08 octubre 2025

Chaves Nogales. Juan Belmonte, matador de toros



 Manuel Chaves Nogales. 
Juan Belmonte, matador de toros. 
 Su vida y sus hazañas.
Prólogo de María Isabel Cintas Guillén.
Epílogo de Josefina Carabias. 
Alianza Editorial. El libro de bolsillo. Madrid, 2025.

“En un momento de nuestra historia como el actual, en que los espectáculos taurinos están siendo contestados, en que se quieren eliminar de la tradición festiva española y considerarlos contrarios a las ordenanzas que defienden el bienestar animal, puede resultar un tanto paradójico traer al primer plano de la edición la biografía del torero Juan Belmonte, que lleva además en su título un adjetivo comprometido, matador de toros, y una explicación de intenciones: su vida y sus hazañas. Solo el calificativo de «matador de toros» despierta aversión allí donde se emplee, para amplios sectores de la sociedad española. Y qué decir del título de la versión inglesa, killer of bulls, asesino de toros... y, sin embargo, el libro obtuvo un gran éxito, en España y fuera de España. Quizá sea el libro más conocido y celebrado del periodista”, escribe María Isabel Cintas Guillén en el prólogo que abre la reedición de Juan Belmonte, matador de toros, que publica Alianza Editorial en su colección El libro de bolsillo.

“¿Cabría preguntarse -añade- qué opinión tendría Chaves Nogales sobre el espectáculo taurino hoy? Tal vez sí. Y tal vez también, su opinión sería la misma que en el pasado: respeto a un considerado arte en la tradición española, aunque su interés personal por el mismo pueda resultar tangencial. Porque, en los albores del siglo XX y en prácticamente toda su primera mitad, las corridas de toros fueron el espectáculo que más atrajo a las masas; sus ejecutores, los toreros, fueron tan bien acogidos por el gran público como hoy lo son los futbolistas. Triunfar en el mundo taurino equivalía a triunfar en la vida.”

Juan Belmonte, matador de toros, una de las mejores biografías que se han escrito en español, es una  narración de forma autobiográfica cuya mejor virtud literaria es la eficiente ocultación de la voz de Chaves Nogales tras la de Juan Belmonte y la estilización de esta en la potente prosa del autor.

Periodista de oficio y dueño de una de las prosas más fluidas y limpias de su época, Chaves Nogales, que había publicado poco antes El maestro Juan Martínez que estaba allí, poseía además un inusual talento narrativo. Por eso intuyó que la superposición del biógrafo y el biografiado en una sola voz sería la clave de su eficacia.

Chaves Nogales nunca fue a una corrida de toros. Lo que le interesaba en este libro, más que exaltar a una figura del toreo, era retratar al hombre hecho a sí mismo desde la quincallería familiar de la calle Feria y las noches de luna y cerrado en Tablada hasta la plenitud triunfal, anterior y posterior a la muerte de Joselito en Talavera. Una plenitud coronada por un cortijo con parrales en Utrera.

Juan Belmonte, matador de toros no sólo narra en primera persona la forja de una personalidad humana y artística que revolucionó el toreo. Es también la memoria de un tiempo conflictivo y de una España problemática escrita en los agitados años finales de la Segunda República.

Este libro asombroso, que había aparecido antes en veinticinco entregas publicadas entre junio y diciembre de 1935 en la revista Estampa, es el resultado de muchas horas de conversación del torero y el periodista. 

Pero, además de una incursión en la personalidad y la memoria de Juan Belmonte, además de la memoria de una época, el libro es también una teoría intemporal de Sevilla:

En la plaza del Altozano estaba el foco de la tauromaquia trianera. Allí, en la taberna de Berrinches y en otra que tenía el sugestivo rótulo de El Sol Naciente, se reunían los torerillos del barrio. Pero yo no tenía relación alguna con ellos. Aquél de los aficionados a los toros era un mundo extraño para mí y absolutamente impenetrable. Sevilla, aunque parezca inexplicable, es así: una ciudad hermética, dividida en sectores aislados, que son como compartimientos estancos. Por lo mismo que la vida de relación es allí más íntima y cordial, los diversos núcleos sociales, las tertulias, los grupos, las familias, las clases, están más herméticamente cerrados, son más inabordables que en ninguna otra parte. En Sevilla, de una esquina a otra hay un mundo distinto. Y hostil a lo que le rodea. Esta hostilidad es lucha desesperada y salvaje en los clanes infantiles; lucha de esquina contra esquina, de calle contra calle, de barrio contra barrio. En la Cava, adonde habíamos ido a vivir, había dos clanes antagónicos: el de la Cava de los Gitanos y el de la Cava de los Civiles, y los chicos de una y otra Cava se apedreaban rabiosamente.

