31/1/22

Los barrios bajos de Madrid según Galdós

 



José Esteban.
Los barrios bajos de Madrid según Galdós.
Fotografías de Antonio Tiedra. 
Paladares de Cordelia. Madrid, 2021.


“La división social entre barrios bajos y altos coincide con su elevación sobre el Manzanares. Entiendo que el oso es el Madrid que vive desde la Plaza Mayor para arriba, y el madroño lo que llamamos barrios bajos”, explicaba Galdós en 1915 en una conferencia sobre Madrid en el Ateneo.

Leer a Galdós, “novelista urbano” en definición de Clarín, es inevitable y felizmente recorrer las calles del Madrid que frecuentó durante casi sesenta años, entre 1862 y 1920. El centro y los barrios bajos del sur de la ciudad fueron los espacios predominantes en sus novelas, escenarios que desempeñan en sus obras un papel casi de protagonista y cumplen también una función simbólica de evidente significado social, porque en ellas el nivel topográfico se corresponde también con el nivel social, de manera que el ascenso o el descenso social se metaforizan en los frecuentes traslados y mudanzas de los personajes a zonas más altas o más bajas del Madrid de la época.

Hay quienes ascienden en posición social y se van a vivir a zonas más altas, como Isidora Rufete o Felipe Centeno, y quienes, venidos a menos, como doña Paca en Misericordia, se mudan a zonas más bajas de la capital. Y además todos sus personajes, en movimiento continuo, se mueven por las calles de aquel Madrid que Galdós inmortalizó en sus novelas y que evocó magistralmente en 1915 en su Guía espiritual de España.

Sobre esos barrios bajos y su representación literaria en las novelas galdosianas Paladares de Cordelia acaba de publicar Los barrios bajos de Madrid según Galdós, una espléndida monografía de José Esteban, ilustrada con fotografías de Antonio Tiedra.

“Con Galdós -escribe José Esteban- nace verdaderamente la novela urbana madrileña y, con su memoria y su impagable ayuda, el novelista levanta ese gran monumento madrileño, más importante que la Cibeles o la Puerta de Alcalá, ese monumento literario madrileño que son las páginas de Fortunata y Jacinta, donde trata a Madrid como fuente de organización literaria y a la vez como objeto de ella; es decir, como cimiento sobre el que se asienta la novela y como colmena humana. Como objeto y sujeto de la misma novela.
[…]
Galdós necesita la presencia de Madrid para conducir a sus personajes a través del laberinto de sus vidas y del laberinto de sus calles; lo que ha dado lugar a un «Madrid galdosiano». Un Madrid aún muy reconocible. Todavía la calle de Toledo se inicia orillada en su principio de soportales, desde la Plaza Mayor al Manzanares. Todavía las calles conservan sus viejos y significativos nombres Latoneros, Cuchilleros, Botoneras, Coloreros, Bordadores, Herradores... Todavía el Arco de Cuchilleros taladra el caserón de la Plaza Mayor, donde el delfín, Juanito Santa Cruz, ve por primera vez a Fortunata -que en la escalera sorbe un huevo crudo.
Es un Madrid que se mueve en el cogollo de la ciudad de los Austrias, entre la Plaza de Santa Cruz y el Palacio Real, entre la Fuentecilla, las Descalzas Reales y la Iglesia de San Sebastián (la iglesia que como «muchas personas tiene dos caras» y donde Benigna, la heroína de Misericordia, pide limosna para alimentar a su señora).”

La calle de Toledo y el Rastro, la Cava Baja y la calle Mayor, la Plaza de la Cebada y el Manzanares, Mira el Río o la calle Imperial, cafés como el de San Millán o iglesias como la de San Sebastián son algunos de los espacios madrileños en los que transcurren las novelas de Galdós. Espacios que se convierten en un personaje más de sus obras:

“Madrid, todo el Madrid del siglo XIX -escribe José Esteban- es el gran personaje de Galdós. Nadie como él, en nuestra literatura, supo mirarlo con tan amplia pupila y, después, transmitirlo. Es un Madrid que vive en sus páginas, late, sufre, se transforma, se alarga calle de Fuencarral arriba, donde están las reformadoras Micaelas, que acogerán a Fortunata, y se desvive, angustioso, en su diario penar.”

