1/11/10

La isla de las tribus perdidas


Ignacio Padilla.
La isla de las tribus perdidas.

Debate. Barcelona, 2010.

La incógnita del mar latinoamericano es el subtítulo del ensayo La isla de las tribus perdidas, con el que el mexicano Ignacio Padilla ganó el III Premio Iberoamericano de Ensayo Debate-Casa de América 2010.

Un proemio (Manual de supervivencia para náufragos) para cinco bitácoras y un epílogo forman la estructura de un ensayo literario que publica Debate y que se abre con una elocuente cita del Canto general de Neruda -“el idioma del agua fue enterrado”-, un anuncio de la tesis que desarrolla el libro a lo largo de sus páginas, construidas como un cuaderno de navegación.

Porque, como habían hecho ancestralmente las comunidades precolombinas, América Latina creció de espaldas al mar. Crecieron juntos, pero contrapuestos, dice Padilla, que orienta su análisis a buscar las causas de esa desavenencia secular y a rastrear su reflejo en la literatura latinoamericana, tan fecunda en navegaciones fluviales, en islas y en naufragios, y tan renuente a hablar del mar.

La selva, el llano, la pampa, el desierto o la ciudad son los territorios por los que transita la literatura de Borges, Carpentier, Rulfo, Onetti, Mutis, García Márquez o Bioy Casares. Hasta doce narradores y veinte obras que reflejan una relación conflictiva con el mar, una constante disensión con la naturaleza, la propensión al aislamiento ensimismado, la inclinación a la deriva en todas sus variantes, la vocación de náufrago del latinoamericano.

Esa tendencia a la insularidad de la tribu latinoamericana aparece empantanada en una desolación oceánica, bajo una lluvia tediosa y destructiva, en un archipiélago de soledades sometidas a diluvios prehistóricos o a lloviznas maléficas y pertinaces.

Barco, náufrago, isla o ahogao, la persona latinoamericana lucha contra la persona neptuniana encarnada en el mar, río, lluvia o ciclón. Como es de esperar, este combate encarnizado es desigual y fatal: la dimensión de nuestra reticencia océnica es tan grande como nuestra caída en los abismos. Nuestra constante negación de la derrota frente a la naturaleza es tan recia como la soledad que nos agobia cuando ha pasado el diluvio.

Quizá por eso un lúcido y profético Melquiades afirmaba Somos del agua antes de morir ahogado en Cien años de soledad.

Santos Domínguez