Vergílio Ferreira.
Pensar.
Traducción de Isabel Soler.
Acantilado. Barcelona, 2007.
Cinco años antes de su muerte, Vergílio Ferreira (1916-1996) ponía el punto final al último fragmento de Pensar, que edita ahora Acantilado con traducción de Isabel Soler.
Son seiscientas setenta y siete entradas que intentan recoger lo disperso y poner orden en la accidentalidad del pensamiento fragmentario, de lo impensable, como se titula el magnífico texto inicial, aviso y prólogo de lo que ofrece el libro: una reflexión sobre la escritura y el conocimiento.
¿Acaso una lengua no se «ha escogido» a sí misma en esa relación primordial con el mundo, para ser a partir de ahí la organizadora de los límites de un pensamiento? Pero la labor del poeta es esa: hacer coincidir lo indecible con lo decible, utilizando la estratagema de pasar no tanto por la palabra como por el enigma que la circunda y ha sido olvidado, no tanto por lo que ilumina como por el acto de iluminar. Con todo, no sabemos dónde germina y se organiza lo impensable más profundo de nosotros que, ya en la superficie, es un modo de ser sensible y de ser pensante.
Y así, desde esa propuesta en la que se integran pensamiento y sentimiento, se va desenvolviendo este Pensar, escrito en un tono alto y profundo, que tiene uno de sus centros en la reflexión y la vivencia de la temporalidad:
Porque es enorme la distancia que va del saber al ver. Todos sabemos que somos mortales. Pero sólo de vez en cuando alguien invisible nos toca inesperadamente en el hombro y entonces vemos la certeza de la muerte.
Como en los Pensamientos de Pascal, como en los Ensayos de Montaigne, hay en estos textos un universo y un hombre y un hombre ante el universo:
Una vida entera, qué amontonamiento de cosas.
¿Qué cosas? La vida, Dios, los otros, la política, el fútbol, la temporalidad, la escritura y la proximidad de la muerte:
El hombre es un ser ficticio en todo su ser. Y hace falta la muerte para que por fin sea verdadero.
Algo muy parecido a esto decía Broch y lo hacía la base de su actividad literaria. Como él, Ferreira se plantea la escritura como creación de un espacio habitable:
Escribir. ¿Por qué escribo? Escribo para crearle un espacio habitable a mi necesidad, a lo que me oprime, a lo que es difícil y excesivo. Escribo porque el hechizo y la maravilla son verdad y su seducción es más fuerte que yo. Escribo porque el error, la degradación y la injusticia no han de tener razón. Escribo para hacer posible la realidad, los lugares, los tiempos, a los que esperan que mi escritura los despierte de su manera confusa de ser. Y para evocar y marcar el camino que he realizado, las tierras, las gentes y todo lo que he vivido y que sólo en la escritura puedo reconocer porque en ella recuperan su esencialidad, su verdad emotiva, que es la primera y la última que nos une al mundo. Escribo para hacer visible el misterio de las cosas. Escribo para ser. Escribo sin motivo.
Estos textos de implacable lucidez tienen una clara vocación interrogativa que se concentra en unos cuantos centros de interés: la proximidad de la noche y las limitaciones del lenguaje, la revelación del mundo en la escritura, el arte y la naturaleza, la pintura y la música, la filosofía o la novela como formas de conocimiento. Temas que aparecen y reaparecen una y otra vez sometidos a la doble tensión del pensamiento y de la palabra.
Entre el relámpago del aforismo o la reflexión demorada del artículo o el microensayo, lo que explora la lucidez de Vergílio Ferreira y la excelencia de su prosa es el sentido de la vida, que tiene exactamente la medida de un hombre.
Son seiscientas setenta y siete entradas que intentan recoger lo disperso y poner orden en la accidentalidad del pensamiento fragmentario, de lo impensable, como se titula el magnífico texto inicial, aviso y prólogo de lo que ofrece el libro: una reflexión sobre la escritura y el conocimiento.
¿Acaso una lengua no se «ha escogido» a sí misma en esa relación primordial con el mundo, para ser a partir de ahí la organizadora de los límites de un pensamiento? Pero la labor del poeta es esa: hacer coincidir lo indecible con lo decible, utilizando la estratagema de pasar no tanto por la palabra como por el enigma que la circunda y ha sido olvidado, no tanto por lo que ilumina como por el acto de iluminar. Con todo, no sabemos dónde germina y se organiza lo impensable más profundo de nosotros que, ya en la superficie, es un modo de ser sensible y de ser pensante.
Y así, desde esa propuesta en la que se integran pensamiento y sentimiento, se va desenvolviendo este Pensar, escrito en un tono alto y profundo, que tiene uno de sus centros en la reflexión y la vivencia de la temporalidad:
Porque es enorme la distancia que va del saber al ver. Todos sabemos que somos mortales. Pero sólo de vez en cuando alguien invisible nos toca inesperadamente en el hombro y entonces vemos la certeza de la muerte.
Como en los Pensamientos de Pascal, como en los Ensayos de Montaigne, hay en estos textos un universo y un hombre y un hombre ante el universo:
Una vida entera, qué amontonamiento de cosas.
¿Qué cosas? La vida, Dios, los otros, la política, el fútbol, la temporalidad, la escritura y la proximidad de la muerte:
El hombre es un ser ficticio en todo su ser. Y hace falta la muerte para que por fin sea verdadero.
Algo muy parecido a esto decía Broch y lo hacía la base de su actividad literaria. Como él, Ferreira se plantea la escritura como creación de un espacio habitable:
Escribir. ¿Por qué escribo? Escribo para crearle un espacio habitable a mi necesidad, a lo que me oprime, a lo que es difícil y excesivo. Escribo porque el hechizo y la maravilla son verdad y su seducción es más fuerte que yo. Escribo porque el error, la degradación y la injusticia no han de tener razón. Escribo para hacer posible la realidad, los lugares, los tiempos, a los que esperan que mi escritura los despierte de su manera confusa de ser. Y para evocar y marcar el camino que he realizado, las tierras, las gentes y todo lo que he vivido y que sólo en la escritura puedo reconocer porque en ella recuperan su esencialidad, su verdad emotiva, que es la primera y la última que nos une al mundo. Escribo para hacer visible el misterio de las cosas. Escribo para ser. Escribo sin motivo.
Estos textos de implacable lucidez tienen una clara vocación interrogativa que se concentra en unos cuantos centros de interés: la proximidad de la noche y las limitaciones del lenguaje, la revelación del mundo en la escritura, el arte y la naturaleza, la pintura y la música, la filosofía o la novela como formas de conocimiento. Temas que aparecen y reaparecen una y otra vez sometidos a la doble tensión del pensamiento y de la palabra.
Entre el relámpago del aforismo o la reflexión demorada del artículo o el microensayo, lo que explora la lucidez de Vergílio Ferreira y la excelencia de su prosa es el sentido de la vida, que tiene exactamente la medida de un hombre.
Santos Domínguez