06 junio 2025

José Luis Morante. Viajeros sedentarios

  


José Luis Morante.
Viajeros sedentarios.
La Garúa. Barcelona, 2025.

Noches y días; 
viajeros sedentarios 
sin cobertizo.

De ese haiku procede el título -Viajeros sedentarios- de la reunión de haikus que José Luis Morante publica en la colección que La Garúa reserva para esa modalidad poética. Una colección que en su formato breve y en su diseño refleja el limpio minimalismo de los textos que contiene.

Escritos entre 2020 y 2024, como explica el poeta en el prólogo -‘Encuentros’-, “los haikus de Viajeros sedentarios acogen el contacto con lo efímero, el suceso mínimo cotidiano y la maraña de encuentros con protagonistas y secundarios de la vida social. Suman instantáneas. Despliegan rutinas y dibujan con trazo descriptivo la dermis del tiempo. Son eclécticos. Aluden a facetas dispares del aquí en el ahora, a esa aparente acción tocada por la contingencia que ya dobla la esquina.”

La contemplativa Oficio de mirar y la sinestésica El rumor de la luz son las dos partes en las que José Luis Morante organiza los haikus de este volumen. Y contemplación y sensorialidad son precisamente dos de las claves del género fijado por el poeta japonés Matsuo Bashō (1644-1694). La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía son otras de las características que hacen del haiku una de las manifestaciones más estilizadas y sutiles de la poesía universal.

Ezra Pound, que lo sabía, lo asumió en su escritura poética, como Octavio Paz entre nosotros: la indeterminación elusiva, la concentración de la sugerencia, la potencia connotativa son rasgos diferenciales del lenguaje poético. Y por eso Pound y Paz encontraron en la poesía oriental -china o japonesa- una de las raíces fundamentales de su obra. 

Y a esa tradición se suman estos haikus de José Luis Morante, que proyecta en ellos un proceso poético y espiritual en el que se funden el sujeto y el objeto, el poeta y la realidad, la sensibilidad y la inteligencia, la mirada y la palabra que aspira a la desnudez y el despojamiento, a la transparencia y la serenidad:

No decir nada.
Que cuenten los silencios 
relatos mudos.

“En el camino de Viajeros sedentarios -escribe Morante en la ‘Nota’ final- la callada labor de cuatro otoños. Los haikus crecieron despacio, buscando luz solar. Naturalidad y transparencia.”

Haikus que se alimentan de visiones y de intuiciones, de iluminaciones verbales sobre el rumor sereno del agua en la calma de la noche, sobre el silencio del jardín, sobre la lluvia o el fuego, sobre la memoria y la conciencia del tiempo:

Alza sus brazos 
la palidez del día.
Es cuanto queda.

Zona de sombra. 
Huye la luz de nuevo. 
Me deshabita.

En muchos de estos textos, tan elusivos y fugaces como las sensaciones que los suscitan, se solapan la mirada exterior y la meditación para expresar un simbolismo del paisaje que revela el interior del que lo mira:

El aire prueba 
un perfume de salvia, 
mana de ti.

Mirar arriba 
y que la luz restañe 
la cicatriz.


Santos Domínguez 


04 junio 2025

George Steiner. Tolstói o Dostoievski



 George Steiner.
Tolstói o Dostoievski.
Traducción de Agustí Bartra.
Siruela Biblioteca de Ensayo. Madrid, 2025.

La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor

Con esa frase abre George Steiner su magistral ensayo Tolstói o Dostoievski, que recupera Siruela en su Biblioteca de Ensayo con la traducción que Agustí Bartra publicó en México en 1968.

Al comienzo de este ensayo monumental que abría su portentosa trayectoria crítica, Steiner deja una luminosa declaración de principios y un programa intelectual cuando fija como objetivo del crítico sólo las obras maestras:

Realmente, muchísimo es lo que debe ser enterrado si se desea conservar la salud del lenguaje y de la sensibilidad. En vez de enriquecer nuestra conciencia, en vez de ser manantiales de vida, demasiados libros encierran para nosotros las tentaciones de la facilidad y de un grosero y efímero solaz. Pero éstos son libros para el apremiante menester del reseñista, no para el reflexivo y recreador arte del crítico. Hay más de «cien grandes obras», más de mil. Pero su número no es inagotable. A diferencia del reseñista y del historiador de la literatura, el crítico se interesa por las obras maestras. Su principal función no consiste en distinguir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor.

Y añade estas líneas esclarecedoras sobre la importancia de la tradición occidental como referente de esas obras maestras frente al relativismo que vislumbraba ya a comienzos de los años sesenta del siglo pasado:

Al dejar Europa de ser el centro de la historia, estamos menos seguros de la preeminencia de la tradición clásica y occidental. Los horizontes del arte han retrocedido, en el tiempo y en el espacio, más allá de lo que nadie podía sospechar. Dos de los poemas más representativos de nuestra época, La tierra baldía, de T. S. Eliot, y los Cantos, de Ezra Pound, se han inspirado en el pensamiento oriental. Las máscaras del Congo asoman en los cuadros de Picasso como una vengadora desfiguración. En nuestros espíritus se proyectan las sombras de las guerras y las bestialidades del siglo XX; nuestra herencia nos hace ser cautos. 
Pero no debemos ir demasiado lejos. En los excesos del relativismo se encuentran los gérmenes de la anarquía. La crítica debería traernos los recuerdos de nuestro gran linaje, la incomparable tradición de la épica que va de Homero a Milton, los esplendores de la tragedia en la antigua Atenas y del drama isabelino y neoclásico, de los maestros de la novela. Debería afirmar que, si Homero, Dante, Shakespeare y Racine ya no son los más grandes poetas del mundo entero —el mundo se ha hecho demasiado grande para la supremacía—, son todavía los supremos poetas de aquel mundo del que nuestra civilización saca su fuerza vital y en cuya defensa debe arriesgarse.

Y establecido ese punto de partida, Steiner se fija como objetivo el estudio comparado de las obras de Tolstói y Dostoievski como modelos de dos enfoques artísticos y de dos formas de confluencia de la novela y la metafísica: el de la épica, vinculada a lo mítico o a lo histórico, a la esperanza y la utopía que va de Homero a Yeats y pasa por Tolstói, y el de la tragedia, centrada en resaltar la precariedad de lo humano, que desde Esquilo a Chéjov pasa por Shakespeare y tiene en el desengaño y la desesperación de Dostoievski uno de sus mejores representantes:

«Ningún novelista inglés es tan grande como Tolstói, es decir, ha dado un cuadro tan completo de la vida del hombre, en su aspecto doméstico y heroico a la vez. Ningún novelista inglés ha explorado el alma del hombre tan profundamente como Dostoievski», había escrito Forster en un párrafo que recuerda Steiner para proponer a Tolstói y Dostoievski como autores representativos de dos maneras -aunque contrarias, igualmente admirables- de concebir la novela, el arte y la vida: 

“Tolstói y Dostoievski -afirma Steiner- son figuras señeras entre los novelistas. Sobresalen por el alcance de su visión y la fuerza de su ejecución. Ambos poseen la facultad de construir, por medio del lenguaje, «realidades» sensoriales y concretas, y, sin embargo, penetradas por la vida y el misterio del espíritu. Este es el poder que caracteriza a los «supremos poetas del mundo» de Arnold. Pero, aunque permanecen aparte en su dimensión pura —pensemos en la suma de vida acumulada en Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov—, Tolstói y Dostoievski forman parte del florecimiento de la novela rusa del siglo pasado. Este florecimiento […] diríase que representa uno de los tres principales momentos de triunfo en la historia de la literatura occidental; los otros dos corresponden a los tiempos de la tragedia griega y Platón, y a la época de Shakespeare. En los tres, el pensamiento occidental saltó hacia delante desde las tinieblas mediante la intuición poética; en ellos se reunió mucha de la luz que poseemos sobre la naturaleza del hombre.”

Y por eso, Steiner, que reconoce a ambos novelistas una altura artística semejante, anuncia que “una buena parte de este ensayo será, en espíritu, divisivo: tratará de distinguir al poeta épico del dramaturgo, al racionalista del visionario, al cristiano del pagano.”

