31/10/06

Prosas dispersas de Antonio Machado




Antonio Machado.
Prosas dispersas (1893-1936).
Edición anotada de Jordi Doménech.
Páginas de Espuma. Madrid, 2001


Mientras leía esta primavera Ligero de equipaje, la biografía de Antonio Machado escrita por Ian Gibson, me llamaba la atención una y otra vez la insistente referencia a estas Prosas dispersas (1893-1936) que reunió Jordi Doménech en un voluminoso tomo publicado por Páginas de Espuma.

No se trataba de una declaración gratuita ni ligera. El lector de la más reciente y amplia biografía de Antonio Machado se encuentra con constantes apoyos documentales en este libro, que Gibson definía como "una aportación de valor incalculable al conocimiento de Machado."

El volumen se abre con una amplia y profunda introducción de Rafael Alarcón Sierra, un estudio que sitúa estos textos en su contexto público o privado. Las tres cuartas partes de estas prosas dispersas las constituye el epistolario, una escritura oculta de la que muchas veces surge el escrito público o el poema. Porque incluso en esas cartas se puede ir siguiendo con fluidez la doble dimensión ética y estética, cívica y literaria del pensamiento y la obra de Antonio Machado.

Es muy interesante comprobar por ejemplo cómo se desdobla el poeta en su correspondencia en diversos sujetos epistolares. No es el mismo Machado el que escribe cartas reverentes a Unamuno que el que se intercambia con Juan Ramón cartas breves sobre temas literarios, ni el Machado admirativo que se cartea con Ortega es el que escribe correspondencia amorosa con Pilar Valderrama. Ni estos se parecen mucho al que aconseja y regaña con afecto a Gerardo Diego.

El detenido y agudo estudio que hace Rafael Alarcón de esas relaciones epistolares arroja mucha luz intrahistórica, como las notas de Jordi Doménech, sobre la producción poética y el pensamiento estético y filosófico de Machado en cada uno de esos momentos.

Y lo mismo ocurre con las notas, las reseñas y los prólogos que contienen implícitas o explícitas las ideas de Antonio Machado sobre literatura, teatro, arte, política o educación.

Jordi Doménech ha reunido todo este material disperso en cinco apartados que, anticipando el criterio de organización de la biografía de Gibson, combinan lo geográfico y lo cronológico, unen espacio y tiempo para situar estas prosas en su marco existencial, en su circunstancia biográfica, de manera que en cierta medida constituyen un diario que fija cronológicamente el sentido de la obra de Antonio Machado y la evolución de sus preocupaciones y su pensamiento poético, filosófico o político. Se trata en ese sentido, como subraya Doménech, de una especie de diario intelectual de Machado.

Un diario intelectual que tiene, además del epistolario, estas estaciones de paso:

I Madrid (1893-1907), con las colaboraciones de Machado en La Caricatura, en Electra y en la sección «Glosario» de Renacimiento.

II Soria (1907-1912), donde se recogen colaboraciones sin firmar en El Porvenir Castellano, el texto de alguna conferencia o el informe remitido a la Junta para Ampliación de Estudios con motivo de su beca en París.

III Baeza (1912-1919), que comienza con una carta a José María Palacio que anticipa el tono de algunos poemas de la segunda edición de Campos de Castilla. La impresión negativa que le ha causado Baeza queda resumida en esa carta en la que dice: "Soria es Atenas comparada con esta ciudad donde ni aun periódicos se leen."

IV Segovia (1919-1932), con el texto que Machado escribió para presentar a Ortega, Marañón y Pérez de Ayala en el mitin de la Agrupación al Servicio de la República, en el teatro Juan Bravo de Segovia.

V Madrid (1932-1936), donde se recoge la entrevista que le hizo Rosario del Olmo con el título "Los intelectuales contra la guerra."

Las más de 1.600 notas a pie de página, tan exhaustivas como interesantes, sitúan cada texto en la circunstancia de la que surge, la aclaran y contribuyen a situar a Machado en el tiempo que lo explica.

Se recoge aquí todo el material disperso que Antonio Machado no reunió en libros: sus artículos en periódicos y revistas, los prólogos para su obra o para libros ajenos, cartas, discursos, conferencias y entrevistas hasta el inicio de la guerra civil: un conjunto de 265 textos, 72 de los cuales no habían sido recogidos en ediciones anteriores de la obra de Machado.

Quedan fuera por tanto el Juan de Mairena, que se había ido publicando por entregas entre 1934 y 1936, pero fue reunido por Machado en un volumen poco antes de la guerra.

Tampoco se incluyen los cuadernos de apuntes manuscritos de Machado, tanto Los complementarios (1912-1926) como los cuadernos de Burgos que han sido editados recientemente por la Institución Fernán González.

Unos y otros, en opinión de Doménech y dadas sus características, debían publicarse en un tomo conjunto y exento.

Esta recopliación llega hasta poco antes de la guerra civil. El último texto es un carta a Enestina de Champourcin del diez de mayo de 1936.

Habrá, pues, un segundo volumen. La edición de esta prosa dispersa se completará en el futuro con los escritos de Machado en los años de la guerra, años en los que intensificó la producción de este tipo de textos misceláneos, pese a las penosas circunstancias de la guerra y a las limitaciones físicas de su mala salud. Ante eso se puede esperar que ese segundo volumen sea incluso más extenso que éste.

Y sin embargo, aunque esta sea la recopilación más extensa hasta la fecha, parece cada vez más claro que estas Prosas dispersas no pueden considerarse las prosas completas, como se anunciaba la edición crítica de Oreste Macrí que con motivo del cincuentenario de la muerte de Machado, publicaron Espasa Calpe y la Fundación Antonio Machado en 1989.

Y aunque en estos últimos años se han publicado materiales como los cuadernos de Burgos o los de Sevilla, parece que sigue habiendo muchas cartas de Antonio Machado en manos de particulares y se desconoce el paradero del manuscrito de algunos textos como su discurso de ingreso en la Academia.

A Machado lo han perseguido las erratas como si fueran animales silvestres. Y eso ha ocurrido no sólo en el descuido de los periódicos de comienzos del siglo pasado. Incluso en ediciones pretendidamente exigentes como la citada de Macrí se deslizaba un intolerable número de erratas que se han eliminado en este volumen, así como los frecuentes errores de lectura que provocaba en los tipógrafos una caligrafía confusa como la de Machado, que hasta los últimos años de su vida no utilizó la máquina de escribir.

Santos Domínguez

29/10/06

Las aventuras de Wesley Jackson




William Saroyan.
Las aventuras de Wesley Jackson.
Traducción de Jordi Martín Lloret.
Acantilado. Barcelona, 2006



Más atento a la propaganda que a la verdad y menos pendiente de la realidad que de la imagen que proyectaba, el ejército de EE. UU. encargó durante la Segunda Guerra Mundial a William Saroyan una novela para ensalzar la vida castrense y fomentar el alistamiento voluntario.

Saroyan empezó a escribirla en Londres:

Me llamo Wesley Jackson, tengo diecinueve años y mi canción favorita es Valencia. Supongo que tarde o temprano todo el mundo se busca una canción favorita. Yo sé que la mía es ésa porque no paro de cantarla ni de oírla, incluso dormido.

Así comienza Las aventuras de Wesley Jackson, que publica la editorial Acantilado con el esmero que la caracteriza.

William Saroyan, norteamericano de origen armenio, era ya un narrador muy popular en los Estados Unidos. Tenía fama, a través de sus relatos breves, de hombre de buen humor, optimista, compasivo y bondadoso. Eso le diferenciaba radicalmente de escritores como Dos Passos, Hemingway o Steinbeck y debió de influir en la elección de su nombre por la inteligencia militar para que escribiera aquella novela propagandística.

Saroyan, que no debía de saber decir que no, aceptó el encargo. Pero, como el personaje de su novela, un muchacho de 19 años retraído y tímido que es el protagonista y el narrador, el novelista acabó por declarar en aquella novela que la guerra era una mierda y el ejército, una reunión de indeseables.

Asustado, confuso y finalmente furioso lo decía, como su personaje ante el coronel, sin maldad, con espontaneidad primaria. Pero eso no le disculpó ante los militares, que rechazaron con igual naturalidad esta novela, que se publicó en 1946 y que sesenta años después mantiene su frescura y su vitalidad.

Quizá no exista un alegato más duro contra la guerra y la propaganda patriótica y el militarismo. El efecto es más cáustico porque la crítica procede de alguien (Wesley Jackson/ William Saroyan) de buena voluntad, ingenuo y sincero, de quien en principio no podía esperarse esa acritud demoledora.

Conocido sobre todo como uno de los maestros del relato breve norteamericano, de Saroyan (1908-1981) había publicado Acantilado dos recopilaciones de su narrativa breve (El joven audaz sobre el trapecio volante y la imprescindible Me llamo Aram) y novelas como La comedia humana.

