02 julio 2025

Pedro López Lara. Por arrabales últimos

 

Pedro López Lara.
Por arrabales últimos.
[Antología poética].
Edición y prólogo de José Cereijo.
Renacimiento. Sevilla, 2025.



El temblor
 
Ya no tiemblo al leerlo, pero aún soy capaz
de reconocer por el tacto un buen poema.
 
De recorrer su piel y ver si tiembla.
 
Ese poema de Pedro López Lara resume en sus tres versos no sólo su postura como lector de lo ajeno, sino su poética propia y poderosa.

Una poética construida sobre el temblor de una palabra tan verdadera como la suya, que brota siempre del cuidado del verso, de la intensidad poética y de la hondura humana, de la aguda conciencia del tiempo y de la capacidad de hacer de la derrota victoria y de la materia elegíaca del recuerdo razón celebratoria, como en este espléndido Ubi sunt:
 
Dónde están mis guerreros, perdedores
solo en batallas no libradas, que fueron las más.
 
Dónde están los castillos que crispaban sus almenas
ante un peligro imaginario.
 
Dónde el enemigo retirado antes de tiempo,
sin haber completado sus infamias.
 
Dónde las vistosas misiones que llevaban
por comarcas insólitas.
 
Dónde los planos del tesoro que auguraban
la expedición, las sangres intermedias.
 
Dónde los indolentes, espaciosos días,
sus noches dilatadas.
 
Dónde el baile final de Zorba el griego,
su mística celebración de la derrota,
más grande que cualquier derrota.
 
Dónde estamos, amigos, cómo hemos llegado
—única magia auténtica—​​ hasta aquí.

La antología Por arrabales últimos, que ha preparado y prologado José Cereijo, recoge una muestra de la obra poética de Pedro López Lara: intensa siempre, ahora también extensa, definitivamente mayor e imprescindible.

La publica Renacimiento en su ya clásica colección de antologías.

Santos Domínguez

 

30 junio 2025

Flaubert. Bouvard y Pécuchet

 


Gustave Flaubert.
Bouvard y Pécuchet.
Edición e introducción de Jordi Llovet. 
Traducción de José Ramón Monreal.
Alianza Editorial. Madrid, 2025.

Bouvard y Pécuchet es “uno de los intentos literarios -no puede decirse solo «novelescos»- más extravagantes, complejos, atrevidos y sorprendentes de toda la literatura europea del siglo XIX, en especial de la tradición que solemos denominar «realismo». Solo un título como Sartor Resartus (1836), de Thomas Carlyle, y poca cosa más en su siglo, puede competir con esta novela de Flaubert en lo que se refiere a su carácter bizarro, por no decir insólito y desquiciado. Luego, ya en el siglo XX, algunas obras como el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust, o El hombre sin atributos de Robert Musil, poseen características geniales que las hermanan con esa obra fabulosa de Flaubert; pero esta, posiblemente, las supera a todas por su concepción, por su proceso de elaboración y por su extraordinaria originalidad”, afirma Jordi Llovet en la introducción de Bouvard y Pécuchet para la edición que acaba de aparecer en El libro de bolsillo de Alianza Editorial con traducción de José Ramón Monreal.

Flaubert dejó inconclusa esta voluminosa novela que publicó su sobrina en 1881. La había empezado a escribir en 1872 y le exigió tanto en documentación y en desarrollo que no la había terminado cuando murió en 1880. Con ella, en perspectiva histórica, acababa la novela realista y culminaba la triple sátira del Romanticismo que había iniciado con la sátira del romanticismo pasional en Mme. Bovary, a la que siguió la burla del romanticismo social en La educación sentimental y que remataba la del romanticismo científico en Bouvard y Pécuchet.

Centrada en las figuras de dos escribientes ignorantes y mediocres, ingenuos y desorientados, que se retiran al campo para explorar las múltiples ramas del saber y los conocimientos de la humanidad, desde la Fruticultura y la Agricultura a las que se dedican inicialmente hasta la Higiene, la Astronomía, la Literatura, la Religión, la Historia, el Espiritismo o la Pedagogía. 

Así acaban por reflejar sin proponérselo la necedad humana a través de una recopilación exhaustiva de vulgaridades y tonterías en una parodia de enciclopedia, en una crítica del dogmatismo, la mediocridad y los lugares comunes en la que Flaubert proyectó la cólera del desahogo contra sus contemporáneos: “Antes de palmar -escribía en una carta- quiero vaciar la hiel que me llena. Así que preparo mi vómito. Será copioso y amargo, te lo aseguro.”

Como una “enciclopedia del asco” definía George Steiner esta novela, que le llevó a Flaubert años de documentación, y como “un monumento erguido contra la tontería” resumía Maurice Nadeau en un estudio ya clásico el valor literario y el significado global de la obra narrativa de Flaubert, pensando seguramente más en esta obra póstuma, en la que ridiculizaba por igual la actitud romántica y la materialista, que en cualquier otra de las suyas.

Repleta de humor irónico y de acidez crítica, Bouvard y Pécuchet fue el proyecto literario más ambicioso y sostenido de Flaubert, que pensaba organizarla en dos partes: una primera, La novela, que él mismo consideraba un «prólogo narrativo» en diez capítulos, y un segundo volumen, La copia, seguramente la parte nuclear del proyecto, que incluiría Estupidario, Diccionario de ideas corrientes, Catálogo de las ideas chic, El álbum de la Marquesa y Citas tomadas de todo tipo de literatura. 

Organizados como relatos autónomos de carácter episódico y estructura circular en torno a los diversos temas (de la Anatomía a la Filosofía, de la Biología a la Moral), sus capítulos no responden a la composición clásica de una novela lineal, sino a la construcción de un mosaico que con sus diferentes piezas acaba proporcionando una visión de conjunto crítica sobre las diversas disciplinas en que se organiza el conocimiento.

A lo largo de la elaboración de esta novela sobre el fracaso intelectual, Flaubert cambió su actitud frente a los dos protagonistas y pasó de la mirada crítica a la comprensión benévola de Bouvard y Pécuchet, dos personajes complementarios (utópico uno, nihilista el otro) que, impulsados por un desmedido afán de conocimiento decepcionados por los fracasos de todos sus proyectos, acaban refugiándose en el ejercicio mecánico de la copia de cualquier papel impreso, desde las citas más estúpidas a los tópicos más manidos, que reflejan el adocenamiento mental y ético que quería denunciar el novelista y que son capaces ya de detectar los protagonistas: “Entonces se desarrolló en su espíritu una facultad molesta, como era la de reconocer la estupidez y no poder ya soportarla.”

Del ejercicio de esa molesta facultad crítica surge esta novela, especialmente la segunda parte, en la que Flaubert hace que los protagonistas elaboren una antología de la mediocridad y la necedad a través de los lugares comunes de las ideas recibidas. 

Estas son algunas citas del Diccionario de ideas corrientes, que como se ve siguen formando parte del repertorio actual de tópicos circulantes:

ANIMALES
¡Ah, si los animales pudiesen hablar!
Los hay más inteligentes que los hombres.

BANQUETE
Comida de empresa. Reina siempre en él la más franca cordialidad. Deja muy buen recuerdo y los comensales se despiden siempre hasta el año siguiente.

