12/7/21

Un pájaro tan ligero

 

 
 Xosé Bolado.
Un pájaro tan ligero.
Antología.

Edición de Esther Muntañola.
Bartleby. Madrid, 2021.

El primer nombre de la patria vino del agua:
río
de las aguas abetunadas del Nalón
entre orillas de avellanos y escombreras
al sol inclinado de la tarde, oriente de pizarra
salpicada de flores sorprendidas de no ser dragones
amigos con la boca abierta a la corriente.

Riachuelos
fríos de monte en las medidas de una mano.

Mar
de los océanos del mundo a vista de muelle 
de los barcos dibujados desde pequeño
de los nombres cambiados, de las sirenas que escuchas
en las noches de los años que pasan, de la calma
envuelta en la melancolía absoluta del viaje
de la mar de fondo que llega hasta aquí
para recordarme la voz de una patria distante.

Lluvia, ahora, que embarra el silencio
por más que escuche de vez en cuando la sirena
de un barco que me lleva, o la de un pozo
que me arrima al fondo con la gente perdida.


Ese poema de Xosé Bolado (1945-2021) forma parte de Un pájaro tan ligero, una amplia antología poética que publica Bartleby con edición de Esther Muntañola, a la que precisamente está dedicado ese texto de un libro de 2006, La estación de los  relevos.

Está muy presente en ese poema “la música implacable del tiempo” que atraviesa su obra poética junto con la presencia del agua, una constante temática y simbólica que aparece ya en su inicial Línea imperceptible al temor (1989), como ese río y ese mar que forman parte de su paisaje vital y que son también una metáfora del paso del tiempo.

Poesía de tono bajo y línea clara en la que conviven lo narrativo y lo lírico, el registro oral y el escrito y las presencias conjuradas en una escritura que convoca el misterio y la memoria, la palabra y la mirada reunidas para articular el enfoque simbólico de la realidad que la caracteriza.

Junto con la búsqueda de la luz y de la identidad, de lo que persiste y sostiene sobre  su continuidad la conciencia del ser y del estar, son esos algunos de los rasgos fundamentales que vertebran esta poesía, como en este Amo el tiempo piadoso de la memoria:

En cualquier lugar siento las voces
del mundo que quedó -no sé si atrás-,
vienen también los colores a sobreponerse
a la tierra sembrada de invierno.
Sólo el tiempo sigue su ritmo sin caos.
Que agosto no esconda la línea corta
de su dominio. Que no vuelva el pulso
a esta mano para repetir la espiral que madre
dibujaba firme. Que esta tarde en un cuarto
en el corazón de la ciudad piense en el relieve
del mundo heredado, tan escaso de luz
en sus mares vacíos, en la frontera de tiniebla.
El tiempo conduce, pero da igual que tú, ayer padre
me enseñaras el valor de estimarlo
hay momentos en los que la memoria juega
a esconderlo, como hace contigo, yo siempre
como si todo fuera presente y nada río abajo
se despeñara, como si nada verdadero cayera
sino rutina de los días bajo los pies cansados.

Amo el tiempo piadoso de la memoria.
El valor del corazón para vivir sin él.


“Amasando con sombras, con el agua turbia, con la propia tierra oscura de la memoria, Xosé Bolado modela imágenes que emiten luz, como las brasas. Nos regala ese fuego sagrado que debemos llevar de templo en templo y cuidar para que nunca se apague”, escribe Esther Muntañola en el prólogo a esta edición edición revisada por él, que llegó a las librerías poco después de su muerte. 

Santos Domínguez

 

9/7/21

Ramírez Lozano. Motivos de sospecha

 

José Antonio Ramírez Lozano.
Motivos de sospecha.
Pre-Textos. Valencia, 2021.

Mato un pez cada vez
que ahora escribo un poema.

Fue en mitad del verano.
El estanque era el mundo y yo, aunque niño, 
la ambición más voraz.
No había pecio mayor que aquellos peces
de colores, ajenos
en su lumbre a ese turbio acecho de mis ojos.

Una piedra en la mano, como ahora el bolígrafo, 
era mi arma en la tarde.
Me quedaba aguardando a que algún pez cruzase 
justo bajo mi acierto. Así aprendí
la constancia que exige la belleza.

