30/11/20

Pérez-Reverte. Línea de fuego



 Arturo Pérez-Reverte.
Línea de fuego.
Alfaguara. Barcelona, 2020. 
 
Son las 00:15 y no hay luna. 
Agachadas en la oscuridad, inmóviles y en silencio, las dieciocho mujeres de la sección de transmisiones observan el denso desfile de sombras que se dirige a la orilla del río. 
No se oye ni una voz, ni un susurro. Sólo el sonido de los pasos, cientos de ellos, en la tierra mojada por el relente nocturno; y a veces, el leve entrechocar metálico de fusiles, bayonetas, cascos de acero y cantimploras. El discurrir de sombras parece interminable.
Hace más de una hora que la sección permanece en el mismo lugar, al resguardo de la tapia de una casa en ruinas, esperando su turno para ponerse en marcha. Obedientes a las órdenes recibidas, nadie fuma, nadie habla y apenas se mueven.
La soldado más joven tiene diecinueve años y la mayor, cuarenta y tres. Ninguna de ellas lleva fusil ni correaje como las milicianas que tanto gustan a los fotógrafos de la prensa extranjera y ya nunca pisan los frentes de verdad. A estas alturas de la guerra, eso es propaganda y folklore. Las dieciocho de transmisiones son gente seria: cargan una pistola reglamentaria al cinto y, a la espalda, pesadas mochilas con un emisor-receptor, palos de antena, dos heliógrafos, teléfonos de campaña y gruesas bobinas de cable. Todas son voluntarias en buena forma física, disciplinadas, comunistas de militancia y con carnet del Partido: operadoras y enlaces de élite formadas en Moscú o por instructores soviéticos en la escuela Vladimir Ilich de Madrid. También son las únicas de su sexo adscritas a la XI Brigada Mixta para cruzar el río. Su misión no es combatir directamente sino asegurar, bajo el fuego enemigo, las comunicaciones en la cabeza de puente que el ejército republicano pretende establecer en el sector de Castellets del Segre.
Dolorida por las cinchas del armazón que lleva a la espalda con una bobina de quinientos metros de cable telefónico, Patricia Monzón -sus compañeras la llaman Pato- cambia de postura para aliviar el peso en los hombros. Está sentada en el suelo, recostada en su propia carga, contemplando el discurrir de sombras que se dirigen al combate que aún no ha empezado. La humedad de la noche, intensificada por el río cercano, le moja la ropa. Como la bobina que lleva colgada a la espalda no le deja espacio para mochila ni macuto -se enviarán con el segundo escalón, han prometido-, viste un mono de sarga azul con grandes bolsillos llenos de lo imprescindible: paquete de cura individual, una tira cortada de neumático para detener hemorragias, un pañuelo, dos paquetes de Luquis y un chisquero de mecha, documentación personal, el croquis a ciclostil de la zona que les repartió el comisario de la brigada, un par de calcetines y unas bragas de repuesto, tres paños y algodón por si viene la regla, media pastilla de jabón, una lata de sardinas, un chusco de pan duro, el manual técnico de transmisiones de campaña, un cepillo de dientes, un palito para apretar en la boca durante los bombardeos y una navaja suiza con cachas de asta.
—Estad atentas… Nos vamos en seguida.

Con esas sombras en la orilla del Ebro comienza La línea de fuego,  la novela de Arturo Pérez-Reverte que publica Alfaguara en una espléndida edición ilustrada por Augusto Ferrer-Dalmau, “pintor de batallas”, a quien está dedicada la novela, que diseña este plano del campo de batalla:

No por casualidad ha elegido Pérez-Reverte para ese arranque la noche del 24 al 25 de julio de 1938, cuando casi tres mil miembros del ejército republicano -entre ellos dieciocho mujeres- cruzaron el Ebro. Comenzó así la batalla más larga, más intensa y más cruenta -veinte mil muertos y decenas de miles de heridos- de la guerra civil. Fue un “choque de carneros”, como indica el título de la parte central de las tres en que se organiza la estructura de la novela.

Esa incursión inicial que se describe al comienzo de la novela pretendía crear una cabeza de puente en la localidad imaginaria de Castellets del Segre. Además de los personajes y las situaciones, esa es una de las pocas licencias imaginativas que se toma Pérez-Reverte -que había utilizado ya la guerra civil como telón de fondo para ambientar El tango de la guardia vieja y la serie sobre Falcó- en esta novela, sólidamente afianzada en la documentación histórica, en aportaciones testimoniales de los combatientes y en su experiencia personal como reportero de guerra.

El resultado es un relato coral, potente y creíble, contado desde dentro, desde la perspectiva alternante de los soldados a un lado y otro del río, y escrito con el propósito de situar al lector en el campo de batalla, de introducirlo en la experiencia de las trincheras para que viva de cerca las sensaciones de los personajes.

En Línea de fuego Pérez-Reverte concentra el tiempo en diez días de batalla y el espacio en ese pequeño pueblo imaginario, lo que produce un efecto de enorme intensidad que se refuerza con su carácter polifónico, con una alternancia de voces y de perspectivas que evita el maniqueísmo y las banderías y dota a la novela de un ritmo y una verosimilitud admirables.

