Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
26/7/24
Manuel Longares. La vida de la letra
24/7/24
Eckermann. Conversaciones con Goethe
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Ahora las podemos leer en una magnífica versión de Rosa Sala, que ha dedicado a este libro cinco años fructíferos. Rosa Sala, que había publicado en 1998 una brillante edición de Poesía y verdad, es responsable de esta excelente traducción y del repertorio de notas, imágenes y glosario que acompaña a estas Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida, un admirable monumento literario que estaba necesitando una edición en castellano como esta que acaba de lanzar Acantilado.
Su autor, J. P. Eckermann, frecuentó a Goethe en Weimar entre 1823 y 1832 y en las mil páginas del libro nos acerca a uno de los hombres más memorables de la historia de la cultura. De la historia sin más.
Memorable y cercano, no es este un Goethe en zapatillas, sino el hombre íntimo que toma café con sus visitas, que habla de sí mismo y de los demás sin afectación, por encima del genio que sus contemporáneos miraban como a un dios en la tierra, como a un astro infalible, como lo llama Eckermann.
Un Goethe que habla de Shakespeare y de Mozart, que admira a Molière y a Schiller y desprecia a Beethoven, tan lejano de su sensibilidad, y expone sus ideas sobre política, sobre Napoleón, o sobre botánica y moral.
La literatura y la ciencia, la música y la política se van convirtiendo en objeto de la atención y la curiosidad de Goethe y completan un cuadro armónico de los intereses, las tendencias y los conocimientos de comienzos del XIX
Un Goethe poliédrico, complicado y caprichoso a veces, lúcido siempre, incluso cuando se muestra como el "gran egoísta" de su peor leyenda, consciente de que está dictando a Eckermann una obra total, su testamento, su confesión general.
Desde que el mediodía del 10 de junio de 1823 visitó por primera vez a Goethe, Eckermann se dedicó a recoger y organizar este ingente material. La tarea le ocupó hasta su muerte en 1854, pero le garantizó la inmortalidad. O, por decirlo menos estupendamente, la contemporaneidad.
Como le pasó a Boswell con el Doctor Samuel Johnson, que le regaló el privilegio de escucharle, de inaugurar en el siglo XVIII el periodismo cultural a través de la entrevista y de escribir la mejor biografía de la lengua inglesa.
Cuando se lee este libro, se entiende que Nietzsche dijera que es "el mejor libro alemán que existe." O que Goethe es más que una figura literaria, más que un hombre íntegro. Goethe es todo él una cultura.
22/7/24
Los antimodernos
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Antoine Compagnon.
Los antimodernos.
Traducción de Manuel Arranz.
Acantilado. Barcelona, 2007.
La tesis del libro se apoya en una paradoja o en una provocación: la verdadera modernidad es la de quienes la niegan. De Balzac a Barthes, de Proust a Rimbaud, pasando por un Baudelaire que es el padre de la modernidad, los auténticos modernos serían, según Compagnon, los antimodernos:
¿Quiénes son los antimodernos? Balzac, Beyle, Ballanche, Baudelaire, Barbey, Bloy, Bourget, Brunetière, Barrès, Bernanos, Breton, Bataille, Blanchot, Barthes... No todos los escritores franceses cuyo nombre comienza por una B, pero, a partir de la letra B, un importante número de escritores franceses. No todos los campeones del estatu quo, los conservadores y reaccionarios de todo pelo, tampoco todos los atrabiliarios y desencantados con su época, los inmovilistas y los ultras, los cascarrabias, los gruñones, sino los modernos en dificultades con los tiempos modernos, el modernismo o la modernidad, o los modernos que lo fueron a regañadientes, modernos desarraigados, o incluso modernos intempestivos.
¿Por qué llamarlos antimodernos? En primer lugar, para evitar la connotación despectiva generalmente atribuida a las demás denominaciones posibles de esta tradición esencial que atraviesa los dos últimos siglos de nuestra historia literaria. A continuación, porque los verdaderos antimodernos son también, al mismo tiempo, modernos, todavía y siempre modernos, o modernos a su pesar. Baudelaire es el prototipo, su modernidad—él fue quien inventó la noción—es inseparable de su resistencia al “mundo moderno” (...)
