18 abril 2025

Antonio Colinas. Sepulcro en Tarquinia

 

Antonio Colinas.
Sepulcro en Tarquinia 
(Poema).
Prólogo de Alfredo Rodríguez.
Epílogo de Enrique Cabezón.
Ediciones del 4 de agosto. Logroño, 2025.


“El más amado de todos los sepulcros.”

Así define Alfredo Rodríguez el Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas en el estupendo prólogo (“Una revelación de plenitud”) que ha escrito para la reedición exenta del poema en Ediciones del 4 de agosto.

Este es su memorable comienzo:

se abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines,
la noche sumergió pechos y rosas,
noche de madurez envuelta en nieve 
después del sueño lento del otoño,
después del largo sorbo del otoño,
después del huracán de las estrellas,
del otoño con árboles de oro,
con torres incendiadas y columnas, 
con los muros cubiertos de rosales tardíos

Fechado en Monterosso al Mare en la primavera de 1972, es un largo poema de casi quinientos versos que dio título a uno de los libros más luminosos e intensos de Antonio Colinas, que se publicó hace ahora medio siglo, en 1975.

Sepulcro en Tarquinia es la culminación de su primera etapa poética, marcada por un culturalismo vivido y una intensa sentimentalidad neorromántica, por un lirismo telúrico y una admirable pureza formal, en definitiva, por una concepción de la poesía como suma de intensidad emocional, de hondo conocimiento y depurada elaboración verbal.

Esta es su estrofa final:

debes saberlo ahora que recuerdas:
jamás llegará nadie a este lugar,  
aquí nos trae el mar los peces muertos
y no hay más vida que la de las olas
estallando en la noche de las grutas,
soñarás una barca cada noche,
soñarás unos labios cada noche, 
en vano escucharás junto a las rocas,
jamás llegará nadie a este lugar,
recorrerás las salas del convento,
escrutarás la faz de la Diana,
los gatos mirarán la fría aurora, 
habrá un fresco con grumos de salitre
en la cripta, sin techo del castillo,
el huracán arrancará geranios,
jamás llegará nadie a este lugar,
jamás llegará nadie a este lugar 
y las gaviotas me darán tristeza

“Hay una plenitud de vida y color en Sepulcro en Tarquinia. Una maravillosa sinfonía, con sus ritmos, llega al oído de nuestro espíritu como lectores”, escribe Alfredo Rodríguez en un prólogo que combina el certero análisis crítico del poema con el aura de emoción personal asociada a su lectura y a su vivencia intensa y honda del poema. Así termina su prólogo: “Mantengamos encendido el fuego que Sepulcro en Tarquinia nos ha legado. Que arda en su nombre una lámpara perpetua.”

Cierra esta cuidada edición un Epílogo, “50|30 aniversario”, en el que el editor, Enrique Cabezón, acaba expresando su deseo de “que esta edición sirva para compartir, releer y reivindicar una obra que, cinco décadas después, sigue latiendo en el corazón de los buenos lectores de poesía con la misma fuerza que el primer día.”


Santos Domínguez 

16 abril 2025

Laure Murat. Proust, novela familiar

 




Laure Murat.
Proust, novela familiar.
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia 
y Amaya García Gallego.
Anagrama. Barcelona, 2025.

“¿Y por qué todo el que emprende el larguísimo viaje que es En busca del tiempo perdido se sorprende al reconocerse a sí mismo en cada página? Porque Proust, en «esa novela que no para de pensar» (el Tiempo, el yo, las artes, la escritura, los celos, la fenomenología), a través de ese yo del narrador y protagonista, nos devuelve a nosotros mismos.
[…]
Obviamente, no estoy infringiendo ninguna prohibición al leer En busca del tiempo perdido. Pero vuelvo a sumergirme en mis orígenes. Ese retorno a las fuentes de una realidad mediante la ficción tiene efectos concretos. Eso es lo que narra este libro”, escribe Laure Murat en uno de los primeros capítulos de Proust, novela familiar, que publica Anagrama con una magnífica traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego.

Híbrida de ensayo y relato autobiográfico, la rematan casi doscientas cincuenta notas finales, alusivas a la obra, la vida y la correspondencia de Proust y un índice onomástico de personas y personajes. 

Alejada de enfoques académicos, es, entre otras cosas, un homenaje literario a la novela de Proust, el intenso testimonio de una lectura muy personal y cercana que ha acompañado a lo largo de tres décadas a Laure Murat, profesora en la UCLA de Los Ángeles y descendiente de la aristocracia francesa del Imperio. Y así la autora busca su propio reflejo en la lectura de En busca del tiempo perdido, entendido casi como si fuera un álbum familiar:

Me pasé toda la adolescencia oyendo hablar de los personajes de En busca del tiempo perdido, convencida de que eran tíos o primas a los que yo nо сопоcía aún, cuyas ocurrencias se contaban exactamente igual que se citaban las agudezas que soltaban en las cenas mundanas personas reales de las que me resultaba imposible distinguirlas. Las réplicas de Charlus y las pullas de la duquesa de Guermantes se confundían con las salidas más picantes de la familia, sin solución de continuidad entre ficción y realidad.

Lecturas en clave familiar y personal que le hicieron escuchar en sí misma el eco del tiempo perdido en la evocación del retrato de sus antepasados y de los espacios físicos y los ambientes sociales que compartieron con Proust. Porque “aprendí muy pronto a remontar el tiempo sin esfuerzo, fabricándome una memoria por poderes, depositaria de recuerdos de cosas que yo no había vivido. […] En el fondo, por la persona interpuesta de mi padre y su educación, solo me separaba un grado de la sociedad que Proust describió en su heptalogía, un universo obviamente lejano y pretérito y aun así familiar.”

“Con cada lectura, Proust modificó mi forma de ver el mundo”, escribe Laure Murat a propósito de esas lecturas profundas, constantes y sanadoras que le permitieron asumir su propia homosexualidad y la ruptura con su familia a través del diálogo fecundo con Proust y su mundo.

Como recuerda Laure Murat, “Proust tiene una actitud ambivalente de cara a la nobleza del Imperio y progresivamente la fue juzgando con mayor dureza (como a toda la aristocracia en general), puesto que En busca del tiempo perdido también es la historia de una tremenda desilusión y de un vuelco casi total de las opiniones del narrador.”

Efectivamente, la mirada crítica de Proust hacia la vulgaridad que hay bajo el barniz de ese mundo aristocrático es cada vez más palpable según avanzan las siete entregas de la serie. Y, como Proust, Laure Murat va dejando al descubierto el vacío y la hipocresía de ese mundo formal y vacío, anacrónico y a menudo iletrado, muy inferior al novelista: “En esta miscelánea superficial de mundanidad y literatura he visto a duquesas iletradas burlarse del esnobismo de Proust y de la fascinación que sentía por la aristocracia.”

Desde ese punto de vista, el libro es, además de un ajuste de cuentas con el pasado, una sátira a dos manos y a dos voces: la de Proust y la de Murat, de los Guermantes a su propia familia, porque el novelista frecuentaba la casa de sus bisabuelos, “cuyos nombres aparecen en la novela”.

Pero, más allá de esa lectura en clave familiar del ciclo proustiano, el sentido final de este libro radica en resaltar el poder emancipador de la literatura, como se anuncia ya en la cita inicial, extraída de un texto de Proust de 1899:

Todos estamos, ante el novelista, como los esclavos ante el emperador: con una palabra puede emanciparnos. [...] Gracias a él somos Napoleón, Savonarola, un campesino, aún más -existencia que podríamos no haber conocido nunca-, somos nosotros mismos.

De ese modo, lectura, memoria e identidad personal se van cruzando en estas páginas en las que el efecto espejo conjura el pasado y lo proyecta en el presente para invocar el poder benéfico y liberador de la literatura. Y para reconstruir la revelación de la lectura que será decisiva en el autorreconocimiento de la lectora y en la asunción de su identidad sexual, como explica en ‘Una larga pesadilla’, uno de los capítulos centrales del libro:

Al arrancar una a una las máscaras de la leyenda, al escarbar concienzudamente en el mito hasta los tuétanos, Proust no solo me liberó de los tópicos y demás trivialidades inherentes a la nobleza y la dotó, en su lugar, de sentido y profundidad. También le dio un segundo vuelco a mi vida, igual de determinante, pero de índole muy distinta, al ser el primero en tomarse «la homosexualidad en serio», como le oí decir a Chantal Akerman en París, durante la proyección de La cautiva (2000), que es una adaptación de La prisionera. Ahora bien, la homosexualidad (la mía) fue precisamente lo que ratificó la ruptura definitiva con mi familia, que se había iniciado durante una conversación con mi madre.