Contribuye también a esa intensidad la organización de la materia narrativa en secuencias breves que le dan a la acción un dinamismo casi cinematográfico. Un dinamismo compatible con descripciones detalladas que reflejan la labor previa de documentación sobre armamento y estrategia militar.

Con todos esos materiales se organiza una novela que pone su objetivo en el factor humano, en el sufrimiento, el heroísmo o la resistencia de un centenar de personajes en los que se proyectan diversas perspectivas personales, no sólo ideológicas, sino también de carácter.

En ese friso de personajes hay algunos que sobresalen del conjunto: la miliciana Pato Monzón y el coronel republicano Bascuñana, el soldado nacional Ginés Gorguel y el cabo marroquí Selimán al-Barudi, el alférez provisional Santiago Pardeiro Tojo y el dinamitero Julián Panizo, Saturiano Bescós, el pastor enrolado en la XIV Bandera de Falange de Aragón y el mayor de milicias Emilio Gamboa Laguna o los corresponsales extranjeros Vivian Szerman, Philip Tabb y Chim Langer.

Junto con el desorden de los milicianos que les lleva a la derrota en un final de la novela que presagia el desenlace real muchos meses después, junto con los crímenes de ambas retaguardias, cada personaje es un mundo marcado por el idealismo o la cobardía, por la valentía o el fanatismo, por la crueldad o la compasión, como en la estupenda secuencia que cierra la novela, en la que dos falangistas renuncian a matar a dos fugitivos:

Saturiano Bescós y el cabo Avellanas se asoman a la linde del bosquecillo, allí donde el terreno desciende en pendiente hasta la orilla del Ebro. El sol ya está bajo y tiñe de tonos naranjas las ramas de los pinos y las cañas. Han apoyado los fusiles en un árbol tras ponerles el seguro y se disponen a liar un cigarrillo. En las dos márgenes del río reina un extraño silencio. Ni siquiera se oyen disparos o explosiones lejanas.
—Fíjate en eso —dice Avellanas.
Señala dos puntitos oscuros que se mueven en el agua junto a algo semihundido, que parece derivar con la corriente hacia una pequeña lengua arenosa que emerge entre las dos orillas.
—Hay dos tíos ahí, Satu.
Saca Bescós los gemelos del brigadista muerto, ajusta la ruedecilla y echa un vistazo. Se trata, comprueba, de un flotador de corcho que lo más seguro es que proceda de una pasarela o un puente de barcas de los tendidos por los rojos río arriba. Y hay dos hombres que se agarran a él, intentando alcanzar la isleta en mitad del cauce. Sólo emergen sus cabezas, y a veces se ve la espuma que levantan las piernas cuando baten el agua para avanzar. Luchan con la corriente, que es fuerte y parece querer arrastrarlos.
—Trae que vea —dice Avellanas.
Le coge los gemelos y echa un vistazo.
—Jodó —comenta.
Se los devuelve a Bescós y los dos falangistas se miran.
—La orden es disparar contra los que se largan —recuerda Avellanas.
—Sí.
—Habrá que obedecerla, ¿no?
—Tú verás… Eres el cabo.
—Pues sí, cagüenlá. Habrá que.
Todavía se miran el uno al otro un momento. Después alzan los fusiles casi al mismo tiempo. Mete Bescós un dedo en el guardamonte y apunta la mira del arma hacia los dos hombres, que al fin han llegado a la isleta, salen del agua y se arrastran sobre ella empujando el flotador para llevarlo más allá. Se mueven muy despacio y uno tira del otro, ayudándolo. Parecen indefensos y cansados, y todavía deben atravesar la otra mitad del río para ponerse a salvo.
Con el Mauser encarado, Bescós comprueba de reojo que la lengüeta del seguro está levantada. Entonces oprime el gatillo. Clic, hace, pero no sale ningún disparo.
—No sé qué le pasa a este chopo —dice, bajando el arma.
Avellanas hace lo mismo.
—Se te habrá encasquillado, como a mí.
Los dos jóvenes apoyan otra vez los fusiles en el árbol, se sientan a la sombra y terminan de liar los cigarrillos. Zumban los mosquitos y suena el chirriar confiado de las cigarras.

Santos Domínguez


27/11/20

Alfredo Rodríguez. Urre aroa

 


 Alfredo Rodríguez.
Urre aroa.
Seis poetas de Tierra Naba.
Prólogo de Mikel Zuza.
Pamiela. Pamplona, 2020.


¿A dónde te retiras, Amor, para morir?,
fanales he colocado en las torres
de mil puertos, para que mi nave en esta noche
reconozcas. Ocupar el espacio
del enemigo. Al negro piélago iré a expulsarlo.

Ese poema, fechado el 28 de agosto de 1503, se atribuye a Vicente Racais de Yuso, un poeta apócrifo navarro que pudo haber existido entre 1468 y 1531, es uno de los seis poetas de Tierra Naba que Alfredo Rodríguez rescata en Urre aroa, un volumen que apareció en 2013 en una edición muy limitada de cien ejemplares numerados y que acaba de reeditarse en Pamiela con espléndidas ilustraciones y un prólogo en el que el historiador Mikel Zuza hace votos para que “esta nueva y necesaria edición del libro del exquisito poeta navarro Alfredo Rodríguez suponga la definitiva ascensión de estos auténticos personajes al Parnaso de la poesía navarra, de donde siglos de incuria y desconocimiento los habían tan injustamente desterrado.”