La trayectoria vital de Belmonte se inicia con un niño atónito que se asoma a la calle Feria, una calle que es el mundo, una de esas quince o veinte calles del mundo -afirma Chaves Nogales- propicias para la formación de la personalidad:

Los niños que nacen en estas calles se equivocan poco, adquieren pronto un concepto bastante exacto del mundo, valoran bien las cosas, son cautos y audaces. No fracasarán.

A partir de ese momento, la prosa bullente de Chaves Nogales simula ser la voz de Juan Belmonte para trazar un recorrido vital y social, espacial y temporal por la construcción de un mito viviente que en 1935, cuando se publicó esta biografía, tenía 43 años y seguía en activo, convertido en el espejo en el que se reflejaban el patetismo y los deseos de los demás. Llevaba por entonces más de veinte años de ejercicio como el próximo cadáver que había predicho Rafael Guerra en frustrada profecía. Y en esos años había transformado el toreo en un ejercicio espiritual alejado de la disciplina física, en “la versión olímpica de un estado de ánimo.”

Un estado de ánimo cambiante, asaltado con frecuencia por las dudas.  y el cansancio. Por eso no falta en el libro una premonición que anticipa lo que ocurriría treinta años después:

No sé por qué me asaltó aquella monomanía, pero lo cierto es que, a veces, me sorprendía en íntimos coloquios conmigo mismo, incitándome al suicidio. Tenía en la mesilla de noche una pistola, y muchas veces la cogía, jugueteaba con ella y la acariciaba, dando por hecho que de un momento a otro iba a disparármela en la sien. 

Entre el primer capítulo (“Un niño en una calle de Sevilla”) y la teoría del toreo que cierra el libro, Chaves Nogales elabora una ejemplar biografía que reconstruye un camino de perfección que arranca de lo más bajo y que atraviesa una profecía (“Tú serás papa”). Un recorrido que, además del recuerdo admirado de Joselito, evoca las gestas en la dehesa de Tablada en noches de luna llena y la mejor tarde de su vida torera, asume la mezcla de halago y tormento de la popularidad y reflexiona sobre el miedo del torero o sobre la relación con las mujeres.
 
Este es su párrafo final:

Todas estas historias viejas que me ha divertido ir recordando palidecen y se borran a la clara luz de la mañana de hoy que entra por los cristales del balcón. Todo esto que he contado es tan viejo, tan remoto y ajeno a mí, que ni siquiera creo que me haya sucedido. Yo no soy aquel muchachillo desesperado de Tablada ni aquel novillerito frenético, ni aquel dramático rival de Joselito, ni aquel maestro pundonoroso y enconado…
La verdad, la verdad, es que yo he nacido esta mañana.

Cierra el volumen un epílogo en el que Josefina Carabias señala atinadamente que “sin la pluma de Manuel Chaves Nogales la vida de Juan Belmonte, aun siendo la misma, no habría tenido el interés que tiene, sobre todo para el lector no taurino, ni se habría traducido al inglés, ni se reeditaría hoy formando parte de una colección del mejor tono literario. Pero debo reconocer también que una figura como la de Juan Belmonte era lo que necesitaba Manuel Chaves Nogales para que su talento de periodista y escritor diera de sí todo lo que podía. Por otra parte, el hecho de ser los dos de Sevilla y de que la ciudad natal había influido tan notablemente en la manera de ser de aquellos dos hombres hizo que se entendieran mejor."

Y así resume por su parte María Isabel Cintas Guillén el sentido del libro:

Juan Belmonte, matador de toros no es un libro a la manera de los relatos tradicionales de la torería. Aquí no se exaltan las hazañas de un torero, no se vibra con sus suertes, no se disfruta con los lances taurinos. Aquí se cuenta el quehacer de una persona, que es un torero, y que triunfa en su profesión en una España acosada por conflictos de difícil solución.
El propio torero no es un personaje modélico ni ejemplarizante. Los héroes de la torería seguían unas reglas claras en su comportamiento dentro y fuera de las plazas. No así Juan, de físico poco agraciado, de poca capacidad expresiva; calificado de oscuro, huraño, cohibido, fatigado, triste, inseguro... Antítesis del héroe triunfador, pinturero y modélico. Sobre el fondo geográfico de Andalucía, en general, el esquema del torero seguía, eso sí, las directrices habituales: origen pobre, vida dura hasta el triunfo y con él, ostentación de la riqueza que el triunfo proporciona; y también el compromiso de ayudar económicamente a la «clientela» que siempre acompaña al torero y pone a prueba su generosidad en su consiguiente ascenso en la escala social.