Todos esos libros, como estas Aventuras de Wesley Jackson, muestran a un narrador dotado de enorme facilidad para contar historias que provocan el interés de todo tipo de lectores. Son obras que con frecuencia se alimentan de su experiencia autobiográfica, pobladas de gente joven y bondadosa que, cuando tiene que decir algo desagradable o denunciar una mentira, lo hace con la devastadora espontaneidad de un fenómeno natural. Con la fuerza imparable de la conciencia.

De ahí, y no de una consumada altura literaria, procede la fuerza de Saroyan y el interés de su obra.

Santos Domínguez

27/10/06

Los perros de Tesalónica



Kjell Askildsed.
Los perros de Tesalónica.
Trad. de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Lengua de Trapo. Madrid, 2006



Lengua de Trapo acaba de publicar Los perros de Tesalónica, del noruego Kjell Askildsen, al que la crítica ha llamado el Carver europeo y del que esta misma editorial había editado ya otro libro de cuentos, Un vasto y desierto paisaje (2002) y Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (2003), el monólogo de un hombre del subsuelo.

Askildsen es uno de los maestros actuales del relato corto. Heredero de Chejov, de Hemingway y Carver, emparentado con Cheever, los siete textos que integran Los perros de Tesalónica se publicaron en 1996 y 1999 y se editan ahora en español con una brillante traducción debida a la colaboración de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

Cuando se habla de Askildsen como de un escritor incisivo no se alude tanto a una cuestión de temas y de actitudes, que también, como a una cuestión de estilo. La rapidísima sucesión de narración y estilo directo con frases muy cortas y muy precisas, construyen un estilo afilado como una navaja barbera que da cauce a una técnica minimalista para expresar el pesimismo del autor sobre la condición humana a través de unos personajes fríos y distantes, en los que hay siempre una sima insalvable entre lo que dicen y lo que piensan.

Conversaciones triviales, detalles aparentemente insignificantes, hechos intranscendentes se suceden en todos estos relatos para dar el tono existencial de unas vidas vacías, carentes de sentido, de unas historias de parejas y familias, de silencios más elocuentes que las palabras, de excesos alcohólicos y de sueños culpables.

Ese estilo casi telegráfico, como de ametralladora, contiene unas claves de sutileza, de ironía y sugerencias y segundas intenciones que han sabido transmitir las dos traductoras, que han trabajado en equipo para conseguir una versión que mantiene esos valores del original.

Un intenso conjunto narrativo para que el aficionado a la buena literatura lo disfrute y descubra a un escritor muy interesante. Y para que el narrador joven, el que se está iniciando ahora en el relato, aprenda aquí precisión, eficacia y solvencia, las tres virtudes teologales de la buena literatura.


Santos Domínguez

25/10/06

La tarde más larga



Fernando Martínez.
La tarde más larga.
Almuzara. Córdoba, 2006.

Ocho caballos llevaba

el coche del Espartero.


El coche del que hablaba en los Romances del 800 Fernando Villalón, el ganadero poeta que quería crear una raza de toros con los ojos verdes, era el coche fúnebre que llevaba el cadáver de quien se llamó en el siglo Manuel García Cuesta y en los carteles El Espartero.

Lo había matado en Madrid el toro Perdigón, de Miura, el 27 de mayo de 1894 y el 30 de mayo llegaban sus restos a Sevilla. Miles de sevillanos pasaron por la capilla ardiente del Espartero. Uno de aquellos veinte mil dolientes era Fernando Villalón, que entonces era todavía un niño que no olvidaría nunca la impresión de aquel duelo, en el que iban de negro los mayorales/y en la fusta un lazo negro.

El Espartero era el torero más poderoso de su tiempo, uno de los emblemas del valor, la figura que entraba en la leyenda con su muerte cuando tenía 29 años recién cumplidos.

De su última tarde trata La tarde más larga, la novela en la que El Espartero recuerda su vida ante el periodista-narrador Mateo Rueda, mientras se viste en el cuarto del hotel para hacer el último paseíllo. La ha escrito Fernando Martínez y la ha editado con encomiable esmero y con una bellísima portada la editorial Almuzara en su colección Narrativa.

Esa tarde el torero recuerda su infancia y sus sueños en la Alameda de Hércules y en la sevillana plaza de la Alfalfa que evocaba Villalón en su romance; añora la tarde de su presentación en la Maestranza como banderillero. Tiene ya el aspecto de un dios joven y el porte cansado de un héroe triste acosado por las premoniciones supersticiosas.

Precisamente las supersticiones convierten en inverosímil una conversación sobre las cornadas que ha sufrido el torero. Ningún torero, y menos alguien como El Espartero y su cuadrilla, se permiten a sí mismos ni consienten a los demás la más mínima alusión a ese tipo de cosas antes de salir para la plaza y de encontrarse en el camino un entierro.

Pese a algún error de fechas, producto de un descuido menor (el 28 de mayo de 1894 era lunes y no martes) que desencadena errores posteriores, es esta una narración bien escrita que se propone ir más allá de la mera anécdota trágica para intentar ahondar en la mentalidad de un hombre que va a jugarse la vida y la va a perder un rato después, en un momento.

Se acabó de imprimir este libro el 16 de abril de 2006, Domingo de Resurrección, una de las fechas más taurinas y simbólicas del calendario, un día emblemático en los ciclos míticos y en los viejos rituales de la vida y la muerte que persisten en la tauromaquia.

Santos Domínguez

24/10/06

Las provincias del frío



Santos Domínguez Ramos
Las provincias del frío.
Algaida. Sevilla, 2006.



Desde que vieran la luz sus primeras composiciones en Jóvenes poetas en el Aula (Cáceres, 1983), Santos Domínguez Ramos ha ido entregando de modo pausado y constante sus poemas a numerosas revistas, ha sido seleccionado en prestigiosas antologías (entre otras, Abierto al aire, 1984; Quién es quién en poesía, Madrid, 1988; Diez años de poesía, Cáceres, 1995; Antología de poesía española, Sevilla, 1995, etc.), y ha sido premiado repetidamente: fue segundo Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación por su libro Cavernas de la piedra (1983), X Premio Gerardo Diego en 2004 por Tres retratos del frío, Premio Internacional Jaime Gil de Biedma y Alba de 2005 por Díptico del infierno, accésit del Premio Ciudad de Zaragoza de 2006 con La luz del palimsesto, Premi Tardor ese mismo año por En un bosque extranjero y LII Premio de Poesía Alcaraván por Cementerio alemán (Yuste).

Las provincias del frío (VIII premio de poesía Eladio Cabañero) cierra, según confiesa el propio poeta, un ciclo literario, al que pertenecen los tres poemarios anteriores a éste: Pórtico de la memoria (Badajoz, Col. Alcazaba, 1994), La orilla del invierno (Cáceres, Col. Almenara, 1996) y Cuaderno de Abul Qasim (Badajoz, Col. Alcazaba, 2001). Nos encontramos, pues, ante una tetralogía, diversa y plural en la medida en que el autor se ha aproximado a tradiciones culturales diferentes, pero a la vez homogénea, unida por un parentesco formal que tiene que ver con la presencia dominante de determinados temas, con la expresión formal (dicción culta, predilección por los metros más musicales del castellano, alejandrinos y endecasílabos) y con ciertos procedimientos de composición preferenciales.

El mundo clásico y la cultura árabe, con todas sus formas de mestizaje cultural, habían sido objeto de sus libros anteriores, en los que el poeta opera desde una intuición originaria: el mármol de Delfos, un zéjel andalusí, un lienzo del Barroco castellano, una melodía lisboeta o habanera..., son distintos nombres para denominar el arte que nos forma, la cultura del Mediterráneo, la antigua tradición grecolatina que perfila los contornos de nuestro ser más valioso, un ámbito que marca tanto la frontera de nuestras limitaciones como el territorio de nuestra más profunda personalidad cultural. Como es común en este tipo de evocaciones, un tono levemente nostálgico, próximo a la elegía, tiñe estos textos que, al recordar el pasado, lamentan en alguna medida su desaparición.

Si como recuerda Luis Antonio de Villena la tradición es "la vida misma de la literatura o del arte" (el escritor recuerda una formulación de Pedro Salinas: "La tradición es la habitación natural del poeta"), la poesía de Domínguez Ramos nace estimulada por una tradición, cultural y literaria, que el poeta revitaliza al asumirla de un modo selectivo, y al fin, se presenta al lector arropada por ella (las referencias cómplices a otros poetas, las apoyaturas culturales, las citas... son numerosísimas).

