Guerra y paz.
Traducción de Lydia Kúper.
Seguida de Editar Guerra y paz.
El Aleph Editores. Taller de Mario Muchnik.
Madrid, 2010.
Para ver, junto al río Inn, al norte de Salzburgo, cómo Kutúzov pasa revista a las tropas zaristas.
Para estar con el príncipe Andrei Bolkonski el día antes de Austerlitz y después de la batalla, cuando, desde el suelo, herido, ve pasar a Napoleón.
Para entrar en los palacios de Moscú y en el Club inglés antes de que ardan.
Para ir a San Petersburgo con Bezújov y ser testigo de su ingreso en la masonería.
Para echarse a un lado cuando Napoleón atraviesa el Niemen y entra en Rusia.
Para oír los cañones cerca de la ciudad y el silencio de la nieve sobre las cúpulas.
Para oler la pólvora y la sangre y el barro mientras se comparten penurias con el ejército ruso.
Para conocer a Natasha. Y a Nesvitski.
Para acompañar a un Napoleón acatarrado antes de la batalla decisiva de Borodinó, donde se enfrenta (nos dice Tolstói) su incompetencia a la de Kutúzov, el viejo zorro.
Para no olvidar la tierra quemada y el Moscú vacío e incendiado que se encuentra Napoleón, la retirada de los franceses cuando se ha echado encima el invierno, y la descomposición de su ejército en la estepa nevada de noche.
Para volver a irritarse con esa insoportable segunda parte del epílogo, pretenciosa y altisonante.
Para entender que las noches anteriores a las batallas son más intensas y más inolvidables que las batallas mismas, como en el Enrique V de un Shakespeare del que Tolstói renegó y aprendió tanto. Del que aprendió, por ejemplo, que la víspera de Agincourt es una de las cimas de la literatura.
Y aunque nuestra perezosa imaginación visual apenas tiene que hacer ya un mínimo esfuerzo para ver las escenas que nos ha contado el cine, en otras épocas, y aún hoy, las descripciones de las batallas, sólo comparables a las de La Cartuja de Parma, siguen produciendo una enorme emoción en el lector actual.
Para estar con Andrei Bolkonski, inteligente y aburrido.
Y con Pierre Bezujov, bastardo y despistado en ese episodio del tricornio de un general que va desplumando hasta que su legítimo dueño le ruega que se lo devuelva.
Para conocer a todos los hombres en todas las situaciones y con todos los sentimientos.
Para todo eso ofrece esta reedición una nueva oportunidad. Y a todas esas razones se añade la de la fácil lectura en esta edición que para el Taller de Mario Muchnik preparó Lydia Kúper. Una excelente traducción en un papel ligero para un libro manejable a pesar de sus casi dos mil páginas de agradable tipografía para una lectura descansada.
Esta nueva edición añade a los anexos de personajes, resumen de episodios y notas un epílogo fascinante -Editar Guerra y paz-, que antes que epílogo fue un libro escrito por el editor Mario Muchnik desde la admiración por esa obra descomunal. Editar Guerra y paz cuenta la historia de un viejo deslumbramiento y del terror a que la novela se acabe, evoca la labor editorial en el impulso de una traducción que abarcó cuatro años y medio, casi el mismo tiempo que le llevó a Tolstoi la composición de la novela.
Este epílogo es también el diario de un lector apasionado y ejemplo de editores, la intrahistoria de la traducción que hizo Lydia Kúper, con casi 90 años, y el relato apasionado de esos cuatro años y medio que llevó la tarea.
Eran sólo seis meses menos de los cinco años intensos y extenuantes que Tolstoi confesaba haber dedicado a la escritura de Guerra y paz. Ese dato confirmaría que con los grandes libros la traducción se acomete como una empresa parecida a la de la construcción original.