Sharon Olds.
Los muertos y los vivos.
Traducción de J. J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas.
Bartleby Editores. Madrid, 2006.
Los muertos y los vivos.
Traducción de J. J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas.
Bartleby Editores. Madrid, 2006.
Sharon Olds (1942) es una de las voces poéticas más personales de la literatura norteamericana actual. Uno de sus libros esenciales, escrito en 1983, es Los muertos y los vivos. Lo edita Bartleby, que había publicado ya El padre, en edición bilingüe y con traducción de J. J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas.
La vida y la muerte, el dolor del recuerdo y el acecho de la incertidumbre son algunos de los temas que llaman la atención de quien se acerque a la poesía de Sharon Olds, afilada como una navaja y expresiva de un desvalimiento que hace señales al lector en busca de complicidad o de consuelo.
Una poesía que contiene a la vez la afirmación y la negación, la luz y la sombra, y en la que el presente es un punto de fuga donde confluyen el pasado y el futuro, la belleza y la crueldad, el amor y los abusos sexuales, para construir un libro como este, duro y tierno, de una mujer fuerte y frágil. Vida, muerte y tiempo se conjuran en la mirada de Sharon Olds sobre lo cotidiano. Y, entonces, de la observación de una fotografía, del silencio de las imágenes, de la trivialidad de un juguete, una calle o una conversación surge el poema.
Sharon Olds asume en su obra la vocación narrativa de la poesía norteamericana que desde Lee Masters a Rexroth o Larkin desarrolla una lírica discursiva, de tono conversacional y prosaico, que no le resta altura ni hondura a su estilo.
A esa tradición se suma Sharon Olds con una obra madura como esta, subjetiva y autobiográfica, que va siempre del detalle particular a una generalización trágica sobre el sentido de la vida. Mejor dicho, sobre el sentido del vivir, porque esta poesía huye siempre de la abstracción y de las grandes palabras para explorar confesionalmente, en un desnudamiento terapéutico, las cercanías más significativas, biográficas o familiares, para nombrar las variedades de la oscuridad, la sexualidad desvalida y vejada de la infancia, de las víctimas de la guerra, los malos tratos o el tiempo.
La poesía de Sharon Olds se sitúa muchas veces en el límite de la zona de sombra que separa la vida de la muerte. Y en este libro esa línea imprecisa es la que marca el eje que articula sus dos partes.
Los Poemas para los muertos, públicos y privados, hacen un dibujo de la muerte a partir de fotografías ( de una niña en la Rusia de 1921, de unos disturbios raciales, de un niño armenio muerto) que son la base de viñetas en las que lo social y lo político se unen a la evocaciones emocionadas de muertos familiares y a la denuncia de turbios episodios privados llenos de brutalidad y abusos.
La segunda parte del libro, los Poemas para los vivos, está centrada en la familia, en el marido y en los hijos, y plantea una pluralidad de enfoques y perspectivas para unas relaciones complejas y problemáticas expresadas siempre con una contención que no oculta su desgarro emocional:
sólo existía el instante, y mientras
dormías en el silencio, te observaba como quien observa
a un recién nacido, consciente siempre del
milagro, la línea que hemos cruzado
desde la oscuridad.
La vida y la muerte, el dolor del recuerdo y el acecho de la incertidumbre son algunos de los temas que llaman la atención de quien se acerque a la poesía de Sharon Olds, afilada como una navaja y expresiva de un desvalimiento que hace señales al lector en busca de complicidad o de consuelo.
Una poesía que contiene a la vez la afirmación y la negación, la luz y la sombra, y en la que el presente es un punto de fuga donde confluyen el pasado y el futuro, la belleza y la crueldad, el amor y los abusos sexuales, para construir un libro como este, duro y tierno, de una mujer fuerte y frágil. Vida, muerte y tiempo se conjuran en la mirada de Sharon Olds sobre lo cotidiano. Y, entonces, de la observación de una fotografía, del silencio de las imágenes, de la trivialidad de un juguete, una calle o una conversación surge el poema.
Sharon Olds asume en su obra la vocación narrativa de la poesía norteamericana que desde Lee Masters a Rexroth o Larkin desarrolla una lírica discursiva, de tono conversacional y prosaico, que no le resta altura ni hondura a su estilo.
A esa tradición se suma Sharon Olds con una obra madura como esta, subjetiva y autobiográfica, que va siempre del detalle particular a una generalización trágica sobre el sentido de la vida. Mejor dicho, sobre el sentido del vivir, porque esta poesía huye siempre de la abstracción y de las grandes palabras para explorar confesionalmente, en un desnudamiento terapéutico, las cercanías más significativas, biográficas o familiares, para nombrar las variedades de la oscuridad, la sexualidad desvalida y vejada de la infancia, de las víctimas de la guerra, los malos tratos o el tiempo.
La poesía de Sharon Olds se sitúa muchas veces en el límite de la zona de sombra que separa la vida de la muerte. Y en este libro esa línea imprecisa es la que marca el eje que articula sus dos partes.
Los Poemas para los muertos, públicos y privados, hacen un dibujo de la muerte a partir de fotografías ( de una niña en la Rusia de 1921, de unos disturbios raciales, de un niño armenio muerto) que son la base de viñetas en las que lo social y lo político se unen a la evocaciones emocionadas de muertos familiares y a la denuncia de turbios episodios privados llenos de brutalidad y abusos.
La segunda parte del libro, los Poemas para los vivos, está centrada en la familia, en el marido y en los hijos, y plantea una pluralidad de enfoques y perspectivas para unas relaciones complejas y problemáticas expresadas siempre con una contención que no oculta su desgarro emocional:
sólo existía el instante, y mientras
dormías en el silencio, te observaba como quien observa
a un recién nacido, consciente siempre del
milagro, la línea que hemos cruzado
desde la oscuridad.
Santos Domínguez