Santos Domínguez 

06 octubre 2025

Ángel Olgoso. Estigia

 

Ángel Olgoso. 
Estigia
Prólogo de Ana María Shua.
Eolas Ediciones. León, 2025.


Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella —ávida, arrogante, burlona— cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento —es vieja y seca—, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace.
     
Ese espléndido relato de Ángel Olgoso, titulado ‘La derrota’, forma parte de Estigia, el tercero de los seis volúmenes temáticos que, editados por Eolas Ediciones, reúnen un conjunto de setecientos relatos que ha venido escribiendo y publicando durante cuarenta y cinco años.

Suena en ese relato el eco de los perros que ladran en el inquietante aforismo de Kafka: “Todavía juegan los perros de caza en el patio, pero las piezas no se les escaparán por mucho que corran ahora por el bosque.”

Un aforismo kafkiano que es una alegoría de la muerte, el tema que recorre buena parte de la excepcional obra narrativa de Ángel Olgoso y que sirve para vertebrar este tercer volumen a través de un centenar de relatos en los que, entre Caronte y Virgilio, nos guía por la siniestra laguna que Patinir vio como nadie.

Relatos que abordan el tema de la muerte a través de muy diversos personajes y situaciones, desde muy distintas perspectivas y lo tratan literariamente con muy variados enfoques narrativos y registros estilísticos: entre lo físico y lo metafísico, entre el terror  y la broma, entre lo satírico y lo simbólico, entre la ironía y el mito, entre el humor y la sorpresa.

 Porque, como señala Ana María Shua en el prólogo que abre el volumen, “Olgoso nos hacer viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, pero además nos pasea por las personas gramaticales. Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector, juega con las posibilidades como un mago insondable al que siempre le queda un ardid más, listo para asombrar.
Olgoso no pretende encontrarle una definición única a la muerte. Porque en realidad no estamos hablando de la muerte sino de la vida y de la literatura, una de las mejores maneras de burlar a la muerte, de distraernos y olvidarnos por un breve lapso de nuestro destino.”

Como he escrito cada vez que he reseñado un libro suyo, Ángel Olgoso es un maestro en la difícil tarea de equilibrar fondo y forma, de fundir tensión narrativa y altura estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura; un autor dotado de una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer nunca en los peligros de la prosa poética, porque en sus relatos la prosa se pone al servicio de la construcción narrativa y se orienta a crear en el lector estados de ánimo que le permitan entrar en los universos literarios que propone sus deslumbrantes relatos.

Estos dos textos son no sólo un reflejo de la variedad de tonos con que Ángel Olgoso aborda el tema de la muerte que vertebra el contenido del libro. Son también una muestra representativa de la magnífica prosa con que elabora sus admirable obra narrativa:

EL ESPEJO

El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra.

DESIGNACIONES

Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd.

Santos Domínguez

 

03 octubre 2025

Christoph Schulte. Tsimtsum

  


Christoph Schulte.
Tsimtsum. 
El origen del mundo y lo divino. 
Traducción de J. Rafael Hernández Arias.
Atalanta. Gerona, 2025.

El místico y cabalista judío Isaac Luria (Jerusalén, 1534-Safed, 1572) fue el visionario fundador e impulsor de una de las teorías más difundidas en la mística judía y en la Cabala. Basada en la idea del tsimtsum (“contracción” en hebreo), imagina la creación del mundo como resultado de la contracción de la luz en un proceso de apartamiento, autolimitación y retirada de la divinidad del espacio que ocupaba con su omnipresencia antes de la creación. 

A propósito de esta noción de tsimtsumAtalanta publica un amplio y riguroso ensayo de Christoph Schulte, especialista en historia de la cultura, la religión y la filosofía del judaísmo, que se publicó en versión original en 2014 con un elocuente subtítulo: El origen del mundo y lo divino. 

Con traducción de J. Rafael Hernández Arias, así explica Schulte el concepto de tsimtsum:

La palabra hebrea tsimtsum significa «contracción», «repliegue», «limitación», «autolimitación» y «concentración». Es originariamente un término de la cábala y se refiere a la autocontracción de Dios antes de la creación del mundo y con el propósito de hacerla posible: el Dios omnipresente e infinito, antes de la creación, se replegó para producir un espacio vacío dentro de su propio ser. Este espacio vacío fue esencial para la formación del universo, ya que permitió la existencia de algo distinto a Dios. La emanación y creación del mundo en el interior de Dios ocurrió después del tsimtsum. En este proceso, la divinidad también limitó su omnipotencia, de modo que lo finito pudiera surgir. Sin el tsimtsum no hay creación. Eso lo convierte en uno de los conceptos fundamentales del judaísmo.