BOSTEZO
Hay que decir: «Disculpen, no es del aburrimiento, sino a causa del estómago».

CELEBRIDAD
Denigrar como sea a las celebridades señalando sus vicios privados.
Musset se emborrachaba.
Balzac estaba cargado de deudas.
Hugo era avaro.

CERRADO
Siempre precedido de «herméticamente».

CLÁSICOS
Hay que conocerlos.

FÉNIX
Buen nombre para una compañía de seguros contra incendios.

GALOPE
Se emplea siempre con el verbo «lanzarse». «Lanzarse al galope»..

ILEGIBLE
Una receta de médico no es eficaz si no es «ilegible».
Toda firma oficial debe ser ilegible, así como la de los particulares. Quiere decir que uno tiene una montaña de correspondencia.

ILÍADA
Siempre seguida de «La Odisea».

JURADO (miembros del)
Hacer lo imposible para no formar parte de él.

LIEBRE
Duerme con los ojos abiertos.

NÁPOLES
Ver Nápoles y después morir.
Hablando con gente culta decir Parténope.

POESÍA
Es completamente inútil.
Pasada de moda.
 
POETA
Sinónimo de soñador y de lelo.

PRÁCTICA
Superior a la teoría.

REPUBLICANO
No todos los republicanos son ladrones, pero los ladrones son todos republicanos.

SEVILLA
Célebre por su barbero.
¡Ver Sevilla y después morir! (véase NÁPOLES).
«Quien va a Sevilla», etc. (en español).

VASCO
El pueblo que mejor come.

VERANO
Un verano es siempre «excepcional», ya sea caluroso o frío, seco o húmedo.

VIEJO
A propósito de una inundación, de una tormenta, etc., ni los más viejos de la región vieron jamás cosa igual.

Y estas otras, del Catálogo de las ideas chic:

Decir de un gran hombre: «¡Está sobrevalorado!» 
Homero: no ha existido.
Shakespeare: no ha existido, el autor de sus dramas fue Bacon.

Bouvard y Pécuchet -afirma Jordi Llovet- es la obra cumbre de Flaubert, o la culminación de una idea de la novela y de un propósito estético-literario muy determinados, pues resume y sintetiza una vida entera de escritor, depura hasta extremos casi patológicos la manía del autor por la máxima objetividad estilística y lleva a sus últimas consecuencias una verdadera teoría del arte literario en el contexto de la sociedad y de la literatura francesas del siglo XIX, de las que Flaubert fue espectador privilegiado, enormemente crítico e inteligentísimo.”


Santos Domínguez 

27 junio 2025

Antidio Cabal. Ciudad. Reposo en la Hélade

 

Antidio Cabal.
Ciudad.
Reposo en la Hélade.
Edición de Antonio Jiménez Paz. 
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2025.



SERENIDAD 

Si no fuera porque existe la nada, 
me desesperaría.

Es uno de los poemas de Ciudad (1977), el primero de los dos libros inéditos de Antidio Cabal (Las Palmas, 1925-Costa Rica 2012) que publica El sastre de Apollinaire junto con Reposo en la Hélade (1983-1985) con edición de Antonio Jiménez Paz, que destaca que ambos libros forman parte de la Lírica del yo de un “poeta con identidad literaria propia y transgresor en su propuesta personal.”

Reflexiva y desnuda, directa y conversacional, la poesía existencial de Antidio Cabal indaga en la la identidad personal y en la búsqueda de sentido de la vida. El tiempo y el conocimiento de sí mismo recorren esta ontología poética en la que se cruzan el pensamiento y el sentimiento para expresar la conciencia de los límites, la percepción de la finitud en textos que a veces toman un sesgo distante e irónico como este Codicilo: 

Ahora tengo vestido y nombre, 
los llevaré al funeral.

La insurrección existencial se expresa con frecuencia en este libro con textos brevísimos que están más cerca de la meditación o el aforismo que el poema, como en Patología:

El reposo del espíritu no me va bien.

Es la rebelión que se convierte en motor de los textos como ya anunciaba al final del texto preliminar, que termina con estas palabras: “Prometeo permanece en el ser y en el ente.”

Reposo en la Hélade, el otro libro inédito que recoge este volumen, revela las mismas preocupaciones esenciales y existenciales, el mismo fondo meditativo, expresado ahora a través de la influencia de la filosofía y la tragedia griegas. 

“Cuando descubrí a Grecia, regresé a Grecia, descubrí lo que había, me descubrí a mí en mí”, explica Antidio Caba en el texto liminar. Y de ahí que ahora el vehículo poético sea una nueva perspectiva con la que abordar la reflexión sobre el sentido de la existencia, sobre el ser y el tiempo a través de la mirada interpuesta de Esquilo, los presocráticos y Sócrates o de la voz del Hoplita de la Anábasis que cierra el libro: 

Somos los diez mil 
que gritamos un día 
¡el mar, el mar, el mar! 
con inmensa caricia, 
era nuestro camino líquido 
para volver a nuestra casa viva, 
hemos dejado el polvo de Persia, vamos en las naves 
con caballos y liras,

regresamos al punto de partida, 
donde nació nuestra carne,

nada traemos de lo que ha sido nuestra vida, 
raras comidas, palabras indefinidas, servidumbres sociales, 
nada más que haber estado ahí, donde no hay filosofía 
y no había teatro,

cómo curarnos de haber estado ahí, 
empezar a olvidar mientras volvemos, 
regresamos a darnos nuestra propia cita.


Santos Domínguez 



25 junio 2025

Julio Camba. Mis páginas mejores



Julio Camba.
Mis páginas mejores.
Edición de Francisco Fuster.
Cátedra. Letras Hispánicas. Madrid, 2025.


Julio Camba (1884-1962), articulista ágil e ingenioso, humorista fino y errante y uno de los mejores prosistas de la primera mitad del siglo XX, reunió en su antología personal Mis páginas mejores el que quería que fuera el resumen de su trayectoria literaria.

En aquel tomo, que publicó Gredos por primera vez en 1956 y del que después se han hecho algunas reediciones, Camba había seleccionado los textos que le parecían más representativos de su obra, los había agrupado en diversas secciones temáticas y los había presentado con un comentario inicial de cada capítulo y con una justificación del sentido de la antología que comenzaba así:

No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor esta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:
-He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor solo puede salir de lo bueno, pero estas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

La selección preparada por Camba combinaba lo cronológico y lo temático en ocho apartados que vertebraban la estructura de una antología sucesiva de sus artículos más significativos.

El recorrido se inicia con la sección En el pueblo natal, que ofrece tres de sus primeros artículos, escritos desde Galicia, los más autobiográficos de un Camba que luego se convierte en corresponsal viajero para echar Una ojeada al mundo, como titula la segunda parte. Un mundo habitado por ingleses, franceses, alemanes, suizos, yanquis, italianos y portugueses.

Con una mirada personal, irónica y distante, con una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, está aquí plenamente representado el quizá sea el mejor Camba, el Julio Camba que es dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.

Con aquel cinismo cosmopolita y un punto canalla que siempre caracterizó su enfoque de la realidad, Camba habla de la comida de los ingleses y del sol de Londres, de las camas francesas o los bulevares de París, del clima muniqués o de la calvicie de los alemanes, de una Suiza sin suizos o de Nueva York, la ciudad teoría de los Estados Engomados, el país de las catástrofes, los negros y los judíos, los rascacielos y los trajes en serie, los crímenes en serie o las narices en serie, de la levadura napolitana y el robo a los turistas, de Lisboa y Coimbra.