Esta cuidada edición es, además de un homenaje al mejor novelista español del XIX, 
aquel “paisajista de los barrios bajos”, una indeclinable invitación a visitar de nuevo su obra y a revivir aquel Madrid bullicioso y cambiante de la segunda mitad del XIX en un estupendo recorrido por los lugares galdosianos de la mano de los textos de José Esteban, de novelas como las de Torquemada, Fortunata y Jacinta, Misericordia o Nazarín y de las fotografías de Antonio Tiedra.

Santos Domínguez 


28/1/22

El portador de resinas


Javier García Cellino.

El portador de resinas.

El sastre de Apollinaire. Madrid, 2021.



SALMO 4


(Plegaria de un hombre solitario) 


Heme aquí sentado en el ojo de la serpiente, cerca del ruido de las madreselvas y del insomnio de los caballos.

Heme aquí urdidor de vértebras atrasadas y el fiel custodio de la orina cuando canta en el desierto.

Fui una fecha gastada por la costumbre, los sueños sin futuro, el temblor de mis piernas en el pecho materno.

Amé la heroica soledad de los muertos, la mansedumbre de la niebla al atardecer y en la extraña alianza del mundo visité el coro de los emperadores ciegos. 

Caminé como ovillo sin lana, mientras el viento sacudía mi vieja cabellera, y en las noches volcánicas me vi arrojado contra una pared de fuego. 

Hubiera querido ser sombra de lepra, país en barbecho, el golpe de una cuchara contra el embravecido mar, 

          mas al cabo nadie aguardaba mis pasos. 

Como si a nuestro alrededor oliera a humo viejo, a humedades silenciosas, a mujeres que pasean su esterilidad por los mercados.


Es uno de los cinco salmos que componen La luz doliente, la cuarta parte de El portador de resinas, el libro que Javier García Cellino publica en El sastre de Apollinaire.


Javier García Cellino (Langreo, 1947) no es un recién llegado, ni uno de esos poetas triviales que crecen como flores tristes al calor artificial de las redes sociales. Es, aunque poco conocido, un admirable poeta de sólida trayectoria avalada por premios como el Juan Ramón Jiménez de 2005 por su Sonata para un abecedario, o el de la Crítica de Asturias en 2018 por Famélica legión. Premios que no están al alcance de cualquiera. Ni siquiera de esos que no se presentan -dicen ellos- a premios que nunca les darían.


Este es un ejemplo de su capacidad poética y de su potente mundo de imágenes, inspiradas aquí por el cuadro de Giorgione que le da título:


La tempestad, 1508


El pavoroso oboe del trueno entretejía un estupor inmemorial al que no era ajeno el derrumbamiento de los corazones.

El viento convertía las sabinas en tumultuosas ramas dinásticas que nos amenazaban con su afilada espada. Una lluvia desposeída de cualquier virtud a nuestros ojos no tardó en anunciarnos su velo nupcial. Era agosto para las cosechas y para el miedo que prolongaba su flor de harina negra en los pechos.

Pasaron muchas horas hasta que retornamos a la duplicada condición humana.

Como corderos al sol o astros que navegan por mandíbulas estrechas, así nos vio aquella tarde el poeta, sobrecogidos en lo alto de las colinas.


Sus textos visionarios y potentes, exigentes y depurados, plantean un ambicioso modo de conocimiento de la realidad a través de poemas en prosa y versículos de tono sapiencial y salmódico, alejados por igual de la excentricidad descerebrada y del prosaísmo inane que tanto abundan en la poesía reciente. 


Este fragmento del poema inicial, Cabeza soñadora, es un ejemplo de esa ambición expresiva:


La carne de los sueños está hecha de un material fibroso. Una fecha equivocada, una falsa identidad, incluso la confusión entre una herida y el frío de los caballos es un sueño al revés.