Estas son las líneas finales del último capítulo, “En busca del tiempo perdido o el consuelo”, que resumen el efecto reparador de la lectura y de la escritura en este espléndido Proust, novela familiar, en el que Laure Murat diluye las fronteras entre el pasado y el presente, entre la ficción y la realidad, entre la vida y la literatura:

¿Sospechaba siquiera Proust que al bosquejar su novela estaba inventando un auxilio más poderoso que el cariño de una madre ausente? ¿Que su obra, al ofrecer constantemente la oportunidad de abrir los ojos, incluso de forma introspectiva, pondría al alcance de millones de personas en todo el mundo una plantilla para comprender y descifrar el mundo tan soberana como dinámica y tan sutil como penetrante? ¿Que a cualquier hijo de vecino le enriquecería sorprendentemente leer su obra, porque es muy cierto que «un error disipado nos aporta un sentido más»? Proust no nos adormece el dolor con las volutas de su prosa, sino que nos exacerba sin tregua el deseo de saber, esa libido sciendi que, al separar al niño de su madre, nos emancipa de la desdicha con mayor seguridad que todas las palabras de la compasión.
En este sentido, no sería exagerado decir que Proust me salvó.

Santos Domínguez 

14 abril 2025

Una biografía de Carmen Martín Gaite

  




José Teruel. 
Carmen Martín Gaite. 
Una biografía.
 Tusquets. Barcelona, 2025.

“De Carmen Martín Gaite me atrae, además de su obra, la protesta que su vitalismo manifiesta contra la derrota, la muerte y la realidad circundante que se negaba a aceptar, pero de la que no perdió ripio. Para alguien que no conoció la frontera entre vivir y representar, el descalabro vital se convirtió en una fuente moral de conocimiento. Nunca se afianzó sobre la realidad, aunque supo explorarla y entenderla. Martín Gaite solo se sintió cómoda en el refugio de la letra escrita”, escribe José Teruel en el prólogo de la biografia de Carmen Martín Gaite con la que obtuvo el Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias 2025, que acaba de publicar Tusquets.

Cuando se va a cumplir el centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite, esta biografía, escrita por el mejor especialista en su obra, es una reconstrucción rigurosa de una intensa trayectoria biográfica atravesada constantemente por la relación con la literatura. Una trayectoria que refleja por otro lado el contexto histórico, social y cultural en que transcurrió su vida y construyó su obra:

Los años de crisálida en Salamanca y el conocimiento en los primeros años universitarios de Ignacio Aldecoa, una presencia decisiva en su vida y su obra; la segunda juventud en Madrid, el noviazgo con Rafael Sánchez Ferlosio y la aventura de la Revista Española, en  la que se agruparon jóvenes universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid -Aldecoa, Fernández Santos, Ferlosio, Medardo Fraile y ella misma-, que revitalizarían el relato corto en los años 50, bajo la influencia del neorrealismo cinematográfico; su matrimonio con Ferlosio y la publicación del primer libro, El balneario, una colección de cuentos que aparece en mayo de 1955, el mismo mes de la muerte trágica de su hijo Miguel; el nacimiento de su hija Marta; la escritura tres veces interrumpida de Entre visillos, su primera novela, que ganaría el Nadal en 1957; la crisis matrimonial y la separación; la composición del ensayo histórico El proceso de Macanaz, una de sus mejores obras, y sus réditos literarios en la elaboración de Retahílas y en la confluencia de realidad histórica y ficción; los Usos amorosos del dieciocho, un ensayo de historia cultural que traza el panorama de la realidad social española del siglo de las luces; la ruina de una casa como reflejo simbólico de su situación familiar en Ritmo lento, que, aunque poco conocida, es una de sus mejores novelas; la interlocución personal y literaria con Juan Benet; la turbulenta relación amorosa con Torrente Malvido y su reflejo indirecto en la escritura terapéutica de Retahílas y Fragmentos de interior; la ligazón estrecha con la hija, para la que quiso ser “madre y amiga íntima”; la ‘soledad habitada’ del decenio 1973-1983, una década fecunda en la que emerge la ensayista y articulista que escribirá La búsqueda de interlocutor, El cuarto de atrás y El cuento de nunca acabar; la actividad como crítica literaria en Diario 16; los arrebatos amorosos de los primeros años ochenta y la importancia en su vida y su obra del periplo norteamericano; la enfermedad y muerte de Marta, que atraviesa sus últimas novelas; el éxito editorial de los Usos amorosos de la posguerra; la escritura de supervivencia en sus últimos años con novelas como Nubosidad variable, Lo raro es vivir o Irse de casa. Novelas que aprovechan materiales de derribo procedentes de Entre visillos o Retahílas y que -como reconoce Teruel- “fueron las de más éxito de público y ventas, pero no las mejores”.

Esos son algunos de los aspectos que aborda esta biografía, apoyada en datos y en testimonios, en los Cuadernos de todo y en la correspondencia o en la zona más autobiográfica de la literatura de Carmen Martín Gaite, tanto en el género ensayístico como en el narrativo, para completar un panorama en el que se cruzan constantemente la vida y la literatura, la experiencia y la creación.

Ilustrada con abundantes fotografías que acompañan al texto o se encartan en tres amplios cuadernillos ordenados cronológicamente, esta obra no es sólo una biografía, sino una introducción completa y una incursión profunda en el mundo literario de la autora a lo largo de sus quinientas páginas. Un mundo que fue cambiando a medida que variaban las circunstancias vitales y el itinerario humano que están en la raíz de la literatura de Carmen Martín Gaite y en “su existencia compleja y polivalente”, como señaló Luis Martín-Santos en una dedicatoria autógrafa de Tiempo de silencio.

Y por eso -señala José Teruel- “los rastros dejados por Carmen Martín Gaite en sus obras, cartas, cuadernos personales, agendas, más los recuerdos que transmitió a los amigos que la conocieron, y la lectura combinada de ellos constituirán las fuentes primarias para la construcción de esta biografía, que intenta revivir ante el lector los antecedentes familiares, los años de formación, los personajes, las relaciones, las lecturas, los viajes, los ambientes y las circunstancias que con mayor relevancia pudieron influir en su desarrollo como mujer y escritora. Otorgo un especial protagonismo a los momentos autobiográficos que se traslucen en su obra de ficción y ensayística, y al singular entendimiento que me ha permitido la dirección y edición de sus Obras completas, de las que esta biografía constituye el remate final. Sin embargo, no se trata de dejar hablar a Carmen Martín Gaite por sí misma: ya he señalado que hasta en sus escritos más estrictamente auto­biográficos es posible constatar -y ella supo también reconocerlo- que entre lo que pasó y lo que decía que pasaba media el mecanismo de la memoria y su ordenación narrativa. Rechazo la asunción indolente que lleva al biógrafo a replicar y glosar las mismas razones de la autora, de leer su vida necesariamente en la misma clave que ella propicia. Hay en algunas ocasiones una brecha, y para dar cuenta de esa fisura entra en escena mi voz, la del intérprete: ni hagiografía ni patografía, sino la exploración de una vida cuyo sentido último solo se puede conferir a través de la aceptación del claroscuro, de lo que se sabe y lo que se ignora.”

Santos Domínguez 

 

11 abril 2025

Francisco Barrionuevo. Vado permanente



Francisco Barrionuevo.
Vado permanente.
Mahalta. Ciudad Real, 2025.

 
Mirador. Esa es la palabra que acude insistente a la cabeza de este lector mientras lee el espléndido Vado permanente de Francisco Barrionuevo que publica Mahalta

Y cae en la cuenta luego de que esa palabra convocada en la lectura de estos poemas tiene una ambivalencia polisémica, significativa e iluminadora: como adjetivo designa a quien mira y como sustantivo, el lugar desde donde mira, un espacio intermedio en que confluyen lo exterior y lo interior, el yo y el otro. Así lo resume el poema que abre el libro y explica su título:

Veo y siento la Realidad, 
construyo su Representación. En mí 
todo está dentro y fuera, y a la vez.

Atravesamos vados permanentes.

Y seguramente esa confluencia explica algunas de las claves de un libro cuya segunda parte se titula precisamente ‘Ventanas de la casa’, esos lugares de dentro y de fuera. Lugares para la mirada a los que pertenecen los poemas de más alta intensidad emocional y verbal de Vado permanente, cuyo título evoca a la vez el espacio privado y el lugar de la travesía.  

Como el muy afilado La sentencia:

Cuando llegué, 
la sentencia estaba ya promulgada.

El día había acabado y fui culpable 
de haber llegado tarde a mi inocencia.

Fecunda en imágenes y exacta en su trato con la palabra, la de Francisco Barrionuevo es poesía despojada y esencial, poesía de la mirada reflexiva hacia fuera y de la contemplación hacia dentro que acaba completando en el poema un viaje de ida y vuelta, entre la emoción y la reflexión.

