25/4/12

Blaise Cendras. La parcelación del cielo


Blaise Cendrars.
La parcelación del cielo.
Traducción de Juan Victorio.
Prólogo de María Casas.
Rey Lear. Madrid, 2012.


Suizo de nacimiento, nacionalizado francés en 1916 y mutilado ese mismo año en la Gran Guerra, Blaise Cendrars (Neuchâtel, 1887 - París, 1961) es uno de esos raros tan inclasificables como imprescindibles.

Raro e inquieto, hizo de la insatisfacción el motor de su vida y de su literatura: practicó una escritura exigente y un nomadismo incansable.

Y vida y literatura fueron unidos estrechamente en la zona más importante de su obra. Poeta, novelista, autor de reportajes literarios y corresponsal de guerra para el ejército inglés en la segunda guerra mundial, quizá la parte fundamental de su producción es la tetralogía narrativa y autobiográfica formada por El hombre fulminado (1945), La mano cortada (1945), Trotamundear (1948) y La parcelación del cielo (1949).

Este último título, inédito hasta ahora en español, es el que acaba de publicar Rey Lear con traducción de Juan Victorio y un prólogo de María Casas al que pertenecen estos dos párrafos entusiastas:

Este libro es extraordinario, aparentemente desordenado, abocetado e irregular, con un aliento poético poco común que se desgrana en enumeraciones, letanías, descripciones aterradoras, humor y amor a raudales, que yo no he encontrado en ninguno de sus otros libros, menos aún en su poesía. Un libro escrito a impulsos feroces, como en un rapto de amor.


Un libro loco, un libro niño, un libro flor, un libro pájaro. Un libro santo y levitador que vuela entre aviadores, hijos muertos en el aire, aves y pequeños pájaros libadores, constelaciones antiguas y constelaciones nuevas. Entre los incesantes bombardeos. Y, como san José de Cupertino, uno de los personajes que en él aparecen, unas veces vuela hacia adelante y otras, hacia atrás.

A medio camino entre las memorias, el libro de viajes y la novela, La parcelación del cielo tiene como centro de su disposición tripartita la hagiografía del nuevo patrón de la aviación que propone Cendrars: San José de Cupertino, un simple, un personaje que está constantemente en la luna, habitando su propia inutilidad desesperante de alma de cántaro.

Con creciente fama que acreditaba su torpeza, aquel franciscano divertido y embobado -al que sus compañeros llamaban Boca abierta y que luego alcanzó la santidad- se pasó la mitad de su vida levitando, lo que justifica la propuesta de consagrarle como patrón de la aviación.

En la raíz de este libro, que se abre con una incursión ornitológica en la especie brasileña del siete colores y se cierra con una tercera parte centrada en la astronomía y en la búsqueda de una nueva constelación, está la muerte del hijo de Cendrars, Rémy, piloto de la aviación francesa que murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial.

Lo explica Cendrars con estas palabras:

si a pesar de todo he escrito este relato, no es para probarme en un género que ha producido algunas obras maestras ni ejercerme en la escritura, de santa escritura, ni por imitación ni simplicidad, sino, primo, porque se lo prometí a Rémy —que no publicitará al nuevo patrón de la aviación, cosa que harían los americanos y también porque por entonces mi hijo se mató en un accidente de avión; secundo, porque, por muy santo canonizado que sea, Joseph Desa, natural de Cupertino (Apulia), es un personaje divertido que me apasiona; y tertio, porque la levitación es un arte de viajar instantáneo que a mí me hubiera gustado poder practicar desde que vi a los indígenas de las grandes selvas vírgenes del Amazonas dedicarse a ello después de absorber ibadú.

Fue crítico con la rendición francesa y como señal de protesta frente a la ocupación alemana, se negó a escribir durante tres años. Tras ese silencio redactó compulsivamente su tetralogía autobiográfica, que culminó con este espléndido volumen, que resume así María Casas en su prólogo “Cielo es un lugar donde nunca, nunca pasa nada”:

Aves, santos, constelaciones no son más que una excusa para escapar de la negrura, de la oscuridad, de la nada, último o primer protagonista, según se mire, de esta historia.

Santos Domínguez