Pero, superando esos límites, este desbordante ensayo de Steiner va más allá del estudio comparado de los dos novelistas rusos y sus novelas masivas, de la vasta dimensión en la que ambos genios concibieron y desarrollaron, desde la vitalidad impetuosa de Tólstoi a la fuerza creadora de Dostoievski, obras monumentales como Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov, novelas a las que Steiner dedica interpretaciones definitivas e imprescindibles en cualquier aproximación a los dos novelistas.

Y más allá de ese extenso territorio narrativo de Tolstói y Dostoievski, explorado con hondura y agudeza, Steiner aborda la novela decimonónica como eslabón de la tradición literaria occidental en una cadena de la que forman parte Homero y los trágicos griegos, Dante y Milton, Shakespeare y Goethe. 

Porque “la novela surgió no solamente como el arte del hombre privado que se aloja en casas en las ciudades europeas. Desde los tiempos de Cervantes en adelante, fue el espejo con que la imaginación predispuesta a la razón, captó la realidad empírica. Si Don Quijote dio una ambigua y apiadada despedida al mundo de la epopeya, Robinson Crusoe deslindó el de la novela moderna. Como el náufrago de Defoe, el novelista se rodeará de una empalizada de hechos tangibles: las casas maravillosamente sólidas de Balzac, el aroma de los puddings de Dickens, los mostradores de botica de Flaubert y los interminables inventarios de Zola. Cuando descubra una huella de pisada en la arena, el novelista sacará la conclusión de que se trata de Viernes, que está al acecho en la maleza, no creerá en el rastro de un duende o, como en el mundo de Shakespeare, en la fantasmal pisada del «dios Hércules, a quien Antonio amó».”

E inevitablemente surge la pregunta: “Pero, en verdad, ¿son comparables Tolstói y Dostoievski? ¿Es algo más que la fábula de un crítico imaginar un diálogo entre sus dos espíritus y un mutuo conocimiento? Los principales obstáculos para una comparación de esta clase provienen de la falta de material y de las disparidades en magnitud. Por ejemplo, no poseemos los bocetos para La batalla de Anghiari; así, no podemos comparar lo que lograron Miguel Angel y Leonardo cuando fueron rivales en invención artística. Pero la documentación sobre Tolstói y Dostoievski es abundante. Sabemos qué pensaban uno del otro y lo que Ana Karénina significaba para el autor de El idiota. Sospecho, además, que en una de las novelas de Dostoievski se encuentra una alegoría profética del encuentro espiritual de él mismo con Tolstói. No hay entre ellos ninguna discordancia de estatura: ambos eran titanes. Los lectores del siglo XVII fueron probablemente los últimos que vieron a Shakespeare como una figura comparable a las de los dramaturgos coetáneos suyos. Ahora, para nuestra admiración, tiene una ingente estatura. Al juzgar a Marlowe, Jonson o Webster, levantamos un cristal ahumado contra el sol. Esto no es válido para Tolstói y Dostoievski. Ambos significan para el historiador de las ideas y para el crítico literario una conjunción única, como planetas vecinos, de igual magnitud y mutuamente perturbados por sus órbitas. Desafían toda comparación.”

Tolstói o Dostoievski, que apareció en 1960, fue el primer libro de George Steiner. Pero, pese a ese carácter primerizo, en sus brillantes e iluminadoras páginas están ya configuradas la excelencia, la lucidez y la agudeza de uno de los críticos imprescindibles de la segunda mitad del XX y comienzos de XXI. Un crítico de largo alcance e inusual hondura, dueño de una perspectiva global de la tradición occidental que se resume en párrafos como este:

Tolstói pedía que sus obras fuesen comparadas a las de Homero. Mucho más que el Ulises de Joyce, Guerra y paz y Ana Karénina encarnan el resurgimiento del estilo épico, de un nuevo ingreso en la literatura de tonalidades, prácticas narrativas y formas de articulación que habían declinado en el arte poético occidental después de Milton. Pero comprender por qué esto es así, para justificar ante nuestra inteligencia crítica esos inmediatos e indistintos reconocimientos de elementos homéricos en Guerra y paz, requiere una concienzuda y escrupulosa lectura. En el caso de Dostoievski hay una similar necesidad de una más vasta perspectiva. Se ha aceptado generalmente que su genio era de índole dramática, que en ciertos aspectos significativos fue el temperamento dramático más amplio y natural desde Shakespeare, comparación que el mismo Dostoievski sugirió. Pero sólo después de la publicación y traducción de gran número de borradores y libros de apuntes de Dostoievski —material del que haré amplio uso— ha sido posible trazar las múltiples afinidades entre la concepción dostoievskiana de la novela y las técnicas del drama. La idea de un teatro, como la ha llamado Frances Fergusson, ha sufrido una brusca decadencia, por lo que respecta a la tragedia, después del Fausto de Goethe. El linaje que procedía de Esquilo, Sófocles y Eurípides parecía haberse interrumpido. Pero Los hermanos Karamázov es una obra firmemente enraizada en el mundo de El rey Lear, en la novela dostoievskiana, el sentimiento trágico de la vida, a la manera antigua, es totalmente reanudado. Dostoievski es uno de los más grandes poetas trágicos.

También esta reseña es el resultado de una deuda de gratitud y admiración por uno de los maestros de la crítica contemporánea, el que escribió precisamente Lecciones de los maestros, un título que resume su legado luminoso, que en español está reunido en la admirable Biblioteca de Ensayo de Siruela.

Santos Domínguez 




02 junio 2025

Sánchez Mazas. El falangista que nació tres veces

  


Maximiliano Fuentes Codera.
Sánchez Mazas. 
El falangista que nació tres veces.
Taurus. Barcelona, 2025.

“Esta vida es la de Rafael Sánchez Mazas, el falangista que nació tres veces y que vive hoy, tras la damnatio memoriae de 2014, en una especie de purgatorio en el que su importancia como literato confronta con un incómodo pasado político”, escribe Maximiliano Fuentes Codera en la Introducción -“Los tres nacimientos”- de su biografía Sánchez Mazas. El falangista que nació tres veces, que acaba de publicar Taurus.

Una biografía rigurosa que se centra en sus dos facetas públicas, la del pensador político que fue uno de los fundadores de la Falange y la de escritor a tiempo parcial. Así resume el autor su vertiente política:

Sánchez Mazas fue un pensador sin duda sinuoso, como muchos en su época. Fue moderno y reaccionario, tradicionalista y culturalmente tolerante, católico convencido e ilustrado, bilbaíno y universal. Si hay una característica que lo definió en el ámbito político fue su manifiesta hostilidad a los ideales de la Revolución francesa de 1789, al pensamiento de Jean-Jacques Rousseau y a todos sus herederos, desde la socialdemocracia hasta el bolchevismo. Su modelo, decisivamente influido por el nacionalismo integral francés, fue la monarquía ilustrada, autoritaria y jerárquica. Sobre estos principios políticos y estéticos articuló sus propuestas, siempre en tensión con los ajustes que le exigieron los cambiantes contextos en los cuales se movió a lo largo de su vida. Expresó su visión a través de unos conceptos y unas referencias históricas y teóricas que coincidieron con las de su maestro Eugenio d’Ors. Su modelo siempre se aproximó al ideal de Tomás de Aquino y al de los reinados de san Luis y los Reyes Católicos, a quienes consideró ejemplos paradigmáticos en cuanto a la conformación de unas grandes unidades civiles que habían conseguido también mantener la independencia del Estado frente a las intromisiones de la Iglesia. Todo ello estuvo cruzado por la pugna constante entre unos arraigados valores católicos que siempre estuvieron en el sustrato de su postura política, familiar y personal y la sospecha constante sobre la actividad de la Iglesia católica en el mundo de la política. […] Sánchez Mazas se movió en medio de dos cuestiones: fue uno de los más importantes creadores de la doctrina falangista y también se encargó en momentos puntuales de la argumentación a posteriori. El estudio de este aspecto es otro de los ejes del presente libro.

