George Steiner.
Tolstói o Dostoievski.
Traducción de Agustí Bartra.
Siruela Biblioteca de Ensayo. Madrid, 2025.
La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor.
Con esa frase abre George Steiner su magistral ensayo
Tolstói o Dostoievski, que recupera
Siruela en su Biblioteca de Ensayo con la traducción que Agustí Bartra publicó en México en 1968.
Al comienzo de este ensayo monumental que abría su portentosa trayectoria crítica, Steiner deja una luminosa declaración de principios y un programa intelectual cuando fija como objetivo del crítico sólo las obras maestras:
Realmente, muchísimo es lo que debe ser enterrado si se desea conservar la salud del lenguaje y de la sensibilidad. En vez de enriquecer nuestra conciencia, en vez de ser manantiales de vida, demasiados libros encierran para nosotros las tentaciones de la facilidad y de un grosero y efímero solaz. Pero éstos son libros para el apremiante menester del reseñista, no para el reflexivo y recreador arte del crítico. Hay más de «cien grandes obras», más de mil. Pero su número no es inagotable. A diferencia del reseñista y del historiador de la literatura, el crítico se interesa por las obras maestras. Su principal función no consiste en distinguir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor.
Y añade estas líneas esclarecedoras sobre la importancia de la tradición occidental como referente de esas obras maestras frente al relativismo que vislumbraba ya a comienzos de los años sesenta del siglo pasado:
Al dejar Europa de ser el centro de la historia, estamos menos seguros de la preeminencia de la tradición clásica y occidental. Los horizontes del arte han retrocedido, en el tiempo y en el espacio, más allá de lo que nadie podía sospechar. Dos de los poemas más representativos de nuestra época, La tierra baldía, de T. S. Eliot, y los Cantos, de Ezra Pound, se han inspirado en el pensamiento oriental. Las máscaras del Congo asoman en los cuadros de Picasso como una vengadora desfiguración. En nuestros espíritus se proyectan las sombras de las guerras y las bestialidades del siglo XX; nuestra herencia nos hace ser cautos.
Pero no debemos ir demasiado lejos. En los excesos del relativismo se encuentran los gérmenes de la anarquía. La crítica debería traernos los recuerdos de nuestro gran linaje, la incomparable tradición de la épica que va de Homero a Milton, los esplendores de la tragedia en la antigua Atenas y del drama isabelino y neoclásico, de los maestros de la novela. Debería afirmar que, si Homero, Dante, Shakespeare y Racine ya no son los más grandes poetas del mundo entero —el mundo se ha hecho demasiado grande para la supremacía—, son todavía los supremos poetas de aquel mundo del que nuestra civilización saca su fuerza vital y en cuya defensa debe arriesgarse.
Y establecido ese punto de partida, Steiner se fija como objetivo el estudio comparado de las obras de Tolstói y Dostoievski como modelos de dos enfoques artísticos y de dos formas de confluencia de la novela y la metafísica: el de la épica, vinculada a lo mítico o a lo histórico, a la esperanza y la utopía que va de Homero a Yeats y pasa por Tolstói, y el de la tragedia, centrada en resaltar la precariedad de lo humano, que desde Esquilo a Chéjov pasa por Shakespeare y tiene en el desengaño y la desesperación de Dostoievski uno de sus mejores representantes:
«Ningún novelista inglés es tan grande como Tolstói, es decir, ha dado un cuadro tan completo de la vida del hombre, en su aspecto doméstico y heroico a la vez. Ningún novelista inglés ha explorado el alma del hombre tan profundamente como Dostoievski», había escrito Forster en un párrafo que recuerda Steiner para proponer a Tolstói y Dostoievski como autores representativos de dos maneras -aunque contrarias, igualmente admirables- de concebir la novela, el arte y la vida:
“Tolstói y Dostoievski -afirma Steiner- son figuras señeras entre los novelistas. Sobresalen por el alcance de su visión y la fuerza de su ejecución. Ambos poseen la facultad de construir, por medio del lenguaje, «realidades» sensoriales y concretas, y, sin embargo, penetradas por la vida y el misterio del espíritu. Este es el poder que caracteriza a los «supremos poetas del mundo» de Arnold. Pero, aunque permanecen aparte en su dimensión pura —pensemos en la suma de vida acumulada en Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov—, Tolstói y Dostoievski forman parte del florecimiento de la novela rusa del siglo pasado. Este florecimiento […] diríase que representa uno de los tres principales momentos de triunfo en la historia de la literatura occidental; los otros dos corresponden a los tiempos de la tragedia griega y Platón, y a la época de Shakespeare. En los tres, el pensamiento occidental saltó hacia delante desde las tinieblas mediante la intuición poética; en ellos se reunió mucha de la luz que poseemos sobre la naturaleza del hombre.”
Y por eso, Steiner, que reconoce a ambos novelistas una altura artística semejante, anuncia que “una buena parte de este ensayo será, en espíritu, divisivo: tratará de distinguir al poeta épico del dramaturgo, al racionalista del visionario, al cristiano del pagano.”