 

En sus cuatro partes la escultura y la pintura, el cine o la música se convierten en motores de la escritura y la búsqueda, de base contemplativa, mirada meditativa e impulso órfico que transfigura la realidad con felices hallazgos de imágenes como las que vertebran este otro Salmo, el que cierra el libro que toma de él su título: 

 

El excelso vuelo de las aves anuncia una promesa de reencarnación. Aun sin saberlo, ascendemos desde la materia impura hasta las aguas heladas del porvenir. Todo sea por probar un traje nuevo.

Loor a la tierra que tuvo conciencia de sus pasos, al blasón en el que se confundieron los demonios del verbo, a cada uno de los testigos ciegos que ardieron en el pequeño diamante del mundo.

Bayas furiosas nos acompañan durante el largo viaje.

He aquí al portador de resinas que fue rey por un día.

 

Santos Domínguez

 

 


26/1/22

José María Álvarez. Tigres en el crepúsculo


José María Álvarez.
Tigres en el crepúsculo.
Edición de Alfredo Rodríguez. 
 Ediciones de la Universidad de Valladolid, 2021.

 “Elogiaré ahora la fiesta de la pasada noche, perfecta, joya de alcohol, tigres en el crepúsculo; hablaré del brillo de los rostros convocados”, escribía José María Álvarez en ‘El oro de los tigres’, un artículo que publicó en Disidencias, suplemento literario de Diario 16 el 2 de enero de 1981.

Y de ahí procede el título de la recopilación de prosas dispersas de José María Álvarez que ha preparado Alfredo Rodríguez que publica la Cátedra Miguel Delibes de la Universidad de Valladolid.

Se reúne en Tigres en el crepúsculo, un volumen espléndidamente editado, casi medio centenar de textos misceláneos en prosa: fragmentos de prólogos y ensayos de crítica literaria, artículos o conferencias, cinco entrevistas y el inédito Diario del confinamiento, del 15 de marzo al 11 de mayo de 2020, repleto de nombres y conversaciones, de libros y películas, al que pertenecen estas líneas:

He escuchado por la televisión a algunos de estos farsantes que nos gobiernan, y decían sobre la epidemia unos disparates sobrecogedores. De pronto he tenido la sensación de que eran zombis. Verdaderamente, supongamos que uno tiene un negocio y que necesita personal: ¿qué empleo podría darles a ese ser que es Ministro de Trabajo, o a la vicepresidenta Calvo, o a ese ignorante a perpetuidad, un tal Garzón… o a cualquiera de ellos? Y para qué hablar de ese tipejo absolutamente despreciable, Iglesias, y su actual esposa, que también es ministro de no sé que aberración. ¿Mujer de la limpieza, guardacoches, mozo de recados? A Iglesias solo lo veo como carne de presidio. Algo que sería bueno para ellos -en general, para la mayoría de los políticos- sería ponerlos en la calle, sin sueldos ni pensiones, nada, ahí, en la calle, a ver cómo se ganaban la vida.

“Este volumen es el resultado -escribe Alfredo Rodríguez- de años de minucioso rastreo de la escritura y dictado en prosa que José María Álvarez ha cultivado indistintamente en multitud de espacios y formatos. Al final, todas estas explicaciones fragmentarias de literatura y vida es como si conformaran piezas siempre de un mosaico mucho más amplio.”

Habitan estas páginas una serie de presencias fundamentales en el universo literario del autor de Museo de cera, de Kavafis a Villon, de Shakespeare a Eliot, de Hölderlin a Stevenson, de Montaigne a Hume, de Poe a Borges, de Baudelaire a Pound. 

Y entre la disidencia independiente y la lucidez a veces provocadora y a contracorriente, afirmaciones demoledoras como estas sobre Unamuno: 

“Unamuno es, quizás, el intelectual más irresponsable que puede encontrarse en aquella España conmovida por los acontecimientos que culminaron el 18 de julio de 1936. […] No tiene vigencia. Ninguna vigencia. Ni en su temática ni en su manera de trabajar, de hacer el verso.”