Y en torno a su actividad irregular como escritor, añade Fuentes Codera esta caracterización general:

A pesar de que sus amigos recordaron con insistencia su valor como poeta y animador cultural en todos los círculos que frecuentó desde su juventud, sus trabajos vieron la luz de manera fraccionada en periódicos y revistas o se leyeron en conferencias que en muchos casos acabaron olvidadas. Algunos textos son eminentemente narrativos, más cercanos al relato; otros se parecen a divagaciones sobre sus obsesiones; otros muestran su esteticismo frente a la política y llegan a articular una teoría autoritaria, jerárquica, monárquica, católica y europeísta. En todos ellos se observa la pluma de un conservador ilustrado influido de forma notable por el fascismo italiano en las décadas de 1920 y 1930, de un escritor clásico y melancólico siempre buscando en la infancia y la adolescencia el paraíso perdido. 
Como escritor no participó de ningún movimiento generacional. Estuvo alejado, por lo general, de las modas y no consiguió crear una escuela. Tampoco tuvo discípulos ni hizo demasiado por proyectarse como figura literaria. Según reconoció a César González-Ruano en una entrevista, su «poca obra» y su «escasa realización, tanto en lo político como en lo literario», limitaron su ascendencia. «No he correspondido sino mediocremente a la esperanza y a la ayuda que he recibido», corroboró Rafael en los años finales de su vida. Algo parecido sostuvo Francisco Umbral cuando escribió que Sánchez Mazas tenía «un gran violín literario y poca gana de tocar».

Como él mismo reconocía, a Sánchez Mazas le dominaba «un elemento nativo de pereza […] un gusto por preferir la vida cotidiana, corriente, sobre el trabajo literario».” Y esa pereza consustancial a su carácter, esa abulia que lastró su creatividad literaria tanto como su actividad política (sus incomparecencias públicas y su conocido absentismo incluso del Consejo de ministros cuando lo era sin cartera)  seguramente explica, como señala Fuentes Codera, “por qué Rafael Sánchez Mazas ha recibido tan poca atención en términos biográficos. Cuatro fueron los ideólogos más importantes de Falange en los años republicanos. Tres de ellos, Ernesto Giménez Caballero, Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera, han sido estudiados en biografías que tienen una indudable calidad y que han sido fundamentales para comprender los orígenes y el desarrollo del falangismo y el franquismo. El único que no tiene una biografía de la envergadura de las anteriores es Sánchez Mazas, el hombre que nació tres veces, la primera en Bilbao, la segunda en un bosque cercano al santuario de Santa Maria del Collell y la tercera en Soldados de Salamina, la novela que Javier Cercas publicó en 2001.”

De sus dos primeras vidas, la de quien nace en Madrid en 1894 y la de quien sobrevive en 1939 a un fusilamiento se ocupan los siete capítulos del libro, en los que se reconstruye la infancia de hijo único en Bilbao (“ese pueblo insoportable”) sin el padre muerto, que rememoró en las autobiográficas Pequeñas memorias de Tarín y La vida nueva de Pedrito de Andía; la juventud entre la literatura y la política, los estudios de Derecho en Madrid, entre la Universidad Central y el colegio universitario de los agustinos en El Escorial, años decisivos en su formación ideológica y en los que destacó como incipiente poeta. O su creciente proyección como intelectual y como escritor mientras se forjaba su rechazo al nacionalismo separatista vasco o catalán y sus ideas de España y de Europa bajo la influencia decisiva de Eugenio d'Ors, porque “el intelectual catalán fue imprescindible en la articulación de un discurso fundamentado en una serie de antagonismos -tradición y progreso; clasicismo y romanticismo- y conceptos -imperio, universalidad, latinidad, catolicidad, unidad.” 

Poco después creció su proyección pública con su actividad como articulista en la prensa de la época (El Sol, El Pueblo vasco) y la forja del intelectual entre Melilla, donde estuvo como corresponsal en la guerra de África, y en la Roma del nacimiento del fascismo, con el que simpatizó de inmediato en los artículos que escribía para ABC. Muy cerca de Roma, en Subiaco, conoció a Liliana Ferlosio, quince años menor que él, con la que se casó. Allí nacerían sus hijos Miguel y Rafael Sánchez Ferlosio. 

De vuelta a España en 1930, participó en la construcción del falangismo con José Antonio primo de rivera y García Valdecasas y cuando estalló la guerra civil se refugió en la embajada de Finlandia, donde escribió Rosa Krüger, la novela estetizante y evasiva que se publicaría póstumamente en 1984.

Y tras su traslado clandestino a Barcelona, donde sería detenido en enero de 1938 y encarcelado en el barco Uruguay, el fusilamiento por la espalda al que sobrevivió en un bosque cercano a Bañolas el 30 de enero de 1939. Ese segundo nacimiento, cerca del santuario de Santa María del Collell, fue el episodio sobre el que Javier Cercas construyó Soldados de Salamina y reivindicó, como antes Trapiello en Las armas y las letras, la memoria de aquel hombre casi resucitado que “representaba la continuidad entre el falangismo histórico y el nuevo régimen.”

Convertido en intelectual de referencia en el nuevo Estado, Sánchez Mazas, que era el falangista vivo más antiguo, “representaba la continuidad emocional con la Falange «auténtica» y era un personaje en principio poco problemático en relación con las tensiones que se vivían dentro del partido unificado.”

Fue ministro sin cartera, absentista y cesado pocos meses después por su problemática relación personal con el poder y sobre todo por su enfrentamiento con Serrano Suñer. Pero, a pesar de su posición periférica, mantuvo su prestigio como intelectual relevante en el régimen en conferencias, actos públicos y en la prensa para reivindicar el falangismo original del que había sido uno de los fundadores.

En sus últimos años, en los que volvieron a confluir política y literatura, escribió La vida nueva de Pedrito de Andía (1951), su novela más significativa, la  obra que le dio más prestigio literario y en la que proyecto no solo su memoria autobiográfica sino las claves de su visión del mundo y de su concepción de la existencia.

Esos últimos años estuvieron marcados también por un progresivo alejamiento de la vida política y por la creciente obsesión por la crisis de la civilización occidental y por las desviaciones de los valores europeos. Fueron años que transcurrieron entre la colonia del Viso, el hotel Velázquez y la casona heredada en Coria hasta su muerte el 18 de octubre de 1966.

Remata el volumen un epílogo sobre “Su memoria y la nuestra”, entre la recuperación de su memoria que hizo Javier Cercas en Soldados de Salamina y la damnatio memoriae que retiró la placa que daba su nombre a un paseo en Bilbao. Escribe Maximiliano Fuentes Codera en ese epílogo:

La memoria, en última instancia, es un campo de batalla y un espacio de poder y, por tanto, siempre es dinámica. No hay memoria, sino memorias. Existio una memoria, una especie de borrador de autobiografía de Sánchez Mazas, escrita a varios manos: por él, por sus amigos y por los apologetas del franquismo. Tras ella, y en paralelo a la justa revindicación literaria liderada por Andrés Trapiello, con la novela de Javier Cercas se construyó otra memoria en el marco de un intenso debate sobre la mal llamada «memoria histórica» que se extendió a varios países europeos y que puso a Rafael Sánchez Mazas en el centro. Así acabaron por configurarse dos memorias, la suya y la nuestra. En las más de dos décadas que han pasado desde la aparición de Soldados de Salamina, la disputa entre ambas se ha decantado hacia la segunda y la lectura del presente ha acabado por ocultar muchos aspectos de la vida de Sánchez Mazas y del valor literario de su obra. La memoria ha ganado a la literatura y a la historia y, con ello, el recuerdo de Sánchez Mazas se ha ido difuminando.

Una biografía sólida apoyada en un abundante aparato de notas, en una oportuna bibliografía y en un poblado índice onomástico que permite rastrear la red de vínculos humanos, políticos y literarios que conforman la vida pública y privada de Rafael Sánchez Mazas. Una vida resumida gráficamente en las imágenes del cuadernillo central, en donde por cierto se ha deslizado un error de fechas en torno al cortejo fúnebre de José Antonio, que partió desde Alicante hacia El Escorial el 20 de noviembre de 1939, no el 20 de febrero, cuando la ciudad levantina aún no había sido conquistada. 

Una biografía que traza una imagen completa y compleja de quien “fue, como casi todo el mundo, una mezcla de cosas contradictorias: un poco ambicioso y otro poco diletante, un poco escritor compulsivo y otro poco perezoso, un poco alejado del poder y otro poco plenamente inserto en él.”

Santos Domínguez

 

30 mayo 2025

Quevedo. Huye la hora


Francisco de Quevedo.
Huye la hora. 
Antología poética.
Edición de Fernando Plata y Adrián J. Sáez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2025.