En Las provincias del frío, Santos Domínguez ha dirigido su atención hacia la tradición literaria europea y norteamericana (y ese puede ser uno de los sentidos del título), en una sucesión de evocaciones que traen hasta la superficie del poema la figura de escritores como Hölderlin, Wordsworth, Robert Walser, Virginia Woolf, Kafka, E. Lee Master..., pero también de personajes ficticios como la Ada de Nabokov, Hamlet o el rey Lear.

Recordaba Ortega que todo buen poeta nos plagia, pues en sus textos encontramos expresadas ideas y emociones que "nos pertenecen", que reconocemos como propias. Las composiciones del poemario que comentamos parecen haber surgido de esta desconcertante impresión, de modo que, de un lado, trazan el contorno de las preferencias lectoras de su autor (y como lector se nos presenta en la apertura del poemario, un lugar "marcado" en cualquier obra: "El lector se levanta para ver la fatiga vegetal del paisaje, / triste como los lunes en los parques zoológicos"), pero además expresan una personalidad poética singular, profundamente original, pues en la configuración de un talante literario operan, con igual rendimiento, las experiencias personales que la formación lectora. Los poemas nacen, pues, de una fuerte atracción por distintas voces poéticas, de una afinidad emocional con ellas y de una correlación anímica intuida que potencia la expresión personal: el poeta siente así que "escribe a ciegas" pues ignora si los mensajes que elabora hallarán un receptor digno (como en Ada sin ardor una mujer escribe a una dirección clausurada), que se empecina en una tarea sin reconocimiento (como Luis Cernuda contemplando el crepúsculo en su exilio mejicano), que se aísla en un ámbito no visitado ("Oficio de tinieblas"), etc.

En su composición, los poemas pueden presentarse como "homenajes", esto es, como una aproximación reflexiva y externa ("Es su última hora. La llaman desde un lago"), pero también pueden adoptar la forma de monólogos dramáticos (y en este caso la proximidad emotiva parece mayor) en que oímos la voz del poeta evocado, como si se tratara de un texto inédito encontrado entre sus viejos papeles, un artificio que permite escuchar en un único discurso a dos poetas que en él convergen, como si el poema pudiera instalarse de modo natural en dos trayectorias líricas ("Sentado en una piedra / he aprendido a mirar la tarde con los años,").

No es infrecuente que estos escritores sean recordados en un momento "crepuscular" de sus vidas o en el instante de la partida (circunstancia que se daba ya en libros anteriores: en Pórtico de la memoria se recuerda a Góngora de regreso a Córdoba en 1626 un año antes de su muerte, sin haber conseguido publicar sus poemas mayores; a San Juan de la Cruz contemplando sus manos vacías...). Así, Paul Celan, poeta judío asquenazi, es evocado en el momento anterior a su suicidio (se arrojó al Sena: "Crece el escalofrío. / Ya ha decidido irse. Ha elegido el momento"), Hölderlin aparece recluido en una torre (a la que fue trasladado desde el manicomio de Tubinga y en donde, bajo la tutela del ebanista Zimmer, escribió extraños textos con el nombre de Scardanelli), Robert Walser, cuyo cadáver apareció bajo la nieve (internado en una clínica siquiátrica, murió el día de Navidad de 1956), Lope de Vega vive su ancianidad marcado por el abandono de los poderosos y el recuerdo de su hijo, Lope Félix, que se ahogó mientras pescaba perlas en la isla Margarita...

La muerte adquiere en estas trayectorias la condición de una derrota (en la mayor parte de los casos, apenas si les llegó reconocimiento en vida), pero también de una culminación, pues sus obras les sobrevivirán, se sumarán a una tradición nutricia (como confirma el poemario que comentamos): son esas provincias del título, en el sentido etimológico de "territorios conquistados" (la provincia Kafka, la provincia Cernuda...), de espacios estéticos de los que se adueñaron cuando hallaron una voz personal.

Sin duda, es la muerte el motivo más repetido en el poemario, de ahí su tono elegíaco. La impresión de acabamiento, de "fin de viaje" (como se titula uno de los poemas), de asistir a vidas "crepusculares" abocadas a una pronta desaparición, se acentúa con la reiteración del otoño y el invierno, la lluvia, la niebla, los parajes nevados, el bosque desnudo..., motivos aparentemente externos que, sin embargo, contribuyen a formular la reflexión emocionada de cada poema.


Simón Viola

Heidegger en la tormenta




Marcel Conche.
Heidegger en la tormenta.
Traducción de Pilar Sánchez Orozco.
Melusina. Barcelona, 2006.


Cuando aún está reciente la polémica del caso Grass, la editorial Melusina publica Heidegger en la tormenta, del profesor francés de Filosofía Marcel Conche, que ha integrado en este libro, Heidegger en la tormenta, como dos capítulos complementarios dos ensayos (Heidegger resistente y Heidegger inconsiderado) que había publicado respectivamente en 1996 y 1997.

Le acompaña, pues, a esta edición de elegante diseño el sentido de la oportunidad, ya que la figura de Heidegger ha sido muy controvertida por su relación con el nazismo, de lo que nunca quiso disculparse, aunque en algún momento de comprensible debilidad, allá en 1945, cuando ya todo estaba perdido, se declaró resistente espiritual ante el nazismo.

Esa es la tesis central de estos dos ensayos que forman Heidegger en la tormenta: que la colaboración con los nazis fue un error del que el filósofo se arrepintió pronto. Para demostrarlo, Marcel Conche recurre a los escritos posteriores a 1934 y a testimonios de algún alumno universitario de Heidegger:

Si con este libro - escribe Marcel Conche- me convierto en el «abogado» de Heidegger, no es para aparecer como defensor delante de no sé qué tribunal ni para añadir una defensa a las de sus defensores. Sucede simplemente que tras haber sido durante mucho tiempo un admirador de Heidegger, me sentía trastornado por su traspié en 1933. ¿Hasta qué punto se comprometió con el nazismo? ¿Se envileció en cuanto filósofo? Sin pasión pero con buena voluntad me he esforzado en comprender y la respuesta a la segunda cuestión ha sido absolutamente negativa.

Con mejor intención que resultados, el autor se esfuerza en hacernos creíble la imagen inverosímil de un Heidegger ingenuo, víctima de un malentendido que tras la decepción y el desengaño se esfuerza en reconducir la teoría y la práctica del nacionalsocialismo que dio lugar a la barbarie, a los pogromos y a las quemas de libros.

Y es que Heidegger no fue un resistente. Ni entonces ni ahora consiste la resistencia en un silencio que es una de las formas más notorias y desde luego la más cobarde de la complicidad.

Pero es que además, a diferencia de Grass, Heidegger fue un caracterizado miembro del partido nazi que nunca se sintió moralmente obligado a retractarse y que en su discurso de Tubinga radicalizó, endureciéndolas, algunas de las bases ideológicas del nacionalsocialismo. O a considerar que los negros no son seres humanos porque carecen de historia. O a dirigirse a los estudiantes de Friburgo en un discurso en estos términos:

Que nunca deje de crecer vuestro valor para sacrificarse en aras de la salvación de la esencia y de la elevación de la fuerza más íntima de nuestro pueblo dentro de su Estado. Que las reglas de vuestro ser no sean dogmas ni "ideas". El propio Fuhrer, y sólo él, es la realidad alemana presente y futura y su ley. Aprended a saber cada vez con mayor profundidad: a partir de ahora cada cosa exige decisión y cada acto responsabilidad. Heil Hitler

Y eso, junto con la contumacia de sus escritos, es lo que hace que sea tan poco convincente una obra como esta, pensada para exculpar a un Heidegger que nunca quiso disculparse.

Y tuvo muchos años, vivió casi noventa, para hacerlo.


Luis E. Aldave

23/10/06

El sol de los Scorta




Laurent Gaudé.
El sol de los Scorta.
Traducción de José Antonio Soriano Marco.
Ediciones Salamandra. Barcelona, 2006.

Hace unos años, los estudiantes de los institutos franceses otorgaron el Goncourt des Lycéens a El legado del rey Tsongor, la anterior novela de Laurent Gaudé.

El Goncourt de verdad lo obtendría luego con este El sol de los Scorta, que vendió en Francia el año pasado cerca de cuatrocientos mil ejemplares.

Hay razones que explican ese éxito. Y no es la menor el manejo solvente de una serie de mecanismos narrativos que atrapan a cualquier lector: desde la soltura estilística hasta el diseño de personajes que resultan lejanamente familiares a quienes sean aficionados al cine, el teatro o la novela.

Desde el comienzo en el que el sol cae a plomo a las dos de la tarde sobre las colinas de la Apulia que rodean Montepuccio, hasta el final en el que la familia de los Scorta, la estirpe insaciable de los comedores de sol, proclama orgullosa su sitio y su vieja sed en un paisaje de olivos, el lector queda enganchado a la fluidez de una narración en la que conviven lo mitológico, la realidad y la imaginación, lo telúrico y el fatalismo del destino que arrasa a los personajes en la tragedia griega.