O muestra una selección de sus textos gastronómicos de La casa de Lúculo, de sus artículos reaccionarios de Haciendo de República y de esos Pequeños ensayos sobre distintos aspectos de la vida española, desde el pensaor hasta la bohemia, pasando por el arte rupestre, la pereza o los verdugos. Pequeños ensayos que tienen aquí una sección autónoma que recoge algunos de los artículos más representativos de su madurez.

Así termina uno de ellos, el burlón Sobre las pompas fúnebres:

“Yo conozco escaparates de funerarias verdaderamente tentadores; pero cuando estoy en posesión del dinero necesario para comprarme un buen ataúd, es precisamente cuando tengo menos ganas de morirme. Claro que hay en el mundo mucha gente rica y vanidosa; pero no es lo mismo entrar en una tienda de automóviles, comprarse un cuarenta caballos y gritarle al chófer: «¡A Deauville, de prisa!», que entrar en una tienda de pompas fúnebres, ajustar una carroza con unos corceles engualdrapados, introducirse en un féretro de madera perfumada y decirle al cochero con una voz de ultratumba: «A la Sacramental de san Justo. Solemnemente…».
Prácticamente no hay nada más ocioso que los escaparates de las tiendas de pompas fúnebres, y por eso yo me inclino a creer que, con ellos, se persigue un fin moral más que un fin comercial. Contemplar uno de estos escaparates, en efecto, es como oír el viejo y lúgubre morir habemos. La emoción del más allá nos sobrecoge de pronto, y la chica que inmediatamente antes habíamos encontrado tan guapa, se nos aparece, inmediatamente después, pálida, exangüe, descarnada y esquelética. Indudablemente, todos nos hemos de morir, señores funerarios; pero, sin embargo, nosotros les agradeceríamos a ustedes que no se esforzaran demasiado en recordárnoslo. Después de todo, la cosa es mucho más triste para nosotros que para ustedes…

Cátedra Letras Hispánicas acaba de recuperar aquella antología de Camba con una estupenda edición anotada que ha preparado Francisco Fuster, que en su estudio introductorio recorre la forma y el fondo de las crónicas de Camba, su trayectoria como corresponsal en Constantinopla, París, Londres, Berlín y Nueva York, una experiencia de la que saldrán sus tres libros de viajes (Playas, ciudades y montañas; Londres: impresiones de un español y Alemania: impresiones de un español), su interés por la gastronomía y la política y su declive personal y literario en la posguerra, que pasa en parte en Lisboa. Cuando regresa a Madrid en 1948 da por cerrada su obra y publica sus Obras completas, que tienen mucho de testamento y de despedida.

Sobre esta nueva edición escribe Fuster que “como la de otros grandes nombres de la edad dorada del periodismo español (Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Gaziel, Corpus Barga, Wenceslao Fernández Flórez, César González-Ruano, etc.), la obra de Julio Camba ha generado un extraordinario interés, entre público y crítica, durante los últimos años. A sus fieles y veteranos lectores se han venido sumando otros (muchos de ellos, jóvenes estudiantes universitarios de Filología o Periodismo), que han descubierto en el articulista gallego a un periodista de raza capaz de elevar la columna de periódico a la categoría de alta literatura. En este contexto, esta nueva edición de Mis páginas mejores resulta más que oportuna, pues se trata de un título que merecía, desde hace tiempo, pasar a formar parte de ese canon de la literatura en español que es el catálogo de la colección «Letras Hispánicas».

Como confesó su autor en el prólogo, el libro que el lector tiene en sus manos es mucho más que una selección personal de sus mejores páginas. Leída en clave sentimental o testimonial, esta antología es, quizá, lo más parecido a esa autobiografia que Julio Camba siempre se negó a escribir:

Yo quisiera que estas páginas mías tuvieran entre sí cierta correlación orgánica, que se apoyaran las unas en la otras, que las de tal o cual época quedasen explicadas y justificadas por las de épocas anteriores y que, en conjunto, le diesen todas ellas al lector una idea exacta de cómo ha ido formándose, a través del tiempo y sus vicisitudes, la mentalidad y el estilo con que hoy anda uno por el mundo.

Frente a la naturaleza efímera de la hoja de periódico en la que vieron la luz, por primera vez, sus textos mantienen la incontestable vigencia de una obra actual, contemporánea, que desafía al tiempo.”


Santos Domínguez 


23 junio 2025

Ernst Zürcher. Los árboles en lo visible e invisible

   


Ernst Zürcher.
 Los árboles en lo visible e invisible.
 Atalanta. Gerona, 2025. 


“¿Qué son los árboles para nosotros? ¿Simples elementos de nuestro medio ambiente, vecinos a veces engorrosos por entorpecer la vida urbana y el tráfico? ¿O tal vez guardan un vínculo menos visible pero inseparable, esencial e inmediato con nuestras vidas, tanto en su marco general, el planeta Tierra, como en nuestra propia psicología, nuestro equilibrio interior e incluso nuestra realización espiritual?”, escribe Ernst Zürcher, ingeniero forestal y doctor en Ciencias Naturales, en Los árboles en lo visible e invisible, que publica Atalanta con un prólogo en el que Joaquín Araújo señala que “la mejor destreza de las arboledas es que no existe nada que administre mejor el tiempo y el espacio. Ellas trabajan con los dos elementos más abundantes, casi ilimitados en un tablero de juego que es manifiestamente limitado. Me refiero a la luz y a la altura. Agigantan, en consecuencia, las líneas del horizonte.”

Subtitulado Sorprenderse, comprender, actuar, generosamente ilustrado con abundantes imágenes y editado además con un magnífico cuadernillo central, “Los árboles en lo visible e invisible es un libro riguroso y a la vez ameno. Que sus lectores tengan por seguro que no se aburrirán”, afirma Francis Hallé en el Prefacio con el que se abría la edición original en francés de esta obra, de la que dice el autor que “en este contexto, donde lo visible y lo invisible se entrecruzan, el presente libro propone levantar el velo de las apariencias y descubrir las increíbles particularidades de los árboles para esbozar fuentes de asombro.”

De un asombro creciente ante “los seres humanos del reino vegetal”, como los llama Zürcher en estas páginas que responden a las múltiples preguntas que suscitan “los gigantes del espacio y el tiempo” y exploran los vínculos invisibles que unen al hombre con el árbol más allá de lo material, a través de lo mágico, lo religioso o lo mitológico. Porque ese carácter sagrado ha estado unido desde la antigüedad al fondo de las culturas ancestrales, lo que implicaba una protección con normas estrictas de algunas especies, como se refleja en el espléndido capítulo dedicado al tejo sagrado de los druidas celtas. Un ejemplo: el tejo que en el centro de Escocia, en Fortingall, acumula casi seis metros de diámetro y mantiene una vitalidad asombrosa después de los cinco mil años que se le calculan.