 Entre Henrique de Ariztarai -el mayor poeta de los navarros- y el sefardí Inaxio de Huvilzieta, seis complementarios, seis poetas apócrifos que escribieron a las puertas del Renacimiento. Seis poetas necesarios que Alfredo Rodríguez convoca con unos versos que son su verdadera fe de vida.

En ellos se cumple un proyecto existencial que une vida, literatura y poesía, como señala Alfredo Rodríguez en el Pórtico del libro:

 “Una vez más la vida era la Literatura y, dentro de ella, la Poesía era la vida de verdad.”

Seis poetas que viven en unos versos atravesados por la emoción y escritos a prueba de siglos, ajenos al tiempo y a sus destrucciones. Vivos en una memoria sucesiva de vida y muerte en la que se superponen el poeta real y sus criaturas en versos como este:

 Yo soy el que cerraba las puertas de la noche.

 Santos Domínguez

 

25/11/20

La comedia humana

 

Honoré de Balzac.
La Comedia humana.
Volumen XI.
Traducción de Aurelio Garzón del Camino.
Hermida Editores. Madrid, 2020.
 
Una mañana de enero de 1844 Balzac escribió de un tirón Un hombre de negocios, el relato que integró dos años después, algo retocado, en las Escenas de la vida parisina de La Comedia humana con otro título: Esbozo del natural de un hombre de negocios. Lo calificó como una obrita ingeniosa. Narrado en forma de conversación de sobremesa, su núcleo es la peripecia ocasionada por una deuda del conde Maxime de Trailles, un viejo conocido de otras novelas del ciclo, un deudor permanente que se niega a pagar y acaba siendo sometido por dos especuladores.
 
También el dinero está en el centro del otro relato breve, el espléndido Facino Cane, que toma su título del nombre del viejo músico ciego que cuenta su ajetreada vida, su obsesión con el oro, la pasión que le pierde, y su fuga de las prisiones venecianas.

Esos dos relatos breves, dos obras menores de un escritor portentoso, abren el volumen XI de la espléndida edición anotada de La Comedia humana que publica Hermida editores con traducción de Aurelio Garzón del Camino. Es el penúltimo de los cuatro volúmenes de las Escenas de la vida parisina, según la edición canónica en diecisiete tomos fijada por Charles Furne.

El grueso del volumen lo ocupa una obra mayor, Los parientes pobres, el último de los grandes títulos de Balzac, una enorme novela en dos partes, cima del realismo y espectacular galería de personajes. Una novela escrita con un detallismo cercano al naturalismo que representa la última explosión de energía creativa de Balzac y contiene descripciones de personajes como esta:

Hulot palideció y guardó silencio; atravesó la antesala y los salones y llegó, con el pulso alterado, a la puerta del despacho. El mariscal, que tenía entonces 70 años, los cabellos completamente blancos y el rostro curtido como el de los ancianos de esa edad, presentaba de notable una frente de tal amplitud que la imaginación veía en ella un campo de batalla. Bajo aquella cúpula gris, cubierta de nieve, brillaban, ensombrecidos por el saliente muy pronunciado de los dos arcos superciliares, unos ojos de un azul napoleónico, ordinariamente tristes, llenos de pensamientos amargos y de pesares. Aquel rival de Bernadotte había esperado descansar de sus fatigas en un trono. Pero sus ojos se convertían en dos formidables relámpagos cuando en ellos se reflejaba algún gran sentimiento. La voz, casi siempre cavernosa, lanzaba entonces acentos estridentes. Colérico, el príncipe volvía a ser soldado, hablaba la lengua del subteniente Cottin y no respetaba ya nada. Hulot d’Ervy vio a aquel viejo león con los cabellos alborotados como unas crines, en pie junto a la chimenea, con el ceño fruncido, la espalda apoyada en una de las jambas y los ojos distraídos en apariencia.

Organizada en dos partes (La prima Bette y El primo Pons), desarrolla dos historias paralelas y contrapuestas de humillaciones, despechos y venganzas, de inocencia y maldad, de codicia por el dinero, de verdugos y víctimas. Dos historias en claroscuro protagonizadas por la vengativa Bette Fischer (“Era granito, basalto, pórfido, que andaba”) y por el humilde, servicial y comilón músico y coleccionista de arte Sylvain Pons, dos de los personajes mejor trazados por Balzac, que llevaba por entonces, en 1846, más de setenta novelas a sus espaldas. 

Santos Domínguez


23/11/20

Vasili Grossman. Stalingrado

Vasili Grossman.

Stalingrado.

Traducción de Andréi Kozinets.

Galaxia Gutenberg. Madrid, 2020.