“Como todos los grandes, Quevedo es uno de esos poetas que escapan a las definiciones fáciles porque quiso -y supo- distinguirse con una poética innovadora y casi omnicomprensiva dentro del panorama coetáneo, que le ganó un lugar dentro de la santa trinidad del Siglo de Oro junto a Lope de Vega y Góngora. Sin duda, es parte central del canon, que «no es una exposición de modelos, sino una reunión de excepciones y extravagancias»: los clásicos «son de otra clase», como bien dice Micó (2023: 7). Y, como todos (o quizá más que todos), Quevedo ha sufrido los golpes del tiempo y las crueldades de la recepción. Baste recordar la retahíla de epítetos e insultos que ha merecido desde perspectivas muy diferentes: en su día se le tachaba de borracho, cojo, feo y otras tantas lindezas más, mientras que a posteriori se le acusa de antisemita, esquizofrénico, misógino, personaje de chiste, reaccionario y otros vicios que tienen mucho de anacronismo e injusticia.
 Eso sí, se puede decir que la culpa es del propio Quevedo, porque se trata de un personaje poliédrico que vive una vida de lo más intensa: se relaciona para bien y para mal con figuras tanto altas (del rey para abajo) como bajas, participa en mil y una polémicas (literarias, políticas y religiosas) porque no hay salsa en la que no esté presente y se mueve de acá para allá en la corte con alguna que otra escapada, amén de tocar todos los palos literarios del Siglo de Oro (del poemita que se quiera al tratado bíblico).”

Así abren Fernando Plata y Adrián J. Sáez el “Retrato de perfil: la carrera de un poeta todoterreno”, la primera de las tres partes en las que organizan el estudio introductorio de Huye la hora, la antología poética de Francisco de Quevedo que han preparado para Cátedra Letras Hispánicas.

Y precisamente esa condición poliédrica del Quevedo personaje se refleja en la pluralidad temática y en la variedad de tonos y formas métricas que ofrece su extensa obra poética, que por cierto no reunió nunca en una edición en forma de libro. 

Paradójicamente, él, que había sido el primer editor de la poesía de Fray Luis de León o de Francisco de la Torre, murió sin reunir en un volumen la suya propia, pese a que al parecer la tenía no solo prevista, sino también organizada, al menos en parte.

Circuló en copias manuscritas y a veces en impresos no autorizados, lo que explica el complicado laberinto de variantes textuales en el que se tienen que internar quienes, como Plata y Saez, pretenden editar la poesía quevedesca.

Era imprescindible por tanto que, además de analizar la galería poética que ofrece esta antología (‘Un pequeño «aleph»: un manojo de poemas’), los editores dedicaran un apartado de su introducción a explicar la complicada transmisión textual de la poesía de Quevedo, ya que “fueron apenas un centenar los poemas de Quevedo publicados en vida, bastante pocos si los comparamos con los más de 875 que contiene la edición canónica de Blecua y también fueron relativamente pocos los poemas que circularon manuscritos en su tiempo.”

Cien poemas ordenados cronológicamente, espléndidamente anotados y comentados, se ofrecen en esta selección representativa de la pluralidad de temas y registros de la poesía de Quevedo, que como decía Borges “es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura.” 

Está aquí el poeta que, aunque desconoció el amor, llevó el petrarquismo a una de sus cimas y escribió alguno de los mejores sonetos amorosos de la poesía española, como Amor constante más allá de la muerte, pero a la vez ridiculizó mitos como el de Apolo y Dafne en otro memorable soneto que comienza con este cuarteto explosivo que hace prescindible y olvidable el resto del soneto:

Bermejazo platero de las cumbres
a cuya luz se espulga la canalla, 
la ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Ese mismo poeta burlón, ácido e inmisericorde que escribió alguna de las sátiras más crueles de la lírica en castellano es el grave poeta moral que avisa del paso del tiempo, el agudo ingenioso que dominó el idioma como pocos, el político crítico contra Olivares, el poeta en el que emergen las lecturas de la literatura clásica, de Séneca y el estoicismo cristiano o de la tradición bíblica,. 

Y sobre todo, quien llevó a la lengua española a una de sus alturas expresivas más portentosas en los ágiles octosílabos de sus letrillas y sus romances o en los solemnes endecasílabos de sus sonetos. Sonetos como este, en el que aparece la frase “huye la hora”, la barroca expresión que se ha elegido como título de la antología:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

Santos Domínguez 


28 mayo 2025

Luciano Canfora. La biblioteca desaparecida

 

Luciano Canfora.
La biblioteca desaparecida.
Traducción de Xilberto Llano Caelles.
Siruela. Madrid, 2025.

“Demetrio había sido el plenipotenciario de la biblioteca. Cada poco tiempo, el rey pasaba revista a los rollos, como a manípulos de soldados. «¿Cuántos rollos tenemos?», preguntaba. Y Demetrio lo ponía al día sobre la cifra. Se habían propuesto un objetivo y habían hecho los cálculos. Habían establecido que, para recopilar en Alejandría «los libros de todos los pueblos de la tierra», serían necesarios quinientos mil rollos. Ptolomeo concibió una carta «a todos los soberanos y gobernantes de la tierra», en la que pedía que «no dudasen en enviarle» las obras de cualquier género de autores, «poetas o prosistas, rétores o sofistas, médicos y adivinos, historiadores y todos los demás». Ordenó que fuesen copiados todos los libros que se encontrasen en las naves que hacían escala en Alejandría, que los originales fuesen retenidos y a sus posesores se les entregraran las copias. A este fondo se le llamó después «el fondo de las naves».
Demetrio extendía cada cierto tiempo una relación escrita para el soberano, que comenzaba así: «Demetrio al gran rey. Obedeciendo su orden de añadir a la colección de la biblioteca, para completarla, los libros que todavía faltan, y de restaurar adecuadamente aquellos defectuosos, he puesto gran cuidado y ahora le hago rendición de cuentas”, escribe Luciano Canfora en La Biblioteca desaparecida.

Desde que apareció la primera edición italiana de este libro en 1986, hace casi cuarenta años, La Biblioteca desaparecida se ha consolidado como un clásico de referencia en los estudios sobre el desarrollo y la desaparición de la Biblioteca de Alejandría, el gran monumento cultural de la dinastía ptolemaica, que en sus cientos de miles de rollos de papiro resumía el patrimonio literario, filosófico, científico y religioso de Grecia y Egipto.

Con una admirable suma de erudición y tono narrativo, y apoyándose en los textos de Calímaco, Hecateo, Polibio, Diodoro, Estrabón o Dídimo, Canfora reconstruye el día a día de la formación, crecimiento y organización de aquella biblioteca que reunió el saber de la Antigüedad:

Calímaco intentó una clasificación general con sus Catálogos subdivididos por géneros, en correspondencia con otros tantos sectores de la biblioteca: Catálogo de los autores que brillaron en cada disciplina singular era el título del colosal catálogo, que ocupaba ciento veinte rollos. Este catálogo daba una idea de la ordenación de los rollos, pero no era ni un plano ni una guía. Sólo mucho más tarde, en la época de Dídimo, se compilaron. Los catálogos de Calímaco servían sólo a quien ya estuviese práctico. De todos modos, al estar basado en el criterio de relacionar sólo los autores que habían «brillado» en los distintos géneros, el repertorio de Calímaco debía representar una selección, ciertamente amplísima, del catálogo completo. Autores épicos, trágicos, cómicos, historiadores, médicos, rétores, leyes, misceláneas son algunas de las categorías: seis secciones para la poesía y cinco para la prosa.
Aristóteles aleteaba entre aquellas estanterías, entre aquellos rollos bien ordenados, ya desde cuando Demetrio había trasplantado allí la idea del maestro: una comunidad de sabios aislada del exterior, dotada con una biblioteca completa y un lugar de culto a las Musas. El legado se había consolidado con la larga estancia de Estratón en la corte. «El método y el genio del Estagirita —ha escrito un sabio francés— presidían desde lejos la organización de la biblioteca». Pero daba pena ver las estanterías destinadas a contener sus obras; prácticamente, sólo las obras divulgadas por Aristóteles durante su vida, cuando no se introducía, sin más, cualquier texto falso, que después resultaba difícil desanidar.”