Un viaje que desde el interior va al exterior para regresar al punto de partida con el botín sustancial de la experiencia hecha meditación, conocimiento y conciencia transfigurada en palabra poética, como en ‘Dos poemas’:

El poema comienza
cuando alguien reúne los fragmentos
de un jarrón que se ha roto y los transforma
en las alas de un pájaro.

                                        Otras manos
lo entienden de otro modo y se proponen,
pegando los fragmentos, sin retórica,
volver hacia el origen porque saben
que toda cicatriz es una forma
de regresar a casa y el dolor
reclama lo inmediato.

                                    Y al final
tenemos dos poemas: el que deja
el jarrón recompuesto donde estuvo,
y el que abre en la casa una ventana
para que vuele un pájaro.

De esa admirable manera, con esa palabra precisa y contenida, sin estridencias ni faltas de respeto a la sintaxis ni a la música interior que marca el ritmo de la mejor poesía, los textos de Vado permanente surgen del hondo venero de la emoción, del que brota la palabra más transparente en busca de la poesía más alta, de la comunicación más transitiva con el otro, lejos de todo ensimismamiento:

Nada en mí permanece. Soy más yo 
cuando más me transformo, 
así mis ojos pueden ver el mundo, 
pero no a mí mismo. 
De mi rostro tan solo reconozco 
la imagen de un extraño en el espejo, 
la mirada del otro sobre mí.

Y el lector de este libro que ilumina y conmueve asistirá a la reflexión profunda sobre la palabra y el poema, definido como ‘Mirar un árbol para ver el viento’, que da título a la primera parte del libro, en la que se conjuntan mirada y reflexión, emoción y palabra que como en ‘Ventanas de la casa’ salen al encuentro de una realidad que requiere la presencia de una voz que la ordene y reconstruya su sentido, como en este contundente ‘Ave Fénix’:

Quien renace al final de sus cenizas 
debe una vida al fuego.

De esa reunión de la voz y la mirada de Francisco Barrionuevo surge un universo poético coherente que integra lo minúsculo y lo inmenso, el océano y el musgo, el tiempo, la memoria y las ausencias, las luces y las sombras, el dolor y el placer, los cuerpos y las almas, el frío y el calor, los cuchillos del agua y la lengua de papel en un viaje seminal de la oscuridad a la luz:

Nací en la oscuridad, voy a la luz. 

Soy un árbol.

En la monotonía del desbordante mar sin edad de la niñez, en la afectuosa compañía de otros o en la imagen de las glicinias que “cuelgan del recuerdo del que han florecido”, esta es una poesía que, como señala Gabriele Morelli en la conclusión de su prólogo, “tiende a construir conexiones entre la realidad y su representación interior” y “es la declaración de un acto de amor por la vida que solo la palabra poética puede expresar'.

Palabra que conjura presente y pasado, mirada y sentimiento que atraviesan poemas como este espléndido ‘En el mercado’:

En el mercado me venden 
higos secos y nueces.
                                   Yo compro 
el recuerdo de mi padre.

Por decenas de textos como ese, Vado permanente es uno de esos pocos libros que contienen el corazón del mundo y no sólo lo reflejan, sino que lo celebran y son además un espejo en el que se mirará el lector y milagrosamente reconocerá su propia imagen en versos memorables como estos:

Y sabré quién ha muerto 
si septiembre no llega.

Y participará, con el poeta, en ese ‘Vuelo’ que cierra el libro:

Una pluma en el suelo es suficiente 
para saber que un pájaro ha pasado 
tratando de encontrar el horizonte.

Yo he descrito sus giros en el aire 
desde la incertidumbre de mi vuelo.


Santos Domínguez 

09 abril 2025

El maestro Juan Martínez que estaba allí

  


Manuel Chaves Nogales.
El maestro Juan Martínez que estaba allí.
Prólogo de María Isabel Cintas. 
Alianza editorial. Madrid, 2025.

“Un bailaor de flamenco ante la revolución" titula María Isabel Cintas el espléndido prólogo que abre la edición de El maestro Juan Martínez que estaba allí, el libro de Manuel Chaves Nogales que acaba de aparecer en la colección de bolsillo de Alianza editorial.

En ese prólogo, María Isabel Cintas, editora de la obra completa de Chaves Nogales en una edición ejemplar en la Diputación de Sevilla, recuerda que “el reportaje en entregas sobre las andanzas de Juan Martínez en la Rusia soviética tuvo mucho éxito y fue seguido con desigual aquiescencia por los lectores, aunque siempre con especial interés. Para algunos alertaba sobre «la maldad de los comunistas». Para otros fue clarificador, entretenido, pedagógico.” Y añade que “aunque hoy todos los críticos manifiestan haber conocido y leído este y todos los libros de Chaves desde tiempo inmemorial, el caso es que tras su publicación en entregas y el inmediato éxito consiguiente en libro de Editorial Estampa fue sepultado por el olvido.”

Calificado por el propio Chaves como “folletín-reportaje”, se fue publicando en la revista Estampa entre el 17 de marzo y el 15 de septiembre de 1934, en veintisiete entregas que serían luego los veintisiete capítulos de la edición en forma de libro. En un apéndice, este volumen de Alianza editorial ofrece una amplia muestra de las ilustraciones que acompañaron aquella edición original por entregas, en un contexto español de fuerte ebullición prerrevolucionaria (es el año de la revolución de Asturias) que conviene tener en cuenta para situar bien el sentido del libro, muy crítico con los excesos revolucionarios de los bolcheviques.

Como sucedería al año siguiente con su memorable Juan Belmonte matador de toros, Chaves Nogales partió de una larga serie de conversaciones en París sobre las experiencias y los recuerdos de Juan Martínez  en medio de la revolución bolchevique. 

Y, como haría con Belmonte, acabaría elevando al personaje desde la mera condición de testigo involuntario de unos hechos de transcendencia histórica a la categoría de protagonista de un reportaje novelado sobre los primeros tiempos de la revolución soviética y sobre la guerra civil entre zaristas y bolcheviques. 

Juan Martínez, bailaor de Burgos que seguía trabajando en un cabaret parisino en los años treinta, ofrece así a través de Chaves Nogales el relato de su experiencia de la revolución y la guerra en Rusia. Había salido de París en 1914 con su pareja, Sole, para trabajar en Constantinopla y huyendo de la Gran Guerra y buscando la tranquilidad, llegó a la Rusia aún zarista en 1916. 

Perseguido por “el espectro de la guerra”, se mete en la boca del lobo. Allí le sorprenderán la revolución -“A mí la toma del poder por los bolcheviques, los famosos diez días que conmovieron al mundo, me cogieron en Moscú vestido de corto, bailando en el tablado de un cabaret y bebiendo champaña a todo pasto”- y la consiguiente guerra civil: “La guerra civil daba un mismo tono a los dos ejércitos en lucha, y al final unos y otros eran igualmente ladrones y asesinos; los rojos asesinaban y robaban a los burgueses, y los blancos asesinaban a los obreros y robaban a los judíos.”

Como “una verdadera novela de aventuras, vivida por unos personajes de carne y hueso” anunciaba su publicación la revista Estampa. La Rusia Blanca y la Rusia Roja, el Palacio de Invierno de Petrogrado asaltado en marzo de 1917 y las calles de Moscú bajo el fuego de los bolcheviques, Kiev y Odesa son los escenarios de esa peripecia personal trepidante que se describe con enorme vivacidad de detalles. 

Una peripecia descrita con distancia de espectador y habitada por espías alemanes y duques rusos, por criminales leninistas y asesinos de las checas, por cosacos en avanzadilla y artistas proletarios, por la presencia creciente del hambre, la crueldad y la barbarie, el miedo y la muerte:

“No creo que haya habido nunca una mortandad tan espantosa como la que hubo en Odesa aquel verano del año 21. El hambre y el tifus hacían diariamente millares de víctimas, a las que ni siquiera se podía dar sepultura. En los hospitales era tal el número de enfermos, que metían a dos en cada cama; cuando se morían hacían con ellos piras, colocándolos por tandas de dos en dos para quemarlos.”

Tras una breve introducción, Chaves Nogales se oculta tras la voz de su personaje. Lo anuncia con esta frase: “Y dice Martínez, ya por su cuenta:” Esa voz narrativa cedida al bailaor ya no desaparecerá hasta que el autor reaparezca en los párrafos finales para comentar ‘Lo que no cuenta Juan Martínez’.

Y al contar lo que vio, con la distancia temporal y emocional del superviviente, Juan Martínez deja el testimonio de sus peripecias durante seis años, de situaciones acuciantes y escenarios de pesadilla, de bandas de rumanos desvalijadores de cadáveres, de delaciones, hoces afiladas y crueldad animal de los rojos y los blancos: “Asesinos rojos o asesinos blancos, ¿qué más daba? Todos asesinos.”