Porque, como señala Álvarez en el epílogo, el libro “está lleno de reflexiones que hoy matizaría e incluso discutiría. Pero da lo mismo. Eso he sido.”
 
Santos Domínguez


24/1/22

Mario Martín Gijón. La Pasión de Rafael Alconétar


Mario Martín Gijón.
La Pasión de Rafael Alconétar.
 Novelaberinto.
KRK Ediciones. Oviedo, 2021.


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El alboroto externo, tan molesto, se fue convirtiendo en alborozo interno y regocijo irónico ante la barahúnda de vanidades que iba compareciendo en el auditorio donde esperábamos al célebre literato. Isabel Cardeñosa llegó acompañada de su marido, hasta entonces desconocido para nosotros, y que la seguía con aire de pájaro aturdido y cabeza de chorlito. Raimundo Perojo repartía apretones de manos y palmadotas campechanas sobre hombros de hombres tan apagados como pagados de sí mismos. José María Cambrón, erguido como un gallo, oteaba el panorama juzgando dónde su dignidad le exigía sentar sus posaderas. La llegada del profesor Miguel Ángel Lomas, irremplazable en su papel de maestro de ceremonias y rollista oficial para este género de eventos, señaló el inicio del festejo, tan viejo. 
Lomas comenzó recordando a un escritor fallecido días antes, ignorado en vida y ensalzado en muerte, suscitando el asentimiento de las cabezas, como si una ráfaga de aire hubiera hecho oscilar a unos cuantos girasoles pochos. La presentación de Lomas, pasablemente ingeniosa, hizo brotar risitas apagadas y rumores impostados.
Un silencio hecho de veneración se hizo cuando llegó el turno al escritor de éxito. Su voz nasal y su tono engolado se adaptaban, a todas luces, a las expectativas de la concurrencia. Hubo un momento en que el conferenciante sintió calor y se despojó de su chaqueta, con tan mala ventura que se le cayó al suelo. El profesor Lomas se incorporó veloz y, perdiendo arrobas de dignidad por el camino, se apresuró a recogerla. La dobló con mimo, la abrazó durante un instante y la depositó en una silla trasera.

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 Y no te olvides del Bardo Verde, ese Dichtator (como lo llamaba Rafael con germanismo ideado junto a su hermano Jeremías, cuando aún lo era), un hombre atormentado por su fama y propenso a desencadenar tormentas cuando se veía humillado. Un Catón con tacones, zonzo con zancos, puesto de puntillas y alzando la voz, desgañitándose de ganas de ser escuchado más allá de su provincia y vecindario. Todas sus bobadas blogueadas en la garganta, Gargantua grosero aunque se creyera Claudio Rodríguez o Garcilacio. Suspicaz frente a los capaces que le revelaban su impotencia. Con el odio agrio y mezquino del mediocre que ha logrado encaramarse a fuerza de caramelos a unos y otros, de favores y suplicatorios, y que no soporta el talento indomable, el destino de excepción del artista solitario que, por su puesto, no merece alcanzar por su valía los frutos que a él le han costado sudor y rogativas.

Esos retratos de dos significativos personajes, dignos de figurar en lo que Balzac llamaba Escenas de la vida de provincias, forman parte de La Pasión de Rafael Alconétar, la asombrosa Novelaberinto que Mario Martín Gijón publica en KRK Ediciones.
                    
En boca de dos de las voces de la novela, Pedro Muñoz y Josué Pérez Williams, son dos de los setecientos fragmentos de un ambicioso despliegue narrativo que convoca en su amplia y bien ajustada polifonía el genio protector de Cabrera Infante y de Miguel Espinosa en uno de los empeños novelísticos más admirables de los últimos años. 

Sus más de setecientas páginas, que se leen a un ritmo trepidante, reflejan el sostenido empeño del autor por ajustar cuentas con las miserias de la vida literaria en la pequeñez de la vida provinciana, pero son también el brillante resultado de un admirable reto consigo mismo en un empeño narrativo de largo aliento que está al alcance de muy pocos escritores.
         
