T. S. Eliot.
La tierra baldía.
Prufrock.
Edición y traducción de Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2015.
“No hay, en el siglo XX, una obra que concentre con tanta intensidad todas las ideas preconcebidas acerca de lo que se entiende por poesía moderna como La tierra baldía. Un poema que ha llegado a encarnar no sólo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, donde genera una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo”, escribe Andreu Jaume en el prólogo de su edición de La tierra baldía que acaba de publicar Lumen cuando se cumplen cincuenta años de la muerte de T. S. Eliot.
Es una nueva traducción del que no es solamente uno de sus libros fundamentales, sino también uno de los poemas imprescindibles del siglo XX, el mayor poema del siglo para algunos críticos, que comienza con estos versos memorables:
Abril es el más cruel de los meses, pues engendra
lilas en el campo muerto, confunde
memoria y deseo, revive
yertas raíces con lluvia de primavera.
El invierno nos dio calor, cubriendo
la tierra con nieve sin memoria, alimentando
un hilo de vida con tubérculos secos.
Entre El entierro de los muertos y Según dijo el trueno, La tierra baldía acumula en sus menos de quinientos versos organizados en cinco partes varios estratos de significación y una desconcertante diversidad de voces en un palimpsesto textual que incorpora literalmente textos de Dante –el eje de su canon poético-, de Shakespeare y Ovidio, de Conrad o de Baudelaire.
Escrito por un Eliot sumido en una crisis personal, en la hora violeta de un episodio de depresión profunda, se publicó a finales de 1922, corregido drásticamente, quirúrgicamente casi, por Ezra Pound, il miglior fabbro, al que está dedicado el libro.
Es, en palabras de Edmund Wilson, “el grito de un hombre al borde de la locura”, un texto desolado escrito en los límites de la desesperación. Pero por encima de su trasfondo autobiográfico, al que Eliot aludía cuando reconocía la función terapéutica de su escritura como “insignificante queja contra la vida” y como “rítmico lamento”, La tierra baldía tiene una dimensión más amplia, es un caleidoscopio que muestra la crisis del hombre contemporáneo desorientado y traza la imagen opaca del vacío en medio de la confusión.
La desolación, la angustia y la ironía, la ruptura de la subjetividad romántica de un yo poético diluido en la polifonía dramática de las voces que hablan en La tierra baldía provocan fascinación y perplejidad en el lector de un texto enigmático, discontinuo y alusivo, elusivo y fragmentario en el que hay una enorme diversidad de voces, de tiempos y géneros, de lenguas y culturas y un mosaico de prosodias heterogéneas y de tonos distintos.
Conviven en sus versos alucinados el Tarot y el Grial, la vida de los muertos y el viaje a Emaús, el deseo y la incomunicación, la sordidez del erotismo y la esterilidad del mito, Wagner y la peregrinación por un Londres infernal, las leyendas vegetales y la capilla peligrosa, la mitología y la religión, Tiresias y San Agustín, la cultura antigua y la época contemporánea, la tradición pagana y la cristiana, Flebas el fenicio y la tierra estéril que forma parte de la leyenda del Rey Pescador.
Una rata se deslizó en la vegetación
fregando el vientre viscoso en la orilla
mientras estaba yo pescando en el canal sombrío
una tarde de invierno ahí tras la fábrica de gas
pensando en el naufragio de mi hermano el rey
y en la muerte de mi padre el rey antes de él.
Collage, caleidoscopio y palimpsesto, pasado, presente y futuro que no se integran en una unidad lógica sino emocional, para trazar una imagen pesimista de la Europa de entreguerras, del desarraigo, la soledad y la incomunicación entre la memoria y el olvido, con el añadido de unas notas de autor que más que orientar al lector lo sitúan en el clima espiritual del poema y en su relectura irónica de la tradición.
Con Tiresias como eje vertebrador del poema, La tierra baldía plantea una búsqueda desde el caos, es una bajada los infiernos con la guía de Dante y con los símbolos artúricos como clave contemporánea de esa búsqueda espiritual.
se levantan de la mesa, cuando el motor humano aguarda
como un taxi resollando en espera,
yo, Tiresias, aunque ciego, resollando entre dos vidas,
viejo con arrugados pechos de mujer, puedo ver
en la hora violeta, la hora del atardecer que se afana
hacia casa, y a casa devuelve del mar al marinero,
a casa la secretaria para el té, que prepara el desayuno, enciende
el fogón y saca comida en conserva.
En la ventana se tienden peligrosas
sus combinaciones, secándose con el último sol,
se apilan en el diván (cama, de noche)
medias, zapatillas, camisas y sujetadores.
Yo, Tiresias, viejo de arrugadas tetas,
contemplé la escena, y predije el resto
-aguardaba también al huésped anunciado.
Eliot se convirtió en un cartógrafo que fija el territorio de la poesía y del lenguaje poético cuya potencia crea un ámbito autónomo con este poema que, “sigue conservando una enorme juventud y vigor” en palabras de Andreu Jaume, que hace en su prólogo – Volver al poema- un espléndido análisis de las claves del texto y de sus distintos niveles de significación con comentarios “descargados de la disciplina erudita” que se complementan con las notas añadidas a las que redactó el propio Eliot.
La edición se enriquece además con una nueva traducción de Prufrock y otras observaciones, el primer libro que publicó Eliot y que contiene como una obertura el germen de su obra posterior hasta los Cuatro cuartetos.
Santos Domínguez