Joseph Conrad.
El regreso.
Traducción y postfacio de Juan Max Lacruz Bassols.
Grandes Clásicos Funambulista. Madrid, 2007.
El regreso.
Traducción y postfacio de Juan Max Lacruz Bassols.
Grandes Clásicos Funambulista. Madrid, 2007.
Con la mano izquierda decía Conrad que había escrito El regreso, la novela corta que completó poco después de terminar El negro del Narcissus. Se publicó en un volumen titulado Cuentos de inquietud y la acaba de recuperar Funambulista para su colección Grandes Clásicos con traducción y postfacio de Juan Max Lacruz Bassols.
Fue la última vez que Conrad sintió la tentación de escribir con las dos manos al mismo tiempo, la última vez que el trabajo y la cólera se aunaron en el esfuerzo de escribirla.
Con un material hecho de impresiones auditivas y visuales, es un contraculebrón, como dice Max Lacruz en el postfacio, un relato en el que conviven el interés psicológico y el social.
El planteamiento no puede ser más trivial a primera vista: Alvan Hervey, triunfador y seguro de sí mismo, después de cinco años casado, con un círculo social de amistades que constituye su mundo personal, es abandonado por su mujer, que no tiene nombre, y le deja un día una carta en la que le comunica su decisión.
El abandono le afecta más como una humillación social que como una catástrofe sentimental, como un fracaso más mundano que íntimo.
“Todos lo sabrían”, es lo primero que piensa Alvan Hervey. Desde las criadas hasta el ambiente social de sus amistades “todos me tomarán por un imbécil.” Más que traicionado se siente desterrado. El sentimiento social de la vergüenza le lleva de la cólera a la tristeza y luego al despecho.
La pareja está en el centro de un drama de la vida burguesa. Esclavos de las apariencias, los convencionalismos y las opiniones ajenas, se ven (incluso a sí mismos) con los ojos de los demás. Sus miedos, sus obsesiones, sus sentimientos de culpa y sus remordimientos se recortan sobre el fondo determinante del entorno.
Pero había sido sólo un conato de traición. La mujer vuelve a casa y la carta queda rebajada a un mero error, es un principio y un final.
Y sin embargo, el lector se siente confundido ante el silencio de la mujer enigmática y sin nombre que calla el misterio de su conducta. Esa mujer anónima es uno de los personajes solitarios de Conrad que viven en un mundo extraño e inquietante, de una opacidad en la que ni el marido ni el lector son capaces de traspasar.
Quizá a eso se refería Ford Madox Ford cuando escribió: Es un historia de incomprensión conyugal casi obscena que sólo nos atrevemos a mirar como a hurtadillas, en secreto...
Ese secreto, que no es de quien mira, sino de quien es mirado, lo intentó atrapar Patrice Chéreau en Gabrielle, una película con la que su protagonista, Isabelle Huppert, obtuvo el premio de interpretación en el festival de Venecia.
Es una película de indiscutible belleza y realizada con talento, pero pese a todo no conseguía transmitir la desazón y el malestar del lector ante un relato que tiene como eje a esa mujer enigmática, de silencios lejanos y de una fuerza interior inquietante.
Una mujer que le confiesa a su marido que ha vuelto porque estaba segura de que él no la quería:
-Si hubiese pensado que me querías (...) , no habría regresado nunca...
Santos Domínguez