La Comedia humana.
Volumen XI.
Traducción de Aurelio Garzón del Camino.
Hermida Editores. Madrid, 2020.
Una mañana de enero de 1844 Balzac escribió de un tirón Un hombre de negocios, el relato que integró dos años después, algo retocado, en las Escenas de la vida parisina de La Comedia humana con otro título: Esbozo del natural de un hombre de negocios. Lo
calificó como una obrita ingeniosa. Narrado en forma de conversación de
sobremesa, su núcleo es la peripecia ocasionada por una deuda del conde
Maxime de Trailles, un viejo conocido de otras novelas del ciclo, un
deudor permanente que se niega a pagar y acaba siendo sometido por dos
especuladores.
También el dinero está en el centro del otro relato breve, el espléndido Facino Cane,
que toma su título del nombre del viejo músico ciego que cuenta su
ajetreada vida, su obsesión con el oro, la pasión que le pierde, y su
fuga de las prisiones venecianas.
Esos dos relatos breves, dos obras menores de un escritor portentoso, abren el volumen XI de la espléndida edición anotada de La Comedia humana que publica Hermida editores con traducción de Aurelio Garzón del Camino. Es el penúltimo de los cuatro volúmenes de las Escenas de la vida parisina, según la edición canónica en diecisiete tomos fijada por Charles Furne.
El grueso del volumen lo ocupa una obra mayor, Los parientes pobres,
el último de los grandes títulos de Balzac, una enorme novela en dos
partes, cima del realismo y espectacular galería de personajes. Una
novela escrita con un detallismo cercano al naturalismo que representa
la última explosión de energía creativa de Balzac y contiene
descripciones de personajes como esta:
Hulot palideció y
guardó silencio; atravesó la antesala y los salones y llegó, con el
pulso alterado, a la puerta del despacho. El mariscal, que tenía
entonces 70 años, los cabellos completamente blancos y el rostro curtido
como el de los ancianos de esa edad, presentaba de notable una frente
de tal amplitud que la imaginación veía en ella un campo de batalla.
Bajo aquella cúpula gris, cubierta de nieve, brillaban, ensombrecidos
por el saliente muy pronunciado de los dos arcos superciliares, unos
ojos de un azul napoleónico, ordinariamente tristes, llenos de
pensamientos amargos y de pesares. Aquel rival de Bernadotte había
esperado descansar de sus fatigas en un trono. Pero sus ojos se
convertían en dos formidables relámpagos cuando en ellos se reflejaba
algún gran sentimiento. La voz, casi siempre cavernosa, lanzaba entonces
acentos estridentes. Colérico, el príncipe volvía a ser soldado,
hablaba la lengua del subteniente Cottin y no respetaba ya nada. Hulot
d’Ervy vio a aquel viejo león con los cabellos alborotados como unas
crines, en pie junto a la chimenea, con el ceño fruncido, la espalda
apoyada en una de las jambas y los ojos distraídos en apariencia.
Organizada en dos partes (La prima Bette y El primo Pons),
desarrolla dos historias paralelas y contrapuestas de humillaciones,
despechos y venganzas, de inocencia y maldad, de codicia por el dinero,
de verdugos y víctimas. Dos historias en claroscuro protagonizadas por
la vengativa Bette Fischer (“Era granito, basalto, pórfido, que andaba”)
y por el humilde, servicial y comilón músico y coleccionista de arte
Sylvain Pons, dos de los personajes mejor trazados por Balzac, que
llevaba por entonces, en 1846, más de setenta novelas a sus espaldas.
Santos Domínguez