30/12/22

Marcel Proust. Escribir

 

Marcel Proust. 
Escribir.
Traducción de Mauro Armiño.
Páginas de Espuma. Madrid, 2022

“Quizá no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creímos dejar sin vivir, aquellos que pasamos con un libro preferido. Todo lo que parecía llenarlos para los demás y que nosotros apartábamos como un obstáculo vulgar para un placer divino: el juego para el que un amigo venía a buscarnos en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol molestos que nos forzaban a levantar los ojos de la página o a cambiar de sitio, las provisiones de merienda que nos habían hecho llevar y que dejábamos a nuestro lado en el banco, sin tocarlas, mientras sobre nuestra cabeza el sol iba menguando su fuerza en el cielo azul, la cena por la que habíamos tenido que volver y durante la cual sólo pensábamos en subir inmediatamente después y acabar el capítulo interrumpido, todo eso, de lo que la lectura hubiera debido impedirnos percibir algo más que su importunidad, grababa en cambio en nosotros un recuerdo tan dulce, mucho más precioso -para nuestro actual juicio- que lo que entonces leíamos con tanto amor, que, si hoy llegamos a hojear esos libros de antaño, sólo sería como los únicos calendarios que hayamos conservado de los días idos, y con la esperanza de ver reflejadas en sus páginas moradas y estanques que ya no existen.”

Así comienza, en la traducción de Mauro Armiño, ‘Días de lectura’, un ensayo rebosante de inteligencia y sensibilidad, que Marcel Proust concibió y publicó como prefacio a su traducción de las dos primeras conferencias de Sésamo y lirios de John Ruskin, pero que tiene una presencia autónoma en su obra, porque más que una introducción al maestro inglés, es una reflexión personal sobre la lectura. 

La evocación de esas lecturas en la infancia, clandestinas y nocturnas a la luz de una vela, se elabora ya con una mirada, un tono y un estilo que anticipan su obra posterior y es ya una muestra brillante del lector excepcional y del escritor portentoso que unos años después escribiría A la busca del tiempo perdido.

‘Días de lectura’ es uno de los ensayos y artículos proustianos reunidos en el espléndido volumen Escribir con el que Páginas de Espuma conmemora el centenario de la muerte de Proust. 

Junto con esos ‘Días de lectura’, que prefiguran con su impulso narrativo y su memoria de la infancia el mundo de A la busca del tiempo perdido, un bellísimo elogio de la obra de John Ruskin, o la oposición al método crítico de Sainte-Beuve, que vinculaba mecánicamente biografía y literatura, son los ejes de referencia de este volumen, de estas páginas sobre arte y literatura con traducción, prólogo y notas de Mauro Armiño, que termina su introducción destacando la teoría creativa de Proust, que pensaba que “la biografía no dice ni explica nada sobre la obra de un autor. El propio autor lo demuestra llevando la vida social de un yo mundano que no afectó a su yo interior, capaz de juzgar severamente ese mundo.”

Sainte-Beuve, un santón de la crítica literaria decimonónica que dejó secuelas como el determinismo de Taine, “no parece haber comprendido en ningún momento lo que hay de particular en la inspiración y el trabajo literario, y lo que lo diferencia por completo de las ocupaciones de los demás hombres y de las demás ocupaciones del escritor”, escribe Proust, que añade: “No parece que en ningún momento de su vida Sainte-Beuve haya concebido la literatura de una forma realmente profunda.”

En las páginas de este volumen, repletas de inteligencia y sensibilidad, se dan cita pintores como Watteau y Monet, Rembrandt y Gustave Moreau; músicos como Saint-Saëns y escritores como Balzac y Dostoievski, Stendhal y Goethe, Flaubert y Baudelaire, uno de sus poetas preferidos, al que calificó como “gran poeta clásico” y cuyos versos -escribe Mauro Armiño- “salpican toda su obra, desde los artículos iniciales a su novela mayor.”