Sería precisamente esa renuncia divina a ser todo, esa retirada de Dios de la totalidad del espacio que ocupaba hasta entonces por completo la que dejaría un espacio que permitiría que se generara el mundo, en el que aparecerían nuevas realidades que no existían cuando la divinidad lo ocupaba todo: el tiempo y la muerte, la libertad, la imperfección o el mal.

La creación resultaría, según esa teoría del renunciamiento y el abandono, una manifestación de la humildad y no una exhibición de poder. Es una teoría compleja que proyecta el concepto de retraimiento más allá de la mística y la religiosidad, en la práctica humana y en el campo de la interpretación de los procesos históricos, de las relaciones sociales, de los comportamientos individuales y la psicología, de la creación artística.

Además de ahondar en la misma noción de tsimtsum, Schulte aborda un recorrido histórico por la tradición doctrinal que generó y por su incidencia en la historia intelectual de Occidente: sus orígenes en Tierra Santa, con Luria como figura originaria, y su puesta por escrito por Jaim Vital, discípulo de Luria, su difusión entre los cabalistas europeos del XVII, su transmisión durante más de cuatro siglos en la historia religiosa y cultural del judaísmo y sus huellas en el cristianismo de Europa y América del Norte: desde cabalistas como Scholem hasta el jasidismo, desde algunos teólogos y pensadores cristianos que asumieron el tsimtsum hasta Newton, Hegel, Schelling o Brentano, desde los manuscritos místicos hasta su presencia en la literatura, el arte y la música a través de autores y artistas tan diversos como Franz Rosenzweig, Hans Jonas, Isaac Bashevis Singer, Harold Bloom, Barnett Newman y Anselm Kiefer. 

Se dan cita en estas páginas sobre el tsimtsum y sus variadas interpretaciones y ramificaciones lo divino y lo humano, lo judío y lo cristiano, el misticismo y la literatura, la filosofía y la teología, la música y el arte, porque -señala Schulte- “este concepto ha movido a casi todos sus destinatarios e intérpretes a pensar, repensar, escribir o crear arte. Ha despertado, requerido y fomentado la creatividad.”

“Sin embargo -añade-, este análisis de las interpretaciones del tsimtsum y sus variantes no es un juego ni un entretenimiento, pues lo que importará a la posteridad, ante la fascinación que despierta el tsimtsum de Luria, será descubrir o comprender la verdad sobre este concepto y el origen de nuestro mundo. Sus interpretaciones tienen una pretensión de verdad que este estudio debe contemplar rigurosamente en sus análisis. Porque es dicha pretensión de verdad de la doctrina del tsimtsum de Luria la que impulsa a generaciones de autores, aunque su intención sea crítica o polémica, al describir, exponer, interpretar y evocar esta enseñanza con el fin de que resulte fructífera para su presente y sus contemporáneos.”


Santos Domínguez 

01 octubre 2025

Jesús Moncada. Memoria estremecida

  



Jesús Moncada.
Memoria estremecida.
Traducción de Pepe Ferreras. 
Anagrama. Barcelona, 2025.


Un complejo diseño narrativo estereoscópico, semejante al del Quijote, con dos narradores superpuestos al narrador principal, es el que utilizó Jesús Moncada en su tercera y desgraciadamente última novela, Memoria estremecida (1997), que acaba de recuperar Anagrama en su catálogo con una magnífica traducción de Pepe Ferreras. Una reedición que conmemora los veinte años de la muerte del autor de Camino  de sirga, recientemente reeditada también en esta misma colección Narrativas hispánicas.

El mismo narrador sin nombre, proclive en su indefinición a ser confundido con Cervantes, que cuenta el Quijote apoyándose en el material del texto encontrado de Cide Hamete Benengeli y en el relato de la traducción de un morisco toledano, es el que usa Jesús Moncada al utilizar como fuente de su novela un manuscrito en el que Agustí Montolí, escribano del juzgado de Caspe, contaba un truculento episodio sucedido en los días finales de agosto de 1877:

“El manuscrito, descubierto no hace mucho, me ha resultado valiosísimo -explica Jesús Moncada en el texto preliminar.” Y añade: “Quiero advertir, sin embargo, desde el principio, que la responsabilidad de aquel funcionario en las páginas que siguen termina en la frontera donde su crónica cede el paso a mi novela, aunque la línea divisoria no será fácil de distinguir; hitos y lindes resultan a menudo borrosos, a veces invisibles, en una tierra donde el deslumbre del sol puede resultar tan falaz como el enigmático velo de la niebla.”

