.

Todos esos temas y una actitud profundamente subjetiva vertebran una poesía que, en palabras de Gonzalo Torné, apenas trata de nada.

La montaña y los bosques, las ruinas y el río, el viejo vagabundo que caza sanguijuelas, el hermano muerto en un mar tenebroso, el mendigo de Cumberland, independiente y radicalmente libre, el suicidio de la primera viuda de la guerra de Troya, el amor y la muerte en el ciclo de poemas a Lucy, el paraíso perdido de la infancia... son algunos de los temas que recorren estos poemas espléndidamente traducidos por Gonzalo Torné, a cuyo prólogo –Entusiasta conciencia desdichada- pertenecen estas palabras:

Worsdworth hizo algo con la poesía occidental que no puede ignorarse, de manera que cualquiera que escribe o lee poesía, lo sepa o no, la lee y la escribe worsdworthizada.

Santos Domínguez

13/4/12

Rosas profanas



José Antonio Ramírez Lozano.
Rosas profanas.
Adonáis. Rialp. Madrid, 2011.


Desde el título, de suave parodia rubeniana, José Antonio Ramírez Lozano mantiene en Rosas profanas, que publica la colección Adonáis, un difícil equilibrio entre el juego y el fuego, entre la contención y el virtuosismo verbal, entre la seriedad y el humor.

Barroco en el mejor sentido de la palabra, como recreador de la tradición con el destello de la palabra, Ramírez Lozano habita un territorio que Gracián definió como más propio del ingenio que del genio: la agudeza.

Se trata de buscar nuevas relaciones entre los objetos, de proponer una nueva mirada hacia la realidad y una nueva relación entre las palabras y las imágenes. Y por eso puede volver Ramírez Lozano con brillantez a los ambientes y a los personajes que ya estaban en Fabulario o en Bestiario de cabildo, aunque iluminados ahora -o ensombrecidos- por otra luz.

Porque el poeta vuelve para mirar a sus criaturas a una nueva luz, con menos fulgor y más sombra, con una mirada más honda y menos desenfadada que la de aquellos sus primeros libros.

Lo explica en este Paraíso, de su reciente Las islas malabares:

Me encanta saquearme la palabra
con la palabra misma.
Mirarme en lo que dije en otros versos
cuando aún eran míos
y ahora con la edad pedirle cuentas
al tiempo que no tengo
con las palabras mismas con que un día
canté lo que he perdido.

Entro y salgo, ya veis, de aquel jardín
a robarme la fruta cada vez
que escribo un verso que ya estaba escrito.

Dios, sin duda, muchachos, se olvidó
de cortarnos la lengua –ya lo dije-
cuando nos expulsó del Paraíso.

Ramírez Lozano funde aquí distintos registros lingüísticos que van del Barroco al Modernismo; de la poesía del grupo Cántico al desarraigo de Blas de Otero; de Cunqueiro al esperpento. Y esa fusión construye una voz personal que integra diversos tonos en los que lo serio y lo jocoso se conjugan con una variedad métrica en la que el predominante verso largo, de respiración narrativa, deja paso al verso corto neopopularista que ya ejecutó con brillantez en Agua de Sevilla.

Son la cara y la cruz de ese doblón de oro que es la poesía de Ramírez Lozano, capaz de reunir tonos tan variados y de tan distinto alcance: la broma y la ocurrencia con una reflexión ascética que viene de Mañara y el guiño o el destello de la imaginería sevillana.

Y es que un ángel barroco y fieramente humano sobrevuela estos versos, suavemente elegiacos, de Ramírez Lozano, que contienen también un devocionario heterodoxo de oraciones en las que conviven la invocación y la evocación.

Cierra el conjunto un espléndido diálogo, Última tentación de San Antonio, que ahonda en el verdadero sentido de un libro como este: una profunda reflexión, a veces demasiado canina, monda y conceptuosa, sobre la palabra como tentación, sobre su capacidad creativa, sobre la búsqueda de la belleza desde el deseo amoroso y la aspiración a la hermosura que nos hace semejantes a los dioses:

La belleza delata el reino que los dioses
nos negaron un día, su falta de piedad
con los desheredados, que a fuerza de invocarlos
les damos la certeza tremenda de su nombre,
esa prosodia oscura de la que se sustentan.

Es la palabra arrebatada a los dioses, la palabra que permite poseer el mundo:

Vivirás mientras digas. Lo que nombres será.

Santos Domínguez

11/4/12

El radicalismo olvidado de la Ilustración europea


Philipp Blom.
Gente peligrosa.
El radicalismo olvidado
de la Ilustración europea.

Anagrama. Barcelona, 2012.