Y de turbas de chusma exaltada, como la que se encuentra en una estación de paso cuando viaja en tren a Kiev:

En todas las estaciones el espectáculo era el mismo: manadas de tíos miserables que vociferaban y algún que otro judío enfundado en su largo abrigo negro dirigiendo aquella imponente batahona o presenciándola impasible. Aquella gentuza, en cuanto nos veía, empezaba a gritar contra nosotros desaforadamente. No parecía sino que éramos el espectro de la burguesía. En una estación estaba yo llenando de agua nuestra tetera, sin hacer caso de los gritos, cuando se me acercó un hastial, que de un manotazo me tiró el cacharro, y me dijo:
-¡Largo de aquí, cochino burgués!
-¡Largo, si no quieres que te arrastremos! -corearon diez o doce gandules que le seguían.
Me revolví furioso al verme atropellado tan injustamente.
-Pero ¿por qué?
-¡Porque eres un burgués asqueroso, y te vamos a colgar ahora mismo!
-Yo soy tan proletario como ustedes.
Me contestó una salva de carcajadas. Yo, realmente, con mi cuello almidonado y el gabancito corto que llevaba, debía de tener entre aquellos bárbaros, que lucían las ropas en jirones, un aire bastante ridículo.
-¡Yo soy tan proletario como ustedes! ¡O más! -grité exasperado.
-¡Mentira!
-¡Mentira!
-O demuestra ahora mismo que se gana la vida trabajando como un obrero o le arrastramos.
-¿Queréis que os pruebe que soy un proletario? -pregunté jactancioso.
-¡Como no lo pruebes no sales de nuestras uñas, canalla!
Hubo un momento de silencio. Les miré a los ojos retándoles y les grité con rabia:
-¡Mirad, idiotas!
Y les mostraba, metiéndoselas por las narices, las palmas de mis manos deformadas por dos callos enormes, cuya contemplación causó un gran estupor a aquellas gentes.
Eran los callos que a todos los bailarines flamencos nos salen en las manos de tocar las castañuelas.
Ellos me salvaron.

No la ideología, sino el mero instinto de supervivencia guiaron el comportamiento de un Juan Martínez que ni sabía ruso ni entendía lo que estaba pasando. Y con ese instinto primario tuvo que hacer frente a aquellos acontecimientos reflejados en una crónica novelada que contiene párrafos como este:

La máquina del terror rojo funcionaba a toda presión. A los verdugos la Checa les pagaba por cada ejecución una cantidad considerable en rublos y la ropa del reo. Había mucho tajo, y todo el mundo podía ser verdugo.
Las ejecuciones se hacían a las doce de la noche. A esa hora los soldados de la Checa o los verdugos voluntarios se presentaban en los sótanos de la Elisabetkaya o la Catherinskaya, donde estaban las prisiones, y llamaban por sus nombres a los detenidos que tenían en las listas la terrible tachadura roja del camarada Mischa. Al oír sus nombres los infelices prisioneros, que sabían lo que les aguardaba, se despedían de sus camaradas de infortunio, y, con el ansia de dejar algún rastro de sus vidas antes de desaparecer para siempre, ponían en las paredes del calabozo sus nombres entre una cruz y una fecha. Cuando los bolcheviques fueron expulsados de Kiev se pudo descubrir el trágico destino de muchos desaparecidos gracias a aquellas firmas trémulas, hechas a veces con las uñas, en las paredes de los calabozos.
Las ejecuciones se verificaban, sin ningún aparato, en los patios interiores del caserón de la Checa o en los sótanos. Para que no se oyesen los estampidos de los fusilamientos y los ayes de los reos, los chequistas, antes de comenzar su faena, ponían en marcha los motores de sus camiones, que petardeaban en la noche con el escape suelto mientras duraba aquella espantosa carnicería.

Y tras esa bajada a los infiernos de la revolución y la guerra, tras un breve paso por España, Juan Martínez regresa a París, “donde se sabe apreciar el arte, y los artistas, mal que bien, podemos ir tirando. Aquí en París estoy ganándome la vida honradamente con mis castañuelas.”

“Resurrección” se titula el último capítulo del libro. En su sección final -‘Lo que no cuenta Juan Martínez’- la voz de Chaves Nogales reaparece para hablar de los “espantosos relatos de guerras y revoluciones que el maestro Juan Martínez hace en estas páginas con escrupulosa fidelidad histórica y prodigiosa exactitud de detalle.”


Santos Domínguez 

07 abril 2025

Tiempo de silencio. Edición ilustrada



Luis Martín-Santos.
Tiempo de silencio.
Edición ilustrada por El Roto.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2025


 Aquí estoy. No sé para qué pienso. Podía dormirme. Soy risible. Estoy desesperado de no estar desesperado. Pero podría también no estar desesperado a causa de estar desesperado por no estar desesperado. A qué viene aquí ahora ese trabalenguas. Parece como si me gustaría decirlo a alguien. Alguien me tomaría todavía por ingenioso y no tendría que preguntarme de dónde viene mi ingenio, porque para qué iba a preguntarse de dónde viene mi ingenio. ¿Y qué demonios puede importarle a nadie si yo soy ingenioso o no soy ingenioso o si era ingeniosa la puta que me parió? ¡Imbécil! Otra vez estoy pensando y gozo en pensar como si estuviera orgulloso de que lo que pienso son cosas brillantes… ajjj. El sol sigue tan tranquilo entrando en el departamento y allí se dibuja el Monasterio. Tiene todas sus cinco torres apuntando para arriba y ahí se las den todas. No se mueve. Tiene las piedras alumbradas por el sol o aplastadas por la nieve y ahí se las den todas. Está ahí aplastadito, achaparradete, imitando a la parrilla que dicen, donde se hizo vivisección a ese sanlorenzo de nuestros pecados, a ese sanlorenzaccio que sabes, a ese sanlorenzón, a ése que soy yo, a ese lorenzo, lorenzo que me des la vuelta que ya estoy tostado por este lado, como las sardinas, lorenzo, como sardinitas pobres, humildes, ya me he tostado, el sol tuesta, va tostando, va amojamando, sanlorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y sólo dijo —la historia sólo recuerda que dijo— dame la vuelta que por este lado ya estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de simetría.

Así, con el memorable monólogo interior de Pedro en el tren que lo aleja de Madrid, termina Tiempo de silencio, la novela con la que Luis Martín-Santos cambiaría el signo de la novela española contemporánea. Para celebrarla, Galaxia Gutenberg publica en un volumen de amplio pero manejable formato una edición ilustrada con una serie de veintiún dibujos de El Roto en aguada y tinta sobre papel, inspirados en el clima moral de la novela. 

Un reflejo gráfico del mundo de Tiempo de silencio que formó parte el año pasado de la exposición Luis Martín-Santos. Tiempo de libertad y que se incorpora muy oportunamente al texto de la obra en esta nueva edición, con imágenes como esta:



Tiempo de silencio, una obra excepcional que se publicó en marzo de 1962, rompió radicalmente con los modos narrativos de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta en España, una época marcada aún por el neorrealismo o el realismo social. 

Pero la mayor novedad es que aunque Tiempo de silencio rompía argumental, formal y estilísticamente con esos modelos, su carga de crítica social y cultural era no sólo más explícita, sino también más sólida y muy superior a la de novelas sociales como Dos días de septiembre, de Caballero Bonald, Tormenta de verano, de García Hortelano o Fin de fiesta, de Juan Goytisolo, que se publicaron aquel mismo año.

Tiempo de silencio es un artefacto literario y estilístico de primer nivel, un portentoso despliegue literario capaz de fundir lo tradicional de su estructura argumental lineal (planteamiento, nudo y desenlace) con el enfoque contemporáneo del tiempo reducido o el alarde de su novedad estilística y su creatividad lingüística; Goya y el psicoanálisis; la novelística barojiana con el Ulysses de Joyce; la narrativa contemporánea con la subliteratura folletinesca (las chabolas, el aborto, la muerte, la denuncia, la detención); la técnica vanguardista de la secuencia con el enfoque realista del narrador omnisciente, casi decimonónico; la capacidad analítica del ensayista en las digresiones sobre Madrid, las corridas de toros o el teatro, con el virtuosismo lingüístico y, finalmente, la capacidad descriptiva con la actitud crítica, como en la reflexión sobre la capital, que abarca la segunda secuencia de la novela. Es uno de los momentos más altos de su prosa, un excurso narrativo del que dejo una breve muestra:

Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan caprichosamente edificadas en desiertos, tan parcamente pobladas por una continuidad aprehensible de familias, tan lejanas de un mar o de un río, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan ingenuamente contentas de sí mismas al modo de las mozas quinceñas, tan globalmente adquiridas para el prestigio de una dinastía, tan dotadas de tesoros —por otra parte— que puedan ser olvidados los no realizados a su tiempo, tan proyectadas sin pasión pero con concupiscencia hacia el futuro, tan desasidas de una auténtica nobleza, tan pobladas de un pueblo achulapado, tan heroicas en ocasiones sin que se sepa a ciencia cierta por qué sino de un modo elemental y físico como el del campesino joven que de un salto cruza el río, tan embriagadas de sí mismas aunque en verdad el licor de que están ahítas no tenga nada de embriagador […] que no tienen catedral.