La evocación de las lecturas en la infancia, clandestinas y nocturnas a la luz de una vela o la reivindicación del carácter creativo de la lectura recorren estos textos en los que Proust defiende que la lectura activa, no meramente receptiva, debe ser el motor del pensamiento y de la creación literaria y artística, porque escribir presupone leer y la lectura es, señala una y otra vez en estos textos, una condición previa a la escritura.

Estos ensayos son la brillante manifestación de un Proust imprescindible que aquí proyecta su mirada sobre el mundo y sobre la literatura, sobre la belleza y la memoria, sobre los motivos y las sensibilidades que están en la base de su universo novelesco.

Y como un don añadido, la excelente prosa que recorre la lucidez de estos ensayos, su capacidad de sugerencia y de evocación, la hondura reflexiva de quien prefiguró su mundo literario con reflexiones como estas:

El artista sólo debería pedir a los recuerdos involuntarios la materia prima de su obra.

Los bellos libros están escritos en una especie de lengua extranjera.

El estilo no es un embellecimiento en modo alguno, como creen algunas personas, ni siquiera es un problema de técnica, es –como el color en los pintores- una cualidad de la visión, una revelación del universo particular que ve cada uno de nosotros y que no ven los demás. El placer que nos procura un artista es el de darnos a conocer un universo más.

Santos Domínguez



 

28/12/22

A la busca del tiempo perdido

 




Marcel Proust.
A la busca del tiempo perdido.
I. Por el camino de Swann.
II. A la sombra de las muchachas en flor.
Edición anotada y puesta al día, de Mauro Armiño.
El Paseo Editorial. Sevilla, 2022.


Para conmemorar el centenario de la muerte de Marcel Proust, El Paseo Editorial publica los dos primeros tomos (los cinco restantes aparecerán con periodicidad semestral) de A la busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann y A la sombra de las muchachas en flor, en una cuidada edición con traducción revisada, anotada y puesta al día, de Mauro Armiño, que escribe al comienzo de su prólogo: 

“La celebración del centenario de la muerte de Marcel Proust (18 de noviembre de 1922) casi obligaba a una revisión y puesta al día de un trabajo iniciado hace más de treinta años y publicado en los primeros años del siglo XXI. El cúmulo de ensayos, ediciones, diccionarios, etc. sobre Proust que la filología francesa ha difundido mientras tanto puede calificarse de ingente, por haberse convertido el autor de A la busca del tiempo perdido en el icono francés de la historia de la literatura de su siglo.
[…]
He revisado en profundidad el texto y he puesto al día, de acuerdo con los trabajos filológicos más recientes, la anotación, imprescindible para una lectura correcta de la obra proustiana: más de cien años después de su escritura, personajes y hechos históricos o no históricos, perfectamente conocidos para los lectores de la época, se han desvanecido en la mente de un lector actual, y más si no es francés, por el inexorable trabajo del tiempo. Es obligado en los autores clásicos, y Proust ya lo es.”

Esta es sin duda la edición más manejable en español del ciclo proustiano, la que mejor acompaña al lector que se acerca a su mundo complejo, porque le facilita la lectura y le ayuda a orientarse por un territorio, aunque lleno de belleza, a veces intrincado y siempre pródigo en meandros, no sólo sintácticos.

Porque además de su magnífico prólogo -un texto de referencia ineludible desde su primera aparición en Valdemar, que publicó el ciclo en tres tomos entre 2001 y 2005-, además de sus notas esclarecedoras y de unos orientadores diccionarios de personajes y lugares, incorpora al final de cada tomo, como explica Mauro Armiño en la nota a esta edición, “un resumen detallado de la trama y la progresión de la «intriga», si puede llamarse así, para permitir localizar rápidamente cualquier pasaje, episodio, tema o escena de A la busca del tiempo perdido.”

“Longtemps, je me suis couché de bonne heure.” Con esa frase memorable comienza A la recherche du temps perdu, una de las cimas de la literatura universal.