Y tras abordar cuestiones como la competencia de los bibliotecarios alejandrinos con los sabios estoicos e imaginativos de Pérgamo o la conversión de la Biblioteca de una propiedad privada de la familia gobernante en una institución pública de la provincia romana controlada por Augusto, Canfora afronta el enigma de su destrucción, o mejor, de la catastrófica desaparición de aquellos setecientos mil rollos de papiro en lengua griega que se guardaban allí y cuya pérdida supuso un retroceso de siglos en el desarrollo de la cultura mediterránea antigua

Canfora descarta como causa la propagación del incendio de las naves ptolemaicas en el puerto de Alejandría que describió Lucano y que fue ordenado por César para aliviar el asedio del palacio real, “un incendio que hubiese hecho estragos entre aquellos rollos habría reducido a cenizas los dos edificios. Por el contrario, no hay la mínima noticia de semejante catástrofe. Estrabón los visitó, trabajó allí y los ha descrito, apenas veinte años después de la campaña de César en Alejandría.”

Las razones habría que buscarlas en una muy probable sucesión de saqueos y en otro incendio, ordenado por el califa Omar tras la toma de Alejandría en diciembre del año 640, en los momentos iniciales del fanatismo islamista.

Aunque apoyada en citas rigurosas y en un escrupuloso respeto a las fuentes documentales, La biblioteca desaparecida se lee en muchas de sus páginas como una novela. Por eso, su último capítulo reconstruye a partir de diversas fuentes un “Diálogo de Juan Filopón con el emir ‘Amr Ibn al-‘As antes de incendiar la biblioteca” que comienza con esta carta del emir agareno al califa:

He conquistado la gran ciudad del Occidente —escribía ‘Amr Ibn al-As al califa ‘Umar después de haber izado la bandera de Mahoma sobre la muralla de Alejandría— y no me resulta fácil enumerar sus riquezas y sus bellezas. Me limitaré a recordar que cuenta con cuatro mil palacios, cuatro mil baños públicos, cuatrocientos teatros o lugares de diversión, doce mil comercios de fruta y cuarenta mil tributadores hebreos. La ciudad ha sido conquistada por la fuerza de las armas y sin tratado. Los musulmanes están impacientes por gozar del fruto de la victoria.

Curiosamente, ni una referencia a los libros. Es un cristiano, “el viejísimo Juan Filopón, el Infatigable, como era reconocido por su bello sobrenombre, comentarista de Aristóteles”, quien llama la atención del emir y le ruega que respeten la Biblioteca y el que le informa de su creación un milenio antes, a partir de los libros reunidos por el rey Ptolomeo:

-Debes saber —le decía— que cuando Ptolomeo Filadelfo subió al trono, se hizo partidario del conocimiento y hombre bastante docto. Buscaba libros y ordenaba que le fuesen procurados a cualquier precio; ofrecía a los mercaderes las condiciones más favorables para inducirlos a que trajeran aquí sus libros. Se hizo todo cuanto quería y, en breve tiempo, fueron adquiridos cincuenta y cuatro mil.

Se le hace entonces una consulta a Omar, que responde en su carta:

Por lo que se refiere a los libros a los que has hecho referencia —escribía ‘Umar—, he aquí la respuesta: si su contenido está de acuerdo con el libro de Alá, podemos despreciarlos, puesto que, en tal caso, el libro de Alá es más que suficiente. Si, en cambio, contienen cualquier cosa deforme con respecto al libro de Alá, no hay ninguna necesidad de conservarlos. Procede y destrúyelos.
[…]
En silencio, evitando inútiles formalidades, ‘Amr abandonó para siempre la casa de Juan. Sumiso a la respuesta del califa, comenzó la obra de destrucción. Distribuyó los libros entre todos los baños de Alejandría, para que fueran usados como combustible de las estufas que los hacían confortables. «El número de estos baños —escribió Ibn al-Qifti— era bien conocido, pero yo lo he olvidado» (como sabemos por Eutiquio, eran cuatro mil). «Se cuenta —prosigue— que fueron necesarios seis meses para quemar todo aquel material».
Únicamente fueron perdonados los libros de Aristóteles.

En un espléndido apéndice, Canfora analiza y comenta pormenorizadamente las abrumadoras fuentes documentales utilizadas en la reconstrucción de la historia de la creación y la destrucción de la Biblioteca de Alejandría: de Gibbon a Aulo Gelio, de Tito Livio a Calímaco, de Isidoro de Sevilla a Hecateo y Diodoro, de Estrabón a Aristeas.

Con traducción de Xilberto Llano Caelles, Siruela acaba de incorporarla al catálogo de su imprescindible Biblioteca de Ensayo.

Santos Domínguez 



26 mayo 2025

Roberto Saviano. Grita

  


Roberto Saviano.
Grita.
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.
Anagrama. Barcelona, 2025.


“Habéis callado demasiado tiempo. ¡Se acabó el silencio! Gritad con cien mil lenguas. Con tanto silencio el mundo se pudre.” 

Esas palabras de Santa Catalina de Siena podrían resumir el sentido de Grita, el libro de Roberto Saviano que publica Anagrama con traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.

Ese párrafo es el epígrafe que abre uno de los capítulos centrales del libro, “Las palabras del pueblo”, dedicado a los hermanos Grimm.

Iluminado con ilustraciones de Alessandro Baroncia, Grita se inicia con un mapa y un espejo en el que se refleja el Saviano adolescente que iba al Instituto Díaz de Caserta: 

Tú eres ahora quien busca las respuestas que yo buscaba.[…] Las historias que voy a contarte si sabes leerlas podrán servirte de escudo, incluso de munición, una munición particular que da vida en lugar de quitarla. Considéralo un regalo de un amigo, de un superviviente, o una linterna.

Un mapa que además de servir de orientación desde el punto de partida, es muchas otras cosas: escudo ante la mentira, munición contra la iniquidad, linterna para iluminar el pasado y el presente, porque “algunas historias son recientes, aún huelen a pólvora. Otras son antiquísimas, digamos que las he sacado del fondo de un estanque lleno de cieno. Algunas te las cuento tal y como están en las fuentes, otras las relato para que parezcan una fábula, una parábola, una lección de vida.”

Narradas con la agilidad eficiente de su prosa, Saviano reúne en estas páginas historias potentes, ejemplos y parábolas de quienes no guardaron silencio ante el miedo y levantaron la voz frente a la injusticia. Treinta historias que responden a las preguntas que plantea el mapa. Preguntas como estas:

¿Sabes cuándo empieza a hacer efecto el veneno de una mentira?
¿Y si fuera a ti a quien le faltara el aire? 
¿Quién ha escrito el guion que estás leyendo? 
¿Y  tú has decidido de qué parte estás? 
¿Crees que los fanáticos son los demás? 
¿Sabes luchar aunque tengas miedo?
¿Ves las trampas que se hacen con palabras? 
¿Vas a gritar cuando veas que son cien contra uno?

 Preguntas que alguna vez se hizo Saviano antes de escribir Gomorra y a las que respondieron algunos de los protagonistas de Los valientes están solos, como Giovanni Falcone o Paolo Borsellino.

Las respuestas las dan aquí Hipatia de Alejandría frente a los talibanes, Anna Ajmátova frente a Stalin, Giordano Bruno frente a la Iglesia, Anna Politkóvskaya frente a Putin, Jamal Khashoggi frente al despotismo saudita, Zola frente al antisemitismo de la Liga de Patriotas, Luther King frente al chantaje del FBI y el Ku Klux Klan, Daphne Caruana Galizia frente a la evasión fiscal en el paraíso fiscal de Malta, Karina Bolaños frente a la extorsión y la violación de la intimidad en internet, Pasolini frente a la Italia democristiana, la neofascista y la comunista, Snowden frente a la CIA…

Son algunos de los hombres y mujeres cuya peripecia recrea Saviano como modelos humanos de coraje, de faros de la dignidad que alzaron sus voces contra el silencio y el miedo, contra las manipulaciones del poder y el ejercicio de la propaganda según el método de Goebbels, porque 

no es puro el corazón que siempre se esconde, se protege, se desvía del error, nunca se contamina con nada, nunca se ensucia, se mantiene siempre virgen. Es puro el corazón que vive, que lo toca todo, que se contamina, que camina con los demás por el infierno, pero se mantiene auténtico. «Un pecho desarmado puede resistir incluso a los tanques si dentro de él late un corazón digno», escribió Aleksandr Solzhenitsyn. 
Puro es el corazón que siempre se la ha jugado.
Tú grita que late. 
¡Grítalo fuerte!