El 29 de abril de 1942, el tren del dictador de la Italia fascista, Benito Mussolini, hizo su entrada en la estación de Salzburgo, engalanada para la ocasión con banderas italianas y alemanas.
Tras una ceremonia protocolaria, Mussolini y su séquito se desplazaron hasta el antiguo castillo de Klessheim, edificado bajo el auspicio de los obispos de Salzburgo. Allí, en sus amplias y frías salas recién decoradas con muebles traídos ex profeso de Francia, se celebraría una sesión de reuniones ordinaria entre Hitler y Mussolini. Ribbentrop, Keitel, Jodl y otros jerarcas alemanes mantendrían, por su parte, conversaciones con dos de los ministros italianos, Ciano y el general Cavallero, quienes, junto con Alfieri, el embajador italiano en Berlín, integraban la comitiva del Duce.
Aquellos dos hombres, que se creían dueños de Europa, se reunían cada vez que Hitler conjugaba sus fuerzas para desatar otra catástrofe en Europa o África. Sus reuniones privadas en la frontera alpina entre Austria e Italia solían desembocar en invasiones militares, actos de sabotaje y ofensivas de ejércitos motorizados de millones de hombres por todo el continente. Los breves comunicados de prensa que informaban sobre las reuniones entre los dictadores mantenían en vilo los corazones, acongojados y expectantes.


Así comienza Stalingrado, de Vasili Grossman, en la traducción de Andréi Kozinets que acaba de publicar Galaxia Gutenberg.

Fue la primera de las dos novelas -la segunda es Vida y destino- de un ciclo en el que Grossman reflejó su experiencia durante la Segunda Guerra Mundial, que vivió de cerca como corresponsal de guerra.

Stalingrado
 la empezó a escribir en 1943, la terminó en 1949 y la publicó en 1952 con el título Por una causa justa y con mutilaciones muy severas de 
la censura estalinista y los editores, que le obligaron a cambiar el título y a modificar más de cien fragmentos de diversa entidad que se restituyen en esta edición que devuelve la obra a una redacción cercana a la original, lo que supone no sólo una restitución de su sentido desde una incipiente disidencia contra la maquinaria burocrática, sino también una reconstrucción de la novela en su verdadero tamaño estético y narrativo.

Tras haber sido testigo directo de la batalla de Stalingrado
 -de la que dejó una excelente descripción en Años de guerra, publicada en esta misma editorial-, que supuso un serio revés para la Alemania nazi en febrero de 1943, un Grossman muy afectado por la muerte de su madre y su hijastro empezó a escribir esta novela, que se remonta hasta el 22 de junio de 1941, cuando comienza la Operación Barbarroja, la invasión alemana del territorio soviético, y que recuerda en su diseño ambicioso y en su planteamiento coral a Guerra y paz, con un multitudinario fresco que aspira a representar a toda la sociedad soviética. Por eso resultan muy útiles para el lector las ocho páginas que se añaden al final de la novela, sobre los personajes principales, como en Vida y destino, como en Guerra y paz, que para Grossman fue siempre una obra de referencia. 

Personajes como el físico Víktor Shtrum o el comisario Krímov, en los que proyectó sus experiencias como testigo del asedio de Stalingrado y como corresponsal 
en el frente de batalla del periódico oficial Estrella Roja durante tres años; la familia Sháposhnikov, que representa a las víctimas del asedio a la ciudad y son el eje de todo el ciclo narrativo; los médicos y enfermeros; los mineros y los técnicos de la central hidroeléctrica; los comisarios y cuadros dirigentes del Partido Comunista; la brigada del comisario Krímov; los oficiales que dirigen la defensa y la contraofensiva de Stalingrado o los integrantes del alto mando alemán.

Anclado aún en la ortodoxia ideológica, en la estética del realismo socialista y en la defensa del régimen soviético frente al nazismo, Grossman supera la mirada periodística y propagandística para crear un monumental entramado de personajes, un cruce de vidas sobre el fondo de los desastres de la guerra con una mirada compasiva y profundamente humana, con una extraordinaria agilidad narrativa y una potente capacidad evocadora en su cuidada prosa. 

Esta edición íntegra de Stalingrado va precedida de una nota de los editores en la que explican que “para Vasili Grossman, la Segunda Guerra Mundial tuvo consecuencias particularmente dolorosas. Su madre fue asesinada por los nazis junto a centenares de miles de judíos en Ucrania. Y su hijastro murió como soldado del Ejército Rojo.

A esta devastación particular se sumaba lo que él mismo había vivido como corresponsal de guerra en primera línea del frente, especialmente durante la batalla de Stalingrado y, después, durante el avance de las tropas soviéticas hacia Berlín, incluido el macabro descubrimiento de los campos de exterminio en tierras polacas.

Vasili Grossman se propuso dejar constancia de todo ello en un ambicioso ciclo novelístico en dos partes. La primera, iniciada en 1943 y publicada en 1952 con el título Por una causa justa, se tenía que titular Stalingrado. La segunda, escrita a partir de 1949, con los mismos protagonistas, sería Vida y destino.”