La novela consigue interesar al lector desde el primer párrafo para llevarlo en vilo hasta el final en compañía de los Scorta Mascalzone, una familia marcada por el destino y por maldiciones telúricas y solares.

Entre un destino de tragedia griega y unos ambientes propios del neorrealismo literario y cinematográfico se desarrollan estas vidas en Montepuccio, junto al mar y entre colinas con olivos abrasados por el sol, en el paisaje árido y mediterráneo del sur de Italia.

La historia de una estirpe maldita que llega hasta hoy y empieza en 1875, cuando Luciano Mascalzone vuelve, tras quince años de cárcel, a Montepuccio para cumplir una vieja obsesión sexual, impulsado por un oscuro deseo, aunque sabe que eso le acabará costando la vida frente a las últimas casas del pueblo.

Hay, como en todas las tragedias, un error inicial, un malentendido en la fundación del linaje de los Scorta, hijo de un cadáver y una vieja. Hay un castigo y una venganza y hay un destino que se burla de los hombres y juega con ellos como si fueran juguetes.

Bajo un sol que es más el de la venganza que el de la justicia transcurren estos personajes que parecen condenados a cumplir un viejo destino, víctimas de una violencia latente, de una furia sin ruido y de ese sol que enloquece a los hombres en la hora de la siesta. El calor y las piedras, el destino y las maldiciones, el silencio y la aridez son el telón de fondo contra el que se van sucediendo los días y las generaciones de los hombres en esta novela escrita en una prosa cuya fuerza poética sigue brillando con la excelente traducción de
José Antonio Soriano Marco.


Santos Domínguez

21/10/06

Poesía completa de Gabriel Ferrater




Gabriel Ferrater
Las mujeres y los días. Poesía completa.
Prólogo de Luis Izquierdo.
Traducción de Mª Àngels Cabré.
Lumen. Barcelona, 2002



Con sólo tres libros, Da nuces pueris (1960), Menja't una cama (1962) y Teoria dels cossos (1966), reunidos después con algunas correcciones en el volumen Les dones i els dies (1968), Gabriel Ferrater (1922-1972) se convirtió en uno de los poetas fundamentales de la literatura catalana contemporánea.

En 2002, cuando se cumplían ochenta años del nacimiento y treinta del suicidio del poeta, Lumen editó la traducción de esta obra imprescindible a cargo de la también poeta Mª Àngels Cabré y con un prólogo de Luis Izquierdo.

Era la primera vez que se traducía la totalidad de la obra poética de Gabriel Ferrater. Se ponía de esa manera al alcance del lector en español un libro que está considerado sin discusión como una de las cimas de la poesía catalana.

Su título, un recuerdo irónico de Hesiodo, resume en sus dos términos centrales las dos claves de la poesía de Gabriel Ferrater: la relación (amistosa, sentimental o erótica) con la mujer y su dimensión moral y el paso del tiempo histórico o personal.

La actividad que vincula esos dos temas es el recuerdo, la poesía como una forma de revivir el pasado y de reivindicar la felicidad en una actualización del Carpe diem clásico, en la celebración de la sexualidad y de la juventud.

La juventud, el erotismo, la soledad, el miedo, la muerte son algunos de los temas que convocan los versos de un libro como este que se organiza en tres centros de interés: la reflexión sobre la literatura, la observación social, a menudo satírica y lúcida, y la experiencia personal del paso del tiempo o del amor. Y en torno a esos ejes cada poema de Ferrater propone una reflexión moral que implica al hombre en su doble dimensión de ser social e histórico.

Organizado en cinco apartados, el volumen recoge una poesía reflexiva que se alimenta de la experiencia y de la lectura y que hace del distanciamiento su actitud moral. Es la reflexión de un intelectual vitalista que se pone constantemente a favor de la felicidad. Cuando Carme Riera tituló su antología del grupo catalán de los 50 Partidarios de la felicidad, reconocía que esa frase y esa actitud, que hicieron suyas los otros poetas hasta el punto de definir a todo un grupo de creadores brillantísimos, era de Gabriel Ferrater, que ejerció una influencia decisiva sobre Gil de Biedma y Barral, a quienes descubrió la poesía anglosajona y la crítica de Eliot y Auden.

Una poesía a veces directa y exacta, propia de la aptitud matemática de quien la escribe; otras veces, difícil y exigente, simbolista y hermética en la que conviven el prosaísmo y metáforas para dejar claro una vez más que la poesía es casi siempre una cuestión de tono, de voz. Eso es algo que queda de manifiesto cuando se lee In memoriam, uno de los primeros (si no el primero) de los poemas de Ferrater. Un texto que surge ya de la madurez del poeta incipiente que era. Tenía 36 años cuando lo escribió y fue el resultado de una larga lectura de Shakespeare que había empezado en agosto del 57 y se prolongó durante más de seis meses.

Heterodoxo y atípico, lúcido y provocador, una máquina mental perfecta, como lo definía Carlos Barral, su silencio precoz puso fin a una actividad poética súbita y fugaz que en seis años, entre 1958 y 1963 dio como resultado los 114 poemas que se reúnen en esta Poesía completa de Gabriel Ferrater.

Una poesía breve, intensa y brillante, dotada de alta calidad poética y de un inusual vigor intelectual. Una lectura imprescindible, en la que el lector se encontrará con textos memorables como este, que se titula Ocio y en el que se funden gran parte de los temas y las actitudes de Ferrater:

Ella duerme. La hora en que los hombres
ya se han despertado, y poca luz
entra todavía para herirlos.
Con muy poco tenemos bastante. Sólo
el sentimiento de dos cosas:
la tierra gira y las mujeres duermen.
Conciliados, caminemos
hacia el fin del mundo. No necesitamos
hacer nada para ayudarlo.


Santos Domínguez

19/10/06

Diarios de Zenobia



Zenobia Camprubí.
Diario. 3. Puerto Rico (1951-1956)
Edición de Graciela Palau de Nemes.
Alianza Literaria. Madrid, 2006.

Hace más de veinte años que Graciela Palau de Nemes recopiló los dos primeros tomos del diario que Zenobia Camprubí llevó a lo largo de otros veinte años de exilio: El diario de Cuba (1937-1939) y el de Estados Unidos (1939-1950).

En 1993, la profesora Palau de Nemes tuvo que abandonar por razones personales la edición del material que estaba preparando para que formara parte de una tercera entrega, la última, de los diarios de Zenobia: la correspondiente a los últimos años de su autora y de Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico.

Terminada afortunadamente esa labor, Alianza Literaria publica este tercer tomo de los diarios que Zenobia escribió durante los últimos años de su vida, entre 1951 y 1956. Y aprovechando esta primera edición, se reeditan los dos anteriores, que estaban agotados desde hace algún tiempo.

Se completa de esa manera un material de más de mil páginas que Zenobia empezó a escribir en La Habana en 1937 y que mantuvo hasta mes y medio antes de su muerte en 1956, justo en los días en que a Juan Ramón le daban el Nobel, hace ahora cincuenta años.

Un material de enorme importancia literaria y sociocultural, porque no sólo es el monólogo de una mujer inteligente, sensible y sobre todo paciente con alguien tan difícil de soportar como el poeta. Porque Zenobia fue una mujer esencial en la vida de Juan Ramón Jiménez durante más de cuarenta años, pero eso no tendría más interés que el puramente privado si no hubiera desarrollado una ardua labor en la conservación y ordenación de su obra.

Zenobia, que se había educado en Estados Unidos y era una mujer moderna, detestaba el papel subalterno de la mujer casada en España, no se hubiera casado con Juan Ramón si no hubiera sabido que sería ella la que llevaría el peso de la casa y la responsabilidad de su administración cotidiana. De alguna manera debía de intuir que vivir con Juan Ramón era otra forma de estar soltera.

Del desconcierto y la inactividad de un Juan Ramón desorientado en Cuba en los primeros años de exilio se hablaba en el primer tomo. El segundo daba importantes informaciones sobre la composición de Espacio y Tiempo, los Romances de Coral Gables o Una colina meridiana. Y el tercero, que cierra el ciclo diarístico, recoge también el cierre de la producción poética de Juan Ramón.

Era el momento apremiante de revisar y reunir defiinitivamente la obra abundantísima del poeta. De esa labor que llevó a cabo en sus últimos años Zenobia sobreponiéndose al desánimo, al exilio y a la soledad, a las psicosis insoportables del poeta y al dolor físico que la acosó, se habla en este tercer tomo del Diario en los años de Puerto Rico.