A partir de la evocación del protagonista, Rafael Alconétar, muerto a los 33 años, cuya trayectoria vital, Pasión y muerte reconstruyen a los diez años de su desaparición sus Sangradas Escriaturas y las voces de sus cuatro discípulos y evangelistas -Susana Cordero, Pedro Muñoz, Dolors Cavalls y Jaime Becerril- y de otros muchos personajes que lo conocieron, se articula esta novela que es una sátira de la vida provinciana, de los ambientes universitarios y literarios, una reconstrucción poliédrica de la compleja  peripecia sentimental del héroe en medio de un panorama gris marcado por la mezquindad cainita y la pequeñez de miserables mediocres frente a un héroe contradictorio, rebelde y lúcido empujado a los márgenes y a la crucifixión:

Dicen -afirma en el fragmento inicial la antigua alumna de su taller literario, Susana Cordero- que Rafael Alconétar murió, treinta y tres años después de su nacimiento, bajo un sol de injusticia y las pedradas del grupo de conjurados y el calor de la vergüenza rencorosa que habían ido suscitando sus insolencias. Dicen que allí quedó tendido, en una pendiente apuñalada de pizarras y decorada de cagajones, quizás amarrado al áspero tallo de una retama, puesto que nadie le tomó la mano en su hora final. Por mi parte, su recuerdo quedará siempre unido a una época increíble, en que aquella ciudad, adormecida desde  hace  siglos a la sombra de sus torreones y al sabor de lo acostumbrado, se vio sacudida por la furia indomable de vivir, la alegría del placer desatado, el hambre de la belleza y la rebeldía de un puñado de conciencias enardecidas por su palabra.

Una novela que reúne en la creatividad torrencial e integradora de sus materiales aluvionales distintos registros, diversos enfoques de la realidad y la ficción para proponer una reflexión amarga y ácida sobre la condición humana, sobre la vida y la literatura.

Intensa y desbordante, monumental y sorprendente, La Pasión de Rafael Alconétar es una novela excepcional en el árido panorama literario actual, tan pedestre como conformista y previsible, tan propenso al retruécano gratuito y al calambur de ingeniosos ex seminaristas hipermaduros. 

Me parece que Mario Martín Gijón es uno de esos pocos autores que están a la altura literaria de su ambición, para goce de sus lectores, que nunca serán muchos, pero pertenecerán a esa banda de happy few que Shakespeare invocó memorablemente por boca de Enrique V.

Santos Domínguez 


21/1/22

Antonio Colinas. Los caminos de la Isla

 


 

 Antonio Colinas.
  Los caminos de la Isla.
Edición de Alfredo Rodríguez.
Olé Libros. Valencia, 2021.

Oh madre coronada de olivo, todavía
discurre por mi sangre el ardoroso estío
de las verdes cigarras, el caudal misterioso,
plácido y aromado, de una noche de labios.
Aún están brotando de mi boca las flores
y no cesa tu mar de acrecentar en mí
las ansias de vivir, la sed de libertad.
¿Qué idioma es el que graban en las piedras gastadas
las ya muertas lunas de los siglos ya muertos?
¿Y ese extravío ebrio de las horas que pasan
como el vuelo de un ave por un cielo sin nubes?
¿De qué tiempo nos llegan todos esos latidos
luminosos y oscuros de tus sienes sombreadas
por lanzas, por cipreses? ¿Por qué esta sed de ti
cuando aún están cayendo, en el reseco pozo
de mis manos, limones que enamoran estrellas,
la carne de los dioses en el bronce oxidado,
las enlutadas rosas de sonámbulos huertos?
Raíz, alma del mármol, donde sepulta el sol
su más inmensa hoguera, pesadumbre que llega
muy adentro, a los huesos tenebrosos del hombre.
La brisa mueve rizos, sonoras caracolas
en tu cuerpo, y los sueños son renuevos muy tiernos
en el funesto ramo de una vida finita.
Tus azulados ojos contra un muro de cal,
esa húmeda mirada de virgen fugitiva,
perduren por los siglos de los siglos, nos digan:
mi luz es vuestra carne, vuestra sangre es la luz.