Y ese consejo inicial que es el motor del libro se retoma en el texto que lo cierra, un poema civil contra la sumisión resignada que se cierra así:

Grita cuando veas que, en el silencio general, un tornillo cae al suelo.
Grita que la mentira mata.
Grita que, si no salvas el bosque en llamas, el incendio te alcanzará allí donde vayas.
Grita que no se puede bailar en un campo minado, que no es posible beber té sobre la lava de un volcán, que no se toma el sol en una isla de plástico.
Grita cuando veas que amordazan a un niño.
Grita cuando notes que te dejan sin respiración.
¡Grita que no vale la pena vivir en estas condiciones!
¡Grita que todo debe cambiar!

Grita se publicó a finales de 2020 en su versión original en italiano y esta edición española llega hoy a las librerías.


Santos Domínguez 



23 mayo 2025

José Manuel Ramón. Vanitas

 

 

José Manuel Ramón. 
Vanitas.
Ars Poetica. Oviedo, 2025.



un goteo 
de almas errantes

expelidas en la flema del mundo 
un cinturón de espíritus desorientados 
y entre incongruencias retenidos 
que otro cielo tierra o nada 
concibieron

como en círculos
y oscuras selvas de antañc 
los hay que más tiempo necesitan 
para salir del averno mental 
que forjaron

                    cada uno
                    en su fango


Con esos versos en los que resuena el eco de la selva oscura de Dante y de su bajada a los infiernos abre José Manuel Ramón Vanitas, la tercera entrega de su Trilogía de la reencarnación.

Organizado en cuatro partes de títulos expresivos y orientadores -‘Memento mori’, ‘Samsara’, ‘Trances’ y ‘La voz inerte’- y rematado con dos poemas epilogales que sirven de cierre y contrapunto al conjunto del libro, Vanitas es el resultado de una concepción radical de la poesía como forma de conocimiento y de exploración en la propia identidad.

Y de esa manera la palabra reveladora ilumina la realidad y le da un sentido último en el que se unen la hondura de lo esencial y la intensidad de la conciencia existencial. La confluencia de profundidad reflexiva e intensidad simbólica en la palabra oracular del poeta construye un mundo coherente en el que se funden lo cósmico y lo espiritual a través de las estructuras salmódicas y las imágenes visionarias que se convierten en la guía de la luz frente a la oscuridad.

La densa palabra poética de Vanitas, alimentada por diversas tradiciones místicas y liberada por las rupturas expresivas de la vanguardia, aspira a ser instrumento y método de un proceso de conocimiento que desde la reflexión inicial sobre el paso del tiempo y la fragilidad de la vida se remonta a la afirmación esperanzada de los ciclos de transformación y renacimiento como continuación del tránsito de la vida a la muerte.

José Manuel Ramón traza así un itinerario poético desde la sombra a la luz, una propuesta meditativa y existencial en la que la escritura es una puerta de entrada en lo invisible:

de la 
incomprensión nace esta fuerza 
y de gloriosas paradojas por las que ser 
blanco de una luz jamás 
imaginada 

nuestro 
esfuerzo cavará otras tierras 
o del pensamiento bondades sembrará 
como semillas impacientes 
de más vida 

cantaremos 
cuantos amores queramos 
compondremos bulliciosas sonatinas 
que en nuestro honor se tornarán 
olvido 

          y seguiremos 
          afinando 


Santos Domínguez 

21 mayo 2025

Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel

 


Anna Caballé.
Íntima Atlántida.
Vida de Rosa Chacel.
Taurus. Barcelona, 2025.

“Siendo una de las escritoras más valiosas y, sin duda, junto con María Zambrano, la de mayor ambición intelectual del siglo XX («Yo soy intelectual por los cuatro costados», le dice a Ana María Moix), apenas se la lee porque no se la entiende. Faltan muchas de las claves de una vida cruzada por el dolor del ocultamiento y la necesidad de hacer frente a una situación personal indeseable pero inconmovible que marcaría la naturaleza digresiva de su obra. ¿Cómo no interesarse por la vida de una mujer que deseaba, en lo más hondo de sí misma, que la descubrieran?”, escribe Anna Caballé en  la introducción (‘Prohibido el paso, o no’) de Íntima Atlántida, la magnífica biografía de Rosa Chacel que publica Taurus.

La vida y la literatura de Rosa Chacel (1898-1994) giran en torno a dos ideas sostenidas a lo largo de sus muchos años de escritura: el sentimiento de fracaso -fue siempre una autora sin apenas lectores- y la ocultación de un secreto inconfesable para los demás y para ella misma, como reconocía en el último tomo de sus diarios: “Malos como diarios, gustan mucho a todos como literatura, pero como datos sobre los hechos no son nada, todo está escamoteado.”

“No se dice lo secreto, se cuenta”, anotaba Carmen Martín Gaite en sus Cuadernos de todo. Pero en el caso de Rosa Chacel el secreto ni se dice ni se cuenta. Se oculta cuidadosamente. Y a intentar desvelar ese oscuro secreto, relacionado con su matrimonio con el pintor Timoteo Pérez Rubio y escamoteado por Rosa Chacel incluso durante el medio siglo largo en que escribía sus diarios, se orienta esta ambiciosa biografía.

Una biografía en la que Anna Caballé ha reconstruido las claves vitales y literarias de la autora de Barrio de Maravillas con un esfuerzo interpretativo que se apoya sólidamente en la lectura de su obra y en la consulta minuciosa de su correspondencia y sus diarios, que editó con el significativo título Alcancía.

Porque -explica Anna Caballé- “el secreto es la cara y la  cruz de su literatura. Y de ahí viene el título de esta biografía: la imagen que siempre he tenido presente ha sido la de ver la vida de Chacel como la de un continente sumergido en una torturante pasión cuyo conflicto nunca aflora más que como queja o como alusiones que invitan a desear descubrirlo y sacarlo a la luz. Una íntima Atlántida por descubrir siendo su existencia innegable porque ella misma la menciona constantemente.”

Y ya hacia el final del ensayo, insiste en que “la obsesión de Chacel por ese continente sumergido, esa íntima Atlántida, que es la vivencia del secreto -todos sus personajes alimentan secretos que nunca nos son desvelados-, la palabra tal vez más repetida en su obra, nos fuerza a pensar en las claves que la sostienen.”

En veinticuatro capítulos agrupados en tres partes cronológicas se articula esta Íntima Atlántida: 1898-1936, desde su infancia solitaria en Valladolid hasta la guerra civil; 1940-1971, desde la salida al exilio y su instalación en Río de Janeiro y en Buenos Aires hasta un decisivo viaje de dos meses a España; 1972-1994, un periodo marcado por su regreso, por la crisis creativa que le provocó la muerte de su marido y por un reconocimiento público tardío con premios como el de las Letras Españolas, en el que pesaron tanto o más las razones políticas que las estrictamente literarias.

Paralelamente a las circunstancias externas que marcan la biografía de Rosa Chacel, estas páginas proponen un recorrido en profundidad por su creación literaria, desde el abandono de su dedicación inicial a la escultura a la construcción sistemática de una obra difícil y radicalmente introspectiva pero coherente, que se inicia con la búsqueda de la prosa pura y el hermetismo en la orteguiana Estación. Ida y vuelta (1930), que alcanza su mayor desarrollo treinta años después en La sinrazón (1960), escrita a lo largo de diez años y terminada en América. 

Y tras la transición de Desde el amanecer, su autobiografía infantil hasta los diez años publicada en 1972 y con una evidente relación con su novela Memorias de Leticia Valle (1945), un oscuro fondo autobiográfico oculto sigue latiendo en las novelas que abordan su memoria generacional con la trilogía formada por Barrio de Maravillas, Acrópolis y Ciencias Naturales.

Las tres partes en que se organiza Íntima Atlántida abordan la formación y el desarrollo de una  personalidad trágica y ensimismada, propensa a escribirse y releerse, a pensarse y repensarse, a mantener una relación conflictiva consigo misma y a ocultarse no sólo a los demás, sino a sí misma, con una “voluntad explícita de oscuridad” que Anna Caballé resalta como rasgo más característico de toda su escritura: “La literatura de Chacel niega la claridad, niega la significación, querrá permanecer oscura y solo valorada por quienes reconoce sus pares intelectuales. De modo que la interpretación de su obra literaria nos dice que no quiere ser interpretada, solo valorada como desafío intelectual, aunque en sus diarios derrame, sin embargo, los contornos de su propio drama vital. Si no se ve en esta peculiar característica el núcleo de su escritura -unas novelas que se niegan a sí mismas como novelas y se presentan solo como dificultad- el acceso a la escritora bordea, en mi opinión, lo incomprensible.”