Se refleja aquí la actividad desatada de quien sabe dos cosas: que su trabajo es importante y que aunque no le queda mucho tiempo no está dispuesta ni a la rendición ni a la autocompasión. Y drogada por el dolor, pero lúcida y urgente, se afana en ordenar los materiales ingentes de la Tercera antología poética.

Las fechas en las que Zenobia escribe con más frecuencia coinciden con las más críticas de su vida: el comienzo del exilio, con sus conflictos interiores y sus desajustes, y al final de su vida, cuando Juan Ramón sufría más trastornos mentales y ella luchaba contra un cáncer que la iba minando aceleradamente. Cuando su existencia es tranquila, Zenobia escribe poco o no escribe.

En este tercer tomo, una Zenobia enferma se afana en dos actividades que la preocupan especialmente: en organizar la edición de la obra de Juan Ramón y en dejar resuelta la situación vital de quien ya sin duda iba a sobrevivirla.

Como en la vida que refleja, hay de todo en este tercer diario: desde una oscura premonición de su enfermedad el 16 de octubre de 1951, meses antes del diagnóstico, hasta el zapatillazo que le lanza el 21 de agosto de 1955 un Juan Ramón enfadado que se resiste a la higiene personal, pasando por una carta de Goethe felicitando a Juan Ramón por la traducción de Platero y yo al alemán (13 de marzo de 1955).

Cenas, hospitales, problemas con las editoriales o con vecinos molestos, la economía doméstica o la higiene del poeta, que se resiste al agua y a los peluqueros y no quiere tomar las medicinas y acaba poniendo a Zenobia de los nervios con sus variadas psicosis, con sus simulaciones de enfermo imaginario.

Seguramente andan por debajo de estas situaciones las claves de algunas irregularidades e incongruencias de Lírica de una Atlántida, una recopilación de libros y versiones que tiene a veces el aire de un borrador silvestre.

Además de la edición, la introducción y las notas a pie de página, Graciela Palau ha escrito un epílogo (Muerte y ausencia de Zenobia Camprubí) en el que evoca los últimos meses de un Juan Ramón desorientado, superviviente y viudo, aún más retraído y más abandonado de sí mismo que hasta entonces.

El índice de personas del final de cada tomo es tan útil como imprescindible en una obra como esta que admite una lectura continua, fácil y gustosa, y que puede utilizarse también como obra de consulta de nombres relacionados con Juan Ramón y su obra.

Lo decía arriba: este es un texto de evidente importancia sociocultural y literaria, pero es también el conmovedor testimonio personal de una mujer admirable sobre la que se aporta un material gráfico no muy abundante, pero muy significativo.

Habrá lectores - concluye Graciela Palau de Nemes al final de su texto de reconocimiento y advertencia- que se valdrán del contenido de este triste Diario 3 para desmerecer a Zenobia y al poeta, como ya lo han hecho con los anteriores. Pero "la inmensa minoría" sabrá leerlo con justicia y equidad.


Santos Domínguez

18/10/06

Clara Campoamor, la mujer olvidada




Isaías Lafuente.
La mujer olvidada.
Clara Campoamor y su lucha por el voto femenino

Temas de Hoy. Madrid, 2006.



El 1 de septiembre de 1931, el día en que subí por primera vez los seis peldaños de la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados para defender el sufragio femenino, yo tenía que estar muerta.

De esta manera comienza la narración de la autobiografía ficticia de Clara Campoamor que ha escrito Isaías Lafuente y publica Temas de Hoy. Se trata de recrear o imaginar las memorias que Clara Campoamor nunca llegó a escribir. Anciana y enferma, desde su exilio en Lausana, la mujer que defendió y consiguió el reconocimiento del derecho al voto para las mujeres españolas en las Cortes constituyentes de la Segunda República, recuerda aquel debate memorable en el que tuvo que enfrentarse a los prejuicios de los hombres y de la única mujer, Victoria Kent, que ocupaban sus escaños.

A través de sus páginas, Isaías Lafuente nos descubre la apasionante vida de una mujer que antes de cambiar la Historia tuvo que cambiar la suya propia. Huérfana de padre, tuvo que abandonar sus estudios siendo una niña para ponerse a trabajar. Con 32 años, cuando la vida de las mujeres de su época estaba amortizada, decidió reemprender su formación y en una década intensa consiguió acabar Derecho, montar su bufete de abogada en Madrid y obtener un escaño como diputada.

La suya fue la primera voz de mujer que se escuchó en el Parlamento español. Su apasionada defensa del voto femenino, en contra de su propio partido, que la dejó sola, fue, paradójicamente, su mayor éxito político y la causa de un imparable declive que la llevó al ostracismo. Vivió su largo exilio consumida por la angustia de no poder regresar a su país y por la decepción de que pasaban los años sin que las mujeres españolas lograsen recuperar los derechos que ella había contribuido a conquistar cuarenta años antes.

Perseguida por el régimen de Franco, nunca se le permitió regresar a España. Sólo pudo hacerlo, convertida en cenizas, tras su muerte, el 30 de abril de 1972. La memoria no ha hecho suficiente justicia a esta mujer excepcional. Y en la España actual aún se encuentran enciclopedias, libros de texto o tratados políticos que olvidan incluir su nombre.

Muy acertadamente, Isaías Lafuente utiliza la primera persona para suplir el hecho de que no escribiera su autobiografía en estos recuerdos de Clara Campoamor desde Lausana en los últimos días de su vida.

El alemán Dr. Moebius y otros Moebius nacionales hablaban de la inferioridad mental de la mujer. ¿Es la mujer un ser humano?, se preguntaba en aquella España Gregorio Martínez Sierra, famoso dramaturgo de la época. Todavía no se sabía entonces que sus mejores obras las había escrito precisamente una mujer, precisamente la suya: María Lejárraga.

Clarín decía de Emilia Pardo Bazán que era un marimacho y otro famoso novelista de la época sólo acertaba a decir cuando le comunicaban que había muerto Dª Emilia:

-¡Qué pena! ¡Con lo bien que la chupaba!

Las mujeres tenían sus derechos civiles limitados. O simplemente no tenían derechos. No se concebía la coeducación y en los primeros tiempos de la Segunda República se daba la paradoja de que las mujeres podían ser elegidas como Clara Campoamor o Victoria Kent, pero no podían ser electoras.

Circulaba en aquella España el tratado La indiferencia espiritual del sexo femenino, del diputado gallego Novoa Santos, patólogo patológico que decía que el histerismo no es una enfermedad sino la propia estructura de la mujer.

En ese contexto se desarrolla la vida de Clara Campoamor, telegrafista que luego deja de escribir al dictado, que dio clases en la Escuela de Adultos y entró en el Ateneo, donde conoció a Margarita Nelken.

Con 33 años inicia el Bchillerato, ingresa luego en en la Universidad donde completa estudios de Derecho. Y casi a la vez que Victoria Kent, fue la primera mujer que abrió bufete en Madrid. Sus primeros gestos republicanos se produjeron durante la dictadura de Primo de Rivera. Luego vivió la proclamación de la República en San Sebastián.

Y tras el decreto de las faldas, que hizo elegibles a las mujeres y a los curas, fue elegida parlamentaria en las listas del Partido Radical.

Y empezó a defender, para eso subió a la tribuna aquel primero de septiembre de 1931, el voto femenino. Un voto peligroso porque las mujeres estaban dominadas por la sacristía, según se denunció en aquel enfrentamiento en el Congreso con Victoria Kent que lo consideraba inoportuno y prematuro. Y aunque se llegaron a proponer alternativas enloquecidas como el llamado voto de la menopausia, el derecho de voto para la mujer a los 45 años, finalmente triunfó la propuesta que defendía Clara Campoamor, que en 1936 publicó Un pecado mortal, memoria personal sobre su lucha por el voto femenino.

Tenía que estar muerta, iba pensando, porque la esperanza de vida para la mujer de su época ya la había rebasado por entonces. Desde esa condición de superviviente, el 1 de setiembre de 1931, con 43 años, Clara Campoamor sube por primera vez a la tribuna de oradores del Congreso.

Setenta y cinco años después de aquellas jornadas de septiembre de 1931, este libro es un merecido homenaje a su lucha y a su memoria.


Mayra Vela Muzot.

17/10/06

El fulgor de la pobreza



Luis Mateo Díez.
El fulgor de la pobreza.
Punto de lectura. Madrid, 2006.


Lo que Edira recordaría siempre como el gesto de una despedida fue la sonrisa que se dibujó en los labios de su padre aquella sobremesa de la celebración, cuando todos la miraban y en las palabras que recobraban las felicitaciones y el brindis tras los postres, se hizo unánime la alegría, como si los veinticinco años que acababa de cumplir tuviesen un sentido especial: el cuarto de siglo que comienza a llenar tu vida de un pasado que ya se contrapone al presente y orienta el futuro.