Así resumen el complicado proceso de edición de Stalingrado:

“Vasili Grossman entregó el manuscrito de Stalingrado a la revista Novimir en 1949, cuando ya había empezado la escritura de Vida y destino. Se inicia así un proceso de edición que durará años, con una primera parada en 1952, cuando la novela ve la luz por primera vez. Durante los tres años que transcurren entre la entrega del manuscrito y su publicación, la novela sufre una serie de alteraciones durante las que los editores, actuando a la vez como censores, suprimen frases, párrafos y páginas enteras y obligan a Grossman a reescribir otras. El proceso lleva a Grossman a la desesperación, hasta el punto de que envía una carta al mismo Stalin, el 6 de diciembre de 1950, solicitándole que le «ayude a resolver la cuestión del destino de este libro que considero la obra fundamental de mi vida en tanto que escritor». La carta quedará sin respuesta y Grossman tendrá que esperar dos años más hasta ver publicada su obra en los números 7 a 11 de la revista Novimir.
Las primeras reacciones son entusiastas. Incluso, en una reunión de la sección de narrativa de la Unión de Escritores celebrada el 13 de octubre de 1952, se propone la candidatura de la novela al premio Stalin. Pero el 13 de febrero de 1953 se publica en Pravda, órgano oficial del Partido Comunista, un artículo demoledor. A partir de ese momento, se suceden las críticas negativas en los medios soviéticos, con títulos como «Una novela que falsea la imagen del pueblo soviético», «Por mal camino», «Un espejo deformante». La novela cae en desgracia y sólo volverá a publicarse, en diversas ediciones y editoriales, una vez muerto Stalin.
Ninguna de estas ediciones en ruso, ni las traducciones que se hicieron a partir de ellas, incluida la que Galaxia Gutenberg publicó en español en 2011, corresponden plenamente a la novela que Grossman escribió. Muchos pasajes presentes en los primeros manuscritos y suprimidos después por los editores-censores, nunca se publicaron.
Hasta que Robert Chandler, traductor al inglés de Vasili Grossman, se propuso restablecer el texto que Grossman hubiera querido para su novela. Con su magnífica labor, concluida en 2018 y publicada en inglés el año siguiente, Chandler ha recuperado en lo posible una obra que tanta importancia tenía para Grossman y que, sin embargo, había sido considerada como secundaria por la crítica y los especialistas, sin que nadie se hubiera detenido en pensar que no estábamos leyendo la obra que su autor había concebido sino versiones corregidas y censuradas por terceros.
[...]
El lector de esta edición española podrá reconocer los fragmentos nunca publicados hasta ahora por estar impresos en gris, en vez de en negro como el resto del texto. De esta manera, podrá juzgar él mismo las intervenciones de los editores y censores soviéticos.”

Cierran el enorme volumen de casi mil doscientas páginas, además del mencionado apéndice sobre los personajes, una relación de fragmentos eliminados y un epílogo escrito por Robert Chandler y Yuri Bit-Yunan en el que definen esta monumental obra como “una de las grandes novelas del siglo pasado” y cuentan los pormenores del proceso de reconstrucción y edición de Stalingrado a partir de cuatro manuscritos y de tres ediciones de la novela, con omisiones y reinserciones en 1952, 1954 y 1956.

Quienes disfrutaron con la lectura de Vida y destino tienen ahora una nueva oportunidad de reencontrarse con la voz de Grossman, un narrador excepcional que con este ciclo novelístico construye sobre la base de la bondad y la piedad el relato coral inolvidable del sufrimiento de quienes fueron víctimas del estalinismo y del nazismo, dos variantes muy parecidas de la utilización criminal del Estado. Una de esas pocas novelas que dejan una huella indeleble en el lector.

Santos Domínguez 
 

20/11/20

Poesía esencial de Corredor Matheos

 

José Corredor-Matheos.
Sin porqué.
Poesía esencial 1970-2018.
Edición de Ricardo Virtanen.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2020.

“La poesía de José Corredor Matheos representa una de las calas más originales y sorprendentes de las poéticas de su generación”, escribe Ricardo Virtanen en el amplio y profundo estudio introductorio que ha puesto al frente de su edición en Cátedra Letras Hispánicas de Sin porqué, el volumen que recoge una muestra muy significativa de su poesía entre 1970 y 2018, “el discurrir poético de un escritor absolutamente singular, alejado de las tendencias generales de los cincuenta y que abría un camino no transitado por las heterogéneas líneas de su generación.”

El volumen muestra la evolución y la coherencia de la obra del más budista de los poetas españoles, como lo definió Jorge Riechmann, medio siglo de escritura poética intensa, solitaria y exigente que culmina en Sin ruido (2013), al que pertenecen estos versos en los que se resumen algunas de las claves temáticas y formales de su poesía:

Estos versos que brotan
del silencio
recogen sensaciones
del instante
y otras que creías
olvidadas.
Así vas aprendiendo
a conocer
el gozo y el dolor
de que estás hecho,
con los que, deshaciéndote,
te haces.

Tras unos libros iniciales que cultivaban una poética existencial o testimonial, Corredor-Matheos encuentra su tono de voz personal en la Carta a Li-Po (1975). Una voz que no abandonaría ya y que iría afinando en los sucesivos libros hasta los recientes El don de la ignorancia (2004), Un pez que va por el jardín (2007) y Sin ruido, pasando por otro libro crucial como Jardín de arena (1994).

A través de un constante proceso de estilización y despojamiento, de búsqueda de lo esencial que lo ha colocado cerca de las poéticas del silencio y de la poesía oriental, Corredor-Matheos ha ido construyendo, casi en secreto, un universo poético propio que responde a una concepción de la poesía que dejó definida en estas palabras: “La poesía empieza donde la comunicación y la información acaban: donde todo acaba.”