 Durante mucho tiempo, me acosté temprano. A veces, apenas apagada la vela, mis ojos se cerraban tan deprisa, que no tenía tiempo de decirme: «Me duermo». Y, media hora después me despertaba la idea de que ya era hora de buscar el sueño: quería dejar el volumen que aún creía tener en las manos y soplar la luz; no había cesado de reflexionar sobre lo que acababa de leer mientras dormía, pero esas reflexiones habían tomado un giro algo particular: me parecía que era yo mismo aquello de lo que hablaba la obra: una iglesia, un cuarteto, la rivalidad entre Francisco Primero y Carlos Quinto. Esa creencia sobrevivía unos segundos a mi despertar: no chocaba a mi razón, pero pesaba como escamas sobre mis ojos y les impedía darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Luego empezaba a volvérseme ininteligible, como después de la metempsicosis los pensamientos de una existencia anterior; el asunto del libro se desprendía de mí, y yo era libre de  centrarme o no en él; enseguida recuperaba la vista y quedaba atónito al encontrar en torno mío una oscuridad suave y sosegada para mis ojos, aunque quizá más todavía para mi mente, a la que se presentaba como algo sin causa, incomprensible, como verdaderamente oscuro. Me preguntaba qué hora podía ser; oía el pitido de los trenes que, más o menos lejano, como el canto de un pájaro en un bosque, determinando las distancias, me describía la extensión del campo desierto donde el viajero se apresura hacia la estación cercana; y el sendero que sigue va a quedar grabado en su recuerdo por la excitación que debe a unos lugares nuevos, a unos actos insólitos, a la reciente charla y a la despedida bajo la lámpara extraña que todavía lo siguen en el silencio de la noche, a la dulzura próxima del regreso.

En la traducción de Mauro Armiño, ese es el párrafo inicial de Por el camino de Swann. Su primera parte, Combray, toma su título de la transposición literaria de Illiers, un lugar a cuarenta kilómetros de Chartres, donde proyectó Proust sus recuerdos infantiles y donde se sitúa el recuerdo evocado en la experiencia epifánica de la magdalena mojada en la infusión de té que le ofrece su madre: la de la magdalena mojada en té que le ofrecía los domingos por la mañana su tía Léonie en su infancia en Combray.

Como en una obertura, en Combray está ya prefigurado, si no configurado, todo el monumental ciclo novelístico proustiano: la atmósfera y la mirada, la sintaxis compleja y el ritmo demorado, la memoria involuntaria y la búsqueda, la voz baja y la mirada furtiva, el detalle y el sufrimiento, el placer y la angustia, el silencio y la soledad, el refinamiento y la melancolía, el mundo de las sensaciones y la subjetividad, la experiencia y las revelaciones, la civilización refinada y la anécdota trivial, la ética y la estética, los “jardines en una taza de té” que fue el primer título pensado para el conjunto novelístico.

De ese lugar salen todos los caminos del libro, como explica el narrador: 

Todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann, y las ninfeas del Vivonne, y la buena gente del pueblo y sus pequeñas casitas y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo eso que toma forma y solidez, ha salido, ciudad y jardines, de mi taza de té.

De Combray arrancan también las claves temáticas del ciclo: la convivencia del pensamiento y el sentimiento, de la apariencia y la realidad, del amor y la soledad. Ya tienen en estas páginas una presencia potente el sueño y las relaciones sociales, la imaginación y el tiempo, la homosexualidad y la creación artística, las ilusiones y los desengaños, el deseo y los celos, la enfermedad y la muerte, la vida y el arte, elementos nucleares todos ellos de las siete novelas y columnas vertebrales del mundo complejo y prodigioso que creó Proust como uno de los monumentos literarios más memorables de la historia de la literatura.

El despertar sexual y los celos, la aristocracia de los Guermantes, las ilusiones perdidas y la decadencia irreversible de un mundo que muere, a través del esnob Swann, del barón de Charlus o de la dominante Odette se evocan -se reconstruyen- en un pasado en el que la memoria superpone ficción y realidad, igual que se superponen lo consciente y lo subconsciente, la imaginación y las sensaciones, la voz del narrador y la del autor y los tiempos distintos -pasado, presente y futuro- en los que viven, recuerdan y escriben.