La coexistencia de ambientes (de la burguesía refinada de Matías al lumpen degenerado de Cartucho) y la superposición de lenguajes (del nivel científico al argot quinqui, de la abundante creatividad neologista al registro coloquial), la suma de reflexión y de burla, de mirada local y perspectiva universal, del enfoque culto y el popular, del homenaje y la parodia son algunas de las claves constructivas de Tiempo de silencio. 

Y como resultado de esa integración de contrarios, la realidad y la literatura se conjugan en un difícil equilibrio bajo la mirada incisiva e irrepetible de un autor que se confunde a menudo con el narrador a lo largo de una novela itinerante con constantes cambios estilísticos y espaciales que son el contrapunto dinámico a la concentración temporal de la acción propia de la novela contemporánea. 

El eje vertebrador que articula toda esa construcción literaria es la mirada subjetiva, humorística e irónica que se expresa en los monólogos interiores o en las descripciones. Una mirada que se expresa con brillante causticidad y con sarcasmo hiriente a través de las estridentes disfunciones entre la sórdida realidad que se representa y las constantes referencias literarias y guiños culturales que la aluden (de la Biblia a Shakespeare, de Sartre al Quijote, de la tragedia griega a Ortega), o con el impulso metafórico, épico o mitificador que se proyecta hacia una realidad miserable, por ejemplo en el episodio de las tres diosas de la pensión o en el encuentro con el Muecas:

Y tras haber contemplado el impresionante espectáculo de la ciudad prohibida con los picos ganchudos de sus tejados para protección contra los demonios voladores, descendieron Amador y don Pedro desde las colinas circundantes y tanteando prudentemente su camino entre los diversos obstáculos, perros ladradores, niños desnudos, montones de estiércol, latas llenas de agua de lluvia, llegaron hasta la misma puerta principal de la residencia del Muecas. Allí estaba el digno propietario volviéndoles la espalda ocupado en ordenar en el suelo de su chabola una serie de objetos heteróclitos que debía haber logrado extraer —como presuntamente valiosos— del montón de basura con el que desde hacía unos meses tenía concertado un acuerdo económico de aprovechamiento. Mas en cuanto les hubo advertido gracias a un significativo sonido brotado de la carnosa boca de Amador, se incorporó con movimiento exento de gracia y en su rostro, surcado por las arrugas del tiempo y los trabajos y agitado por la rítmica tempestad del tic nervioso al que debía su apodo, se pintó una expresión de viva sorpresa.
—¡Cuánto bueno por aquí, don Pedro! ¡Cuánto por aquí! ¿Por qué no me has avisado?

Sobre ese extrañamiento paródico y burlesco de una realidad cercana, la del Madrid de 1949, se proyectan abundantes rasgos autobiográficos, reconocibles en la figura de Pedro, un protagonista de reminiscencias noventayochistas por su resignación ante el fracaso. En él y en la figura de su amigo Matías -trasunto en clave de Juan Benet, su compañero de farras, de aventuras intelectuales y exploraciones literarias- condensó Martín-Santos parte de su experiencia madrileña entre 1946 y 1949.

La pensión de Barquillo, 22 que evocó Juan Benet (Matías en la novela) en su imprescindible ‘Luis Martín Santos. Un memento’; el Instituto de Experimentación Biológica de la Facultad de Medicina; las tertulias en los cafés; las tabernas y las borracheras o los prostíbulos de los sábados; las conferencias de Ortega en el cine Barceló o la detención en la Dirección General de Seguridad son algunos de esos escenarios madrileños de una novela en la que la ciudad tiene un papel central:

De este modo podremos llegar a comprender que un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre, que un hombre encuentra en su ciudad no sólo su determinación como persona y su razón de ser, sino también los impedimentos múltiples y los obstáculos invencibles que le impiden llegar a ser, que un hombre y una ciudad tienen relaciones que no se explican por las personas a las que el hombre ama, ni por las personas a las que el hombre hace sufrir, ni por las personas a las que el hombre explota ajetreadas a su alrededor introduciéndole pedazos de alimento en la boca, extendiéndole pedazos de tela sobre el cuerpo, depositándole artefactos de cuero en torno de sus pies, deslizándole caricias profesionales por la piel, mezclando ante su vista refinadas bebidas tras la barra luciente de un mostrador. Podremos comprender también que la ciudad piensa con su cerebro de mil cabezas repartidas en mil cuerpos aunque unidas por una misma voluntad de poder merced al cual los vendedores de petardos.

Luis Martín-Santos levantó en Tiempo de silencio una asombrosa construcción estilística y literaria, de una altura pocas veces alcanzada en la lengua española. Una novela imprescindible de la literatura española del siglo XX por la que no ha pasado el tiempo ni sobre la que se ha impuesto el silencio.

Santos Domínguez 



04 abril 2025

14 aforistas 14

 




14 aforistas 14.
 La Isla de Siltolá. Sevilla, 2025.


Esa postal conmemorativa se incluye en el libro 14 aforistas 14, que publica La Isla de Siltolá.

Realizada por Salvartes Design, la agencia de diseño de Jerez de la Frontera, con ella anuncia Siltolá la celebración de las Fiestas del Aforismo y la alternativa de un libro que se edita en dos volúmenes, uno publicado a primeros y el otro a finales de este 2025.

Lidiarán los toros del Sr. Lichtenberg y del Sr. Gracián catorce afamados aforistas que representan lo mejor del escalafón del género: Miguel Agudo Orozco, Ricardo Álamo, Isabel Bono, Carmen Canet, Michel F., Daniel Mocher, León Molina, José Luis Morante, Benito Romero, Javier Sánchez Menéndez, Mario Pérez Antolín, Felix Trull, Ricardo Virtanen y Roger Swanzy.

Dejo aquí una muestra del arte y las maneras de cada uno de ellos, por orden (alfabético) de lidia:

Un desconocido es un conocido que deja de serlo. (Miguel Agudo)

Si Dios soñara, nosotros seríamos su peor pesadilla. (Ricardo Álamo)

no te esfuerces
El tiempo sabe barrerse solo. (Isabel Bono) 

Hay sujetos que no merecen tener ni predicados. (Carmen Canet)

A estas alturas todo me parece una fiesta de disfraces. (Michel F)

Al espíritu de nuestro tiempo habría que hacerle un exorcismo. (Daniel Mocher)

El viaje más ambicioso es el viaje inmóvil. (León Molina)

Tras la vigilia guardo las cenizas del sueño. (José Luis Morante)

Un buen aforismo, como algunos peces abisales, debe lucir en lo más hondo. (Mario Pérez Antolín)

La mediocridad es el pegamento que mantiene unida a la especie humana. (Benito Romero)

Estamos en el umbral de un duelo permanente. (Javier Sánchez Menéndez)

Frase a frase, cada aforista construye su laberinto. (Roger Swanzy)

ESCRIBIR: síntesis perfecta de misterio y certeza. (Félix Trull)

Si el aforismo fuera un pez, sería un pez espada. (Ricardo Virtanen)


Ahí queda esa música callada del toreo de la que habló Bergamín,  aquel otro aforista que los lanzaba como cohetes.


Santos Domínguez 




02 abril 2025

Carlo Vecce. Vida de Leonardo

 


Carlo Vecce.
Vida de Leonardo.
Traducción de Carlos Gumpert Melgosa.
Alfaguara. Barcelona, 2025.

Esta es la historia de un chico de campo. Hijo natural de un notario y de una esclava, una muchacha fuerte y salvaje venida desde muy lejos. Tan salvaje como ella, rebelde, inquieto, será nuestro protagonista. Abandonado a su suerte, corre descalzo, tan pronto como tiene ocasión, siguiendo el arroyo hasta la casa de su madre, quien, libre por fin, trabaja en los campos sobre los que se yergue el pueblo. Siente una desesperada necesidad de ella, de sus abrazos, de su sonrisa. Y ella le da todo lo que tiene, le enseña todo lo que sabe: el amor, el espíritu de libertad, el respeto absoluto por la vida y por todas las criaturas vivientes, el sentido de la belleza, la capacidad de soñar, de imaginar, de comprender, de mirar más allá de la superficie de las cosas. Quizá le dé también ese nombre que significa libertad: Leonardo.
Los años pasan rápido, y he aquí que el niño es ya un maravilloso adolescente. La cara de un ángel y una cascada de rizos rubios. Entra de aprendiz en el taller de un artista florentino, en pleno Renacimiento. En Milán se convierte en un hombre admirado por todos a causa de su genial inteligencia, su carácter brillante y generoso, su afable conversación. Sabe dibujar y pintar como nadie, y parece capaz de realizar cualquier empresa, increíbles obras de ingeniería y arquitectura, máquinas fantásticas para la paz y la guerra. Toca divinamente la lira, es alto, fuerte, agraciado en sus modales y proporciones, viste a la moda, una túnica rosada corta que le llega a la rodilla y hermosas medias ajustadas. Es apuesto, es consciente de serlo y le gusta exhibirse. Siempre lleva el pelo largo y encaracolado. En este hombre universal nadie reconocería al niño arisco y salvaje de otros tiempos. Pero ese niño sigue aún ahí, dentro de él. Y continúa haciendo lo que siempre ha hecho: jugar, soñar, imaginar.