El historiador alemán Philipp Blom vuelve sobre un asunto ya tratado en su magnífica Encyclopédie: la Ilustración. En Gente peligrosa, también publicada por Anagrama, se centra en la facción más radical y olvidada de quienes formaron parte de los llamados philosophes, los ateos, liderados por Diderot, y que una vez por semana durante varias décadas se reunieron en el salón de la casa del Barón d'Holbach, padre del ateísmo moderno.

El empeño explícito de Blom es alterar la jerarquía de los philosophes, actuando como valedor de Diderot y d'Holbach, en detrimento de figuras tradicionalmente mucho más valoradas como Voltaire y Rousseau. Aunque algunos de sus argumentos no parezcan muy convincentes (Diderot dedicó la mayor parte de sus esfuerzos creativos a la redacción y supervisión de la Enciclopedia; D'Holbach estaba lejos de ser un escritor ameno), otros argumentos no admiten duda, pues es cierto que ambos tuvieron que luchar contra la censura que les obligó a publicar los manifiestos ateos bajo pseudónimo y, en el caso de Diderot, un simple burgués, a andarse con mucho cuidado, pues ya en su juventud pasó meses en prisión y sólo la abandonó con la promesa de no volver a defender por escrito el ateísmo. D'Holbach y Helvétius publicaron su ateísmo, pero evitaron males mayores gracias a su posición social.

Quizás lo más interesante del libro es la descripción del ambiente del salón d'Holbach por el que pasaron personajes de la importancia de Rousseau, Beccaria, Adam Smith, Sterne o David Hume. Un salón en el que se discutía sobre la forma de un mundo sin Dios, y donde alrededor de la mesa del Barón se hablaba de una sociedad en la que mujeres y hombres ya no vivirían oprimidos por el miedo y la ignorancia que infundía la religión, y cada cual podría vivir su vida plenamente.

Para Blom la importancia filosófica de estos pensadores radicales, que recogieron la ideología atea de Epicuro, Lucrecio y Spinoza, fue luego despreciada por historiadores que prefirieron al místico Rousseau e incluso al deísta Voltaire, que no sólo creía en un Dios en su papel de Relojero Supremo, sino que no veía con malos ojos una religión que sirviese para mantener a los pobres conformes con su miserable destino.

Así, según Blom, en el Olimpo de los philosophes, la importancia de cada cual se adjudicó no por su valía como pensadores, sino en función de su postura ante la religión. Gente peligrosa es una apología sin complejos de estos ilustrados radicales cuyas ideas Blom considera más útiles para nuestro confuso mundo actual.

Un mundo actual en el que Blom descubre durante sus investigaciones en París, que los párrocos de la iglesia de Saint-Roch, donde yacen los restos de Diderot y d'Holbach, fingen ignorar quiénes fueron estos personajes, quizás en venganza por tener que oficiar sus arcanas ceremonias en tan peligrosa compañía.


Jesús Tapia

10/4/12

Las épocas de la literatura española


Felipe B. Pedraza Jiménez.
Milagros Rodríguez Cáceres.
Las épocas de la literatura española.
Ariel Letras. Barcelona, 2012.

Durante un cuarto de siglo, entre 1980 y 2005, Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres desarrollaron un ambicioso Manual de literatura española en dieciséis volúmenes.

Hace ahora quince años, en 1997, como complemento y como síntesis de aquella obra mayor, los mismos autores, que firmaron algo después una espléndida Antología comentada de la poesía española, publicaron Las épocas de la literatura española, un riguroso compendio cronológico reunido en un volumen que acaba de reeditar Ariel Letras.

Si el manual era una historia descriptiva que armonizaba la visión general con la atención individualizada a autores mayores y menores, Las épocas de la literatura española ofrece una panorama global en once momentos, en once capítulos en los que se atiende a lo genérico más que a lo particular, a lo común más que a lo específico, a los movimientos más que a los autores, a los géneros, en fin, más que a las obras.

Se trata de una mirada al escenario de la literatura española que se fija más en el telón de fondo que en los actores, más en el decorado que en los personajes. Por esa razón este volumen contiene una exposición de los motivos, temas y argumentos de cada uno de los once periodos en los que se articula cronológicamente el estudio, una presentación diacrónica de los discursos y la actitudes de cada contexto y de su evolución, una descripción del marco y de la escena que forman parte del cuadro general.

Con ese planteamiento se aborda el contexto histórico y cultural de cada momento, se hace una aproximación a las relaciones entre literatura y sociedad en cada movimiento, se analiza la periodización interna y los grupos generacionales sucesivos y la evolución expresiva de los géneros literarios a través de sus manifestaciones más características y sus autores más representativos.

Santos Domínguez

9/4/12

Paseando con fantasmas


Paseando con fantasmas.
Antología del cuento gótico.
Selección y traducción de Marian Womack.
Prólogo de David Roas
Páginas de Espuma. Madrid, 2012.