Tras la infancia en los diversos ámbitos familiares, en A la sombra de las muchachas en flor irrumpe la adolescencia del descubrimiento del deseo amoroso, de la desorientación, el despertar de la sexualidad y el mundo del arte, la literatura y la creación artística. Y a medida que el lector avanza en su lectura y en la incursión en el universo proustiano, con el amor y el tiempo al fondo, el mundo se queda al otro lado de la habitación forrada de corcho en la que escribía Proust, con su insuperable capacidad estilística para crear atmósferas y monólogos interiores de lentísima elegancia que reflejan la languidez espiritual que inunda su estilo.

Porque la verdadera vida, la única vida vivida con intensidad es la de la literatura, la de la escritura que da sentido a la existencia frente al olvido, la decadencia y la muerte, como concluirá Proust en la novela final, que cierra un círculo temporal para regresar al punto de partida de la serie, al momento narrativo en que confluyen el tiempo del narrador y el tiempo narrado, “que se materializa -escribe Mauro Armiño- en el último párrafo de la novela, en El tiempo recobrado, cuando todo lo leído se convierte en recuerdo del pasado: en el «baile de las cabezas» el Narrador ha tenido la revelación del paso del tiempo a través de las caras de los invitados a esa matinée; y de esa revelación surge la novela, la voluntad de pintar el gran fresco que tiene por protagonista a la acción del tiempo sobre los personajes.”

Santos Domínguez


26/12/22

Roland Barthes. Marcel Proust


 Roland Barthes.
Marcel Proust. 
Miscelánea.
Edición y notas de 
Bernard Comment.
Paidós. Barcelona, 2022.

“Sin duda, la obra de Proust tiene una relación inmediata con el género biográfico, ya que esta obra única, esta suma, es el relato de una vida que va de la infancia a la escritura, de modo que Marcel y su narrador son como esos héroes de la Antigüedad, que Plutarco emparejó en sus Vidas paralelas. Aquí tenemos una primera paradoja, decepcionante a fin de cuentas: tomadas en su extensión (y no en su sustancia), las vidas paralelas de Proust y de su narrador solo coinciden en unos pocos puntos; lo que uno y otro tienen en común es una serie muy elemental de hechos, o más bien de articulaciones: un largo periodo de vida social intensa, un duelo muy marcado (madre o abuela), una reclusión involuntaria (en una casa de reposo), una secesión voluntaria (en la habitación de corcho) destinada a la elaboración de la obra”, escribía Roland Barthes en ‘Las vidas paralelas’, un artículo de 1966 con el que se abre el volumen Marcel Proust. Miscelánea, que publica Paidós con traducción de Alicia Martorell Linares.

Barthes murió en 1980, atropellado por una furgoneta de reparto cuando iba a revisar los últimos detalles del proyector para un curso sobre Proust y la fotografía en el Collège de France. Cuando ocurrió aquella muerte inesperada, el insigne semiólogo no había reunido en un volumen sus escritos sobre Proust, su escritor preferido y sobre el que impartió varios cursos que iluminaban “una obra de la que no he escrito prácticamente nunca, pero que quizá sea la que más he leído y releído” según confesaba él mismo.

En 2020 Éditions du Seuil recopiló sus artículos sobre Proust, junto con muchos materiales inéditos -apuntes para cursos y conferencias, notas de clase, fichas-, en una magnífica edición recopilada y anotada por Bernard Comment que incorpora también abundantes fotografías de la familia de Proust y de las personas reales que sirvieron de modelo a los personajes de En busca del tiempo perdido.

Barthes publicó en vida, entre 1966 y 1979, cinco artículos sobre Proust, de los que dice Bernard Comment en el prólogo donde expone la sostenida e intensa relación entre Barthes y la literatura de Proust  que “todos son textos seminales, llenos de ideas y de preguntas estimulantes; en total unas cuarenta páginas, es decir, nada si pensamos en la formidable contribución de Barthes a la renovación de la lectura de Proust y a su inscripción en la modernidad.”