Los antimodernos—no los tradicionalistas por tanto, sino los antimodernos auténticos—no serían más que los modernos, los verdaderos modernos, que no se dejan engañar por lo moderno, que están siempre alertas. Uno imagina en principio que debieran ser diferentes, pero pronto nos damos cuenta de que son los mismos, los mismos vistos desde un ángulo distinto, o los mejores de entre ellos. La hipótesis puede parecer extraña y exige ser comprobada. Poniendo el acento sobre la antimodernidad de los antimodernos, demostraremos su real y perdurable modernidad.
Arrastrados por una corriente que repudian, los antimodernos son los modernos en libertad, asegura Compagnon para perplejidad del lector, que cree que hay que forzar mucho las cosas y los conceptos para considerar que Baudelaire, el fundador declarado de la modernidad, es también un apóstol de lo antimoderno, un concepto resbaladizo que no se refiere a lo neoclásico ni a lo académico ni al tradicionalismos, sino a una forma de resistencia ambivalente propia de los auténticos modernos. El antimodernismo sería de esa manera la otra cara de lo moderno, su reverso ineludible.
Contrarrevolucionario en política y defensor del elitismo antidemocrático; reactivo a la Ilustración en filosofía y practicante del pesimismo moral y existencial, el antimoderno niega la metafísica optimista del progreso y desde su malestar resignado defiende la teología del pecado original.
De Maistre, Chateaubriand y Baudelaire son las enseñas de esa actitud antimoderna del hombre sin raíces que no está bien en ninguna parte. Reaccionarios con encanto, modernos desengañados, son el colmo de lo moderno y su pensamiento, como este libro, está articulado en la paradoja, el oxímoron y la antimetábole. Y es que si el contrarrevolucionario Maistre confiaba en la Revolución y en el jacobinismo para restablecer la monarquía, Compagnon ve en estos antimodernos a los auténticos herederos de la Ilustración, la encarnación del espíritu de la luces que niegan y al parecer representan mejor que nadie.
Las relaciones entre la modernidad y la tradición son siempre problemáticas, pero tiene el lector la sensación constante de que el gusto por la paradoja, ingeniosa pero superficial, acaba perjudicando a un libro que la podría haber utilizado como motor o como punto de partida pero no como demostración de su tesis, no como clave de su propuesta, ni mucho menos como conclusión.
Porque las paradojas se van superponiendo y aquí la víctima es el verdugo, y los antimodernos están en la derecha de la izquierda y en la retaguardia de la vanguardia. Y en la conclusión quien pierde gana, que podría haberse propuesto al revés: quien gana pierde.
Se echa de menos una cierta ampliación del campo de estudio a un ámbito que no relegara el mundo a Francia. Esa actitud tan francesa de pensar que el mundo acaba en sus fronteras provoca que Compagnon recurra a escritores de tercera o cuarta fila.
No sabe uno al final si todo el libro no ha sido más que un inteligente y perverso ejercicio de logomaquia o de vaciamiento del sentido del lenguaje. No otro es el efecto del retruécano o la antimetábole.
19/7/24
Antología de Spoon River
De niño, Theodore, pasaste largas horas sentado
a orillas del turbio Spoon,
la mirada fija en la madriguera del cangrejo,
esperando que asomara y se arrastrara afuera,
primero sus antenas ondulantes como paja de heno,
luego su cuerpo color de jabón
adornado con ojos de azabache.
Te preguntabas hipnotizado
qué sabía, qué deseaba, por qué vivía.
Más tarde volviste la mirada hacia los hombres y las mujeres
ocultos en las madrigueras de las grandes ciudades,
esperando a que salieran sus almas
para ver
cómo vivían, para qué,
por qué seguían arrastrándose tan afanosos
por el arenoso camino donde escasea el agua
en el declive del verano.