 

Ese poema de Noche más allá de la noche, de Antonio Colinas, es uno de los que forman parte de Los caminos de la Isla, la estupenda antología temática que ha preparado Alfredo Rodríguez de la poesía ibicenca del poeta leonés.

La publica Olé Libros en una cuidada edición que se abre con un prefacio, ‘Sintonizar con el espíritu mediterráneo’, en el que Antonio Colinas explica que estos poemas son el resultado de “una serie de vivencias que se prolongaron de manera continuada a lo largo de veintiún años y de manera esporádica a lo largo de más de cuarenta. Por tanto, estos poemas no son una muestra de «descubrir Mediterráneo alguno» sino de mostrar la fusión entre poesía y vida, entre la experiencia de vivir y la experiencia de crear, que ha sido otra de las ideas claves de mi escritura.”

Porque tras una primera etapa marcada por un culturalismo vivido y una intensa sentimentalidad neorromántica, por un lirismo telúrico y una pureza formal que tienen su eje en Sepulcro en Tarquinia, la escritura de Antonio Colinas crece en su impulso órfico en la etapa ibicenca que se desarrolla entre Astrolabio y Jardín de Orfeo. Una fase que tiene su centro en Noche más allá de la noche, donde el equilibrio entre el sentir y el pensar, entre la emoción y la reflexión da lugar a ese largo poema en el que la poesía de Colinas alcanza una de sus cimas de profundidad y de transcendencia de la palabra inspirada.
 
 La culminación de ese largo viaje hacia la armonía y la luz, hacia la desnudez expresiva y la depuración de un lenguaje esencial, hacia el conocimiento a través de la razón poética se produce en una tercera etapa a la que pertenecen obras esenciales como el Libro de la mansedumbre, Desiertos de la luz o Canciones para una música silente, en los que se resuelve en síntesis poética la armonía de sentimiento y pensamiento, de tradición oriental y humanismo, de clasicismo y romanticismo, de ética y estética, de filosofía y mística a través de un diálogo cada vez más resuelto con lo sagrado y con ese alto voltaje emocional que Pound le exigía a la palabra poética.

“Colinas va modulando a su alrededor, en numerosos poemas dispersos por su obra, y que en este libro quedan recogidos, todo un mundo lírico propio geográficamente muy concreto y en unas coordenadas muy precisas: la isla de Ibiza. Este fino hilo de oro de unión de los poemas ibicencos de Antonio Colinas va hilvanando sus libros, atravesando diferentes épocas de su vida y portando en su sangre los ritmos y la sabiduría de la mejor poesía mediterránea”, escribe Alfredo Rodríguez en ‘La Ibiza esencial de Antonio Colinas’, el prólogo con el que presenta la antología.

La armonía y la plenitud, la libertad y el silencio, el misterio y la soledad, la comunión con la naturaleza, la purificación en la luz y la experiencia interior de profundización en la conciencia son algunos de esos caminos por los que transcurre la poesía ibicenca de Colinas.

Es “una Ibiza interior muy profunda, secreta”, como señala Alfredo Rodríguez, “una realidad maravillosa y paradisíaca” reflejada en esta magnífica antología en más de un centenar de poemas procedentes de libros como Astrolabio, Noche más allá de la noche, Jardín de Orfeo, Desiertos de la luz, Canciones para una música silente y En los prados sembrados de ojos.

Escritura y vida, emoción y conocimiento, música y mirada, misterio y armonía, se armonizan en una poesía que explora el tiempo y su símbolos, ahonda en la dimensión moral de la estética y aspira a la revelación de una realidad superior a través de la palabra poética inspirada.

Todo ese proceso se recoge también en esta selección que resume más de cuatro décadas de escritura inspirada en la isla, que Colinas ha venido reflejando desde Astrolabio, un libro de 1979, hasta el reciente En los prados sembrados de ojos, al que pertenece el 'Poema de la eterna dualidad' con el que se cierra esta antología. Estas son sus últimas estrofas:

Por eso, esta noche
me asomaré de nuevo
al pozo de allá arriba
y volveré a hacerme las preguntas
que Virgilio, o Leopardi o Rike
(o cualquier hombre) se hicieron;
regresaré a ver qué me transmite
el astillado espejo de la noche,
el símbolo marcado en nuestras almas
sedientas.

