Luis Landero,
Juegos de la edad tardía.
Edición de Elvire Gómez-Vidal Bernard.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2018.
Hace casi treinta años, en 1989, Juegos de la edad tardía, la sorprendente opera prima de Luis Landero, doblemente reconocida con el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa, marcó un hito en la novela española del último cuarto del siglo XX.
Arrancaba con una frase que era un guiño al lector, porque resonaba en ella el célebre despertar kafkiano de otro Gregorio -Samsa- en La metamorfosis:
La mañana del 4 de octubre, Gregorio Olías se levantó más temprano de lo habitual. Había pasado una noche confusa, y hacia el amanecer creyó soñar que un mensajero con antorcha se asomaba a la puerta que el día de la desgracia había llegado al fin: “¡Levántate, pingüino, que ya se oyen cerca los tambores!”, le dijo.
Con una asimilación madura de la tradición del relato oral y de la mejor narrativa europea y americana, la huella de Cervantes es la que se percibe más claramente en la obra: de él aprendió Landero no sólo un humor desolado, sino la importancia del tono oral, porque, igual que el Quijote, Juegos de la edad tardía es una novela que se oye a la vez que se lee y la voz del narrador es la de quien habla más que la de quien escribe. Y, como en el Quijote, el núcleo de la obra lo constituyen las tensiones entre la ficción y la realidad: la insatisfacción es el motor que el protagonista pone en marcha para conseguir el triunfo de la imaginación que se imponga a la vida rutinaria.
Como Don Quijote, su protagonista, el imaginativo Gregorio Olías, juega a ser otro y se reinventa en la figura ficticia del ingeniero y poeta Augusto Faroni. A partir de ahí Gregorio inventa una historia de la que, como Don Quijote, es a la vez narrador y protagonista: la biografía ficticia de Faroni. Y así un narrador se superpone a otro para construir una novela dentro de otra, con un sistema de cajas chinas que recuerda también el sistema narrativo del Quijote y reivindica el placer de contar, instigado también por la figura sanchesca del ingenuo Gil/Dacio -entregado a la causa de Faroni como Sancho a la de Don Quijote- para levantar frente al mundo un muro que defienda la vida fantástica de la mediocridad de la existencia real: y otra vez comprendió que estaba levantando un parapeto de urgencia que lo defendiese de las asechanzas del mundo.
Organizada en tres partes y un epílogo, Juegos de la edad tardía tiene como fecha clave el 4 de octubre. Ese es su eje temporal: hay un antes y un después de ese día en la vida del protagonista y en la novela, que tiene como eje espacial la escalera, encrucijada de subida o de bajada, del viaje hacia la altura o hacia la profundidad, hacia el triunfo o el fracaso.
Pero todo el universo narrativo de Juegos de la edad tardía gira alrededor del protagonista y de su esfuerzo, a veces desalentado, por hacer coincidir la realidad y la ficción y de su gusto por fabular y contar: la trama, el resto de personajes, los incidentes, las bifurcaciones de historias, las encrucijadas narrativas que hacen de esta novela una obra caudalosa en acontecimientos y criaturas inolvidables.
Y la complicidad entre Olías y Gil se duplica en la relación que establece la novela con el lector, que atraviesa un camino de ida y vuelta que va del deslumbramiento también a la complicidad con el narrador y el protagonista para firmar el pacto entre la vida real y la vida ficticia y soñada que se resume en la última frase del libro:
Sellaron el acuerdo con un largo apretón de manos.
—¿Sabes? —dijo Gil, con un pie en el umbral—. Y a la tierra le vamos a llamar «Villa Faroni». ¿Qué te parece?
—Que así debe ser.
—Pues entonces, ¡no se hable más! Y ahora por el camino veremos cómo le llamamos al pozo, a la huerta y al perro que tengo pensado comprar. Y también quiero que me cuentes cómo te escapaste de la cárcel, y muchas cosas de la vida del gran Faroni, que siempre deseé saber. Por ejemplo, cuál era su comida favorita, y si usaba o no camiseta. ¿Vamos?
—¡Adelante! –gritó Gregorio, y salieron juntos a la calle.
La edición, espléndidamente anotada, de Elvire Gómez-Vidal Bernard en
Cátedra Létras Hispánicas, se abre con un amplio y profundo estudio introductorio que sitúa
Juegos de la edad tardía en el contexto literario de la época en la que se publicó, como parte de la revitalización de la novela española desde los años 70 a través de la recuperación del argumento, el personaje y la narratividad.
Y después de esa contextualización, la introducción analiza la arquitectura de la obra y su andamiaje secreto, la relación entre el juego y la creación literaria, el arte narrativo de Luis Landero y la evolución de su mundo literario, presente ya en esta su primera novela.
Santos Domínguez