De esa contribución de Barthes a la iluminación de En busca del tiempo perdido dan testimonio todos estos materiales heterogéneos pero muy valiosos a pesar de su diverso grado de elaboración, porque abren vías de estudio del inagotable y enigmático universo proustiano.

Además de artículos como ‘Las vidas paralelas’ y ‘Proust y los nombres’ o la transcripción de tres programas -‘Un hombre, una ciudad: Marcel Proust’- sobre los lugares de la memoria proustiana con Jean Montalbetti para France Culture, se recogen aquí el texto de una magnífica conferencia que Barthes pronunció en 1978 -‘Durante mucho tiempo, me acosté temprano’-, los apuntes para un curso impartido en Rabat en 1970 y los fragmentos del curso ‘La preparación de la novela.’

Barthes aborda en estos textos las claves de la poética proustiana: el hallazgo crucial de una tonalidad narrativa y un punto de vista como motor narrativo y génesis del ciclo, los espacios de la novela, la importancia de la memoria y de la invención, la forma de componer a partir de fragmentos o el método de escritura en capas y bloques, que explica el hecho determinante de que Proust escribiera el capítulo final del ciclo nada más terminar el primero.

“No creo -escribía en el artículo ‘Está cuajando’ en 1979- que haya que buscar un aspecto determinante en la biografía. Es cierto que los acontecimientos privados pueden tener una influencia decisiva sobre una obra, pero esta influencia es compleja, se ejerce con retardo. No cabe duda de que la muerte de la madre es, en cierta forma, el hecho seminal de En busca del tiempo perdido, pero la obra no se puso en marcha hasta cuatro años después de esa muerte. Creo más bien en un descubrimiento de orden creativo: Proust encontró un medio, quizá puramente técnico, para que la obra se “sostuviera”, para “facilitar” su escritura (en el sentido operativo de la palabra, como cuando hablamos de “facilitadores”).

La deslumbrante sección ‘Proust y la fotografía. Examen de un fondo de archivos fotográficos poco conocido’, para el citado Seminario del Collège de France en 1980, ofrece un magnífico álbum fotográfico que contiene imágenes como esta de 1883 de Lydie Aubernon de Nerville, en quien se inspiró Proust para su Mme. Verdurin:




O estas de Montesquiou, modelo para su barón Charlus:





“El objetivo del seminario -decía Barthes en sus notas- no es intelectual: sólo se trata de (para ustedes) intoxicarse con un mundo, como yo lo estoy con estas fotos, y como Proust lo estuvo con sus originales.”

Al pie de esas fotografías Barthes introduce una abundante información sobre el personaje y comentarios irónicos como este sobre Mme.Verdurin: “Esta mujer que había hablado tanto, que daba tanta importancia a la conversación, murió de cáncer de lengua.”

O este sobre Montesquiou: “Tiene algo de Dalí. Todo se repite.”

Aquel proyecto quedó frustrado por las circunstancias que explica Bernard Comment en la introducción de este capítulo: “Roland Barthes fue atropellado por una camioneta el 25 de febrero de 1980, cuando se dirigía a comprobar la correcta instalación del proyector en la sala del Collège de France por lo que fue trasladado al hospital de la Salpêtrière, donde falleció un mes más tarde de lo que llamaban entonces complicaciones pulmonares. Ninguna sesión de ese seminario tuvo lugar ni tampoco fueron pronunciadas las palabras de introducción aquí publicadas bajo la forma de notas escritas. Por lo tanto, no hubo seminario alguno y las palabras de introducción que ahora publicamos en forma de notas, nunca se pronunciaron.”

Cierra el volumen una selección de ciento ochenta y cuatro fichas -algunas en reproducción facsimilar-  del amplio fichero que Roland Barthes dedicó a Proust y a su ciclo novelístico, sobre el que anotó: “ni autor ni personaje, solo escritura.”