17/7/24
Campbell. Imagen del mito
15/7/24
Shakespeare nuestro contemporáneo
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Traducción de Katarzyna Olszewska y Sergio Trigán.
Alba Editorial. Barcelona, 2007.
El polaco Jan Kott fue profesor en varias universidades de EE. UU. y este es su libro más importante, un libro que ha alimentado a varias generaciones de actores y directores e iluminado a cientos de lectores.
Tras muchos años en los que actores y directores evitaban por irrepresentable El rey Lear, todavía se recuerda el memorable montaje que hizo Peter Brook en 1962, después de leer el luminoso capítulo que dedica Kott a esa cima del teatro en la que Shakespeare reflexiona sobre el tiempo, la decadencia física, la soledad y la muerte.
Y es Peter Brook quien escribe en el prefacio:
Kott es un isabelino. Igual que para Shakespeare y sus contemporáneos, para Kott el mundo de la carne y el del espíritu son inseparables: ambos mundos coexisten dolorosamente en el mismo universo: el poeta debe tener un pie en el lodo, un ojo en las estrellas y una daga en la mano.
Y de la misma manera en que Shakespeare aparece –como todo clásico, aunque en mayor medida- como un contemporáneo nuestro, también es posible hacer una lectura en clave polaca de Elsinore o de la suma de escorpión y calavera que hay en Ricardo III.
Sólo importa una cosa –escribe Kott-: alcanzar a través del texto de Shakespeare nuestras propias experiencias, los temas y la sensibilidad de nuestra época.
Y pone un ejemplo, el de Hamlet: Hamlet es como una esponja. Siempre y cuando no se ponga en escena de forma estilizada o anticuada, absorbe de inmediato la contemporaneidad.
No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare. Un mundo que sigue habitado por Macbeth y Lear, por Hamlet y por Yago. Aquellos que mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado.
Un Shakespeare polaco, visto más que leído, en las representaciones sus tragedias y sus comedias: los reyes, un Hamlet de mediados del XX, la modernidad de Troilo y Crésida, la atmósfera de pesadilla nocturna y sangrienta de Macbeth, las dos paradojas de Otelo y el odio desinteresado de Yago o la relación entre El rey Lear y el Fin de partida de Beckett. Las contradicciones de Shakespeare en Coriolano, Titania y la cabeza del asno, la amarga Arcadia de los Sonetos y Noche de Reyes o la varita mágica de Próspero en La tempestad completan la imagen de un Shakespeare cruel y verdadero a través del análisis agudo y profundo de algunas de las escenas más importantes de su teatro.
Un Shakespeare, concluye Kott, que nos transmite la imagen amarga del hombre como animal sanguinario y cobarde, traicionero y cruel.
Una lectura imprescindible que es más que una mera lectura: una reflexión sobre el hombre, sobre el presente y, lo que es peor, sobre el futuro.
Unas palabras finales sobre esta edición. Había otras traducciones al español de esta obra esencial. Una de Sergio Pitol, por ejemplo. Esta tiene un valor añadido: el derivado de incorporar en las citas literales de Shakespeare las traducciones más solventes: las de Ángel Luis Pujante en Espasa Calpe o las del Instituto Shakespeare que ha venido publicando Cátedra Letras Universales.
12/7/24
Artemisia
Artemisia.
Ensayo introductorio de Susan Sontag.
Traducción y prólogo de Carmen Romero.
Ediciones Alfabia. Barcelona, 2008.
Además de sus autorretratos como alegoría del talento natural y de la Pintura, sus lienzos más conocidos (Judit decapitando a Holofernes o Susana y los viejos) se han interpretado en clave autobiográfica. De esa manera, la pintora proyectaba en su obra algunas circunstancias trágicas que marcaron su vida. Artista y mujer en una profesión dominada por los hombres, víctima de una violación en su juventud, su obra obtuvo por méritos propios el difícil reconocimiento académico y profesional de sus contemporáneos y acabó convirtiéndose en la única mujer que ocupa un papel relevante entre los grandes maestros de la pintura. No es raro que su figura haya suscitado varias aproximaciones que van de la novela al cine y pasan por el estudio biográfico.