La codicia hace, a veces, que la muerte 
saque brillo a la escama,
lumbre a este rito de la posesión.

Por eso cada vez que ahora escribo un poema 
mato un pez y lo cobro
rendido en su fulgor, terriblemente mío.


Con ese poema se abre Motivos de sospecha, Premio Juan Gil-Albert, de José Antonio Ramírez Lozano, que publica Pre-Textos. 

Como en muchos de sus libros, aparece también en su pórtico un poema que resume la relación del poeta con el mundo y con la palabra, su vinculación con la creación poética y su percepción del tiempo.

Si Rilke decía que el poeta es un cazador de voces, el poeta es aquí el que acecha  el fulgor de la belleza, ese fulgor huidizo que el autor resume en la imagen del pez colorido que cruza esos versos para inaugurar un libro habitado por animales y personas sobre los que Ramírez Lozano proyecta su distancia irónica para asumir el vacío del sentido desde la comprensión de los límites como en este poema 

LA NADA PROMETIDA

Los objetos perdidos
sé que acaban en manos de los muertos.

Un candado allí puede
valerles el perdón de la avaricia.
Una férula importa
la libre absolución del rechinar de dientes. 
Una moneda, un salmo.

Que lo sepan mis deudos.
Yo no quiero que el cielo me tiente con chatarra. 
Quiero la nada sólo, la nada prometida.
Ni siquiera ese lápiz de cera de mi infancia
con que pintaba a Dios.


Hormigas y ángeles borrachos, un gato solo y un trompetista negro, una mosca en la sopa de letras o una escolopendra, un colibrí, un náufrago o un caballo ciego son los protagonistas de estos textos cuya narratividad se desarrolla con un entramado de metáforas que componen la propuesta alegórica sobre la que se sostiene la poesía de Ramírez Lozano, que tras su apariencia ligera contiene una interpretación muy personal de la existencia y una actitud ante el mundo que podrían resumir los versos finales de La trampa, el poema que cierra este Motivos de sospecha:

Mejor no exijas nada.
Nada impongas, mejor, a tus palabras. 
Deja que ellas te dicten
la vida, que ellas sean
también su muerte, apenas dichas.

Morir si pronunciar.
Matar así a la Muerte con nombrarla. 
Sin ira apenas,
sin apenas clemencia.


Santos Domínguez 

7/7/21

Un horizonte de significados


Custodio Tejada.
Un horizonte de significados.
Amazon, 2021.

“Cuando nombramos hacemos visible lo invisible, le damos luz a la vida y le damos vida a la luz. La vibración y la resonancia de los nombres envuelven nuestro ser con sus ondas, nos configuran a través del sonido y sintonizan nuestro corazón con la música de las esferas. [...] La realidad cambia y se expande como una galaxia de nombres que buscan acercarse a la Sabiduría. Lo que no existe en el lenguaje tampoco existe en la vida real, desaparece en el aire de lo no escrito. Cuerpo y alma unidas por su instinto, carne y palabra ensambladas en su polisemia, corporeidad viva del amor y encarnación cuántica del verbo, escritura salvífica que levita en busca del bien supremo. Así son las grietas del lenguaje mesías.”

En esas palabras epilogales se resume el núcleo de la concepción poética sobre la que Custodio Tejada sustenta Un horizonte de significados: la palabra como fuente de conocimiento de la realidad y el poema como resultado de esa indagación verbal en la que la creación es a la vez método y revelación y la palabra se concibe “como punto de apoyo que mueve el cosmos, una palanca de amor infinito que nos lleva de lo telúrico a lo transparente.”

Desde el primer texto del libro, 'Génesis', queda delimitado ese territorio sagrado y transcendente de la escritura, su potencial para devolvernos la realidad transfigurada a través del poder sanador de la palabra como generadora de conciencia y existencia:

El lenguaje, componente adánico del poema y de la vida transfigurada en alimento, nos convierte en parte indisoluble de Dios. Toda escritura es sagrada porque en ella aguardan verdades, sabidurías y creencias. La palabra se vuelve cofre, se hace maná en la tierra, cada vez que la nombramos con voluntad inequívoca de hijos. Divinidad y Lenguaje juntan sus presencias en la estética de la creación para explicar el don que vive en el alfabeto y en las hojas escritas de los árboles. Palabra y Dios son la misma cosa, prefacio y profecía en un mismo salto de letras, una mística de alabanza orientada a conservar el secreto epistemológico del Ser: la Vida.