Por eso, frente a las elipsis voluntarias y las ocultaciones sistemáticas, el objetivo de Íntima Atlántida es arrojar una luz poderosa sobre una biografía interior habitada por las humillaciones, la actitud autodestructiva de una personalidad inadaptada y solipsista  que se jactaba de haber releído cuarenta veces su novela La sinrazón, asqueada -“asco” es una de las palabras que más se repiten en sus diarios- de todo (marido, lugares, escritores, literatura), desdeñosa con novelistas muy superiores a ella (García Márquez, Torrente Ballester…), acosada por la soledad y la melancolía y anclada en un egocentrismo soberbio y desmedido que a menudo la hacía insoportable en el trato y en muchos fragmentos de Alcancía: “Es tan atroz lo que pienso de todos y de mí misma que tal vez por eso me odian; me odian todos, sin excepción. Me odian cada día más.”

Y al abordar las claves de su escritura esta biografía traza una imagen demoledora de la personalidad de Rosa Chacel. Una imagen que se resume en la frase con la que Anna Caballé define su carácter como “envidioso, suspicaz, oscuro, resentido y victimista.”

Certera en sus conclusiones, rigurosa en su método y nada complaciente en su mirada a la biografiada, Íntima Atlántida, que aporta también un espléndido cuadernillo central de ilustraciones, es el brillante resultado de muchos años de trabajo de investigación e interpretación en torno a la vida, la obra y la personalidad de Rosa Chacel por parte de Anna Caballé, que reconoce que “escribir este libro ha requerido andar a oscuras muchas veces, tanteando el significado de tantos puntos suspensivos como hay en la obra de la escritora. Otras veces ha sido lo contrario y he visto con asombro a Chacel moldeando trabajosamente su mundo, como moldeaba la fría arcilla con sus manos en su juventud. La he visto también esperando que llegara un tiempo hecho a su medida. En todo caso, y para terminar, soy la única responsable de la interpretación de su vida.”


Santos Domínguez 

 


19 mayo 2025

Ramírez Lozano. La mancha de la mora

 



José Antonio Ramírez Lozano.
La mancha de la mora.
de la luna libros. Mérida, 2025.


  “Hay novelas que se tienen de pie, como los hombres”, afirma el narrador de La mancha de la mora, la última obra narrativa de José Antonio Ramírez Lozano.

El motor de la novela es una lamentable disfunción eréctil para la que el urólogo sanluqueño Del Cazzo, -¿de dónde si no?-  recomienda al narrador protagonista, Félix Buero, que haga el camino del Rocío como terapia -mejor que las ostras y el chocolate o el ginseng- para recuperar la levantada firmeza de las efervescencias perdidas entre los pinos y las arenas de “una tierra hembra, en el humedal más hembra que pudiera imaginarse.”

Y allí se va el hombre capitidisminuido y armado, más que de virilidad faltante, de pertrechos teológicos y de equipaciones rocieras: a bautizarse en las aguas del Quema y a cruzar el puente del Ajolí. En el fondo musical del camino romero conviven la flauta y el tamboril con el bordón oscuro de las moscas y la traca de los cohetes; el olor de la resina pinera y del bálsamo del romero y la jara con el polvo de las arenas en una mezcla perturbadora de vida y de muerte, de cielo y de infierno, de literatura y realidad.

Pero en esta novela no sólo encontrarán una terapia romera para recuperar el antiguo hervor perdido. Conocerán por el camino de esta narración itinerante a peculiares personajes que comparten peregrinaje: a Amparito Mora, “un pedazo de mujer que no cabe en ella” y que acaba convirtiéndose en el personaje central de la novela: una jaquetona insatisfecha y deseante que trota a horcajadas sobre un caballo; al bulto del marido, capón y celoso; a un invertido de sangre viciosa con burbujas, poeta de la Virgen; a un cura posmoderno con gomina y tupé que dice misa en latín, al urólogo que reaparece por sorpresa convertido en bujarrón de urgencias, o al mayordomo de la Hermandad de Alfarache, un mamporrero impotente y celestino.

Personajes que peregrinan a la noche más larga del mundo en La Rocina, “ese espejo de sal al que acuden las almas a desnudarse”, a una noche de genesiacos caballos lorquianos y de reyertas, de facas que brillan bajo la luna de Pentecostés y de un bolígrafo de poder homicida.

Personajes que entran y salen de la novela, como el unamuniano Augusto de Niebla, pero con más gracia, y que vuelven al paraíso aquel en el que a Dios se le olvidó cortarnos la lengua y nos dejó el poder de la palabra y la vida verdadera de la literatura, que se acabará convirtiendo en la auténtica salvadora de las insuficiencias hormonales del protagonista.

Y, además de los personajes, recorre la novela esa celebración del lenguaje, ese culto de la palabra de quien, como el autor, se mudó hace mucho a vivir en las palabras. “Y me mudé a vivir en las palabras”, dice el narrador en una de esas frecuentes reminiscencias de sus versos que practica Ramírez Lozano, en esa ingeniería de vasos comunicantes entre su poesía, muy frecuentemente narrativa, y su prosa.

Quizá más que en otras novelas anteriores como Pasodoble y Cuidado con el perro, hay en La mancha de la mora un sostenido equilibrio entre la narración y los intermedios de las expansiones líricas. Como este, al comienzo del capítulo VII:

La salve, en cambio, me dejó un eco dulce en la memoria que me remontó en el sueño a esos días de mayo de mi infancia. Y el sueño se me iluminó. Ninguno de los que dormían tumbados junto a mí supieron de aquel sueño. La Virgen de la siesta, de mi siesta de mayo, vino para vigilar mi sueño, ahuyentarme el acecho de Choclán. En mi sueño se hizo el día de repente y la lengua acudió para hacerse niña conmigo, limpia y pura como entonces. Avedulce del bosque que cantas en la fronda estremeciendo la umbría en la que, herido, pernocta el corazón, no ceses nunca, no, Avemaría nuestra, en tu consuelo y bruñe con tu lumbre nuestra pena, y avéntanos las sombras, Avevenus del alba. Avenardo, flor tierna en la que anida el copo de la luz, el ampo en que se miran los espejos de las anunciaciones, asómanos al limpio misterio de las fuentes. Avelirio del prado en la que posa, gota de Dios, su ternura el rocío, asómanos al claro secreto de la dicha, Avejaral en flor que escuchas el rumor de la savia en la alta noche coronando los pétalos. Avefría en la fiebre, acuda siempre tu mano a mi favor, sol de mi herida, alivio de esa hebra tan blanca de tu manto con que ahuyento a la Muerte. Avesilva, Avepinta, Avenal de los campos, Avelira en el salmo ¿dónde cantas? ¿En qué rama escondida anida tu virtud para que sea?  Avesol de los pobres que así doras el pan y haces del cielo migaja en tu alacena, sacramento de la devota grey de las hormigas, arranca la cizaña de nuestro corazón. Avecedaria nuestra, tú que enhebras el Verbo Divino con tu sangre y pasas una a una las sílabas por cuentas de tu rosario, danos tu vocal la más pura, ese anillo celeste, diapasón en que tañe su son la lengua, el signo de las constelaciones. Avesal de los mares. Aveluna. Aveperla celeste que te guardas con la avaricia fiel de una promesa. Avecilla sin nido, tú que cantas sin ti, sigue cantando escondida en la noche. Sálvanos. Canta tú por nosotros, pecadores.
  Cuando desperté, estaba aún amaneciendo. 

Persisten en La mancha de la mora una serie de rasgos característicos del autor, compartidos con otras obras suyas: el cuidado de la palabra y la creatividad verbal, la fluidez y naturalidad de los diálogos, la ironía, la mezcla de seriedad y humor sobre un fondo moral de reflexión existencial, la suma de poesía y narrativa, el paisaje humano de la Baja Andalucía, la reivindicación de la alegría de vivir y el convencimiento de que “lo escrito resulta más vivido que la propia vida.” Y por eso aquí la verdadera salvación es la de la literatura, aunque “a veces no es más que un ejercicio de cobardía. Eso.”

