14/1/22

Neruda. Poesía completa 1948-1954

 

Pablo Neruda.
Poesía completa. 
Tomo II. 1948-1954.
Seix Barral. Barcelona, 2021.


Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.

 Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.


Con esas dos estrofas comienza 'La noche en la isla', uno de los poemas de Los versos del Capitán, que forma parte de la edición en Seix Barral de la Poesía Completa de Pablo Neruda entre 1948 y 1954.  

Es el segundo de los cinco tomos de una edición preparada por Darío Oses y Mario Verdugo, que han fijado los textos según las primeras ediciones y las que el propio autor consideró definitivas, junto con el cotejo de manuscritos y mecanoscritos corregidos de puño y letra por el poeta, para “entregar al lector del siglo XXI una edición cuidada de la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX”.

Este segundo volumen recoge los tres libros que Neruda escribió entre 1950 y 1954 -Canto general, Los versos del capitán y Las uvas y el viento-, un momento central en su poesía.

Terminado en la clandestinidad fugitiva de 1950, el Canto general es, con todas sus irregularidades y altibajos, una de las cimas indiscutibles de la poesía del siglo XX en español. Un clásico monumental que convoca el pasado y el presente de América en un recorrido por quinientos años de historia y cultura desde la modernidad militante de un Neruda en el que se confunden poesía y política para completar con su tono épico un segundo descubrimiento de América que comienza con este 'Amor América (1400)', primer poema de la sección inicial, La lámpara en la tierra:

Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
             Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.


Quizá ese último verso sea la clave lírica de la entonación épica y la mirada testimonial del Canto general, en el que la vegetación, las bestias y los pájaros, los ríos y los minerales son las escalas para ascender las Alturas de Macchu Picchu, en las que resuenan versos tan memorables como estos:

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.


Conquistadores y libertadores, verdugos y traidores protagonizan la trágica historia americana que se resume y se asume en la invocación de este poema:

América, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.

La clandestinidad, aunque de signo bien distinto, es también la clave de Los versos del Capitán, un raro y potente libro de amor, inspirado en la relación secreta con Matilde Urrutia durante el destierro europeo de Neruda.  Desde que se conocieron en un concierto al aire libre en 1946 hasta la muerte del poeta en 1973, la relación intensa entre el poeta y Matilde Urrutia dio lugar a algunos de sus poemas más memorables y a dos libros completos, Los versos del Capitán y Cien sonetos de amor.

Fue aquella una relación furtiva durante los años en que Neruda sumó dos clandestinidades -la del exilio en Europa y la del amor- y las fundió en unos poemas en los que la expresión amorosa se conjunta a veces con la temática americana del libro anterior como en esta 'Pequeña América':

 Cuando miro la forma 
de América en el mapa,
amor, a ti te veo:
las alturas del cobre en tu cabeza,
tus pechos, trigo y nieve,
tu cintura delgada,
veloces ríos que palpitan, dulces
colinas y praderas
y en el frío del sur tus pies terminan
su geografía de oro duplicado.

Amor, cuando te toco
no sólo han recorrido
mis manos tu delicia,
sino ramas y tierra, frutas y agua,
la primavera que amo,
la luna del desierto, el pecho
de la paloma salvaje,
la suavidad de las piedras gastadas
por las aguas del mar o de los ríos 
y la espesura roja
del matorral en donde
la sed y el hambre acechan.
Y así mi patria extensa me recibe,
pequeña América, en tu cuerpo.


Ese amor secreto de un Neruda casado explica el misterio con el que se publicó aquel volumen anónimo en Nápoles en 1952, poco antes de que Neruda fuese detenido y trasladado a Roma. Desde aquella edición muy restringida de cuarenta y cuatro ejemplares hasta su incorporación al canon poético de Neruda pasaron diez años ajetreados en los que escribió Las uvas y el viento, en el que de nuevo se funden la política y el amor, el amor individual y el colectivo, el sentimiento y la combatividad.

Compuesto entre Capri y Pekín, entre Ischia, Praga o París, Las uvas y el viento apareció en 1954. De uno de sus poemas iniciales, agrupados en la sección Las uvas de Europa, son estos versos que prefiguran en su diseño rítmico y en su tonalidad las inminentes Odas elementales, que publicaría ese mismo año:

No venían los árboles,
no iba conmigo el agua
vertiginosa que quiso matarme,
ni la tierra espinosa.
Sólo el hombre,
sólo el hombre estaba conmigo.
No las manos del árbol,
hermosas como rostros, ni las graves
raíces que conocen la tierra
me ayudaron.
Sólo el hombre.
No sé cómo se llama.
Era tan pobre como yo, tenía
ojos como los míos, y con ellos
descubría el camino
para que otro hombre pasara.
Y aquí estoy.
Por eso existo.


Se añade a la edición de estos tres libros una sección con poesía dispersa que incorpora los poemas escritos con el tono de la poesía popular, atribuidos a los heterónimos que Neruda inventó para la Antología popular de la resistencia que apareció en 1948.

García Lorca presentó a Neruda en la Universidad de Madrid con unas palabras memorables que definían lo que había sido y lo que iba a ser la obra de aquel poeta “más cerca de la muerte que de la filosofía, más cerca del dolor que de la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta.”

La poesía torrencial de Neruda está llena de inevitables altibajos que coexisten con una constante ambición expresiva. A esa indisimulable irregularidad se refería Juan Ramón Jiménez cuando lo llamó, con más lucidez crítica que ímpetu descalificador ‘gran mal poeta’.

Gran mal poeta, autor de una obra larga y honda, de una poesía caudalosa que celebra la palabra, la naturaleza y el amor o denuncia a los repetidos chacales de la historia de América y de España.

Santos Domínguez