La anatomía de la madera, los ritmos astronómicos y la cronobiología de los ciclos lunares y su influencia en los árboles y en las mareas verdes, el imperceptible pulso de las yemas, la madera entre la tradición y la realidad o los mensajes sutiles del olfato, las propiedades de los olores y sus efectos (con el ejemplo de un perfume de nuestra cultura como el tilo, y de otro más exótico como el sándalo), la proporción áurea y la capacidad predictiva de los árboles sobre los terremotos o el tiempo meteorológico, el geomagnetismo, la humedad y la temperatura, las amenazas a los bosques y su gestión sostenible son algunas de las cuestiones que aborda este libro en el que se cruzan lo visible y lo invisible, la tradición y la ciencia, la silvicultura y la medicina, la naturaleza y la conciencia para resaltar la importancia de los árboles, decisivos en la configuración y modificación del clima, en la formación de nubes y en el ciclo del agua, en la fotosíntesis, en la biodiversidad y en la creación de biomasa a partir de la energía solar o en la conformación del flujo de aire atlántico en la Corriente del Golfo. 

Cuestiones que aborda este ensayo que pretende mostrar la necesidad de una reorientación global en la relación con la vida en la Tierra. Y por eso -concluye Zürcher-: “con el presente ensayo pretendemos formar parte de este proceso, mostrando de manera concreta cómo puede desarrollarse en colaboración con nuestros aliados del lado de la naturaleza.”

Porque, como señala Francis Hallé en el Prefacio, “Los árboles en lo visible e invisible será un libro de referencia sobre nuestro conocimiento colectivo de los seres de madera, que, como dice el autor, son «los más extraños del mundo». El hecho de que se ocupe de estos dos rasgos de los árboles, la visibilidad y la invisibilidad, lo convierte en una obra excepcional.”


Santos Domínguez 



20 junio 2025

Alberto Fadón. Príncipes y principios


Alberto Fadón.
Príncipes y principios.
Siltolá Poesía. Sevilla, 2025.


  YO, POETA REACCIONARIO


To He/Him.

Yo nací, perdonadme, en Salamanca, 
no en patrias prometidas de pronombres. 
(Hoy elijo palacios, islas, torres 
antes que arcanas magias onomásticas).

Yo nací por igual noble y canalla 
en la tierra de Lázaro de Tormes. 
A lo decolonial y al gender problem 
prefiero la defensa de mi España

y sus lances ¿España? Perdonadme: 
las naciones copiosas de un estado 
por esencia y querencia subyugante.

En fin. Serenidad, desdén hidalgo 
y sorna belicosa, que ya es tarde 
para no ser poeta reaccionario.

Con ese poema abre Alberto Fadón (Salamanca, 1997), como una carta de presentación semejante a la de Antonio Machado en Campos de Castilla y a la de Manuel Machado en Adelfos, su espléndido Príncipes y principios, que publica La Isla de Siltolá en su colección Poesía.

Pródigos en guiños literarios, en citas integradas, en homenajes y complicidades (Juan Ramón, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez…), los poemas de Príncipes y principios, un asombroso primer libro, trazan en su diseño a la vez clásico y moderno el contorno estético y moral de un poeta cabal, “clásico y castizo”.

Un poeta formado en la alta literatura y dotado con el don de la palabra y con una admirable capacidad de integrar la vida y la literatura, el ejercicio de la lectura con el de la escritura.

Inspirado en una cita de Luis Rosales, del título de este poema toma título el libro:
 
PRÍNCIPES Y PRINCIPIOS

Esa preferencia del pálpito al cálculo significa en el caballero 
simplemente la fe inquebrantable en sí mismo y en su 
destino personal.
MANUEL GARCÍA MORENTE

Un poco más de pálpito que cálculo 
-como según Morente el caballero-
me hizo cambiar los mundos de Carnero 
por este humor y vocación de oráculo

contra la clerecía cultural 
y a favor de la vida y del verano. 
¿Estética y moral? Pues lo cercano 
y luminoso, poco más. Rural

no lo he sido. La aldea no festejo 
ni la corte desprecio. Ya no callo 
mis juicios por tibieza y entre ripios

con una amarga confesión 
os dejo: hubiera preferido ser vasallo 
de príncipes mejor que de principios.

Alberto Fadón es un poeta con oído educado en la dicción clasica, un poeta que sabe que el verso tiene respiración propia y no es la secuencia gráfica resultante de cortar la prosa en retalillos sueltos de suspiros provincianos, sino una cuestión de ritmo expresivo.  

Y, sabiéndolo, es capaz de una labor de integración de formas métricas que se refleja en la convivencia del soneto con el verso blanco de varia medida o con estructuras de la poesía popular como en las “Soleares charras”, alguna tan provocadora como esta:

¿Y los cultores del haiku? 
Pues allá ellos y que rimen 
si quieren en asturianu.

Y en la coexistencia de tonos muy distintos, entre lo serio y lo jocoso, entre lo culto y lo coloquial, la mitología para hablar en el mismo poema de John Ford y de San Jerónimo, de Ovidio y Gómez Dávila, o para que convivan en las páginas del libro el cine y las glosas en prosa gongorina, el mar de Cádiz y el de Gijón, El Greco y Errol Flynn, el bótox y Leopardi, la écfrasis coplera de un cuadro de Ribera y Aquilino Duque, Gracián y Eric Rohmer, Platón y una paella.

Para que convivan también y sobre todo la línea clara y la potencia expresiva, tantas veces disociadas, en poemas como este, tan políticamente incorrecto, tan lamentablemente oportuno:

LO QUE QUEDA DE ESPAÑA

A aquella patria que renunció a la gracia y se hizo sierva.

Porque de aquella estirpe de claveles 
y lirios embozados de armaduras
-pasmo del orbe que suspenso admira-
queda solo el aroma 
languideciente y tardo 
como un atardecer del mes de agosto 
al sur de una bahía milenaria, 
volvamos aunque sea 
un rato a este cuartel
del recuerdo y los mudos homenajes, 
felizmente muy lejos
del aplauso o reproche del común 
y de las leyes cursis y flamígeras 
de la memoria histórica.


Santos Domínguez 

18 junio 2025

Daniel Defoe. Diario del año de la peste

 


Daniel Defoe.
Diario del año de la peste. 
Edición y traducción de Antonio Ballesteros González 
y Beatriz González Moreno.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2025.


Y como la peste comenzaba a ser más virulenta tenía mis dudas sobre qué camino seguir y cómo actuar. Todas las cosas horripilantes que había visto por las calles me habían llenado de terror y de miedo a la peste, que por sí sola ya era horrible; y en algunos casos más espantosa todavía: los bubones, que generalmente se formaban en el cuello o en la ingle, se endurecían y no se abrían, y llegaban a doler tanto como la más refinada tortura; y algunos, incapaces de soportar el tormento, se tiraban por las ventanas o se pegaban un tiro, o se suicidaban de cualquier otro modo. Y son esas cosas horribles las que yo pude ver. Otros, incapaces de contenerse, aliviaban su dolor profiriendo gritos, y esas voces de lamentos podían oírse de tal manera cuando uno iba por las calles que te atravesaban el corazón si pensabas en ello, especialmente si uno consideraba que ese mismo destino terrible podía caer sobre nosotros en cualquier momento.

Ese es uno de los párrafos más significativos del Diario del año de la peste, la extraordinaria narración con apariencia de reportaje documental  que Daniel Defoe publicó en 1722 sobre la peste que había asolado Londres más de medio siglo antes.