Y cerrando los ojos en lo oscuro,
olvidaré los prados de la muerte,
retornaré a ese punto entre mis cejas
a esa estrella de fuego invisible
que es como una muerte
muy dulce (pasajera,
pues no mata).
Gozosa sensación de infinitud
que alguien le concede
a quien nace y se sabe
luz finita.

Por ello, no pases, tiempo.
¡Detente, instante
de oro!

Santos Domínguez


19/1/22

Emerge, memoria (Conversaciones con Sebald)

 


Lynne Sharon Schwartz (ed.)

Emerge, memoria.

(Conversaciones con W.G. Sebald). 

Traducción de Cristian Crusat. 

KRK Ediciones. Oviedo, 2021.

“Encuentro algo terriblemente fascinante en el pasado. Apenas me interesa el futuro. No creo que vaya a deparar muchas cosas buenas. Pero al menos sobre el pasado puedes hacerte algunas ilusiones”, afirmaba W. G. Sebald en una conversación (‘Un perseguidor de fantasmas’) con Eleanor Wachtel grabada el 16 de octubre de 1997. 

Es una de las cinco conversaciones que, junto con cuatro ensayos, forman parte de Emerge, memoria, la espléndida recopilación de entrevistas y ensayos que preparó Lynne Sharon Schwartz en 2007 y que publica KRK en una cuidada edición en su colección Tras 3 letras.

 

Como “la idónea y más emotiva puerta de entrada a la obra de W. G. Sebald, uno de los escritores contemporáneos más misteriosamente excelsos” definen los editores este conjunto que se presenta con una limpísima traducción de Cristian Crusat, que ha puesto al frente del volumen una útil y orientadora bibliografía esencial de Sebald en español.

 

Desde que publicó Los anillos de Saturno, a mediados de los noventa, y hasta que  un accidente de tráfico el 14 de diciembre de 2001 truncó su vida y su obra, Sebald se convirtió en un escritor imprescindible para entender la literatura europea en la compleja transición del XX al siglo actual. Lo confirmarían títulos como Sobre la  historia natural de la destrucción y Austerlitz, su obra más ambiciosa y la que más se aproxima a las convenciones del género narrativo.

 

La mezcla de narración y digresión meditativa, de delirios y experiencias, de recuerdos y ensoñaciones, de vivos y muertos, de tiempos y rostros, lecturas y lugares caracterizan una escritura tan inclasificable como la de Sebald, dueño de una prosa potente e hipnótica que sumerge al lector en una experiencia irrepetible. 

 

Una experiencia de lectura que de párrafo en párrafo le pasea por la vida y por la historia bajo la especie de una biblioteca, le traslada a un mundo de recuerdos reales o inventados que sólo existe en la literatura, un ámbito que vence al tiempo, funde el presente y el pasado y anula las distancias entre espacios distantes como Viena, Venecia, París, Londres, Milán, Verona, Innsbruck o Baviera.

 

En el viaje continuo que propone toda su obra, la prosa de Sebald, delicada y potente, lenta unas veces, vertiginosa otras, llena de meandros y rincones apacibles, va más allá de lo narrativo, lo lírico o lo reflexivo para apelar a lo más hondo y lo más humano, a lo más próximo al lector fascinado por estas páginas, la vez densas y fluidas por las que se suceden viajes y vidas de escritores viajeros y atormentados por el recuerdo, el tiempo y la desorientación.

 

“Los muertos siempre me han interesado más que los vivos”, escribió el ‘perseguidor de fantasmas’ Sebald una vez. Quizá por eso el pasado, la destrucción, el luto y el recuerdo son los temas que unen su labor narrativa con su producción ensayística y dan lugar a un híbrido de narración, ensayo y dietario, característico de la obra de Sebald, autor de una literatura estremecedora y mestiza.