“Hay novelas que se tienen de pie, como los hombres”, recuerden. Lo decía el narrador.

“-¿Y eso qué quiere decir?”, le pregunta Amparito. Y él contesta: 

“-Que quiero hacer una novela viva que no se me desangre por el camino.”

Y aunque haya sangre equina y humana en el trayecto, eso es exactamente lo que ha hecho José Antonio Ramírez Lozano con La mancha de la mora, una novela viva para disfrute de sus lectores, que están de enhorabuena.

Santos Domínguez 


16 mayo 2025

Stamatis Polenakis. Antología poética



Stamatis Polenakis.
Luz oscura. 
Antología poética
Edición bilingüe de Virginia López Recio.
Centro de Estudios Bizantinos, 
Neogriegos y Chipriotas.
RIL editores. Granada, 2024.


NO SÉ QUÉ DEPARARÁ EL MAÑANA 

No sé qué deparará el mañana.
Yo, el poeta Fernando Pessoa 
he soñado que soy todos los hombres 
que existen, soy los ojos de mi madre 
cubiertos de lágrimas, soy los miles de 
muertos del seísmo de Lisboa y un perro
enfermo que merodea en los escombros. 
Soy Ricardo Reis, Bernardo 
Soares y otros tantos que olvido.
Soy alguien que sostiene una lámpara 
en una casa desierta.
Otro, no yo, se angustia completamente solo  
en la cama de un hospital -I know not 
what tomorrow will bring- Hoy soy 
sencillamente un hombre que muere.

Ese es uno de los poemas del poeta griego Stamatis Polenakis (Atenas, 1970) que se recogen en Luz oscura. Antología poética, en edición bilingüe preparada por Virginia López Recio, que ha realizado y traducido esta selección de casi sesenta textos representativos de una poesía que, como señala en su Introducción, “además de lírica, es narrativa, dialógica, política, icónica, histórica y supra histórica.”

Poemas procedentes de tres de sus libros: Notre Dame (2008), Los escalones de Odessa (2012) y La piedra gloriosa (2014), en los que, como en ese poema, Polenakis asume -en la línea que arranca de Browning y Tennyson y pasa por Swinburne, Lee Masters, Cavafis o Borges- una perspectiva poética que cede la voz al personaje al que se atribuye el monólogo dramático. Tres libros en los que, como en ese poema, Polenakis asume -en la línea que arranca de Browning y Tennyson y pasa por Swinburne, Lee Masters, Cavafis o Borges- una perspectiva poética que cede la voz al personaje al que se atribuye el monólogo dramático.

Personajes reales o literarios, explícitos o implícitos como Whitman y Kafka, Raskolnikov y Mayakovski, Heráclito y Lázaro, Marina Tsvetaeva y Victor Hugo, von Aschenbach y Chéjov, que habla en este poema:

VIOLA D’AMORE

OIga, si muero hoy, espero que mañana me olvides. 
Que recuerdes, sin embargo, el barco de Odessa 
a Tergisti una tarde de verano en una lejana vida, 
la orquesta olvidada incluso por Dios que tocaba 
canciones populares rusas en la cubierta;
al estudiante Trofimov, que viajaba junto a nosotros 
y se perdió después en Siberia. 
Que recuerdes, sobre todo, a las gaviotas 
eran blancas y nos acompañaban 
todo el viaje, volando más rápido que las olas. 
Ich sterbe, Olga. Hoy muero para siempre.

Monólogos dramáticos que tienen más de homenaje lector que de proyección del propio poeta en el personaje. Al último libro antologado, La piedra gloriosa, pertenece este poema que da título también a la antología:

LUZ OSCURA DE ODISEO

Valeria, mañana todo terminará:
el mundo empezará de nuevo desde el principio.
Mañana todo empezará de nuevo, pero yo 
mantendré para siempre el recuerdo 
de aquel encuentro nuestro en Roma.
La Plaza de España y la casa de Keats:
la lluvia que entraba por los cristales rotos 
y los ojos cansados de Fanny Browne 
marcados por las lágrimas.
Intenté componer una breve elegía 
para un poeta que como Odiseo 
murió joven en tierras extranjeras y su nombre 
estaba escrito en el agua.
Il ritorno d'Ulisse in patria
cantaban el viento
y la sal del mar
y las almas de los marineros y las sirenas 
ante los lamentables desperdicios de los barcos.

Santos Domínguez 


14 mayo 2025

Alicias ilustradas

 




Lewis Carroll.
Alicia en el país de las maravillas.
Alicia a través del espejo.
Ilustraciones de Fernando Vicente.
Traducción de Humpty Dumpty.
Nórdica Libros. Madrid, 2025.


En una dorada tarde 
el agua ociosos nos lleva, 
pues son bracitos de alambre 
los que reman, reman, reman, 
ya que intentan, siempre en balde, 
que la barca no se tuerza.

Son tres niñas en la barca, 
pero insisten como cien, 
aburridas de la calma, 
piden un cuento a la vez; 
contra una insistencia tanta,
¿qué otra cosa puedo hacer?

La primera exige terca 
que no tarde en empezar. 
La segunda, muy alerta, 
que refleje la verdad. 
La tercera estará atenta 
y no me interrumpirá.

Por fin se ha hecho el silencio 
e impera la fantasía,
arrastrándonos a un cuento 
que es país de maravillas, 
donde hablan los conejos 
y bailan las pescadillas.

Y si yo, pobre de mí, 
el relato interrumpía, 
aplazando su final 
hasta el siguiente día, 
«hoy es mañana», las tres 
a coro me repetían.

Así fue surgiendo el cuento, 
poco a poco; y, una a una, 
las partes del argumento 
que forman esta aventura. 
De volver llega el momento: 
regresemos con premura.

Para ti es este cuento, 
para ti, querida Alicia, 
guárdalo junto a tus sueños 
entre otras flores marchitas, 
cual peregrino andariego 
que atesora sus reliquias.

Con esos versos evocaba Lewis Carroll en el preámbulo de la obra la génesis de Alicia en el país de las maravillas, que surgió de un relato improvisado para combatir el aburrimiento de unas niñas, las tres hermanas Liddell con las que hicieron una tarde de julio de 1862 la pesada travesía de ida y vuelta en bote por el Támesis entre Oxford y Godstow. A la más insistente de esas niñas, Alice Liddell, le dedica la obra en esos versos.

Y de nuevo, ya en la novela, el aburrimiento de Alicia en el río mientras su hermana lee un libro sin diálogos ni ilustraciones es el motor del relato: “Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.”

La respuesta se la dio Lewis Carroll con estos dos libros que son un antídoto contra el aburrimiento y que además, desde sus primeras ediciones en 1865 y 1871, están llenos de diálogos y de magníficas ilustraciones como las que Fernando Vicente ha realizado para la nueva edición de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, que publica Nórdica con una espléndida traducción de Humpty Dumpty.

Los juegos de lógica, las paradojas y los enigmas (“¿En que se parece un cuervo a un escritorio?”), la extrema libertad imaginativa en convivencia con lo real, el cruce de lo onírico y lo simbólico atraviesan estas dos obras habitadas por personajes como el acelerado Conejo Blanco, el Sombrerero loco que toma el té con la también loca Liebre de Marzo, el sonriente y desconcertante Gato de Cheshire o la furia ciega de la destemplada Reina de Corazones.

Y así, el lector se precipita con Alicia en una sucesión vertiginosa de túneles y espejos, de llaves y jardines, de croquet y ajedrez, de pozos y ratones, de carreras en círculos y abanicos mágicos, de setas gigantes y orugas azules, de meriendas insufribles y puertas en los árboles, de rosales pintados y tortugas falsas, del bosque del olvido, leones y unicornios.

Una fiesta constante de la imaginación sin límites, desde la caída al fondo de la madriguera del Conejo (“Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?”) y desde la Casa del Espejo (“¡Imagínate que tú eres la Reina Roja, Kiti!”) hasta el despertar del sueño, cuando Alicia no sabía si el sueño había sido suyo o del Rey Rojo. Pero sí sabía que daba igual, porque si había soñado con el Rey Rojo, ella misma era parte del sueño de su personaje: “¡Pues claro que él fue parte de mi sueño!..., pero también es verdad que yo fui parte del suyo.”

Santos Domínguez