Como en su magistral Camino de sirga, Mequinenza es el territorio narrativo en el que transcurren los hechos: los asesinatos, a manos de unos bandoleros armados con sables y trabucos, de un recaudador de impuestos del Banco de España, de un arriero de Mequinenza y de uno de los dos guardias civiles que lo escoltaban el 25 de agosto de 1877, en Vallcomuna, a medio camino entre Caspe y Mequinenza. 

Asesinatos perpetrados para obtener un botín de 13475 pesetas y por los que fueron inculpados cuatro vecinos de los que tres (el pregonero Victoriano Teixidó, “Pregoné”; el herrero Alejos Prunera y el labrador Mateo Sanjuán) serían condenados a muerte y fusilados en Mequinenza tras un juicio sumario. Al cuarto, el guardabosques Genís Borbón, se le había aplicado antes la ley de fugas.

Más de un siglo después, Arnau de Roda, amigo del narrador, le hace llegar ese manuscrito: “Con Arnau de Roda, un gran amigo, más viejo que los caminos, tengo también una deuda que no podré saldar en toda mi vida y que, en buena ley, debería hacerle figurar como coautor del libro.”

Porque, además de proporcionarle una copia del manuscrito de Montolí, Arnau, que conocía los hechos a través del relato oral de su abuelo impresor Ulisses va comentando, al final de cada una de las dos secciones en que se articulan las cuatro partes, los episodios de la novela en marcha que le va haciendo llegar su amigo, el “querido rascacuartillas” que encabeza sus cartas

Comentarios críticos y apostillas que, desde la Mequinenza de 1995, cumplen una tarea fundamental en la elaboración del texto, en el desarrollo de la novela, en la ordenación de los hechos y en la caracterización de los personajes:

Accedió a leer mi original y así empezamos una sabrosa correspondencia. Enseguida intuí lo que luego se confirmó a lo largo de los meses: los comentarios de mi amigo, a menudo irónicos, a veces sarcásticos, siempre sustanciosos, constituían un complemento tan interesante del libro que, al final, me resultó inconcebible la idea de separarlos. Por tanto los publico juntos, incluyendo las notas que Palmira, primogénita de Arnau y compañera mía de infancia, añadía a las cartas de su padre.

Con ese poliédrico sistema de narradores, Moncada construye una admirable novela que, entre la reconstrucción histórica de una época de conflictividad política y agitación social -la Restauración y las consecuencias de la tercera guerra carlista-, tiene como fondo una reflexión intemporal sobre el poder y la justicia, sobre la realidad histórica y la memoria personal y colectiva.

Una novela que arranca tres meses después de los crímenes, con el cierzo helado de las cuatro y media de la madrugada del 24 de noviembre de 1877, cuando el escribano sale de Caspe hacia Mequinenza para ver pasar la comitiva con la cuerda de presos detenidos por los asesinatos.

Ya avisa de ello el autor/narrador principal cuando al final de su preámbulo da “un consejo: si después de este preámbulo el lector aún se ve con ánimo de proseguir, más vale que se abrigue. En cuanto vuelva la página, se encontrará en la madrugada del 24 de noviembre de 1877. Y aquel día, en contra de lo que pronosticaban los almanaques –no mucho frío, nubes, riesgo de lluvias–, un cierzo afiladísimo azotaba el valle del Ebro.”

 Con el mismo diseño estructural que Camino de sirga, Jesús Moncada organiza Memoria estremecida en cuatro partes -‘La comitiva’, ‘La vela roja’, ‘Las moscas de agosto’, ‘Celebraciones de otoño’- subdivididas en dos secciones de ocho capítulos breves y rematadas con un Epílogo -Tiempo adelante’- compuesto por una carta de Palmira y otra de Arnau, “con noticias sobre las secuelas del hecho y el destino de los personajes implicados.”

Se construye así un retablo portentoso de personajes enumerados en un estupendo y orientador Dramatis personae final que recoge un elenco de más de medio centenar de nombres e incorpora también una entrada dedicada a la mosca común, que aparece en el título de la tercera parte.  Se lee en esa entrada: “Este insecto sale con pegajosa insistencia en el libro, especialmente en los capítulos donde aparecen cadáveres.”

Con esa estructura compositiva, Memoria estremecida se completa como una admirable novela coral que al “remover difuntos y desarraigarlos de la muerte plantea una cuestión ciertamente espinosa: la tiniebla, por desolada que parezca, se arremolina tarde o temprano en el lado de los vivos.”


Santos Domínguez