La espléndida ilustración que se ha elegido para la portada de Paseando con fantasmas, que publica Páginas de Espuma, revela las raíces clásicas de la literatura gótica. Es un cuadro de Johann Heinrich Füssli que está en la Tate Gallery: Macbeth consulting the Vision of the Armed Head.

Aquel prerromántico, el mejor pintor de pesadillas de la historia, lo terminó en 1793, un año en el que ya se apreciaba en Inglaterra la tendencia gótica que había inaugurado muy poco antes El castillo de Otranto, de Horace Walpole.

Si gran parte del teatro de Shakespeare es una incursión en las raíces de la maldad y en el lado oscuro del hombre, el Prerromanticismo y el Romanticismo insisten en la exploración de esas zonas misteriosas de la realidad, en la irracionalidad y en lo incomprensible.

La narrativa, en todas sus variantes, del cuento a la novela pasando por la novela corta, fue la forma literaria en la que esas indagaciones encontraron su cauce de expresión más perdurable.

Y una muestra significativa de esos relatos góticos es la que acaba de publicar Páginas de Espuma en Paseando con fantasmas, una antología del cuento gótico desde finales del XVIII hasta las primeras décadas del XIX.

Con selección y traducción de Marian Womack y prólogo de David Roas, se recogen aquí dieciocho cuentos góticos, algunos de autores conocidos como Mary Shelley, W. Thackeray o Byron, pero la mayoría traducidos ahora por primera vez al español.

Con fantasmas y cadáveres en una escenografía de ruinas o cementerios, con crímenes o apariciones sobre un fondo sonoro tenebroso, con venenos y venganzas en una naturaleza desatada y con una meteorología fantasmal en la que no pueden faltar tormentas y marejadas, estos relatos son la respuesta romántica a la antigua atracción por una dimensión desconocida de la realidad, pero obedecen también a la necesidad de explicarse los mecanismos de la maldad, del subconsciente, de lo demoniaco o de la parte animal más o menos oculta de las personas.

Como en toda la literatura fantástica, se practica en estos textos una huida de la realidad inmediata, con lo que la lejanía en el espacio y en el tiempo se convierte en uno de los ingredientes del género gótico, una receta que en 1798 ridiculizaba en Francia el periódico Spectateur du Nord. La reproduce David Roas en el espléndido prólogo de esta edición:

Un viejo castillo medio en ruinas;
Un largo corredor, con muchas puertas, muchas de las cuales
deben estar ocultas;
Tres cadáveres aún sangrantes;
Tres esqueletos en sus ataúdes;
Una anciana ahorcada, con algunas puñaladas en la garganta;
Ladrones y bandidos a discreción;
Una dosis suficiente de murmullos, de gemidos ahogados y de horribles estrépitos;
Todos estos ingredientes, bien mezclados y divididos en tres porciones o volúmenes, producen una excelente mezcla que todos los que no tienen la sangre negra podrán tomar en el baño inmediatamente antes de irse a dormir. Así se sentirá mejor su efecto.
Probatum est.

Santos Domínguez

6/4/12

Paul Johnson. Humoristas


Paul Johnson.
Humoristas
Traducción de Joan Eloi Roca.
Ático de los Libros. Barcelona, 2012.

Caballeros, les he dado conversación, lo que no puedo darles es inteligencia, dijo una vez el Dr. Samuel Johnson a sus interlocutores.

Es uno de los muchos episodios, ocurrencias y situaciones que incorpora Paul Johnson en su Humoristas, un jovial recorrido por la historia y el canon del humor que publica Ático de los Libros.

Un recorrido de catorce capítulos dedicados a personajes que en palabras de su autor constituyen una extraña colección de genios, fracasados, borrachos, inadaptados sociales, tullidos e idiotas con un don. Tienen en común solo el deseo, y la capacidad, de hacer reír a un gran número de personas. En esta serie de libros que reúne intelectuales, creadores y héroes, creo que los cómicos son los más valiosos.

Abre el libro una muy inteligente y jocosa introducción sobre el sentido, las formas, la evolución de la risa y los mecanismos que la provocan.

Y a partir de ahí, con una envidiable soltura narrativa, Humoristas pone en pie figuras y situaciones, hechos y palabras en una serie de escenas vivas por las que pasean pintores, escritores o actores que hicieron del humor una forma de enfocar la vida, una manera de despegarse de ella, de analizar las debilidades humanas y de mirarlas de manera crítica o compasiva.

En esa línea están William Hogarth, un precursor del cómic, un pintor del caos desde la posición del moralista; Benjamin Franklin, fundador de la risa americana; el Dr. Johnson, melancólico y sombrío, pero divertido, ocurrente y dotado de un agudo sentido del humor parejo a su inteligencia; Thomas Rowlandson, pintor de acuarelas y grabados satíricos o pornográficos; o Dickens, el cómico con más éxito de la historia que alcanzó una de sus cimas en los juegos verbales y en las extravagancias risibles del Club Pickwick.