Santos Domínguez 



23/12/22

Vida. Biografía y antología de José Hierro



Vida.
Biografía y antología de José Hierro.
Antología a cargo de Lorenzo Oliván
y textos de Jesús Marchamalo.
Nórdica libros. Madrid, 2022. 

Biografía y antología de José Hierro es el subtítulo de Vida, el espléndido volumen ilustrado que publica Nórdica libros en el centenario del nacimiento del autor del Libro de las alucinaciones.

Organizado en dos secciones, la primera la firma Jesús Marchamalo y propone un recorrido biográfico en veintiún capítulos que reconstruyen otros tantos momentos decisivos en la vida del poeta, desde la experiencia de la cárcel a su elección para un sillón en la Academia, pasando por viajes tan determinantes para su obra como el que hizo a Nueva York en abril de 1991. 

Los trabajos y los días, las anécdotas, la afición al dibujo, al tabaco y a escribir en los bares, el lento proceso de su escritura y sus meticulosas correcciones, las reflexiones sobre la escritura y el hecho poético  son los ejes de referencia del apartado biográfico, que se abre con un texto de Marchamalo -‘Del Madrid castizo’- que comienza así:

Le recuerdan quienes le conocieron caminando deprisa, enérgico, apurado, con una premura que resultaba a veces impostada. Iba y venía, eléctrico, nervioso: hacía muebles, pintaba, cocinaba... Lo mismo escuchaba a Schubert que paseaba, aéreo, por el campo, o recitaba a Lope y a Machado. ¿A dónde corres, Hierro?, le preguntaban, sonriendo, sus amigos. Imponía, es cierto, esa presencia suya, hierática y fibrosa, su aspecto de viejo boxeador, de caudillo otomano, de forzudo de circo: la calva rojiza, puntiaguda, el bigote poblado, los ojos vivarachos y unos rasgos — la nariz, la barbilla, pronunciadas ojeras— parecería tallados en madera.
Prevalecía en todo caso un aire sencillo, afable, maneras campechanas, toscas en ocasiones —ese refugio inconfesado de la timidez—, que ocultaba un íntimo refinamiento. Unas manos poderosas, de gestos expresivos, y una voz de locutor de radio, mullida y modulada y que podía ser también atronadora.
Se llamaba José Hierro Real y había nacido en 1922 en el Madrid castizo de la calle Andrés Borrego, en la casa de su abuela paterna. Una calle a espaldas de la Gran Vía, estrecha, que comunica la calle de la Luna y la del Pez en ese barrio popular, ruidoso y concurrido, de fruterías, obradores de pan y pequeños talleres, carros de mano, cestos y bicicletas.

Un recorrido por la vida de Hierro que no se hace sólo con la palabra, sino también con imágenes de un nutrido álbum fotográfico que ofrece un itinerario visual por su biografía y su obra a través de materiales gráficos: desde fotografías personales hasta portadas de las diferentes ediciones de sus libros, pasando por una abundante muestra de manuscritos de los poemas.







La segunda parte del volumen es una amplia antología a cargo de Lorenzo Oliván, que recoge una muestra muy significativa de la obra de Hierro con más de setenta poemas extraídos de sus ocho libros: desde Tierra sin nosotros, más de medio siglo de escritura con obras imprescindibles como el Libro de las alucinaciones o Agenda, y con poemas centrales no sólo en la trayectoria personal de su autor, sino en la poesía española de la segunda mitad del XX: ‘Llegada al mar’, ‘Los andaluces’, ‘Lope. La noche. Marta’, o ‘Los claustros’, que comienza con estos versos:

No, si yo no digo 
que no estén bien en donde están:
más aseados y atendidos
que en el lugar en que nacieron,
donde vivieron tantos siglos. 
Allí el tiempo los devoraba. 
El sol, la lluvia, el viento, el hielo,
los hombres iban desgarrándoles 
la piel, los músculos de piedra 
y ofrendaban el esqueleto
―fustes, dovelas, capiteles― 
al aire azul de la mañana.
Atormentados por los cardos,
heridos por las lagartijas,
cagados por los estorninos, 
por las ovejas y las cabras.

