Con
un daiquirí de Ruberman, la primera maravilla del mundo moderno,
observarás cómo los Ford, los Chevy, los Buick, los Pontiac, todos del
56 ––el mejor año para los coches––, y los teléfonos de los años veinte,
que todavía abundan, con horquilla, los mismos de Eliot Ness y sus
Intocables, las motos con sidecar, incluso los televisores rusos del
deshielo, hacen sociología de la buena, mientras una música de almíbar
que llega de Marianao, directamente desde Tropicana, te cuenta al oído
que estás en el Paraíso Perdido. Justo en ese momento, ¡buuumm!, suena
el cañonazo del Morro. Son las nueve. Has fondeado. ¿Dónde? No lo sé.
Pero has atracado, has echado el ancla. Y no te quieres ir. En tu cara
solo hay una ligera huella de pérdida. Entonces, mirando la paleta de
morados, lilas, ocres y cadmios de las casas a medio desmoronarse del
Malecón, te tomas otro daiquirí ––el único cóctel con ideas–– y, qué
diablos, la santería de san Lázaro estalla en tu cerebro, que busca en
el monte amparo.
Y brota hierbabuena de tu cuerpo.
Así termina Daiquirí, un texto de 1996 que es ahora el capítulo inicial de El toque Lubitsch y otros roces, de José Luis Garci, que aparece en Reino de Cordelia en una edición magníficamente ilustrada con abundantes ilustraciones fotográficas, carteles de películas y
fotogramas tan espectaculares como el que acompaña estas páginas, la
escena de la partida de cartas de Dr. Mabuse, que dirigió Fritz Lang en 1922.
Ese es el primero de un conjunto de ocho textos escritos a lo largo de un cuarto de siglo, hasta el que cierra el volumen, Screen Wars (La guerra de las pantallas), que es de este mismo año.
Lo presenta un prólogo ('El toque Garci') en el que Noemí Guillermo, filóloga autora de un libro sobre Mabuse,
avisa de que “no estamos, como digo, ante un libro pelmazo, de los que
tanto abundan, ni de esos con notas en la parte final o llamadas a pie
de página. Tampoco con listado bibliográfico, porque su autor, a
diferencia del resto del mundo, busca la información en su prodigiosa
memoria, que lo emparenta con Funes y llega a ser insultante para el
común de los mortales. Es, más bien, un libro comunicativo, alegre y
dicharachero como Gustavo, el reportero de Barrio Sésamo, en el que
Garci derrama su ingente conocimiento cinematográfico, artístico y
literario de forma ligera y sin pretensiones.
Por las páginas que
siguen a este prólogo descubrirá el lector los verdaderos motivos por
los que millones de estadounidenses creyeron que los marcianos habían
desembarcado en Kansas City; quién es ese hijo de Lang que presagia a
Hitler e influye de forma inequívoca en el resto de archivillanos del
cine; dónde y a partir de qué fuentes nace la trilogía de El crack
o qué diablos es eso del famoso «toque Lubitsch». Encontrará, además,
una peculiar teoría de la evolución, las referencias cinematográficas
que habitan en la obra pictórica de Eduardo Úrculo, así como un texto
delicioso sobre una dama algo entrada en carnes, obnubilada por el ansia
de reencontrarse con su fogoso amante, por el que, lo reconozco, siento
especial debilidad (¿quién no se ha vuelto tonto de amor alguna vez?), y
que se incluyó dentro de un volumen editado por el Museo del Prado
titulado Vidas imaginarias.”
La evocación de Hemingway en
el Floridita de la Habana en diciembre de 1954; un Eduardo Úrculo que
“finalmente se ha hecho cine y, por tanto, pinta a 24 emociones por
segundo” y que ilumina con su pintura Manhattan “como nadie antes lo
había hecho: con el color de nuestras ilusiones”; la voz de Orson
Welles, “tan importante como su obra”; Fritz Lang, “uno de los grandes
creadores que nos ha regalado el cine”, y su Trilogía Mabuse, “el
país del Mal” del que proceden muchos de los malvados y psicópatas del
cine y el cómic; un recorrido por la memoria de la Gran Vía madrileña,
la calle de los cines, son algunos de los textos de este libro que toma
su título de uno de los artículos, que asume a su vez el de un brillante
libro de Herman Weinger sobre el director berlinés, un artista que
modificó la forma de escribir guiones y dirigir películas con su
capacidad de sugerencia y elipsis y sus sorprendentes giros
argumentales:
“Es muy difícil -escribe Garci- definir qué rayos
es el ‘toque Lubitsch, porque es algo inaccesible, invisible; es un
olor, un perfume que inunda toda la película. El auténtico cine con olor
es el de Lubitsch, no aquel Odorama de los años cincuenta. Es imposible
explicar lo que no se puede. Es eso, el basurero veneciano que recoge
la basura mientras canta románticas serenatas desde su góndola.”
Cierra
el volumen un texto reciente sobre la evolución de los espacios y las
pantallas y de cine: desde las grandes catedrales cinematográficas y sus
pantallas de tela a las pantallas de cristal de la televisión y de ahí a
las pantallas táctiles de los dispositivos digitales actuales.
El conjunto traza una historia personal del cine que cumple el objetivo que Garci fijaba al comienzo del libro:
Me
conformaría con que estos párrafos se parezcan un poco a la pintura
pop, a la tele y a la radio, es decir, que sean variados, como la lucha
libre, igual de divertida, alegre, ingenua y luminosa, llena de colores
estimulantes en los batines de los luchadores y en los tintes de las
cabelleras de las campeonas. Ojalá que mis reflexiones no hayan
envejecido demasiado y, por el contrario, recuerden aquello que
comentaban Epicuro y sus amigos, filósofos ilustres, en los night clubs
de Atenas: que no deberíamos tomarnos muy en serio, ni a nosotros ni a
lo que hacemos.
Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
3/1/22
José Luis Garci. El toque Lubitsch
José Luis Garci.
El toque Lubitsch y otros roces
Prólogo de Noemí Guillermo.
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.
Santos Domínguez