Cuando Anna Banti tenía casi terminada en 1944 una primera versión de esta novela, el manuscrito desapareció entre los escombros de su casa, destruida por las bombas alemanas que destruyeron los puentes de Florencia. Por entonces la pintora no tenía el reconocimiento que disfruta hoy, aunque su importancia la estaba reivindicando ya Roberto Longhi, el historiador del arte y marido de Anna Banti, al que está dedicada la obra.
Inevitablemente, al reconstruir la historia de Artemisia en esta novela que reescribió entre 1944 y 1947, Anna Banti proyecta en la artista del Barroco sus propias circunstancias, su personalidad, con lo que la pintora alcanza una nueva dimensión que es el resultado de la suma de dos vidas (la de la autora y la de su personaje), de dos tiempos ( el pasado que se actualiza en el presente) y de dos modelos narrativos ( la novela histórica y la autobiografía):
Bajo los cascotes de mi casa he perdido a Artemisia, mi compañera de hace tres siglos, que respiraba tranquila, acostada por mí en cien páginas de escrito.
Planteado técnicamente como un relato a dos voces, como un diálogo entre la primera y la tercera personas, en el fondo es una reflexión a solas de Anna Banti consigo misma, identificada con Artemisia.
La superposición de las dos voces genera una ambigüedad buscada desde el principio, como destaca Susan Sontag en el agudo ensayo (Un destino doble) que los editores han tenido el acierto de recuperar como introducción a la novela.
Esa fusión de autora y personaje desde la primera frase de la obra ( "Basta de lágrimas") es la que explica la mezcla de emoción y distancia que sirve para narrar con eficacia dos tragedias protagonizadas por dos creadoras que unen a sus condición femenina la expresión artística para combatir la desgracia y aliviar el peso del pasado.
Un pasado del que viene al presente Artemisia para unir el entonces y el ahora, el XVII y el XX, Roma y Florencia, la pintura y la escritura en dos tardes de agosto:
Ya no podré liberarme de Artemisia, esta acreedora es una conciencia puntillosa y obstinada a la que me acostumbro como a dormir en el suelo.
Una historia se cruza con la otra en un mecanismo de intersecciones y ambas mujeres entre sí en los círculos concéntricos unidos por el vínculo de la pesadumbre y por el relato del triunfo sobre el dolor, de manera que el verdadero centro de la obra, con el telón de fondo de la guerra y la destrucción, es Anna Banti, tan identificada con su personaje que este se acaba convirtiendo en alter ego de la autora. Por eso esta novela en la que el lirismo convive con la narración habla más del presente que del pasado:
El momento es delicado. A miguitas me llevo conmigo a Artemisia, poco importa dónde me encuentre. Hoy soy su compañera por los montes de cascotes que basta con haber visto una vez.
La edición se completa con un prólogo en el que la traductora, Carmen Romero, resume los datos esenciales de la trayectoria vital y artística de Artemisia Gentileschi y explica el proceso de composición de la novela, el “forcejeo entre biografía y autobiografía” que es esta espléndida obra, de estilo trabajado y técnica sutil para lograr la confluencia de Artemisia y Anna Banti:
“¿Existe aún?” No es el incorruptible instrumento, la voz helada de inaccesible inmortalidad la que claramente silabeó: “Basta de lágrimas”. Más que voz, es interior movimiento de piedad histórica, sin alarma, sin ilusión ni congoja. Clavada en el espacio y en el tiempo como una semilla infructuosa, escucho un susurro sin frescura, la respiración polvorienta de siglos: la nuestra y la de Artemisia, conjuntas.
10/7/24
William Shakespeare. Tragedias
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Tragedias.
Teatro completo I.
Edición de Ángel Luis Pujante.
Espasa. Madrid, 2010.
Romeo y Julieta, Julio César, Hamlet, Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano. La corona y la espada. El puñal y el veneno. El hacha y el pañuelo. Esos son algunos de los instrumentos de que se sirven la muerte, la venganza o el odio en las tragedias de Shakespeare.