Otros personajes, como Chesterton –una gárgola viva y charlatana- o Chaplin –ágil, sutil y sentimental- tienen con el humor una relación evidente, como Laurel y Hardy o los hermanos Marx, o un vínculo soterrado e imprevisible, como ocurre con Toulouse-Lautrec. Porque a primera vista ¿qué hay de gracioso en su deforme persona y en su obra?

Y así, desde el caos a la melancolía pasando por la sutileza, el doble sentido o la carcajada sarcástica, Humoristas explora también las diferentes modalidades del humor, sus diversas tonalidades y sus variantes comunicativas que van desde lo plástico hasta lo verbal y de la pura gesticulación a la elaboración conceptual en la expresión de una actitud tan exclusivamente humana como la risa.


Santos Domínguez

4/4/12

Melville en Barataria

Herman Melville.
Yo y mi chimenea.
El pudín del pobre y las migajas del rico.
Traducción de Adrià Edo.
Barataria. Barcelona, 2012.

Como Poe, como Hawthorne, como Emily Dickinson, Herman Melville (1819-1891) forma parte del Dark Romanticism, de aquel Romanticismo oscuro que tuvo su expresión más acabada en la narrativa breve de estos tres autores y en la poesía de Emily Dickinson.

Espléndidamente traducidos por Adrià Edo, Barataria publica dos de los diecinueve relatos que escribió el autor de Moby Dick y de Bartleby el escribiente.

Yo y mi chimenea y El pudín del pobre y las migajas del rico, una novela corta y un cuento, son dos relatos muy distintos en tono, pero semejantes en calidad y en el uso de la narración en primera persona.

Yo y mi chimenea, dos viejos fumadores canosos, residimos en el campo. Estamos, puedo asegurarlo, bien asentados aquí, sobre todo mi vieja chimenea, que se asienta más y más cada día.

Así comienza el primero, un relato alegórico en el que la chimenea aparece humanizada (anfitriona, gran señora, mi superior, ciudadana libre de esta tierra libre) y es una imagen de la identidad personal frente a la tendencia enfermiza a defender las novedades.

Frente al viejo narrador y su reina -la chimenea-, su mujer –una anciana otoñal con alma primaveral- defiende lo nuevo y quiere eliminar la chimenea para lo que recurre a todo tipo de argumentos y de pactos.

El pudín del pobre y las migajas del rico es un cuento más breve y más duro: una mezcla en sus dos encuadres de piedad hacia el pobre y de sarcasmo hacia el rico. Una crítica de la beneficencia y la caridad de los ricos y una denuncia de la hipocresía a través de un narrador que asiste – como Dante- acompañado por un guía al infierno de la pobreza.

Un texto que termina con estas palabras demoledoras: el cielo me guarde por igual del pudín del pobre y de las migajas del rico.

Santos Domínguez

2/4/12

Graves. Los mitos griegos


Robert Graves.
Los mitos griegos.
Traducción de Lucía Graves.
Ariel. Barcelona, 2012.

Después de Ovidio, quizá nadie haya sabido narrar los mitos con la solvencia literaria de Robert Graves.

Como el autor de Las Metamorfosis, Graves no sólo es un brillante mitógrafo, sino un poeta con talento narrativo cuya mirada se proyecta sobre el mismo fondo paisajístico mediterráneo.

Con traducción de Lucía Graves, Ariel publica una versión abreviada de Los mitos griegos organizada en siete bloques: los mitos de la creación, las genealogías y los nacimientos de los dioses olímpicos, las relaciones de los dioses con los héroes y con los hombres, sus virtudes y sus debilidades, los argumentos relacionados con Minos, Dédalo y Teseo, los mitos tebanos y micénicos que alimentaron las tragedias clásicas como el de Edipo y Orestes, los doce trabajos de Heracles y su apoteosis, las peripecias de los argonautas y Medea.

Contados como episodios de una novela, vinculados unos con otros por un escenario común y sostenidos en una red de relaciones que revelan su significado histórico, su sentido antropológico o su fondo simbólico o mágico, los mitos griegos forman parte de un fondo inagotable de la tradición occidental.

Por eso siguen habitando en el inconsciente colectivo y nutriendo los argumentos de la literatura, la pintura o la música con sus historias de amor y odio, de culpa y venganza, de miedo y ambiciones, de pasiones secretas y traiciones.

Más allá de la mera recopilación de mitos, ese material valioso se convierte en la pluma de Graves en un potente conjunto narrativo de aire contemporáneo.

Santos Domínguez