Con esos dos párrafos arranca Carlo Vecce su monumental Vida de Leonardo, que publica Alfaguara con traducción de Carlos Gumpert.

Una biografía que, si no definitiva, aspira a ser total. En ella Carlo Vecce une su solvencia de investigador a su capacidad narrativa para abordar y transmitir, antes que la imagen del artista, la peripecia humana del hombre a través del testimonio de sus contemporáneos, de quienes lo conocieron de cerca y de la propia voz de Leonardo en sus cuadernos de trabajo y apuntes manuscritos, en sus dibujos y sus pinturas.

“Al principio -escribe Vecce- quizá fuera sobre todo su aventura humana lo que me atrajo. [...] Una historia tan grandiosa que, incluso cuando crees haberla abrazado en su totalidad, te das cuenta de que has abrazado una sombra, mientras que la vida, la de verdad, se te escapaba. Así que volvía al laberinto para perseguir los más diminutos detalles, con la ilusión de aferrarle la mano y estrechársela con fuerza, antes de que se desvaneciera de nuevo: escrituras y reescrituras, tachaduras, signos gráficos aparentemente sin sentido, etcétera, nombres de lugares y de familiares y amigos y discípulos, fechas y signos del tiempo, listas de libros y de cosas, anotaciones de compras diarias, recuentos de dinero, recuerdos y confesiones, triunfos y derrotas. Con todo eso, poco a poco, junto con los documentos, los estudios, los descubrimientos de los últimos veinte años, fue tomando forma esta nueva Vida”.
 
Filólogo y profesor de Literatura en Nápoles, Vecce, experto estudioso de los manuscritos de Leonardo, rastrea así el lado humano del artista y del genio polímata, sus orígenes en Anchiano, una aldea cerca de Vinci, en la Toscana del siglo XV, y sobre todo su condición de hijo ilegítimo de un notario de Florencia y una antigua esclava caucásica.

Ese significativo descubrimiento lo llevó a escribir una obra de no ficción novelada sobre la vida de la madre de Leonardo, Caterina (Alfaguara, 2024) y a reescribir la vida del genio asombroso al que tiempo atrás, en 2006, le había dedicado ya un estudio.

Este nuevo ensayo biográfico, organizado en tres partes cronológicas (“El chico de Vinci”, “El hombre universal” y “El errante”), es el brillante resultado de décadas de asedios a Leonardo da Vinci y su entorno. Y en él Vecce explora la intensa relación con la madre y busca a la persona que sostiene al artista innovador, polifacético y visionario. Perfila así a partir de datos aparentemente triviales y cotidianos el contorno humano que aparece detrás de sus contrastes vitales de luces y sombras, de éxitos y fracasos, de debilidades e inquietudes, de su conflictiva relación con el padre, Piero da Vinci.

Un padre que pese a todo lo protegió y quizá fue determinante en su existencia, porque fue consciente de la capacidad de Leonardo y favoreció el desarrollo de su carrera artística, confió su educación en Florencia a Andrea del Verrocchio, el escultor que lo acogió en su taller, e intermedió en el encargo de la Gioconda.

Con esta Vida de Leonardo Vecce se aleja de los tópicos de códigos secretos cifrados en los cuadros de Leonardo para desvelar el lado humano del artista, su constante lucha por la libertad personal y artística y la influencia decisiva de su origen bastardo y su relación con la madre, unas circunstancias que aportan algunas de las claves interpretativas de su obra pictórica. 

Como ya había anticipado en la espléndida Caterina, Vecce entrevé en la pintura de Leonardo el deseo de fijar la imagen de su madre: en la sonrisa y la mirada de la Gioconda o La dama del armiño, en el rostro de María Magdalena en la Última Cena  o en la estrecha relación entre la madre y el hijo de La Virgen de las rocas o Santa Ana con la Virgen y el Niño.

Porque “él, el niño, pasará toda su vida intentando encontrarla de nuevo, recuperar algo de lo más profundo de su corazón. La caricia de una mano, la luz de una sonrisa.”

La vida sentimental de Leonardo quedó marcada por el escándalo que provocó la acusación de sodomía que formuló contra él en 1476 la Signoria de Florencia. Tenía entonces veinticuatro años y a partir de entonces fue más discreto en sus relaciones o incluso pudo optar por la abstención sexual y por los amores platónicos con sus ayudantes. 

Acuciado por las deudas y por las denuncias de encargos cobrados y no entregados, Leonardo acabaría saliendo de Florencia, donde dejó sin terminar la Adoración de los Magos -“porque a partir de cierto momento, la perspectiva que guiaba a Leonardo no era lo de completar o perfeccionar, sino simplemente lo de crear y especular”- y se instaló en 1482 en Milán, en donde creció artísticamente y se consolidó como un maestro indiscutible. Fue “su primer gran viaje, el que cambiará su vida o, mejor dicho, la transformará, en su totalidad, en un único, largo e ininterrumpido viaje.” Fue en Milán donde realizó sus estudios sobre la figura humana y sobre el hombre como medida del mundo que plasmó en su conocido Hombre de Vitruvio, “el famoso dibujo de la figura humana inscrita en un círculo y un cuadrado destinado a hacer la ilustración y el correspondiente pasaje de Vitruvio. Allí murió su madre, que se había instalado en su casa de la Corte Vecchia. Allí escribió el Bestiario, “uno de sus textos literarios más fascinantes.” Allí reflejó el dolor de la orfandad en el rostro del Cristo de la Última Cena, un probable “autorretrato ideal del propio Leonardo”.

Los años siguientes fueron tiempos itinerantes, de viajes a Venecia, acompañado de su amigo fray Luca Pacioli, eminente geómetra y matemático. Allí, entre puestos de libreros y tiendas de grabadores, se dio cuenta Leonardo de la importancia de la imprenta y de la necesidad de imprimir algunas de sus obras. 

Años en los que volvió a Florencia para pintar La Virgen de la rueca, la Gioconda y los portentosos cartones preparatorios de La batalla de Anghiari, una obra irreversiblemente perdida, un fresco que iba a rivalizar con otro de Miguel Ángel sobre la batalla de Cascina en la pared de enfrente; años en los que regresó a Milán, donde dibujó sus cuadernos de anatomía y pintó su delicada Santa Ana con la Virgen  y el Niño; años de asombro y ocaso en la Roma renovada por Bramante, que había cambiado la ciudad por encargo de Julio II. Es la Roma de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, la Roma de León X, un Médici de la misma familia florentina de su protector Giuliano, que lo alojó en el Belvedere. La Roma desde donde viaja a Terracina para visitar las ruinas del monumental templo de Iove Anxur.

Años de incipiente deterioro físico en los que compuso su Libro de pintura y emprendió su último viaje: a Francia, protegido por Francisco I hasta su muerte en Amboise el 2 de mayo de 1519, poco después de cumplir sesenta y siete años. Acababa así la vida de quien está ya -escribe Vecce- “más allá del espacio, más allá del tiempo.”

Esa es la frase que remata esta obra monumental, un ensayo biográfico de tonalidad narrativa que se lee como una novela y que propone también un sugestivo recorrido por su obra. Sostenida en el amplio aparato documental y bibliográfico que se comenta en los apéndices, esta Vida de Leonardo aporta una nueva mirada y proyecta una nueva luz sobre la vida y la obra de Leonardo. 
 
Porque -afirma Vecce- “el redescubrimiento del verdadero Leonardo es una historia de nuestro tiempo, que va desde el descubrimiento y publicación de los códices y dibujos hasta la aplicación de las tecnologías más avanzadas en el estudio y restauración de las pinturas. En los últimos tiempos, en obras como La adoración de los Reyes Magos, La Virgen de las rocas e incluso la Mona Lisa, hemos podido ver, por primera vez en quinientos años, algo que solo veía Leonardo: las primeras ideas en movimiento, los esbozos y bocetos de sus visiones. Y entendimos que esas obras no estaban «inacabadas». Entendimos por qué quería dejarlas así para siempre y no terminarlas nunca. Eran pedazos de su alma y de su cuerpo de los que no era capaz de desprenderse. Eran laboratorios, obras de construcción de sueños. Eran obras abiertas a la complejidad y al misterio de la vida. Su belleza es la belleza de la creación, y esto es lo que las acerca a Dios.”