La que suena aquí, apoyada en una tupida red de referencias intertextuales y alusiones metaliterarias, es la voz del chamán, la del sacerdote de la palabra, la de los ritos mistéricos, la voz del poeta oracular. 

Y sobre esa palabra epifánica y sanjuanista (“en el principio fue el Verbo”), que hunde sus raíces en lo mejor de la tradición occidental, se levanta el elevado horizonte metafísico de estos poemas que articulan una ambiciosa cosmovisión desde ese 'Génesis' inicial hasta el 'Epílogo de la epifanía' en torno a un eje central que el poeta titula 'Cosmopoética: un cuerpo místico'.

Lenguaje en busca de la luz de las revelaciones, de iluminaciones y profecías que brotan de esas palabras que “son los verdaderos animales de compañía / que con lealtad / nos acompañan durante la luz / y durante la sombra”; “pájaros de luz / que iluminan el cielo.”

Porque en ese viaje hacia dentro y hacia arriba, hacia ese horizonte de sucesos de los agujeros negros que se evoca al final del libro como metáfora del poder de la palabra, hay un intenso itinerario espiritual que queda delimitado en versos como estos:

Escribir el primer verso representa el punto 
de no retorno, entonces solo cabe 
caer hacia el interior de uno mismo.

Santos Domínguez 



5/7/21

Rubén Martín Díaz. Un tigre se aleja

 UN TIGRE SE ALEJA | RUBEN MARTIN DIAZ | Casa del Libro

 Rubén Martín Díaz.
Un tigre se aleja.
Renacimiento. Sevilla, 2021.

EL TIGRE

La juventud: ese animal salvaje.


 Me dicen que este cambio de estación 

es demasiado horrible, que envenena y ahoga. 

Desnudo ante el espejo, pienso: No eres ya un crío. 

No lo eres. Y a pesar de ello podrías 

hacer girar la Tierra devastándolo todo. 

Bajo un cuerpo entrenado crece el árbol que soy

-fuerte como un silencio, nervioso como el tigre 

que atraviesa el verano trasladando consigo 

la noche por los prados del poema-. 

Años y años de duro entrenamiento con hierros 

permiten modelar el código genético 

que la naturaleza nos tuvo reservado.

Desnudo -la conciencia adormecida, 

los latidos del corazón en vuelo raso-, 

cruzo la casa en soledad y hallo un rincón perfecto 

para sentarme. Reflexiono. Leo

las obras completas de mi existencia. Regreso 

hasta un tiempo remoto donde invierto mi imagen: 

No eres ya un hombre y sin embargo puedes 

hacer cambiar el curso de la historia. 

Por la ventana, lento, veo alejarse un tigre.


Ese texto final resume el tono y el contenido de Un tigre se aleja, el espléndido conjunto de poemas que publica Rubén Martín Díaz en Renacimiento


El tiempo y el recuerdo, la mirada hacia dentro y hacia atrás se reúnen en los treinta y tres poemas de este libro de madurez que confirma el ejercicio poético de línea clara compatible con la intensidad expresiva que estaba ya presente en su anterior Fracturas


La mirada elegíaca que recorría aquel libro, con el que este mantiene una evidente continuidad, es uno de los vínculos que dan coherencia a la sólida trayectoria poética de Rubén Martín Díaz, en la que la memoria tiene un papel central:


La memoria es un vaso 

lleno de agua con gas.


Los recuerdos ascienden 

hasta la superficie, 

y es ahí donde explotan.


Tan solo queda el líquido 

que es materia de olvido: 


vacuidad que se vierte 

por el viejo desagüe 

de los desamparados.


Esa mirada serena que rememora el trayecto vital y lo articula con la perspectiva de la experiencia, esa emoción contenida en el sosegado ritmo de sus versos miran el camino recorrido y se proyectan sobre el sentimiento del tiempo, sobre la conciencia de la fugacidad para insistir en la construcción de la propia identidad sobre la palabra y la mirada al mundo, sobre la serena música que emerge de estos versos.