Defoe había nacido en 1660 y tenía menos de cinco años cuando se produjo aquella epidemia de peste negra de 1665 a la que había sobrevivido. En el libro la describe una primera persona que con las siglas H. F., un talabartero que desempeña la función del cronista verosímil pero inventado que en vez de huir al campo, como hicieron muchos de sus vecinos, permanece en Londres para dejar testimonio de la peste y de sus consecuencias.

Cátedra Letras Universales acaba de incorporar a su catálogo este título con una espléndida edición anotada con traducción de Antonio Ballesteros González y Beatriz González Moreno, que definen el Diario del año de la peste como una ‘crónica periodística y narrativa de la epidemia’ y señalan que su narrador “se asemeja al reportero que sale a la calle en busca de noticias, muchas veces con peligro de su propia integridad personal, pero en este caso prescindiendo de la objetividad que se le supone idealmente al periodista -y que, como sabemos, no siempre se cumple-, porque reconoce que hay datos que no conoce, cifras que no maneja de manera fidedigna, y además se ve escindido personalmente por numerosas dudas en lo que respecta a su relación con la epidemia.”

Un narrador meticuloso y compasivo que escribe en una de las páginas más estremecedoras del Diario:

Pero este es solo un caso: apenas si se da crédito a la cantidad de cosas tan espantosas que sucedían todos los días en muchas familias. Hombres que, en el fragor de la enfermedad, o por el tormento de los bubones, el cual era de hecho insoportable, se volvían locos, fuera de sí e idos; y a menudo ellos mismos se agarraban y se tiraban por las ventanas o se disparaban, etc. Madres que asesinaban a sus propios hijos, víctimas de su delirio; otros que morían del sufrimiento mismo, como de un arrebato, por el propio miedo y el susto sin tener la peste encima; a otros el terror les hacía cometer cometer tonterías y desvariar, o ser víctimas de la desesperación o de la locura; y otros se sumían en una demente melancolía.

El dolor de los bubones era especialmente violento y, para algunos, insoportable. Bien puede decirse que los médicos y cirujanos torturaron a muchas pobres criaturas hasta la muerte. En muchos casos los bubones se endurecían y aplicaban sobre ellos fortísimos emplastos o cataplasmas para abrirlos; y si esto no ocurría los cortaban los dejaban de una manera terrible. En algunos, los bubones se endurecían tanto, en parte por la virulencia de la enfermedad misma y en parte porque los había atacado con mucha fuerza, que ningún instrumento podía abrirlos, y entonces los quemaban con b, de forma que muchos morían chillando como locos por el tormento y otros durante la operación misma. En estos momentos de angustia, algunos de los que carecían de una ayuda que los sujetara a la cama o cuidara de ellos se hacían cargo de su propio destino como he señalado antes. Algunos se precipitaban a las calles, quizás desnudos, y corrían directamente hacia el río; y si no los paraba algún vigilante o cualquier otro oficial, se tiraban al agua, donde luego los encontraban.

Tres años antes de este Diario del año de la peste, Defoe había publicado la obra que le daría más fama, Robinson Crusoe, en la que llevaría a la novela la ideología ilustrada y la confianza en la razón. En más de un sentido la crónica imaginaria que tituló Diario del año de la peste es su antítesis, porque en esta su autor parece reconocer las limitaciones del optimismo del Siglo de las Luces. Por eso, tal vez sea este inclasificable documental dramatizado la obra de Defoe que esté más cerca de la mentalidad contemporánea, construida en gran parte sobre la conciencia del fracaso de los ideales racionalistas de la Ilustración.

Mezcla de crónica y ficción, de ensayo y narración, de análisis moral, propósito didáctico y poderosas descripciones, en el Diario del año de la peste persiste el Defoe racionalista que desmiente las supersticiones populares, el moralizador ilustrado que fustiga las debilidades humanas. Pero ese Defoe ha pasado ya a un segundo plano para dejar paso al escritor perplejo ante la muerte y el mal, escollos con los que choca el optimismo ilustrado en un tiempo en que se teme un nuevo brote de la epidemia, que amenaza desde Marsella en 1720.

Y a partir de ahí, la potencia democratizadora de la muerte, la desorientación y la pérdida de confianza en el hombre, la razón y la ciencia, las decenas de miles de muertos llevan al cronista interpuesto por Defoe a renunciar a sus viejos ideales para buscar refugio en la religiosidad.

Tras la frialdad objetiva de los datos estadísticos de bajas e inhumaciones, las descripciones de las calles vacías, las casas abandonadas y los cadáveres amontonados trazan un detallado mapa de los horrores, con detalles macabros y comportamientos irracionales y mezquinos que son el resultado de la convivencia diaria con el pánico y provocan el desengaño de los optimistas valores ilustrados.

El Defoe moralizador acababa proyectando así en el Diario una mirada crítica que renuncia a las bases ideológicas de la Ilustración, sobre todo a la aspiración de armonía, fraternidad y progreso. Frente al altruismo idealista, los comportamientos reflejados en las situaciones límites que evoca la obra son los del egoísmo, la confusión y el ensimismamiento del que ve al otro como un enemigo, como un riesgo de contagio, como un mensajero de la muerte.

Muchos de los lectores del Diario del año de la peste llegamos a este libro a través de García Márquez, que lo reivindicó  insistentemente como uno de sus libros de cabecera y como modelo de crónica y de reportaje periodístico con altura literaria y algún toque de ficción. Un clásico imprescindible.


Santos Domínguez 


16 junio 2025

Elias Canetti. La provincia del hombre

 



 Elias Canetti.
La provincia del hombre.
 Traducción de Juan José del Solar.
Prólogo de Ignacio Echevarría.
Taurus. Madrid, 2025.

“Las intuiciones de los escritores son las aventuras olvidadas de Dios”, escribe Elias Canetti (1905-1994) en uno de los apuntes que anotó entre 1942 y 1972 y que forman parte de La provincia del hombre, que publica Taurus con traducción de Juan José del Solar y un prólogo (“Un enjambre de relámpagos tenaces”) en el que Ignacio Echevarría destaca que este es “uno de los libros más ricos y plurales del siglo XX” y “la concentración cada vez más intensa de los apuntes, que poco a poco alcanzan un asombroso virtuosismo para conseguir cifrar la mayor cantidad de sentido en un pequeño número de palabras.” 

Estas notas, que se extienden durante tres décadas (“Treinta años de vida consciente -reconoce Canetti en la Nota preliminar a la edición- son muchos años”), empezaron siendo una válvula de escape al trabajo titánico de esos años, dedicados a la composición de Masa y poder, que absorbió su actividad intelectual durante décadas y provocó “una presión que con el tiempo fue adquiriendo proporciones peligrosas. Era imprescindible crear una válvula de escape para ella, y a principios de 1942 la encontré en estos apuntes. Su libertad y espontaneidad, el convencimiento de que existían únicamente por sí mismos, de que no servían a ningún fin, la irresponsabilidad con la que jamás volví a leerlos ni cambié nada en ellos, me salvaron de un anquilosamiento que hubiera podido ser fatal.
Estos apuntes se fueron convirtiendo gradualmente en un ejercicio cotidiano e imprescindible. Sentía que una parte importante de mi vida pasaba a integrarse en ellos. Al final salieron varios tomos, y lo que aquí presento es una pequeña selección de ellos.”