En el adelgazamiento de sus poemas breves de versos cortos se refleja el proceso de disolución del yo en el silencio. Así en este poema de El don de la ignorancia:

Todo lo veo en actitud
de espera.
¿Por qué esa mansedumbre
de las cosas
la manera que tienen
de parecer que esperan?
Recógete en silencio
Aunque todo se agite
en torno a ti,
igual que si esperaras.


La sutileza expresiva, la delgadez verbal que alcanza la poesía de Corredor-Matheos es el resultado de una depuración formal paralela a una voluntad de profundización en el conocimiento esencial desde un impresionismo minimalista, desde una actitud contemplativa y un pensamiento simbólico transcendente.

Es una poesía meditativa que persigue lo inefable y va más allá de la realidad y de la palabra, una forma de conocimiento que nombra el mundo con enorme capacidad de sugerencia y combina la hondura de la reflexión, la levedad etérea de la intuición y la sutileza de las sensaciones. Por ejemplo cuando escribía en la Carta a Li-Po:

Vacío, el universo.
No hay soles, ni planetas,
ni arroyos, ni montañas.
No estás tú, no, ni nadie.
Sólo una luz perdida
que va hiriendo la noche.
Un pensamiento solo
que corre hacia la muerte.


La poesía de Corredor-Matheos ha viajado desde la desolación al vuelo -Desolación y vuelo tituló la recopilación de su obra poética hasta 2011-, se ha hecho aérea y alada en el paso del nihilismo a la afirmación de la vida, de la angustia del yo a la disolución en la naturaleza en un experiencia liberadora que le permite descubrir una nueva dimensión que arranca de la fusión entre el mundo y el poeta. Por eso escribía estos versos en Y tu poema empieza:

Un árbol no es un árbol,
ni un insecto un insecto,
ni una piedra una piedra.
Y los ves transformarse,
ser una cosa y otra,
sin dejar de ser eso:
árbol, insecto, piedra.
¿Por qué tú has de ser tú?
Oyes crecer la tarde,
vertical como un árbol,
leve como un insecto,
dura como una piedra,
y tú eres el vacío
en el que todo cabe,
el vacío que queda
cuando dejas que todo
sea tal como es:
árbol, insecto, piedra.


La poesía se convierte a partir de ese momento en un ejercicio de olvido y silencio, de contemplación y transparencia, de sabiduría y desasimiento, en un ejercicio de fusión del yo y de la poesía en el paisaje, como en este haiku de Jardín de arena:

Que escriba sola.
Deja volar la pluma
en el paisaje.

Todo ese proceso evolutivo lo analiza Ricardo Virtanen en su estudio introductorio, en el que aborda la trayectoria vital y poética de Corredor-Matheos, su contexto generacional, sus vínculos con los ambientes literarios de Madrid y Barcelona y su proceso de evolución hasta la esencialidad cosmogónica de su última fase poética.

Se incluyen en esta antología siete poemas inéditos escritos entre 2016 y 2018, que -en palabras de Virtanen- “nos señalan la senda continuada por el poeta en sus últimos años, camino del despojamiento, de la ignorancia, del vacío, de la nada que nos recompone. Nunca del olvido.”

Este es uno de esos inéditos, escrito entre el 9 y el 10 de octubre de 2016 y destinado, como los seis restantes, a formar parte de su próximo libro:

El otoño, otra vez,
con el gozo postrero
que da la plenitud
a la fruta madura.
Esta lluvia de otoño
te librará de ahogarte
en este mundo
ya todo sequedad.
El otoño, otra vez,
con una sensación
de que la vida empieza
cuando acaba.

La de Corredor Matheos -decía de ella Ángel Crespo- no es poesía pura, sino pura poesía, como la de estos reveladores versos finales de El don de la ignorancia:

Que los nombres, al fin,
sean un solo nombre,
y un número de los números.
Contempla la montaña
como es
y deja que el poema
solo sea poema,
que los nombres de Dios
se borren con las olas
y verás el poema
florecer,
descender la montaña
hasta tus pies,
disolverse en las aguas
las palabras,
los nombres y los números.
Y que el poema sea.


    Santos Domínguez

18/11/20

Breve historia de la España moderna

 

Carlos Martínez Shaw.
Breve historia de la España Moderna.

El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2020.


“La Universidad fue el principal centro de formación intelectual y de producción humanística y científica de la España del siglo XVI [aunque]  sus carencias fueron haciéndose más visibles a medida que transcurrían los años: control de los colegios mayores por los estudiantes acomodados, con la consiguiente impermeabilización social del acceso, derivación de sus estudios hacia la vertiente práctica de la formación de letrados (para ejercer como burócratas y administradores), control ideológico contrarreformista conllevando el rechazo de las novedades científicas, corporativismo y conservadurismo. En cualquier caso, no debe menospreciarse la nómina de los profesores que impartirán clases y de los estudiantes que se formaron en las aulas de las principales universidades, pues entre ellos se encuentra la flor y nata de la intelectualidad española del siglo de oro”, escribe Carlos Martínez Shaw en la Breve historia de la España Moderna (1474-1808), que publica El libro de bolsillo de Alianza Editorial.