Una música que surge del interior del poeta para expresar la limpia transparencia de su expresión poética  y la delicada levedad de su palabra, que conjura en estos poemas la memoria y el sueño, la imaginación y la mirada:


Y a veces, cuando sueño muy profundo 

y bajo al corazón de la memoria, 

recuerdo todavía 

las sombras que sin cuerpo deambulaban 

por las altas ventanas de la imaginación.


Desde ese “sentir brotar desde lo hondo” del que habló Gil-Albert en la cita que encabeza el libro, vibran en estos poemas la palabra y el silencio del hombre asomado en el espejo para ver la luz del otoño y las cicatrices de la memoria, para evocar la intimidad familiar de los padres y los hijos, de quienes le vieron llegar y los que ahora le ven alejarse.


Y desde ese lugar central entre el pasado y el futuro, esta afirmación del presente, de la presencia y el instante:


He pensado en la lluvia desde el agua.


He vertido el instante,

que antecede a un diluvio milagroso, 

en un cuenco apurado de recuerdos 

que nubla mi memoria. 


He sido el cielo desde mí, 

el aire desde el aire.


He crecido en la lluvia

-vertical, afianzado- 

desde esta noche quebradiza y tibia 

que subraya en azul nuestra presencia. 

 

Santos Domínguez



2/7/21

Julio Mas Alcaraz. Ritual del laberinto



Julio Mas Alcaraz.
Ritual del laberinto.
Epílogo de Jordi Doce.
Bartleby Editores. Madrid, 2021.

“Somos el humo de una guerra mal apagada”, escribe Julio Mas Alcaraz en uno de los poemas de su espléndido Ritual del laberinto, que publica Bartleby Editores. 

 Diez años después de El niño que bebió agua de brújula, Julio Mas funda en este libro un potente territorio literario y moral en el que dialogan dos voces femeninas -la de Lucía y la de su nieta Lorea- en un espacio que convoca el cruce del presente y el pasado para delimitar la identidad y conjurar el miedo, el nacimiento y la muerte, la imaginación y la memoria, en un despliegue de metáforas en las que se conjuntan la palabra y la mirada, la precisión verbal y la fuerza de la sugerencia en un hipnótico fraseo poético.

Conviven en estos poemas la elíptica secuencia narrativa y la admirable intensidad lírica de una potente voz poética dotada de la ambición expresiva y el ímpetu visionario de los verdaderos creadores como Julio Mas, que proyecta en ellos el tiempo y la derrota, la búsqueda y el miedo para levantar un testimonio del llanto y para 

entender la vida 
como un relato 
que se hereda y transmite 

con el mismo misterio 
que lleva a las tortugas 
a retornar, años después, 
a la playa donde nacieron. 

 Levantados sobre el barro espeso de la sangre, las sombras y las balas, la lluvia y la ceniza, el silencio y el miedo, estos poemas sustancian los imposibles adioses en sus versos cruzados, escritos con la médula ardiente y dolorida de lo esencial y lo primario, con la autenticidad hecha palabra en “la luz del atardecer / al caer sobre las fosas comunes.” 

 Si un libro de poemas consiste sobre todo en la creación de una atmósfera verbal, en el hallazgo de una tonalidad emocional y en la propuesta de un territorio ético, los versos de Ritual del laberinto se yerguen con la fuerza de sus imágenes poderosas como un imperativo moral contra el olvido, porque “intentar olvidar es dejar a una persona viva enterrada bajo la nieve”. 

 Por eso aquí se evoca el luto sobre el fondo de la nieve, la mirada infantil bajo los bombardeos, el desarraigo y la huida por el mar, un silencio sin pájaros y la muerte, cuando “el ser / es el tiempo en su final.” 

 Y, como siempre en la poesía que importa, hay preguntas al fondo. Como estas: 

 ¿Debemos esperar a que las aves 
 aniden en las coronas de espinas? 

 ¿Para esto dejaron sin días a los huérfanos y los cielos sin aves? 

 Y una afirmación, pese a todo, de la vida que se levanta sobre las ruinas, porque 

 Atrapada en la tela de araña, la luciérnaga 
 sigue brillando.

Santos Domínguez