Tras una larga e intensa gestación, Masa y poder se publicó en 1959 y a partir de entonces, estas notas, que se prolongan hasta 1972, cada vez más breves y más concentradas, perdieron su condición ancilar y tomaron una entidad propia, aunque durante décadas se mantuvieron en el terreno de lo privado. Así lo explica Canetti en la Nota preliminar:

Estos apuntes hacía tiempo que habían perdido su carácter de válvula de escape. Ya no surgían bajo la presión de una tarea que me había resultado muy pesada. Si antes tenía a menudo la impresión de que me habría asfixiado forzosamente sin esos apuntes, entonces pasaron a adquirir una legitimidad propia e intangible.

Además de los fragmentos relacionados con la elaboración de Masa y poder, la guerra y el militarismo, la religión y la muerte, la ética y la estética, el poder y el dinero, la música y la literatura, la poesía como forma de conocimiento, la lengua y los animales, la Historia y la Ciencia, la sociedad, la política y la vida en Inglaterra, el exilio en un Londres bombardeado y Goethe, el papel de la técnica y los peligros del progreso, las palabras y el silencio, el pasado y los sueños son algunos de los múltiples temas que aborda Canetti en La provincia del hombre, un conjunto de apuntes que tiene una función vertebral en la configuración de su pensamiento y que puede tomarse como epítome de toda su obra.

Porque, como señaló Sven Hanuschek, editor y biógrafo de Canetti, “la obra principal de Elias Canetti no es Auto de fe ni Masa y poder. La única que lo contiene por entero son sus apuntes.”

Junto con los que recogió luego en El corazón secreto del reloj y en El suplicio de las moscas, estos textos para leer a saltos (el propio Canetti se refería a sus apuntes como «literatura de saltos») constituyen, según todos los especialistas en su obra, la cima intelectual de un autor que, después de Masa y poder, renegó de los sistemas de pensamiento cerrados y se centró en estos textos de escritura plural y proteica, que se mueven entre la anotación diarística, la reflexión y el aforismo, en la estela de sus maestros Pascal, Lichtenberg o Joubert. 

Espontáneos, fulminantes y asistemáticos, estos apuntes expresan no sólo una manera de escribir caracterizada por la brevedad y una concentración progresiva, sino una forma de pensar, un pensamiento aforístico en el que toman cuerpo la impaciencia y el desahogo una vez que se libera de la disciplina agotadora de una obra tan gigantesca como Masa y poder y renuncia al sistema cerrado y al enunciado de la totalidad cuando escribe en un apunte de 1975, “que la esperanza ya sólo radica en lo fragmentario, que ya una totalidad de la vida sólo se halla en lo fragmentario.”

En conjunto, la de Elias Canetti es una de las obras esenciales del siglo XX. No sólo sus imprescindibles Auto de fe y Masa y poder, también los tres volúmenes de su autobiografía, Historia de una vida, o su larga serie de apuntes, con La provincia del hombre como una de sus cimas, son referentes fundamentales en el panorama de la cultura europea contemporánea.

Dejo aquí tres apuntes como muestra:

Algún día resultará evidente que con cada muerte los hombres se vuelven peores.

Nos convertimos en todo aquello que más hemos aborrecido. Todo aborrecimiento ha sido un mal presagio. Nos mirábamos en un espejo deformante del futuro, sin saber que éramos nosotros mismos.
¿Qué tal si no hubiéramos mirado aquel espejo? ¿No habríamos llegado a ser lo que somos?

Me interesan los hombres de carne y hueso y me interesan los personajes. Aborrezco los híbridos de ambos.


Santos Domínguez 




13 junio 2025

Javier Lostalé. Revelación


Javier Lostalé.
Revelación.
 (Antología).
Selección y prólogo de José Cereijo,
Bartleby Editores. Madrid, 2025.


 CONFESIÓN

Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán, porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: esa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño.

Ese texto, con el que Javier Lostalé abría en 1995 La rosa inclinada, es el que se ha colocado como pórtico de Revelación, la antología de su obra poética que publica Bartleby con selección y prólogo de José Cereijo, que señala que “un poco a la manera de lo que afirmaba Proust (‘La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura’), también para Lostalé lo vivido solo consigue plenitud en la experiencia de la escritura, que es entonces, como también sucedía en el autor francés, un ejercicio de lucidez; pero lo que en este aparece volcado hacia afuera, mediante una rememoración minuciosa de personas y sucesos, es en Lostalé, como decíamos antes, indagación íntima. Que no cae nunca, por otra parte, en la autocontemplación más o menos narcisística, porque no es la historia del individuo concreto que lleva su nombre lo que aquí se busca, sino una indagación a fondo en la condición humana, tal como se revela dentro de sí mismo; no, por tanto, la historia de un hombre, sino la del hombre.”

Una antología generosa y representativa de una trayectoria (una “biografía poética”, en palabras de Cereijo) en la que el propio Lostalé reconoce una “evolución que se corresponde con la edad y con lo vivido. En los primeros libros lo autobiográfico predomina, luego la poesía se va desvinculando del yo y el lenguaje se va haciendo cada vez más esencial. Es lo que ha ocurrido a partir de Tormenta transparente.”

Con Tormenta transparente, que apareció en 2010, recuperaba su voz tras un largo silencio. Y esa voz recuperada tenía una nueva tonalidad -más reflexiva, menos confesional-, que es el resultado de un viaje desde la existencia hacia la esencia, de un recorrido desde la experiencia hacia lo hondo y de un creciente despojamiento poético que se reflejaría también en sus tres libros posteriores: El pulso de las nubes (2014), Cielo (2018) y Ascensión (2022), que toma su título de este espléndido poema:

 No necesita alas tu ascensión.
Basta con haber sido visitado 
por una transparencia sin tiempo ni espacio 
en la que en único latido seas 
sin saber nada de su origen, 
solo dispuesto a consumarte 
en entrega fiel a su enigma 
donde entera leas tu vida 
sin despertar de su música más secreta.

La luz de la memoria y el silencio del olvido en la niebla del mundo, el fuego del deseo y las sombras de la ausencia, la conciencia existencial y la purificación a través del fulgor revelador de la palabra recorren la poesía de Lostalé, un insistente ejercicio de búsqueda de la esencia y la plenitud, como en este texto de su último libro, que refleja el adelgazamiento del verso y su despojamiento expresivo:

PLENITUD

¿Qué mudo relámpago
puebla a quien ama? 
¿Quién hasta su sombra invade 
para en su respiración resucitar?
Sus oídos en insolación
escuchan siempre los mismos pasos, 
y en surtidores de luz 
su mirada se empaña 
mientras se pronuncia 
dentro de otro ser. 
Todo el paisaje 
es un pulso virgen 
que se aduna 
al horizonte de su pensamiento.
Sin hora ni lugar 
en cuanto dice se consuma.
Vive ya sin nombre, 
como quien no se pertenece 
al ser solo un cautivo 
de tan plena libertad.



Santos Domínguez 

11 junio 2025

José María Merino. De mundos inciertos




José María Merino.
De mundos inciertos.
Antología de cuentos.
Edición de Ángeles Encinar.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2025.