Pero, superando esos límites, este desbordante ensayo de Steiner va más allá del estudio comparado de los dos novelistas rusos y sus novelas masivas, de la vasta dimensión en la que ambos genios concibieron y desarrollaron, desde la vitalidad impetuosa de Tólstoi a la fuerza creadora de Dostoievski, obras monumentales como Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov, novelas a las que Steiner dedica interpretaciones definitivas e imprescindibles en cualquier aproximación a los dos novelistas.
Y más allá de ese extenso territorio narrativo de Tolstói y Dostoievski, explorado con hondura y agudeza, Steiner aborda la novela decimonónica como eslabón de la tradición literaria occidental en una cadena de la que forman parte Homero y los trágicos griegos, Dante y Milton, Shakespeare y Goethe.
Porque “la novela surgió no solamente como el arte del hombre privado que se aloja en casas en las ciudades europeas. Desde los tiempos de Cervantes en adelante, fue el espejo con que la imaginación predispuesta a la razón, captó la realidad empírica. Si Don Quijote dio una ambigua y apiadada despedida al mundo de la epopeya, Robinson Crusoe deslindó el de la novela moderna. Como el náufrago de Defoe, el novelista se rodeará de una empalizada de hechos tangibles: las casas maravillosamente sólidas de Balzac, el aroma de los puddings de Dickens, los mostradores de botica de Flaubert y los interminables inventarios de Zola. Cuando descubra una huella de pisada en la arena, el novelista sacará la conclusión de que se trata de Viernes, que está al acecho en la maleza, no creerá en el rastro de un duende o, como en el mundo de Shakespeare, en la fantasmal pisada del «dios Hércules, a quien Antonio amó».”
E inevitablemente surge la pregunta: “Pero, en verdad, ¿son comparables Tolstói y Dostoievski? ¿Es algo más que la fábula de un crítico imaginar un diálogo entre sus dos espíritus y un mutuo conocimiento? Los principales obstáculos para una comparación de esta clase provienen de la falta de material y de las disparidades en magnitud. Por ejemplo, no poseemos los bocetos para La batalla de Anghiari; así, no podemos comparar lo que lograron Miguel Angel y Leonardo cuando fueron rivales en invención artística. Pero la documentación sobre Tolstói y Dostoievski es abundante. Sabemos qué pensaban uno del otro y lo que Ana Karénina significaba para el autor de El idiota. Sospecho, además, que en una de las novelas de Dostoievski se encuentra una alegoría profética del encuentro espiritual de él mismo con Tolstói. No hay entre ellos ninguna discordancia de estatura: ambos eran titanes. Los lectores del siglo XVII fueron probablemente los últimos que vieron a Shakespeare como una figura comparable a las de los dramaturgos coetáneos suyos. Ahora, para nuestra admiración, tiene una ingente estatura. Al juzgar a Marlowe, Jonson o Webster, levantamos un cristal ahumado contra el sol. Esto no es válido para Tolstói y Dostoievski. Ambos significan para el historiador de las ideas y para el crítico literario una conjunción única, como planetas vecinos, de igual magnitud y mutuamente perturbados por sus órbitas. Desafían toda comparación.”
Tolstói o Dostoievski, que apareció en 1960, fue el primer libro de George Steiner. Pero, pese a ese carácter primerizo, en sus brillantes e iluminadoras páginas están ya configuradas la excelencia, la lucidez y la agudeza de uno de los críticos imprescindibles de la segunda mitad del XX y comienzos de XXI. Un crítico de largo alcance e inusual hondura, dueño de una perspectiva global de la tradición occidental que se resume en párrafos como este:
Tolstói pedía que sus obras fuesen comparadas a las de Homero. Mucho más que el Ulises de Joyce, Guerra y paz y Ana Karénina encarnan el resurgimiento del estilo épico, de un nuevo ingreso en la literatura de tonalidades, prácticas narrativas y formas de articulación que habían declinado en el arte poético occidental después de Milton. Pero comprender por qué esto es así, para justificar ante nuestra inteligencia crítica esos inmediatos e indistintos reconocimientos de elementos homéricos en Guerra y paz, requiere una concienzuda y escrupulosa lectura. En el caso de Dostoievski hay una similar necesidad de una más vasta perspectiva. Se ha aceptado generalmente que su genio era de índole dramática, que en ciertos aspectos significativos fue el temperamento dramático más amplio y natural desde Shakespeare, comparación que el mismo Dostoievski sugirió. Pero sólo después de la publicación y traducción de gran número de borradores y libros de apuntes de Dostoievski —material del que haré amplio uso— ha sido posible trazar las múltiples afinidades entre la concepción dostoievskiana de la novela y las técnicas del drama. La idea de un teatro, como la ha llamado Frances Fergusson, ha sufrido una brusca decadencia, por lo que respecta a la tragedia, después del Fausto de Goethe. El linaje que procedía de Esquilo, Sófocles y Eurípides parecía haberse interrumpido. Pero Los hermanos Karamázov es una obra firmemente enraizada en el mundo de El rey Lear, en la novela dostoievskiana, el sentimiento trágico de la vida, a la manera antigua, es totalmente reanudado. Dostoievski es uno de los más grandes poetas trágicos.
También esta reseña es el resultado de una deuda de gratitud y admiración por uno de los maestros de la crítica contemporánea, el que escribió precisamente Lecciones de los maestros, un título que resume su legado luminoso, que en español está reunido en la admirable Biblioteca de Ensayo de Siruela.
Santos Domínguez