Tres meses más tarde, la desaparición de Cos­­mo vino a confirmar lo que aquella sonrisa significaba, cuando ya nadie en la familia comprendía lo que a Cosmo le estaba sucediendo y de cuyo secreto sólo Edira sabía algo: no lo que pudiera cons­tatar con los datos de una comprobación sino con las presunciones y las sospechas que con tanta inquietud había observado.

Esas son las primeras líneas de El fulgor de la pobreza, la primera de las tres novelas cortas que integran el volumen del mismo título que acaba de aparecer en Punto de lectura.

Desde hace unos años, Luis Mateo Díez viene publicando una serie de novelas cortas que ha denominado Fábulas del sentimiento. Agrupadas en trilogías, serán en total una docena de relatos breves destinados a completar una tetralogía, de las que han aparecido ya las tres primeras entregas: El diablo meridiano, El eco de las bodas y El fulgor de la pobreza, que apareció hace un año en Alfaguara y se edita ahora en formato de bolsillo.

El excepcional contador de historias que es Mateo Díez afronta en estas narraciones un reto nada fácil, que resumo con sus propias palabras: "contar con naturalidad cosas muy complejas, muy hondas y misteriosas."

Literatura de la intensidad y del fragmento, con subdivisiones en capítulos organizados a su vez en secuencias muy breves, esa disposición de la materia narrativa marca su propio ritmo de lectura, fluido y lento a la vez.

Como los anteriores volúmenes de la serie, este toma el título del primero de los tres relatos, El fulgor de la pobreza, que tiene su origen en una cita de Rilke. Una novela corta en la que el narrador y los personajes tejen en Armenta el hilo del relato de una desilusión, una huida y una revelación en torno a dos figuras, la de Cosmo Ferrando y la de su hija, Edira.

En La mano del amigo, la crónica de una muerte anunciada desde la primera línea del texto, el narrador ve reforzada su voz con la opinión de otros personajes en la historia de una amistad, de una desconfianza y un secreto, de un odio de oscuras raíces y de una traición que tiene como protagonistas y víctimas en Oceda a Roncel y a Elio.

Deudas del tiempo se centra en la figura de Dacio Estrada, emigrante de vuelta en Buril, para quien la distancia no es el olvido y la memoria que funde el pasado y el presente le llena de terror y de malos sueños en los que una deuda acaba convertida en una persecución implacable.

Los tres relatos del volumen tienen una serie de vínculos que los relacionan muy profundamente y le dan una visible coherencia a la trilogía: su técnica polifónica y la presencia de asuntos como el recuerdo, el secreto, el silencio, la huida, la revelación, el destino y la pasión.

Esos son los temas con los que se explora el sentido de la vida en una serie narrativa que tiene también una gran homogeneidad estilística en la densidad de una prosa muy elaborada y concentrada en la forma de la novela corta, de lectura exigente y lenta con la que el lector se aproxima al ritmo lento de la evocación.

Santos Domínguez

15/10/06

Leyendo en las piedras



Antonio Colinas.
Leyendo en las piedras.
Siruela. Barcelona, 2006.

He tenido que regresar, una vez más, a Petavonium
.

Así comienza un intenso y emocionado viaje por la memoria y por el misterio, entre el mito y la realidad, entre la vigilia y el sueño.

Antonio Colinas regresa a Petavonium con este Leyendo en las piedras que publica Siruela. Como en el poema de su Jardín de Orfeo, a las piedras del tiempo, las piedras de la sangre helada de mis antepasados: la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo (...) para poner el oído en la piedra, para escuchar el sonido de la montaña.

Eso, un regreso a los paisajes de la memoria, es este conjunto de dieciocho textos unidos por un protagonista con fuerte contenido autobiográfico, que vuelve a la casa de sus antepasados para desvelar los secretos de su memoria en torno a ese lugar mítico llamado Petavonium, una referencia familiar para los lectores de la poesía de Colinas.

Un espacio exterior y una memoria personal reunidos explícitamente en el título del primer relato. A ese espacio en ruinas de la casa que es el centro del mundo llega un protagonista también en situación de crisis para buscar su origen, para reencontrarse a sí mismo por medio del reencuentro con la naturaleza, con el misterio de las piedras y las montañas.

Memoria y misterio se alían para hablarnos en primera persona, con la prosa depurada y la voz serena de Antonio Colinas, de los temas esenciales de la literatura y de la vida: la muerte, el amor, la naturaleza o el más allá.

Y para reconstruir, con la intensidad del lenguaje poético, un pasado en el que se confunden la realidad y el sueño en un tiempo intrahistórico que vive en la memoria y tiene sus claves en los símbolos de las piedras, un tiempo transitivo que se capta con los sentidos, como se oye la música del tiempo en la piedra del monte.

La piedra salvadora e intrahistórica en la que se buscan, como en los espacios de la memoria, las respuestas desde un paisaje abrasado por soles y cierzos, un centro del mundo que es ese viejo campamento romano de Petavonium.

Allí se espera la nieve bajo el tiempo detenido del paisaje y las piedras.

Santos Domínguez

13/10/06

La noche del lobo




Javier Tomeo.
La noche del lobo.
Anagrama. Barcelona, 2006.

Aquel 30 de noviembre, jueves, Macario estuvo navegando por Internet, de visita virtual en Transilvania y en unas páginas sobre el hombre-lobo. Del espacio virtual salió al espacio real del páramo cuando caían la tarde y la niebla. Hablaba solo y se torció un tobillo.

Cerca de él, poco después, Ismael, un agente de seguros que ha salido a pasear tras dormir una siesta de dos horas, también se lastima el tobillo.

Ese planteamiento es el punto de partida de La noche del lobo, la nueva novela de Javier Tomeo que acaba de publicar Anagrama. A partir de esa situación, con dos hombres solos, inmovilizados en la noche de niebla, Javier Tomeo empieza a pisar con seguridad un terreno en el que se siente especialmente cómodo: el del diálogo.

Un absurdo azar une a dos personajes que, bajo la luna llena, van a tener que compartir el desamparo dialogando y contrastando sus opiniones delirantes sobre asuntos como la gordura, el matrimonio, las pólizas de seguros y las constelaciones, los vampiros, los lobos y los licántropos.

Diálogo o monólogo, porque esos dos personajes son un solo personaje desdoblado o, si se prefiere, dos complementarios: uno se ha dañado el tobillo izquierdo, el otro, el tobillo derecho; uno es un jubilado que vive apartado en el campo, el otro vive en la ciudad...

En ese paisaje que no se ve, en el que sólo se oye en la oscuridad, hay dos grillos al fondo, conversando también. Y el contrapunto de un cuervo solitario y un mochuelo desorientado que parecen comentar los hechos o subrayar los diálogos.

Ya lo hemos dicho aquí alguna otra vez, al reseñar sus cuentos: la obra narrativa de Javier Tomeo es una de las más peculiares de los últimos treinta años. Desde El castillo de la carta cifrada a La mirada de la muñeca hinchable, pasando por Amado monstruo o El cazador de leones Javier Tomeo ha ido construyendo un universo novelístico inconfundible al que ahora se añade La noche del lobo.

Otra vez una novela corta e inquietante, con rasgos característicos como el absurdo, el humor y una cierta crueldad que recuerda a Buñuel; con situaciones insólitas, cómicas y lamentables a la vez, que son una reflexión simbólica y amarga sobre la condición humana.

Como la mayor parte de las novelas de Tomeo, La noche del lobo obedece a un diseño escueto y minimalista: dos personajes que se manifiestan en diálogos rápidos, un narrador omnisciente y un paisaje que no existe, envuelto en la noche y en la niebla, un vacío que sugiere en el lector el vacío existencial de los dos personajes sin rostro, perdidos en la noche y en la vida, hundidos en la desolación y en la soledad.

Tomeo vuelve así a la tendencia a la abstracción y al simbolismo de sus mejores textos, con una preferencia clara por los personajes masculinos y solitarios y un final abierto como la vida, como en otras obras suyas, en esa media distancia narrativa en la que es más eficaz.

Una media distancia que es la de la novela corta de ciento treinta o ciento cincuenta páginas, que Tomeo ha justificado alguna vez con estas palabras: Mis personajes, que tienen vida propia, me dicen que están cansados, y yo tengo que hacerles caso y parar.

Hace poco declaraba Javier Tomeo que había escrito esta novela con gusto y de un tirón. Así la va a leer sin duda cualquier lector que se acerque a ella: de un tirón y con gusto.

Santos Domínguez

10/10/06

La novela del corsé


Manuel Longares.
La novela del corsé.
Seix Barral. Barcelona, 2006


El 31 de diciembre de 1979, Carmen Martín Gaite saludaba en Diario 16 la aparición "de un libro realmente espléndido", La novela del corsé, de Manuel Longares, que publicaba Seix Barral, la misma editorial que acaba de reeditarla.