Como a todos los clásicos que lo son de verdad, a Shakespeare no se le acaba de leer nunca. En cada nueva lectura, en cada nueva versión, en cada puesta en escena de sus variadas tramas incide una luz distinta. Las brujas de Macbeth con su profecía cumplida en las sombras del bosque de Birnam. La duda permanente de Hamlet, un intelectual alojado en la incertidumbre, un personaje que refleja nuestras propias experiencias, los temas y la sensibilidad de nuestra época. El desenfado joven de Mercucio, un poco bocazas y tan responsable de su muerte como los dos adolescentes de Verona. La mezcla sutil de grandeza y debilidades en un Julio César declinante. Un Yago que ensombrece al moro de Venecia en una tragedia que trata más de la traición, la mentira y la envidia que de los celos. El rey que tenía tres hijas en esa cima del teatro en la que Shakespeare reflexiona sobre el tiempo, la decadencia física, la soledad y la muerte.
Como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que hace la crónica del pasado, el resumen del presente y la profecía del futuro. Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también la obra que hunde sus raíces en el presente puede ser la cifra intemporal del mundo. No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare. Un mundo que sigue habitado por Macbeth, Lear y Hamlet. Aquellos que mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado.
Complejas, cercanas y distantes a la vez, esas criaturas de Shakespeare no son los arquetipos de la envidia, la mentira o la ambición, sino sus encarnaciones más definitivas. En eso consiste la invención de lo humano de la que hablaba Harold Bloom, que al comienzo de su excelente Shakespeare. La invención de lo humano, respondía a la posible pregunta ¿Y por qué Shakespeare?, con una respuesta también interrogativa, aunque retórica: Pues, ¿quién más hay?
8/7/24
Esquilo. Sófocles. Eurípides. Teatro completo
5/7/24
Borges. Poesía completa
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Poesía completa.
Lumen. Barcelona, 2011.
Mi destino es la lengua castellana, decía en uno de sus poemas. Un destino feliz para la lengua y la literatura en español el de esta poesía mayor en la que conviven el pensamiento y la revelación, los espejos y los tigres, los laberintos y las pesadillas, las mitologías escandinavas y la lluvia vespertina en el arrabal de Palermo.
Una poesía poblada por las sombras de la ceguera y las imágenes potentes, por el flujo narrativo del alejandrino o el estremecimiento contenido del soneto. Desde Fervor de Buenos Aires (1923), que contiene entre líneas el germen de su poesía posterior, hasta Los conjurados (1985), con que la culminó asombrosamente, El hacedor, Elogio de la sombra, La moneda de hierro o El oro de los tigres recogen sucesivamente “los diversos o monótonos Borges”- las palabras son del Prólogo que escribió para esta Poesía completa quien murió hace ahora veinticinco años.
Un Borges que, por cierto, no hablaba de sus libros, sino de los poemas que lo componían:
Tres suertes -escribía en el prólogo de toda su poesía- puede correr un libro de versos: puede ser adjudicado al olvido, puede no dejar una sola línea pero sí una imagen total del hombre que lo hizo, puede legar a las antologías unos pocos poemas.
Si el tercero fuera mi caso, yo querría sobrevivir en el Poema conjetural, en el Poema de los dones, en Everness, en El Golem y en Límites, uno de sus textos memorables:
De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifonte, Jano.
Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.
No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.
¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.
Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan.
3/7/24
Shakespeare. Comedias y Tragicomedias
1/7/24
Campbell. El héroe de las mil caras
El héroe de las mil caras.
Traducción de Carlos Jiménez Arribas.
Atalanta. Gerona, 2020.