Santos Domínguez 

    





31 marzo 2025

Jorge Carrión. Librerías


       

Jorge Carrión.
Librerías.
Edición 2025.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2025.

Entre un cuento concreto y toda la literatura universal se establece una relación parecida a la que mantiene una única librería con todas las librerías que existen y existieron y tal vez existirán. La sinécdoque y la analogía son las figuras por excelencia del pensamiento humano: voy a empezar hablando de todas las librerías del presente y del pasado y quién sabe si del futuro a través de un solo relato, «Mendel el de los libros», escrito en 1929 por Stefan Zweig y ambientado en la Viena del adiós al imperio, para avanzar hacia otros cuentos que también hablaron de lectores y de libros a lo largo y a lo ancho del palpitante siglo XX.

Con el recuerdo de ese inquietante cuento preborgiano de Zweig  comienza Jorge Carrión un espléndido recorrido por el mundo de las librerías con el que fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo. 

Se publicó en 2013 y ahora Galaxia Gutenberg acaba de publicar una nueva edición -“revisada, actualizada, expandida”- de aquel Librerías que muy pronto se convirtió en un título de referencia que ha sido traducido a quince idiomas. 

La abre un prólogo -‘La invitación al viaje’-, en el que Roger Chartier escribe que “además de un libro de viajes, Librerías es también un libro de encuentros. Muestra que, para Jorge Carrión, son lugares en los cuales pueden mantenerse los intercambios y las sociabilidades que estamos perdiendo. La historia nos enseña que la lectura se transformó con el paso de los siglos en una práctica silenciosa, solitaria, que hizo desaparecer los momentos compartidos que procuraban las lecturas colectivas de las reuniones familiares, de los encuentros amistosos, de las sociedades literarias, de los compromisos militantes. En un mundo en el cual la lectura se identificó con una relación personal, íntima, privada, con el libro, o bien con las conversaciones sin presencia de las redes, las librerías multiplican las posibilidades de encuentros acerca del patrimonio escrito, de la creación intelectual, de las experiencias estéticas.”

“Cada librería condensa el mundo. No es una ruta aérea, sino un pasillo entre anaqueles lo que une tu país y sus idiomas con regiones extensas en que se hablan otras lenguas”, afirma Jorge Carrión. Y esa misma idea -Read the world- es la que figura en el rótulo de una de las abundantes ilustraciones del libro. De esa manera la librería se convierte al modo borgiano en una metáfora que representa el mundo y contiene en sus estanterías el tiempo y el espacio.

Ese es el punto de partida de un viaje en el que el autor no solo recorre las librerías más importantes del mundo, del pasado y del presente, sino que además repasa la historia de la lectura, de las bibliotecas y de los lectores, incluyendo a aquellos que, como Mendel, son verdaderas bibliotecas portátiles.

Un viaje que empieza en el extraño zoco de librerías que es Atenas, que “puede caminarse y leerse como un extraño zoco de librerías”, recorre las librerías más antiguas del mundo -Bertrand, en el Chiado lisboeta, la más antigua (1732) de entre las que han mantenido ininterrumpidamente su actividad, Hatchards en el 187 de Picadilly, la Librería del Colegio en Buenos Aires o la genovesa Bozzi, fundada en 1810, que “sigue abierta en una maltrecha esquina de Génova”- y pasa por Charing Cross, la calle con más librerías de Londres: “En plena Charing Cross Road, la calle por excelencia de las librerías de Londres, sus cincuenta kilómetros de estanterías convierten a Foyles en el mayor laberinto libresco del mundo.”

El París de Shakespeare & Company en la Rue de l’Odéon, 7, tan vinculada a Joyce y al Ulysses, y su librería hermana en San Francisco, City Lights, espacio beatnik de encuentro literario”; la situación de las librerías en los totalitarismos socialcomunistas y nazi de Rusia y Alemania, la censura de libros y el comercio clandestino; las librerías orientales, las librerías cotidianas de Barcelona y las librerías virtuales o la conflictiva realidad de las librerías actuales y su debate entre la novedad y el fondo son algunas otras estaciones de paso o de destino de este viaje por las librerías, “esa representación del mundo -de los muchos mundos que llamamos mundo- que tanto tiene de mapa, esa esfera de libertad en que el tiempo se ralentiza “y el turismo se convierte en otra clase de lectura.”

Pero hay muchas más estaciones, porque Librerías es también una vuelta al mundo: un viaje por Berlín, Budapest, Marrakech, Tánger, Estambul, El Cairo, Tokio, Shanghai, América de costa a costa, entre Nueva York y California, y de norte a sur, de México a Lima y a Buenos Aires, un itinerario por libros y librerías del fin del mundo australiano; la caótica veneciana Acqua Alta, donde “sentí que se terminaba uno de los tantos mundos que llamamos mundo”; Laie en Barcelona, Eterna Cadencia en un extremo del barrio bonaerense de Palermo; La Central de Madrid o una librería de Sudáfrica en donde el autor se pregunta cuál es el extraño nexo común a Paulo Coelho, García Márquez y Coetzee.

Y así como las librerías contienen el mundo, este libro contiene mucho más de lo que anuncia su escueto título: es una historia de la literatura que se lee como un libro de viajes o como una novela repleta de personajes y lugares, de historias y maravillas.

En esta nueva edición se añade un Epílogo, ‘El final de todos los principios (2025)’, en el que Jorge Carrion explica que “desde que escribí Librerías han pasado trece años y una pandemia. En ese tiempo el fascismo se ha derramado de nuevo por el planeta; se ha popularizado el uso de la red social Tik Tok, que ha convertido obras literarias canónicas en fenómenos de masas, y ha entrado en crisis el propio concepto de red social; ha aumentado la censura en todas partes, incluso en países democráticos; ha explotado la inteligencia artificial generativa, con su voluntad de cuestionar lo que entendemos por autoría y por objeto cultural y por escritura y por lectura y por mundo; se han publicado muchos libros sobre librerías y han abierto y han cerrado muchas, como han hecho siempre. Pero tanto las que perviven e insisten como las nuevas comparten una nueva conciencia de su influencia. Tras décadas o siglos de ser personajes secundarios de la cultura, las librerías se han vuelto protagonistas.”

Santos Domínguez 



28 marzo 2025

Pedro Garfias. Obra reunida

 


Pedro Garfias. 
Obra reunida. Verso y prosa 
Edición crítica de Francisco Estévez y Juan Pascual Gay.
Centro Cultural de la Generación del 27. Málaga, 2024.


El verso humano pesa.
Yo lo cojo en mis manos 
y siento que me dobla las muñecas. 
Mi traspiés juega mal con el camino 
y mi dolor contigo, oh blanca primavera.

A veces de lo hondo del silencio 
que bordean las flores y la brisa 
acude el largo grito a mi garganta. 
La primavera rápida se esquiva, 
se rompe en mil pedazos 
el aire de veloz cristalería 
y cubre el sol sus desnudados miembros 
como una virgen tímida.
Yo quedo sobre un monte de tinieblas 
aullando al horizonte de mi vida

Desde esta primavera luminosa 
¿por qué no recordaros, 
vosotros que conmigo compartisteis 
la lluvia y el espanto?
De vuestra sencillez sabe este agua, 
de vuestra dignidad sabe este árbol. 
Acaso vuestros rostros en borrasca 
rimaran mal con este culto prado: 
pero también su cultivado césped 
lo ha sido por las manos.
Hombres de España muerta, hombres muertos de España 
¡venid a hacerles coros a estos pájaros!

Con ese texto cerraba Pedro Garfias (Salamanca, 1901- Monterrey, 1967) su Primavera en Eaton Hastings, un “Poema bucólico” en veinte partes y dos “intermedios de llanto”, que escribió en Inglaterra entre abril y mayo de 1939, poco antes de exiliarse en México, donde alcanzaría su mayor altura poética y donde también se produciría su progresivo declive personal y literario y su irreversible deterioro de alcohólico y hombre errante y desarraigado.

En México aparecería a finales de abril de 1941, aunque con fecha de 1939, que es la de su composición, ese primer libro de su exilio, seguramente su obra más intensa y culminante, que forma parte de la monumental edición en dos tomos de su Obra reunida. Verso y prosa que han preparado Francisco Estévez y Juan Pascual Gay en la colección de Estudios del 27, del malagueño Centro Cultural del 27.

En la Presentación aclaran los responsables de esta edición que, frente al desaseo, la incuria, la falta de rigor o la confusión de las anteriores ediciones de la obra del autor, “aportamos quizás la edición más completa de poesía y prosa de Pedro Garfias. No titulamos Obra completa porque las circunstancias de escritura del autor impiden pronunciar la última palabra. En el mejor de los casos, intentamos reunir lo que hasta ahora se ha publicado de manera dispersa.”