Es una nueva edición exenta, corregida y actualizada de la parte central de la Historia de España que se publicó en 1998, escrita por José Luis Martín (Historia Antigua y Medieval), Carlos Martínez Shaw (Historia Moderna) y Javier Tusell (Historia Contemporánea).

En cada una de las cuatro secciones en las que se organiza el libro (Los orígenes de la España moderna, La expansión del siglo XVI, La decadencia del siglo XVII y El reformismo del siglo XVIII), un capítulo final desarrolla varios epígrafes que se centran en la cultura del otoño de la Edad Media y el primer humanismo; en la cultura renacentista y su proyección en el pensamiento político, económico, teológico, filosófico, científico o literario; en la cultura del Barroco y la edad de oro de la pintura y la literatura o en la cultura de la Ilustración, apoyada en el debate ideológico y el progreso de las ciencias y proyectada en la creación artística y literaria o en la afición a la música.

Así resume Martínez Shaw aquel proyecto cultural del Siglo de las Luces:

La cultura ilustrada fue el fundamento intelectual del reformismo. Los intelectuales ilustrados teorizaron el protagonismo de la monarquía como motor de la modernización, la prioridad del fomento económico, la utilización de la crítica como herramienta para el perfeccionamiento de la organización social, la aplicación del conocimiento científico al bienestar general, la finalidad educativa de la creación literaria y artística, el progreso y la felicidad como metas últimas del pensamiento y la práctica reformistas. La Ilustración se dotó de sus propios instrumentos de difusión cultural, que al mismo tiempo lo eran de acción reformista: las academias, las universidades intervenidas para acompasarlas a las exigencias del momento, una serie de nuevas instituciones de enseñanza superior, las Sociedades Económicas de Amigos del País, los consulados y la letra impresa en libros o en publicaciones periódicas.

Santos Domínguez


16/11/20

Lichtenberg. Cuadernos V

 

Georg Christoph Lichtenberg.
Cuadernos. 
Volumen V.
Traducción de Carlos Fortea. 
Hermida Editores. Madrid, 2020. 
 
En muchas personas hacer versos es una enfermedad evolutiva del espíritu humano.

El primer paso de la sabiduría es quejarse de todo. El último: conformarse con todo. 

Ni negar ni creer.

Son tres reflexiones de Lichtenberg recogidas en el quinto y último volumen de sus Cuadernos. Cinco años después de la aparición del primer volumen, Hermida Editores culmina uno de los proyectos más ambiciosos de su espléndido catálogo: la publicación, íntegra por primera vez en castellano, de los cinco tomos con los Cuadernos de Lichtenberg a partir de la edición original alemana, con traducción de Carlos Fortea.


Como los anteriores, estos dos últimos cuadernos, el muy breve K, con sólo veintiuna anotaciones entre 1793 y 1796, y el L, más amplio, con más de setecientas notas entre 1796 y 1799, reflejan la amplitud de intereses intelectuales de Lichtenberg, uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana, la insaciable curiosidad de su mirada al mundo y su tamaño como intelectual ilustrado.

Durante treinta y cinco años Lichtenberg fue registrando en sus cuadernos cientos de apuntes y borradores con observaciones, microensayos y exabruptos, con ocurrencias y reflexiones. Se publicaron póstumos y parcialmente desde 1801, aunque la primera edición completa no apareció hasta 1971.

Físico experimental, astrónomo y escritor, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) es el prototipo del intelectual ilustrado, del científico humanista y uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana. Fue profesor de Física y Matemáticas en Gotinga, ejerció la sutileza como método e hizo de la realidad el campo de su ilimitada curiosidad. 

Con esa amplitud de campo frente a la docta barbarie de los eruditos especializados, fue de la física al teatro, de las matemáticas a la macrobiótica pasando, claro está, por la literatura y la filosofía. 

La literatura y la historia, la religión y la filosofía, el cuerpo y el alma, el amor y la muerte, los usos sociales y lingüísticos, la política y la ciencia son algunos de los temas universales que suscitaron la atención siempre lúcida y a menudo irónica de Lichtenberg, de quien dijo Goethe que en donde él gastaba una broma había siempre un problema escondido.

Buscó el aislamiento en todo lo que no fueran relaciones hormonales y negocios afectivos, a los que era tan aficionado como a los amplios intereses en los que proyectó su inacabable curiosidad dispersa.

Aquel “ilustrado imperfecto”, como lo definió Jaime Fernández en el estupendo prólogo del primer volumen, pasó con naturalidad de los experimentos físicos y el valor del dato comprobable a las divagaciones imaginativas, entre el asombro y el escepticismo, entre la comprensión compasiva y la crítica sarcástica.

Asistemático y fragmentario, el pensamiento disperso de Lichtenberg es el resultado de su talante intelectual, volcado en los amplios intereses en los que proyectó su inacabable curiosidad. Y por eso cada una de sus páginas es una invitación a la reflexión crítica ante la naturaleza, las palabras o los comportamientos humanos. 