Era la primera novela de quien habría de revelarse con el tiempo como uno de los narradores más sólidos de los últimos treinta años. Novelas posteriores como Soldaditos de Pavía (1984) y sobre todo las dos más recientes y portentosas, Romanticismo (2001) y Nuestra epopeya (2006) así lo han ratificado.

Era por tanto no sólo oportuna, sino casi imprescindible la recuperación de esta primera novela que desde aquel ya lejano 1979 no se había reeditado y de la que sólo quedaban restos descatalogados en librerías de viejo.

La novela del corsé es una obra atípica. Metanovela y artefacto narrativo han sido algunos de los términos utilizados para clasificarla. Inútilmente, porque este es un libro que escapa a cualquier clasificación convencional.

Tomando como base el auge de la novela erótica en España entre 1890 y 1930, Manuel Longares mezcla el talento y la inventiva, la documentación y el humor para construir un texto que participa de la novela y del ensayo, con sus consiguientes notas y bibliografía, hasta el punto de que recuerdo haberlo visto citado alguna vez como el mejor análisis de la novela erótica española.

Paráfrasis sutil, imitación irónica del estilo ampuloso y efectista de ese subproducto literario, del que se aprovechan textos y fragmentos de aquellas novelas eróticas que se integran como citas, La novela del corsé es sobre todo la exploración inmisericorde de una sociedad de sexualidad reprimida, morbosa y enfermiza, la que aparecía en las novelas de Felipe Trigo, de Jacinto Octavio Picón, de Alberto Insúa o Emilio Carrere.

No es una casualidad, creo, que la decadencia de ese tipo de novelas ocurra a partir de 1931, cuando las costumbres y los comportamientos sexuales empezaron a cambiar con la llegada de la Segunda República.

Aquellas novelas eran los sinapismos del priapismo. Y así se titula la primera parte de esta obra. Entre ese planteamiento inicial y la demostración de que hacer el amor se paga, de la quinta parte, se van sucediendo ojos que no ven y corazones que no sienten, prácticas sexuales en las que el contacto desconecta o un amor perdido y no hallado en el templo. Todo ello en un ambiente irrespirable de neurosis y mujeres mancilladas, de lobas de arrabal en aquella España del cuplé, de enfermiza voluptuosidad. Una España sórdida y rijosa, con doble moral y adulterios, con fetichismo y ludibrio. Una sociedad de pornógrafos y orquíticos que se pirraban por lo verde.

Irónico y documentado análisis de la novela sicalíptica de comienzos del siglo XX, por encima de esos límites circunstanciales, La novela del corsé es un alegato intemporal contra los tabúes y las represiones de una moral escabrosa e hipócrita que daba lugar a vidas secretas, a mantenidas y prostíbulos y a muchachas decentes que llevaban la dignidad pendiente de una membrana que acreditaba su honestidad de vírgenes terribles en una sociedad quizá más decente, sin duda más hipócrita, más enferma, más sucia.

Pero en primer lugar, y por encima de cualquier otra consideración, este es un libro magníficamente escrito. Está aquí ya presente, más que el novelista creador de mundos y ambientes, el excelente prosista que es Longares, su dominio excepcional de la frase, su altura estilística inusual en una obra primeriza como esta, su prosa excepcional, de una calidad que sólo alcanzan unos pocos privilegiados como él.


Santos Domínguez

8/10/06

Filología de la miseria



Victor Klemperer.
LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo.
Traducción de Adan Kovacsics
Editorial Minúscula. Colección Alexanderplatz.
Barcelona, 2004.

Entre los refugiados que había en el pueblo se hallaba también una trabajadora berlinesa con sus dos hijitas. No sé cómo fue, pero el hecho es que antes de la llegada de los norteamericanos nos pusimos a hablar. Dicho sea de paso, durante unos días me hizo gracia escuchar un berlinés tan auténtico en plena Alta Baviera. Era muy amable y enseguida percibió nuestra afinidad política. No tardó en contarnos que su marido había estado largo tiempo en la cárcel por comunista y que ahora se encontraba en un batallón de castigo, Dios sabe dónde, si es que aún vivía. Y ella también pasó un año en prisión, añadió llena de orgullo, y aún seguiría allí si las cárceles no hubieran estado atestadas y no la hubieran necesitado en la producción.
—¿Por qué estuvo usted en la cárcel? —pregunté.
—Pues por ciertas palabras... (Había ofendido al Führer, los símbolos y las instituciones del Tercer Reich.)
Fue una iluminación para mí. Al oír esta frase lo vi todo claro. Por ciertas palabras. Por eso y en torno a eso emprendería el trabajo en mis diarios. Quería extraer el balancín de todo cuanto lo rodeaba y limitarme, además, a esbozar las manos que lo sujetaban. Así se creó este libro, no tanto por vanidad, espero, sino más bien por ciertas palabras.


En 1933, el mismo año que los nazis llegan al poder, Victor Klemperer empieza a recopilar un material que redactaría clandestinamente para acabar publicándolo en 1946 en LTI. La lengua del Tercer Reich que ha editado por primera vez en español la Editorial Minúscula, en un tomo elegante, cuidado y sobrio.

LTI eran las siglas secretas de Lingua Tertii Imperii, el objeto de análisis inicial de estos apuntes de un filólogo que había desempeñado su cátedra en Dresde, donde escribe en la navidad de 1946 la emocionada dedicatoria a Eva Klemperer, su mujer, que es también el eje del prefacio.

Sólo en parte es este libro lo que anuncia el subtítulo: un análisis de la lengua del nazismo como caldo de cultivo de su ideología, un heroísmo de uniforme y de culto al cuerpo que acabó teniendo ecos necrológicos.

Sólo en parte, decía, porque LTI es mucho más que eso. En él la visión filológica acaba teniendo menos relevancia que el ambiente, la lengua se revela como vehículo esencial de la intrahistoria del nazismo, como reflejo de la zozobra que llevó aquel tiempo a la vida cotidiana. La lengua del Tercer Reich es menos una reflexión filológica que un testimonio estremecedor. Y menos un testimonio que un alegato terminante contra la tiranía y el terrorismo de estado.

Y así como el estilo es el hombre, las épocas se delatan por su lenguaje. En el Tercer Reich, por la uniformidad de la lengua escrita y hablada, por la pobreza lingüística, por la expresión monótona propia del pensamiento único.

Acosado, depurado y perseguido por el nazismo, de Klemperer supimos por sus magníficos diarios que publicó Galaxia Gutenberg hace unos años y por su presencia en Quien espera, un desolador y brillante capítulo de Sefarad, de Muñoz Molina.

En aquellos días feroces su forma de sobrevivir y de mantener la libertad interior y la dignidad fue hacer esta filología de la miseria, este análisis de un lenguaje que funcionó como excipiente y vehículo de penetración del nazismo en las masas. Un lenguaje que acaba hablando y pensando por uno mismo.

El canon lo había fijado Goebbels: era el estilo del agitador que grita como un charlatán frenético. Era un modelo lingüístico pensado para la invocación exaltada y para el énfasis.

Una jerga sentimental en la que el efecto tóxico ataca como un veneno con nuevas palabras o con palabras viejas que se cargan de sentidos nuevos: pueblo, heroísmo, patria, raza, heroísmo, fanático, histórico, eterno...

Las runas y los signos de puntuación, el uso significativo del entrecomillado irónico, los nombres propios y las abreviaturas, el léxico de la fe y la divinización del jefe, los anuncios de acontecimientos familiares y ritos públicos, nacimientos, bodas y necrológicas trazan la memoria de aquellos días de oprobio y revelan que el lenguaje del vencedor no se habla impunemente, que la lengua se respira y ordena la vida. Y que la vida acaba viviéndose según la ordena la lengua.

Pero con ser esto importante en el libro, lo decisivo es que se trata de una autobiografía parcial en la que se incorporan con naturalidad fragmentos de sus diarios y se conjuran los demonios que convocaba aquella sociedad y aquella lengua.

Santos Domínguez

6/10/06

Espronceda en Biblioteca Avrea




José de Espronceda.
Obras completas.
Edición, introducción y notas de Diego Martínez Torrón.
Cátedra. Biblioteca Avrea.
Madrid, 2006.


Hay un tipo de críticos - los conocemos todos- que hacen sus reseñas leyendo por encima las solapas de los libros o fusilando con descaro las contraportadas.