 

Pero no es sólo una cuestión de temas. Hay en toda su obra una voluntad expresa de borrar las fronteras genéricas clásicas para proponer formas nuevas que son el resultado de ese mestizaje expresivo:

 

“Puesto que Sebald -afirma Lynne Sharon Schwartz en la Introducción de este volumen- inventó una nueva forma de ficción narrativa que materializa el desdibujamiento contemporáneo de las fronteras entre la ficción y la no ficción, los críticos han debatido sobre la categorización de su obra, en la que se combinan la autobiografía ficticia, el diario de viaje, los inventarios de curiosidades naturales y de aquellas creadas por el hombre, la reflexiones impresionistas sobre pintura, la entomología, la arquitectura, las fortificaciones militares y otros elementos. El propio Sebald utilizó el término ‘ficción narrativa’.

 

En esa introducción, Lynne Sharon Schwartz hace un recorrido por la obra de Sebald, de la que dice entre otras cosas que “como muchos escritores geniales, gravita siempre alrededor de los mismos grandes temas. Su favorito es el raudo despliegue de cada empeño humano y su larga y despaciosa muerte, causada por un desastre natural o por un desastre que provoca el hombre, y que se salda con un sinnúmero de vestigios que merecen una atenta lectura, por no hablar del inmenso sufrimiento humano. Sus ideas sobre el tiempo hacen posible esta visión panorámica.”

 

“Mi medio es la prosa, no la novela”, declaraba Sebald en 1993. Y con esa afirmación daba la clave de una literatura como la suya en la que la fusión de géneros determina la tonalidad estilística y la temática de su obra, en la que la mirada al pasado es decisiva en la construcción de una identidad que emerge de la memoria. Esa es la raíz de toda su escritura:

 

“Crecí -explica en una de las conversaciones- en la Alemania de la posguerra, donde había -lo digo a menudo- algo parecido a un pacto de silencio; por ejemplo tus padres nunca te contaban nada sobre sus experiencias porque había, como poco, muchísima vergüenza vinculada a esas experiencias. De modo que se mantenían guardadas a cal y canto. Y por mi parte, dudo que mi madre y mi padre abordaran alguna vez, siquiera entre ellos, estos asuntos. No se trataba de un acuerdo escrito o verbal. Era un acuerdo tácito. Era algo de lo que nunca se hablaba. De modo que yo siempre… Crecí con la sensación de que en algún lugar hay una especie de vacío que debe ser ocupado con relatos de testigos en los que uno puede confiar. Y una vez que empecé…”

 

La conflictiva realidad familiar y nacional, las consecuencias de la guerra en Alemania, la abolición del pasado, el paso por la universidad, la importancia de la memoria, la dificultad de la escritura, la identidad y el desengaño, la melancolía o la destrucción de la naturaleza son ejes que articulan la obra de Sebald y vertebran también estos textos que son aproximaciones certeras al mundo literario y vital de  Sebald, uno de los grandes del fin de milenio, con una posición privilegiada para hacer de puente entre los escritores europeos del siglo XX y los del XXI.

 

Varias entrevistas, cuatro ensayos, entre ellos uno de Charles Simic, y otro muy crítico con Sebald -y por eso también muy iluminador- de Michael Hoffman (‘Una fría suntuosidad’) componen esta selección de la que dice su autora: “Elegí los textos que siguen de entre una ingente cantidad de entrevistas, reseñas y ensayos. […] Las entrevistas ofrecen […] sus obsesiones, sus precursores, sus gustos literarios, su formación y las fuentes de su solemne talante, ese empeño en rastrear ‘los indicios del declive’.”

 

Cierra el volumen una emotiva evocación de Sebald (‘Cruzar fronteras’) a cargo de Arthur Lubow. A medio camino entre el ensayo y la conversación, es una magnífica semblanza del mundo personal de Sebald y una certera iluminación de su universo literario. 

 

Un estupendo remate de un libro imprescindible para los lectores de Sebald, que aparece aquí cercano y profundo a la vez. Y para los que aún no lo sean, una invitación a serlo.


Santos Domínguez