Hay bajo el suelo que pisamos mundos esplendorosos, abiertos como este a un espacio infinito, y que para llegar a ellos solo es necesario encontrar la argolla de una oculta trampilla, y la idea de que sueño y vigilia son el haz y el envés de una misma realidad.

Con esa cita, que contiene algunas de las claves de la narrativa breve de José María Merino, abre Ángeles Encinar su iluminadora introducción a De mundos inciertos, la antología de cuentos de Merino que publica Cátedra Letras Hispánicas.

Esa búsqueda de la cara oculta y latente de la realidad recorre gran parte de los relatos de José María Merino a lo largo de las más de cuatro décadas de escritura que recoge esta espléndida selección, realizada a partir de los diez libros de cuentos que el autor publicó entre los Cuentos del reino secreto (1982) y Noticias del Antropoceno (2021).

En total, este De mundos inciertos contiene cuarenta narraciones (veintiséis cuentos y catorce minicuentos), organizadas en seis secciones temáticas: La otra orilla, Sin límites, El profesor Souto, Desde el futuro, Diálogo entre arte y ficción y Minicuentos.

En la introducción de esta antología, Ángeles Encinar contextualiza estos relatos en el conjunto de una dilatada trayectoria narrativa que ha convertido ya a José María Merino en un clásico del relato breve y en uno de los referentes imprescindibles del género en lengua española, como se confirma en el minucioso análisis de sus libros de cuentos que se acomete en el amplio estudio introductorio en que Ángeles Encinar define al autor como “maestro del cuento” y añade que “Críticos y lectores reconocen el magisterio de José María Merino en la narrativa breve.Está considerado uno de los mejores cuentistas españoles desde el último cuarto del siglo XX. Domina no solo la práctica sino también la teoría sobre el género y su evolución a lo largo de la historia literaria.”

Cuando reunió sus microficciones en La glorieta de los fugitivos (Páginas de Espuma, 2007), escribió Merino en uno de los textos reflexivos del libro: “La ficción fue la primera sabiduría de la humanidad, el jardín literario en donde está la verdadera historia de la humanidad.”

José María Merino viene reivindicando a través de toda su obra narrativa la tradición de la literatura fantástica, que tiene uno de sus referentes en Hoffmann y en sus narraciones inquietantes, pero que también entronca con una tradición española que está ya en Don Juan Manuel y en los libros de caballerías. Una tradición que fue arrasada por la labor inquisitorial de la iglesia tridentina y por una crítica posterior no menos inquisitorial, encabezada por Menéndez y Pelayo, con perniciosas y duraderas secuelas.

Con su narrativa corta, José María Merino se suma a esa tradición interrumpida del relato fantástico o del cuento raro en español y su intensa reivindicación de lo fantástico se conecta con otra larga tradición de relatos en la literatura hispanoamericana, de Borges a Cortázar, de Carpentier a García Márquez.

 En la nota inicial de sus Cuentos de los días raros Merino escribía en 2004 que “la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza.” Y esa declaración de principios vale no sólo para aquella colección de relatos. Vale también para los anteriores Cuentos del reino secreto, El viajero perdido o Cuentos del Barrio del Refugio, y para los posteriores Cuentos del libro de la noche, Las puertas de lo posible o La trama oculta.

Cuentos nocturnos y visionarios en los que la fragilidad de límites entre el sueño y la vigilia, la metamorfosis y la identidad, lo fantástico y el misterio del tiempo, los espejos y las simetrías, la muerte o el terror apenas sugerido en el acecho invisible de lo cotidiano, que son algunos temas fundamentales de su universo narrativo, aquí se abordan con el rigor y la depuración que exige el género.

El fulgor breve pero intenso de estas narraciones, la elipsis de los datos o la inquietante e invisible fauna doméstica que las habita, producen en los lectores un vértigo pendular que les lleva de la ficción a la realidad, de la orilla de la vida a la de la muerte y de un tiempo a otro, con la conciencia de vivir un sueño o una pesadilla como parientes próximos de Kafka, uno de los padres del relato contemporáneo.

El excepcional contador de historias que es José María Merino se mueve en estos relatos en su territorio narrativo predilecto, allí donde se diluyen las fronteras entre la vigilia y el sueño y la fantasía invade con naturalidad los espacios cotidianos. Unos relatos en los que la realidad enseña sus abismos vertiginosos o sus iluminaciones.

Cuentos sobre la rareza a través de los sueños, los libros, los recuerdos o lo cotidiano. Relatos en los que se conjuran los rasgos, los temas y los registros más peculiares de su mundo narrativo y en especial la incursión de lo fantástico en lo cotidiano. Son, pues, una muestra espléndida de lo que el propio narrador ha definido como realismo quebradizo, una detección de las grietas por las que lo raro asalta la realidad.

Porque, como señala Ángeles Encinar, “junto a la realidad reconocida y visible, el escritor percibe otra realidad, a la que nos referíamos al comenzar esta introducción, y la concibe como «una especie de ciudad paralela que permanece junto a la visible y palpable». En todos sus libros de cuentos aparece la temática constante en su narrativa: la búsqueda de identidad, el doble, la metamorfosis y la metaficción; y desde cualquiera de estas esferas se insiste en la dificultad de encontrar delimitación de fronteras entre vigilia y sueño, realidad y ficción, vida y literatura, natural y sobrenatural.”

Y, como dice un personaje de uno de estos cuentos, “¿cómo no iba a ser verdad todo aquello, tan verosímil, tan bien contado?”

Santos Domínguez 


09 junio 2025

Miguel Sánchez-Ostiz. Las naves quemadas

  

 

Miguel Sánchez-Ostiz.
Las naves quemadas.
Antología de prosa de no ficción 1985-2024.
Selección y prólogo de Alfredo Rodríguez.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2025.


¿Qué hace un escritor de más de 70 años zascandileando en las redes? ¿Encontrar los lectores que no ha tenido en vida? ¿Tan importantes son esos rutinarios “Me gusta”?

Es uno de los fragmentos de Las naves quemadas, la espléndida antología de la prosa de no ficción de Miguel Sánchez-Ostiz que ha preparado Alfredo Rodríguez y publica La Isla de Siltolá en su colección Levante.

Resultado brillante de un trabajo de cinco años de recopilación, selección y ordenación de fragmentos de esa zona de la obra de Miguel Sánchez-Ostiz, lo que ofrece este amplio volumen no es una simple sucesión de fragmentos selectos. 

Porque, presentados y organizados en un nuevo libro, esos fragmentos procedentes de sus diarios y sus memorias, de sus artículos, sus libros de aforismos o sus ensayos adquieren otros significados añadidos al formar parte de una estructura distinta e independiente que va tejiendo la composición de la antología y los obliga por tanto a establecer una nueva relación mutua. 

Una relación que sin tergiversar su sentido originario los hace dialogar entre sí en el nuevo contexto autónomo de esta antología de la obra de quien es, en palabras del antólogo, “uno de los más grandes escritores en prosa de nuestro país, alguien que lleva más de cuarenta años en la Literatura y ha publicado ochenta libros, y que ha cultivado el mundo de las letras prácticamente en todas sus facetas.”