Porque, como recuerdan Francisco Estévez y Juan Pascual Gay, el poeta errante y desorientado, desordenado y memorioso que fue Garfias era propenso a escribir en cualquier sitio y en los soportes más efímeros, desde servilletas a pajaritas de papel, lo que dificulta notablemente la recopilación de su poesía. 

De hecho, es muy significativo que el primer volumen de esta Obra reunida dedique más de cuatrocientas páginas a los poemas dispersos de Garfias antes de recoger sus libros, desde El ala del Sur (1926) hasta Río de aguas amargas (1953).

En la Introducción que recorre la vida y la obra de Pedro Garfias, unidas estrechamente, destacan los autores de esta edición crítica el intenso componente autobiográfico de la obra de Garfias. Sobre todo de una poesía que “es testigo de los avatares de su existencia, una escritura autobiográfica. Pocas veces hay una relación tan estrecha entre vida y obra como en este autor, en escasas ocasiones la poesía resulta una elaborada consecuencia de la experiencia inmediata.” Porque -añaden-“la poesía de Pedro Garfias es también una bitácora o un diario privado. Una escritura que revela la situación del autor a cada momento.”

Por eso “da la impresión de que en su poesía hay muchas poesías de acuerdo con su situación: la poesía de quien quiere ser poeta; lo que quien la adopta como arma de combate; de quien no renuncia a su compromiso ideológico; la del desterrado que a su vez se exilia del exilio. Al final, solo queda el hombre frente a su poesía.”

Y así, además de los dos periodos evidentes por razón geográfica, el español y el mexicano, hay una evolución poética y vital de Garfias que se remonta a los inicios vanguardistas en la línea hispánica del ultraísmo. Pedro Garfias fue un notable poeta ultraísta, aunque no recogió en un libro unitario esos poemas de vanguardia, dispersos en revistas. Parte de esa producción la rescató en su primer libro, El ala del Sur, un volumen heterogéneo desde el punto de vista estilístico en el que conviven los juegos tipográficos y verbales del ultraísmo con las recuperaciones neopopularistas de romancillos y canciones auspiciadas por Juan Ramón Jiménez y seguidas por el 27 emergente del Lorca de Canciones y el Romancero gitano o el Alberti de Marinero en tierra o El alba del alhelí. Esta ‘Canción’ es un ejemplo significativo de ese neotradicionalismo poético de Garfias:

Como una flor nueva 
se abre la mañana 
alza sobre el viento 
su voz la montaña 
y exprimen las horas 
zumos de naranja 
sobre tus pupilas, 
que fluyen miradas 
colmadas y dulces 
como campanadas.

Campanadas frescas, 
brotes pensativos... 
Dicen a tus ojos 
su primer suspiro 
el río y el árbol, 
el árbol y el río.

Cerraron su etapa española dos libros, Poesías de la guerra (1937) y Héroes del Sur (1938), que reunían la poco apreciable poesía de combate y propaganda que escribió durante la guerra civil.

Y ya en el exilio, el precitado Primavera en Eaton Hastings, un largo monólogo compuesto como un tríptico, articulado con dos intermedios, que representa la cima poética de una trayectoria que cerraría en 1953 Río de aguas amargas, su último libro, que confirma que “en México encontró quizás su voz más personal, indisociable del drama de la guerra civil española y de la experiencia del exilio.”

Un libro último y sombrío, atravesado por la melancolía y la amargura ante las consecuencias trágicas del exilio con temas como el destierro y la soledad, el desarraigo y la pérdida, al que pertenece este soneto dedicado a su compañero de exilio Pedro Camacho:

Yo sé que ya mi voz se va perdiendo, 
yo sé que ya mis ojos vuelan poco, 
sé que de tanto ya sentirme loco 
loco me estoy volviendo, 

 Sé que mi amor se fue sin haber sido, 
que mi vida se va porque así quiere, 
y que mi anhelo de vivir se muere 
en pasmo convertido. 

Sé que esto ya no cuenta y que no es cuento  
ni el velo ni el desvelo de la noche. 
Apenas siento deslizarse el río.

Al corazón pongo el oído atento. 
Como Rubén siento pasar un coche 
y pasa por mi carne un largo frío 

“Pedro Garfias no murió, se fue muriendo, derrumbándose, desmoronándose por dentro y luego por fuera. Sus versos no mienten. Los últimos apenas una sombra de lo que fueron, incapaces de reivindicarse, imposibilitados de otra huella que la del desenlace inminente”, observan los editores que explican que su prosa, a la que dedican el segundo tomo de su voluminosa edición, “es la de un poeta, siendo poética incluso si no hubiera escrito poesía. Garfias despliega sus intereses sobre motivos muy cercanos a su condición de andaluz y español o a su curiosidad por autores y obras del momento. Sobresalen sus comentarios sobre poemarios de autores conocidos o noveles. Permiten trazar su gusto y su devoción que desemboca en la propia escritura, a veces en contra del prestigio de determinados escritores. Ya en México son escasas las prosas que entrega a publicación, indicativo de que quizás fue un género al servicio de su obra poética. […] Si la poesía de Garfias parece trasunto de su vida, con reticencias la prosa lo es de su poesía.”

Y así, ese segundo tomo recoge, junto con las prosas dispersas publicadas en prensa, el teatro y el epistolario que se conservan de Pedro Garfias, los diez manifiestos de distinto signo que firmó y su único libro en prosa, Cante, toros y poesía, que es una recopilación póstuma publicada en 1983 de sus charlas radiofónicas de 1945 en ‘El consultorio del aire’.

En la primera de ellas, “¡Olé tu gracia, poesía andaluza!”, decía: 

Hablo de la poesía andaluza, como del conjunto de poetas que ha producido Andalucía.
Claro está que con características propias.
Por ejemplo, las que posee la escuela sevillana clásica, que fundó Fernando de Herrera, llamado el Divino.
Hay que fijarse bien en esto, porque en Andalucía lo importante es la gracia pero tomada esta palabra en un sentido teológico.
Tiene ángel, se dice de aquello que posee el don divino de la inspiración, de la espontaneidad, y al que no lo posee, le llamamos «malángel», «malaje», en la pronunciación andaluza.
También se dice «desangelado» del individuo falto totalmente de gracia.
Por tanto, la poesía andaluza es aquella que tiene ángel, esto es, luz claridad, precisión.
Es cierto que a un gran poeta sevillano se le ha llamado el Ángel de las Nieblas, sí, pero no de las Tinieblas. 
Gustavo Adolfo Bécquer poseía en tal cantidad el don de expresar lo inexpresable, lo inefable, lo inaprehensible, que de ahí ese título.

Y cerraba aquella charla con este párrafo sorprendente en un poeta social y hasta estalinista a ratos, como en el abominable ‘Canto a Stalin’ incluido en Elegía a la presa de Dnieprostoi (1943):

Queramos o no y hasta que una superhumanidad venga a relevarnos, la poesía será siempre manjar delicado y finísimo para muy contados paladares.

Comparecen en esas charlas la novia de Reverte y Enrique el Almendro, Manolete y Paquiro, el torero de pie y el torero de manos, la escuela rondeña y la sevillana, la Argentinita y Pastora Imperio, la Niña de los Peines y Tomás Pavón, Gallito y Belmonte, Cúchares y Pepe-Hillo, Gaona y Arruza, Silverio Franconetti y el cante de las minas, el flamenco y los Miuras, la muerte del Espartero y Enrique el Mellizo, que “no fue nunca cantaor profesional. Llevaba su reserva a tal punto, que según tengo entendido ni a los propios gitanos, hermanos de raza, les cantaba...
Y eso fue en la última etapa de su vida.
Como dicen que hacen los elefantes viejos, que se separan de la manada y van a morir al sitio que los vio nacer, Enrique se fue a Cádiz a pasar los últimos años de su vida.
Como un verdadero misántropo, rehuía el trato incluso con los más allegados.
Pero todas las noches se iba a la muralla a cantar. Únicamente las olas y el viento escuchaban aquellos terribles lamentos que el coloso emitió antes de morir.”

Sin necesidad de hacer elogios desproporcionados y reivindicaciones excesivas de su débil legado poético, los editores realizan en estos dos volúmenes una admirable tarea de recuperación y ordenación del mundo literario de Pedro Garfias.

Un amplio aparato de notas filológicas y aclaratorias acompaña e ilumina los textos reunidos en este plausible esfuerzo de los responsables de esta rigurosa edición crítica que recopila los materiales dispersos, los organiza ajustándolos a su proceso de escritura y corrige las múltiples erratas repetidas en las ediciones anteriores de la obra de Garfias, un indiscutible poeta menor del 27. Como Gerardo Diego, como Emilio Prados, como Manuel Altolaguirre.


Santos Domínguez