Ya lo he comentado alguna otra vez: si todas las solapas fueran como las de la Biblioteca Avrea de Cátedra un ejercicio brillante y sostenido de estilo y de imaginación, esa crítica sería hasta deseable. Lo ratifico cuando leo en la reciente edición de las Obras completas de Espronceda estas líneas, bajo el título Dos pesetas y un pirata:

En «Tres pesetas de historia», novela de Vicente Soto, entre el cristal y el cartón de un cuadro que enmarcaba una imagen de la Virgen del Carmen, un día aparecieron "tres pesetas de papel, de cuando la guerra, gastadas del trasiego de vivir". En 1826, un joven de 18 años llegaba a las puertas de Lisboa iniciando su trasiego de rebeldía y exilio. El propio Espronceda lo ha contado así: "En fin, llegamos a Lisboa, que yo creí que no llegábamos nunca. Hicimos cuarentena, que fue también divertida; visitonos la sanidad y nos pidieron no sé qué dinero. Yo saqué un duro, único que tenía, y me devolvieron dos pesetas, que arrojé al río Tajo, porque no quería entrar en tan gran capital con tan poco dinero". ¿Un detalle quijotesco? En todo caso, romántico. Vida y literatura en Espronceda fueron las líneas paralelas de la rebeldía contra lo establecido. Un endecasílabo de su maestro Alberto Lista elogiaba "del libre pensamiento el libre vuelo". El poema se titulaba curiosamente "El triunfo de la tolerancia", y acaso ni el maestro previó el aprovechamiento del discípulo, que lo mismo cantó la joven agonía de un ajusticiado, que el cinismo de un mendigo o los mares libertarios del pirata. Dos pesetas y un pirata. El mundo cambia, pero tiempos hubo, y no lejanos, en que aun campesinos semianalfabetos, pero que habían tenido la fortuna de asistir a las escuelas de los maestros de antaño, recordaban versos de la «Canción del pirata», con preferencia el contundente "que es mi dios la libertad". Solo dos años antes de su muerte escribía Espronceda en una carta al periódico «El Labriego»: "Mi independencia es mi vida". Don Quijote había dicho que "no es un hombre más que otro si no hace más que otro" (I,18). Espronceda no reconocía "otra aristocracia que la legítima de la inteligencia y del mérito". Aun de modo fragmentario, había leído versos de Ovidio, de Horacio y de Virgilio, recorrido la épica y el teatro barroco, los caminos de don Quijote.

La Introducción de Diego Martínez Torrón, que publicó hace unos años en la Editora Regional de Extremadura La sombra de Espronceda, aborda su situación en el contexto peculiar del Romanticismo español, hace un certero recorrido por su biografía y analiza sus obras más representativas:

La poesía lírica y épica, desde el fragmentario Pelayo hasta la inconclusa y ambiciosa El Diablo Mundo, pasando por El Estudiante de Salamanca y las canciones y poemas líricos, pornográficos o apócrifos, el teatro, la extensísima novela histórica Sancho Saldaña, los artículos políticos y literarios y la correspondencia del más caracterizado y representativo de los románticos españoles se recopilan en las cerca de 1.500 páginas que recogen la producción abundante e irregular de quien vivió, escribió y murió con acelerada intensidad, con el exceso romántico tan propio de la época.

Decía Jaime Gil de Biedma, en un prólogo que luego recogió en El pie de la letra, que la lectura de Espronceda (que inaugura la poesía moderna en España) requiere hoy de una pequeña dosis de buena voluntad inicial que luego queda sobradamente compensada. Esta es una buena ocasión para comprobarlo.

Santos Domínguez

4/10/06

Hablar con corrección


Pancracio Celdrán.
Hablar con corrección.
Normas, dudas y curiosidades de la lengua española.
Temas de hoy.
Madrid, 2006.


Cada vez son más abundantes los libros de estilo, los manuales de uso de la lengua, las guías prácticas para escribir mejor.

Menos frecuentes, pero igualmente necesarios son libros que se centran en los usos orales de una realidad viva y en constante cambio como la lengua. Uno de esos libros es este Hablar con corrección que acaba de publicar Temas de hoy.

Lo firma Pancracio Celdrán, colaborador de Radio Nacional de España y de El semanal, y se subtitula significativamente Normas, dudas y curiosidades de la lengua española.

¿Cómo se dice: besamel o bechamel? ¿Es correcto No sé qué haga? ¿De dónde procede Cogérsela con papel de fumar? ¿Se puede decir imprimido o es mejor impreso? ¿Es aceptable hablar de tercer mundo y tercera edad? ¿Qué es preferible: jugar al tenis o jugar a tenis? ¿Efemérides o efeméride?

Decir, hablar...

Este es un libro escrito al dictado de los oyentes de la radio y los lectores de periódicos, de quienes tienen dudas ante lo que oyen en la calle y en la radio o leen en la prensa. Las consultas de los hablantes y los oyentes, sus dudas sobre sobre la norma que fija los usos correctos de la lengua estándar han originado la composición de este libro y orientado su desarrollo y sus centros de interés. Sobre las normas y las variedades de uso de la lengua.

Se recopilan en este volumen las respuestas a esas consultas sobre solecismos e incorrecciones frecuentes, vulgarismos y usos mostrencos, jergales o vulgares, sobre verbos muy defectivos y vacilaciones tónicas, sobre la aclimatación adecuada de extranjerismos.

La explicación y el origen de frases hechas y dichos populares, la base etimológica y la peripecia semántica de algunas palabras completan este amplio y documentado recorrido por los distintos niveles de uso del español actual, desde el uso culto al vulgar pasando por otras variedades sociolingüísticas.

Santos Domínguez


2/10/06

El duelo





Joseph Conrad. El duelo
Edición e introducción de Julián Jiménez Heffernan.
Traducción de Mario Jurado
Clásicos Berenice. Córdoba, 2006




Una excelente película de Ridley Scott, Los duelistas (1977), fue su opera prima y el primer contacto que tuve con este relato de Joseph Conrad. Me gustó tanto, me sigue gustando tanto esa película que protagonizan Keith Carradine y Harvey Keitel, que cuando leí el relato de Conrad que le había servido de base, lo hice con cierta prevención.

Por experiencia, sabía ya que las novelas mediocres dan brillantes resultados en el cine y decepcionan como literatura. Y que por el contrario es raro que una novela o un relato de altura generen buen cine. Hay excepciones, claro. Una de las más evidentes es Los muertos de Joyce, el testamento de John Huston.

No hizo falta pasar de los primeros párrafos para saber que El duelo era otra de esas excepciones:

Napoleón I, cuya carrera militar tuvo las características de un duelo contra toda Europa, desaprobaba los duelos entre los oficiales de su ejército. El gran emperador militar no era ningún espadachín y sentía poco respeto por la tradición.
A pesar de eso, una historia de duelo, que acabó convirtiéndose en leyenda militar, recorrió la epopeya de las guerras napoleónicas. Para sorpresa y admiración de sus camaradas, dos oficiales -como artistas enloquecidos que pretendieran refinar el oro puro o rizar el rizo- mantuvieron una disputa particular durante aquellos años de matanza generalizada. Eran oficiales pertenecientes a la caballería...

Lo publica ahora Berenice con un estudio introductorio de Julián Jiménez Heffernan y traducción de Mario Jurado para inaugurar su colección de Clásicos.

Julián Jiménez Heffernan, conocido traductor de poetas como Wallace Stevens, Mark Strand o John Ashbery, ha preparado una brillante introducción de casi cien páginas sobre el autor, el texto y el pretexto.

Quizá Conrad no hizo otra cosa que escribir o reinventar su autobiografía. Por eso resulta tan recomendable leer las páginas que la introducción dedica a insertar El duelo en las raíces familiares del autor: su tío abuelo Nicholas sirvió como subteniente en el ejército de Napoleón.

Cuando Conrad escribe este relato en 1907 es ya un escritor maduro que ha publicado sus tres obras mayores ( El corazón de las tinieblas, Lord Jim y Nostromo), domina la distancia corta del relato y sabe provocar como aquí la perplejidad y el asombro del lector por el duelo que persiste durante años entre esos dos húsares.

En la nota que escribió en 1920 para introducir su A Set of Six, la colección de seis relatos que corona El duelo, explicaba Conrad que esta narración tuvo su origen en diez líneas de un modesto periódico del sur de Francia en el que se aludía de pasada a la "célebre historia" de dos oficiales napoleónicos que se batieron en una serie de duelos entre una batalla y otra por algún motivo trivial.

Conrad hizo el resto. Inventó el motivo nebuloso del duelo y a los húsares y los hizo convincentes en cien páginas inolvidables. Cien páginas sobre un duelo que al reiniciarse una y otra vez desdibuja su origen y su causa y da lugar al misterio y a la perplejidad del lector.

Los contrincantes olvidan las causas, no la deuda pendiente de un duelo que alcanza la altura de una obsesión y una metáfora que acaba contagiando a quien lee esta obra maestra de la narrativa breve, de la que se han editado varias traducciones en los últimos años.

Quizá ninguna tan recomendable como esta para la lectura o la relectura de esta espléndida novela corta .


Santos Domínguez