En doce apartados de títulos orientadores ha organizado Alfredo Rodríguez esta magnífica selección miscelánea: Del oficio de escritor; Escribir un Diario; Libros, libros, libros; Sobre la poesía y los poetas; De la tregua con la vida y otros momentos de plenitud; Con nombre propio; Del paso del tiempo, la memoria y los recuerdos; De la vida y de su lado oscuro; Con fama de maldito, a contrapelo y ‘outsider’; De tus peores enemigos; Negra historia de la tierra y Del descalabro social.

De esa pluralidad de temas, intereses y enfoques deriva también la diversidad de tonos y perspectivas, de afinidades y de afectos (Álvarez, Perucho, Umbral, Félix Grande…), de desencuentros y decepciones que asoman en estas páginas para construir una imagen completa y poliédrica del Sánchez-Ostiz escritor y lector, inevitablemente y a la vez persona y personaje que, entre lo público y lo íntimo, delimita su perfil insobornable y su independencia en textos como estos: 

Está la bandería. No parece posible expresar libremente lo que uno piensa sin ganarse un enemigo, un enemigo que no es anónimo, que tiene nombre y rostro, y que no perderá la oportunidad de demostraros su enemistad. Y eso solo tiene su origen en que no se admite otra forma de vida que la más primitiva y brutal de los clanes cerrados. Hay que pertenecer a alguno, por lo visto, de lo contrario uno está perdido. No es posible pensar distinto, pensar por cuenta propia, tener libertad de conciencia, ejercitarla, sin que esa actitud, estrictamente personal, despierte la animadversión la sospecha, la innoble acusación, el ominoso rumor, y en algunos bandos la delación. Claro que si el empeño de uno es lograr una aceptable libertad de conciencia, todas esas pejigueras le deben importar una higa.

Escritor de provincias. Ese oficio en el que el resentimiento, el rencor, la envidia y los celos son el viento, el motor y la argamasa segura y a la vez más inconfesable.

Los aduladores de hoy acaban siendo tus peores enemigos.

El éxito del prójimo y sus particulares trabajos se admiten mal y se perdonan peor.

La ciudad prohibida de las letras hispanas, una sociedad de halagos mutuos en la que no es fácil entrar, pero sí salir.

Tarde o temprano compruebas que los amigos de tus enemigos no pueden ser tus amigos.

Como señala Alfredo Rodríguez en su prólogo -‘Escribir para no rendirse o Por la fronda de Miguel Sánchez-Ostiz’-, “todos estos escritos autobiográficos y literarios, entretejidos con cada fibra de su vida e historia, constituyen un ejemplo por antonomasia del escritor total, del creador absoluto, de aquel que en el trabajo literario siempre ha encontrado su mayor liberación, porque su espíritu era ese trabajo y no entendía la vida sin él.”

Así lo resume el propio Sánchez-Ostiz en varios fragmentos de esta completisima y trabajada antología:

¿Para qué escribir? Para no darse por vencido, para no rendirse. Es lo que quise hacer desde muy joven. La verdadera muerte es desertar. Es preciso vencer la desgana, la tentación de echarlo todo a rodar, de considerar este poco de oficio un empeño fútil.

Escribes porque es lo tuyo, porque es en ese tablero de la escritura donde pusiste en juego tu vida, a trancas y barrancas, con claridades y borrascas. Porque escribiendo te sientes vivo, situado en lo real.

Se haya convertido en lo que se ha convertido, la escritura es mi único asidero, una forma de combatir este tiempo negro.

A uno le importa ya un bledo que le digan en tono peyorativo que se encierra en su torre de marfil o que busca refugio en el refinamiento, porque así es en efecto. Y diré que no es empeño fácil.

Cierra el volumen una Bibliografía que reúne los más de treinta títulos de la parte de la obra de Sánchez-Ostiz que se recoge en esta antología. Una antología que -explica Alfredo Rodríguez- “pretende buscar el deleite y la reflexión del lector, además de animarlo a introducirse en el vasto mundo de la obra diarística de alguien que no sólo es uno de los narradores más brillantes de nuestra literatura actual, sino un escritor total, un escritor todoterreno, que es capaz de desdoblarse simultáneamente en el tiempo en la escritura de diferentes libros, y va dejando aquí, en estos textos escogidos, buen rastro de ello.”


Santos Domínguez

 

06 junio 2025

José Luis Morante. Viajeros sedentarios

  


José Luis Morante.
Viajeros sedentarios.
La Garúa. Barcelona, 2025.

Noches y días; 
viajeros sedentarios 
sin cobertizo.

De ese haiku procede el título -Viajeros sedentarios- de la reunión de haikus que José Luis Morante publica en la colección que La Garúa reserva para esa modalidad poética. Una colección que en su formato breve y en su diseño refleja el limpio minimalismo de los textos que contiene.

Escritos entre 2020 y 2024, como explica el poeta en el prólogo -‘Encuentros’-, “los haikus de Viajeros sedentarios acogen el contacto con lo efímero, el suceso mínimo cotidiano y la maraña de encuentros con protagonistas y secundarios de la vida social. Suman instantáneas. Despliegan rutinas y dibujan con trazo descriptivo la dermis del tiempo. Son eclécticos. Aluden a facetas dispares del aquí en el ahora, a esa aparente acción tocada por la contingencia que ya dobla la esquina.”

La contemplativa Oficio de mirar y la sinestésica El rumor de la luz son las dos partes en las que José Luis Morante organiza los haikus de este volumen. Y contemplación y sensorialidad son precisamente dos de las claves del género fijado por el poeta japonés Matsuo Bashō (1644-1694). La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía son otras de las características que hacen del haiku una de las manifestaciones más estilizadas y sutiles de la poesía universal.

Ezra Pound, que lo sabía, lo asumió en su escritura poética, como Octavio Paz entre nosotros: la indeterminación elusiva, la concentración de la sugerencia, la potencia connotativa son rasgos diferenciales del lenguaje poético. Y por eso Pound y Paz encontraron en la poesía oriental -china o japonesa- una de las raíces fundamentales de su obra. 

Y a esa tradición se suman estos haikus de José Luis Morante, que proyecta en ellos un proceso poético y espiritual en el que se funden el sujeto y el objeto, el poeta y la realidad, la sensibilidad y la inteligencia, la mirada y la palabra que aspira a la desnudez y el despojamiento, a la transparencia y la serenidad:

No decir nada.
Que cuenten los silencios 
relatos mudos.

“En el camino de Viajeros sedentarios -escribe Morante en la ‘Nota’ final- la callada labor de cuatro otoños. Los haikus crecieron despacio, buscando luz solar. Naturalidad y transparencia.”

Haikus que se alimentan de visiones y de intuiciones, de iluminaciones verbales sobre el rumor sereno del agua en la calma de la noche, sobre el silencio del jardín, sobre la lluvia o el fuego, sobre la memoria y la conciencia del tiempo:

Alza sus brazos 
la palidez del día.
Es cuanto queda.

Zona de sombra. 
Huye la luz de nuevo. 
Me deshabita.

En muchos de estos textos, tan elusivos y fugaces como las sensaciones que los suscitan, se solapan la mirada exterior y la meditación para expresar un simbolismo del paisaje que revela el interior del que lo mira:

El aire prueba 
un perfume de salvia, 
mana de ti.

Mirar arriba 
y que la luz restañe 
la cicatriz.


Santos Domínguez