13/11/20

Joan Margarit. Joana

 

Joan Margarit.

Joana.

Fondo de Cultura Económica. 

Universidad de Alcalá de Henares.

Madrid, 2020. 

 

“De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos. Cuán distinta sería la vida si la muerte fuese a esperar muchos millones de años para podernos encontrar de nuevo, aunque fuese tan sólo durante unos breves instantes. Pero el abismo que nos separa es el abismo del nunca más. Los treinta años que hemos vivido juntos son ahora el único contrapeso y mi tesoro. [...] El mundo sin Joana se parece al que vivimos juntos, pero no es el mismo. Unas mínimas diferencias me ponen de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son las familiares. Me enfrento, pues, al terror más puro, cuando las cosas cotidianas no se reconocen y se vuelven amenazadoras. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo, perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra hija”, escribe Joan Margarit en el prólogo de Joana, el libro de poemas que escribió durante los últimos ocho meses de la vida de su hija, que murió en junio de 2001.


Escrito, como explica su autor, “del 10 de octubre de 2000 al 1 de septiembre de 2001”, Joana es un libro de despedida y de consuelo, una intensa crónica poética del horror y la inocencia, del dolor del desenlace y de la ausencia, pero también una mirada desolada al vacío, como en este Final, escrito el 4 de junio de 2001, entre el día de la muerte y el del entierro:


Tu entierro, en primavera: ése fue
el mensaje final de tu bondad.
Nada mejor en torno a ti que el ruido
de esta ciudad y, enfrente,
la eternidad del mar.
Qué ruda proa Montjuïc: alcanza
tan lejos como quiera el pensamiento.


El furgón va subiendo por caminos de arena
y tras él van los coches,
que hacen crujir al pie de los cipreses
la grava en la tranquila plaza de la mañana.
Siento ya tu sonrisa que atraviesa
los claros pájaros del aire,
ahora que todo vuelve a su principio,
como cuando no estabas.
Ha quedado un olor a flores junto al muro,
entre verdes oscuros y huidizos.
Las canciones del sol de tu silencio
iluminan el hierro del mañana.
Lo que digo de ti no tiene más sentido
que la herrumbrosa cerradura
de una puerta que no abre a ningún sitio.


Porque, como explicó José Carlos Mainer, “la muerte de Joana marcó en su poesía un antes y un después: una dimensión nueva de los sucesivos tránsitos familiares ya vividos y, por supuesto, otra percepción de su propia continuidad en este mundo.” 


“El sentimiento que ahora me domina es el desamparo”, escribía Joan Margarit en el prólogo de este libro que apareció en 2002 y que ahora, con motivo de la concesión del Premio Cervantes a su autor, reeditan el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá de Henares en la Biblioteca Premios Cervantes, con un prólogo -Poesía y verdad- en el que Luis García Montero explica que “la conciencia del final, la obligación de acostumbrarse a la ausencia, las nuevas formas de sentir el alma clavada al suelo marcan un proceso que va de la posibilidad de apurar lo que quedaba de vida en los momentos del estar muriéndose hasta el vocabulario de un mundo que nombra una y otra vez a la hija muerta para traerla de nuevo a la vida. Se escribe desde el desamparo con voluntad de no engañarse, pero con el deseo de conservar aquello que tiene que ver de forma verdadera con el propio yo y sus relaciones con el mundo. Ya no se trata solo de recordar, sino de configurar los modos y la razones del recuerdo para darle una coherencia al significado de nuestro presente.”


Ese proceso de la enfermedad terminal que conduce al desamparo por la ausencia es el centro de este poema:


   LA ESPERA                                    

         

Muchas cosas te están echando en falta.
Cada día se llena de momentos que esperan
esas pequeñas manos
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbrarnos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también tendrá que acostumbrarse.
Durante mucho tiempo todavía, 
la calle esperará ante nuestra puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.                   

 

 

Santos Domínguez