“Los mitos del ser humano, que han proliferado a lo largo y ancho del mundo habitado en todo tiempo y circunstancia, son la viva inspiración de cuanto ha surgido al hilo de los quehaceres del cuerpo y la mente. No exageraríamos si dijéramos que el mito es la secreta abertura por la que las energías inagotables del cosmos se vierten hasta cuajar en la manifestación cultural humana. La religiones, las filosofías, las artes, las formas sociales del ser humano primitivo e histórico, los descubrimientos más importantes de la ciencia y la tecnología, los mismos sueños que puntean nuestro descanso brotan como una erupción del anillo primordial y mágico del mito”, escribe Joseph Campbell en el prólogo de El héroe de las mil caras, un libro fundamental sobre el monomito del viaje del héroe y sobre la vinculación entre el mito y el sueño que publica Atalanta en su colección Memoria mundi
Con una nueva traducción de Carlos Jiménez Arribas, se incorporan en esta edición ochenta y cuatro ilustraciones, con varias imágenes inéditas proporcionadas por la Joseph Campbell Foundation, en un amplio despliegue iconográfico que ilumina los contenidos del libro, y una bibliografía actualizada por Richard Buchen, bibliotecario de la colección Joseph Campbell del Pacifica Graduate Institute de Santa Bárbara, California.
La primera edición en inglés apareció en 1949, precedida de un Prefacio en el que Campbell fijaba el objetivo del libro, que lleva como subtítulo Psicoanálisis del mito. Escribía allí que “el propósito de este libro es descubrir algunas de las verdades que se presentan ante nosotros disfrazadas con las figuras de la religión y la filosofía; para ello, se han reunido multitud de ejemplos relativamente sencillos de manera que el significado que tenían de antiguo salga por sí solo a la luz. Los viejos maestros bien sabían lo que decían. Cuando se aprende a leer de nuevo su lenguaje simbólico, basta el talento de un antólogo para que sus enseñanzas sean escuchadas. Pero primero hay que aprender la gramática de los símbolos, y no conozco mejor llave a nuestro alcance para abrir estos arcanos que el psicoanálisis. No aspira este a ser la última palabra en el asunto, pero al menos sirve como acercamiento.”
Cómo leer un mito fue el primer título de El héroe de las mil caras, un libro germinal que a modo de obertura inaugura el ciclo de monografías de Joseph Campbell en torno a los mitos. Desde este estudio inicial hasta el último, Las extensiones interiores del espacio exterior (1986), Campbell se dedicó a buscar un espacio de reconciliación entre la consciencia y el misterio a través de los arquetipos mitológicos, religiosos y psicológicos de las distintas culturas, y utilizó la antropología, el psicoanálisis, la literatura o la fenomenología de las religiones para construir una interpretación vitalista del mito y del héroe, de ahí que prestara tanta atención a los mitos encarnados en Osiris, Dionisos, Mitra o Cristo, señores de la muerte y la resurrección.
Hay un hilo conductor en todos esos títulos: el rastreo de patrones arquetípicos comunes a todas las mitologías que las distintas culturas han elaborado, desde Mesopotamia a los mayas o los etruscos, desde la India a Oceanía, desde la cultura egipcia a la olmeca, desde China a Europa.
En El héroe de las mil caras el objeto de estudio es el monomito del viaje y la travesía del héroe en un itinerario interior, en un viaje iniciático hacia la transformación de sí mismo y hacia la restauración del orden en el mundo. Es un itinerario que arranca de lo cotidiano y va hacia lo sobrenatural para enfrentarse con antagonistas de fuerza sobrehumana y obtener una victoria que revierte en el resto de los hombres. Es el arquetipo que se materializa en Prometeo, Jasón o Eneas:
Con abundantes imágenes que ilustran la presencia de estos arquetipos en las mitologías orientales y occidentales, en las leyendas tribales de América, África o Australia o en los cuentos infantiles, Campbell indaga en el significado psicológico de la simbología del mito, en los ciclos de las distintas cosmogonías sobre la creación del mundo, en las transformaciones del héroe -guerrero y amante, emperador y tirano, redentor y santo- en su muerte o su partida memorables, en su disolución personal como último episodio de su biografía.
Santos Domínguez
28/6/24
Ilse Aichinger. El atado
26/6/24
Franz Kafka. Relatos cronológicos