Su racionalidad y su lucidez polígrafa enfocaron todos los aspectos de la realidad, con una punzante agudeza de la que saltan chispazos intuitivos y esas luminosas esquirlas que Juan Villoro admiró en un Lichtenberg al que definió como “reportero de la inteligencia”.

Practicó el arte de no terminar nada, como señaló Enrique Vila-Matas en un texto que reivindicaba a Lichtenberg como cofundador junto a Sterne de la risa contemporánea. 

Mucho antes que Vila-Matas lo elogiaron Goethe, Nietzsche, Mann o Canetti, que resumió así su obra: “Que Lichtenberg no quiera redondear nada, que no quiera terminar nada es su felicidad y la nuestra; por eso ha escrito el libro más rico de la literatura universal.”

La profundidad de su ironía crítica, la lucidez afilada de su inteligencia, el escepticismo de su visión recorren también las enjundiosas páginas de este nuevo volumen, donde se leen reflexiones sarcásticas como esta: “El hecho de que en las iglesias se predique no vuelve por eso innecesarios los pararrayos encima de ellas.”

 O muestras de humor como estas otras : 

“¿Qué tal andas?, preguntó un ciego a un cojo. Ya ve usted, fue la respuesta.”

He vuelto a comer todo lo prohibido, y me encuentro, gracias a Dios, igual de mal que antes (quiero decir que no peor).

 
Santos Domínguez

13/11/20

Joan Margarit. Joana

 

Joan Margarit.

Joana.

Fondo de Cultura Económica. 

Universidad de Alcalá de Henares.

Madrid, 2020. 

 

“De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos. Cuán distinta sería la vida si la muerte fuese a esperar muchos millones de años para podernos encontrar de nuevo, aunque fuese tan sólo durante unos breves instantes. Pero el abismo que nos separa es el abismo del nunca más. Los treinta años que hemos vivido juntos son ahora el único contrapeso y mi tesoro. [...] El mundo sin Joana se parece al que vivimos juntos, pero no es el mismo. Unas mínimas diferencias me ponen de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son las familiares. Me enfrento, pues, al terror más puro, cuando las cosas cotidianas no se reconocen y se vuelven amenazadoras. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo, perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra hija”, escribe Joan Margarit en el prólogo de Joana, el libro de poemas que escribió durante los últimos ocho meses de la vida de su hija, que murió en junio de 2001.


Escrito, como explica su autor, “del 10 de octubre de 2000 al 1 de septiembre de 2001”, Joana es un libro de despedida y de consuelo, una intensa crónica poética del horror y la inocencia, del dolor del desenlace y de la ausencia, pero también una mirada desolada al vacío, como en este Final, escrito el 4 de junio de 2001, entre el día de la muerte y el del entierro:


Tu entierro, en primavera: ése fue
el mensaje final de tu bondad.
Nada mejor en torno a ti que el ruido
de esta ciudad y, enfrente,
la eternidad del mar.
Qué ruda proa Montjuïc: alcanza
tan lejos como quiera el pensamiento.


El furgón va subiendo por caminos de arena
y tras él van los coches,
que hacen crujir al pie de los cipreses
la grava en la tranquila plaza de la mañana.
Siento ya tu sonrisa que atraviesa
los claros pájaros del aire,
ahora que todo vuelve a su principio,
como cuando no estabas.
Ha quedado un olor a flores junto al muro,
entre verdes oscuros y huidizos.
Las canciones del sol de tu silencio
iluminan el hierro del mañana.
Lo que digo de ti no tiene más sentido
que la herrumbrosa cerradura
de una puerta que no abre a ningún sitio.


Porque, como explicó José Carlos Mainer, “la muerte de Joana marcó en su poesía un antes y un después: una dimensión nueva de los sucesivos tránsitos familiares ya vividos y, por supuesto, otra percepción de su propia continuidad en este mundo.” 


“El sentimiento que ahora me domina es el desamparo”, escribía Joan Margarit en el prólogo de este libro que apareció en 2002 y que ahora, con motivo de la concesión del Premio Cervantes a su autor, reeditan el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá de Henares en la Biblioteca Premios Cervantes, con un prólogo -Poesía y verdad- en el que Luis García Montero explica que “la conciencia del final, la obligación de acostumbrarse a la ausencia, las nuevas formas de sentir el alma clavada al suelo marcan un proceso que va de la posibilidad de apurar lo que quedaba de vida en los momentos del estar muriéndose hasta el vocabulario de un mundo que nombra una y otra vez a la hija muerta para traerla de nuevo a la vida. Se escribe desde el desamparo con voluntad de no engañarse, pero con el deseo de conservar aquello que tiene que ver de forma verdadera con el propio yo y sus relaciones con el mundo. Ya no se trata solo de recordar, sino de configurar los modos y la razones del recuerdo para darle una coherencia al significado de nuestro presente.”


Ese proceso de la enfermedad terminal que conduce al desamparo por la ausencia es el centro de este poema:


   LA ESPERA                                    

         

Muchas cosas te están echando en falta.
Cada día se llena de momentos que esperan
esas pequeñas manos
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbrarnos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también tendrá que acostumbrarse.
Durante mucho tiempo todavía, 
la calle esperará ante nuestra puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.                   

 

 

Santos Domínguez