La suma de esas dos partes en las que se articula el libro propone un diálogo fructífero entre la vida y la poesía de Hierro en un admirable esfuerzo editorial que constituye una aportación fundamental en las conmemoraciones del centenario de su nacimiento.

Santos Domínguez 




21/12/22

Pablo Andrés Escapa. Herencias del invierno



Pablo Andrés Escapa. 
Herencias del invierno. 
Cuentos de Navidad.
Páginas de Espuma. Madrid, 2022.

 Junto con las campañas publicitarias y las iluminaciones festivas, una de las señales invariables que anunciaban por estas fechas la proximidad de la Navidad era recibir en el correo un estupendo cuento navideño de Pablo Andrés Escapa. 

Ese privilegio que disfrutábamos desde hace años un grupo de amigos lo hace ahora extensivo Páginas de Espuma al común de los lectores al publicarlos en un magnífico libro, Herencias del invierno. Cuentos de Navidad, lujosamente editado con ilustraciones de Lucie Duboeuf y encuadernado en el oro de sus palabras, en el azul nocturno y en el blanco de la estrella y la nieve de sus cuentos, las tonalidades que predominan en la portada, en las guardas, en las delicadas imágenes interiores y en las cuatro postales que acompañan la edición.

Diez cuentos navideños de uno de nuestros mejores narradores actuales, dueño de una prosa de altísima calidad, que mantiene así una costumbre personal, heredada de su padre, del impulso fabulador del noroeste y de las tradiciones orales de los filandones con las que Escapa está tan vinculado.

Así comienza el primero de los relatos, titulado Ceniza:

–¡Santas noches!
Hay saludos que comprometen, quién lo duda. Y este era de los que abren las puertas a la buena fe. Pero eso lo ve uno ahora, pasado el tiempo. Cuando lo oímos, estábamos Celino y yo como para devolver gentilezas. Lo único que nos preocupaba era que alguien nos descubriese a aquellas horas y de semejante facha: Celino con la cara tiznada de negro, que se empeñó en las seguridades que le daba ese disfraz; yo, sin hollines, pero tan sombrío de ánimo que había de parecer más oscuro que él. Y de pronto aquella voz recibiéndonos a ras de suelo. Ahora es fácil decir que no hubo azar en el encuentro, que los milagros lo son por necesidad.
Debíamos componer una estampa más que dudosa, Celino y yo. Imagínense: dos cabezas asomadas a la boca de una alcantarilla con los ojos levantados hacia las estrellas. Y allí, vibrante en el aire helado, el susto de aquella cortesía inesperada.

“Escribir cuentos, como escribir poemas, es un trabajo delicado que no debe proceder nunca con prisas ni incurrir en traiciones a ese mundo que previamente se ha forjado el escritor.” Esa reflexión de Pablo Andrés Escapa, que formaba parte de su poética, recogida en el colectivo El arquero inmóvil, publicado también por Páginas de Espuma, resume las claves de su literatura. Porque la palabra de Escapa tiene la delicadeza, la consistencia, la pausa y el peso específico de la palabra poética. 

Y esas virtudes, que suelen ocasionar un indeseable efecto antinarrativo, son en sus relatos elementos fundamentales que hacen del cómo (el tono, el enfoque, el ritmo de la frase, la voz narrativa) la materia esencial de estos cuentos en los que vibra la memoria infantil de los belenes de cartón y corcho y arde también el hondo temblor de la emoción y el tiempo al evocar “semillas de discordia en días de misterio” :

Todos los arquitectos de Belén, los sembradores infantiles de veredas y estrellas, los repartidores de ángeles, los hacedores humildes de ríos de plata y prósperos arados sobre el suelo de serrín, corrieron a la ventana. Y allí, pegadas al cristal todas las caras como una sola alma, dejaron volar su asombro hasta mezclarse con las semillas blancas que la nieve iba poniendo en las miradas para hacer la realidad más pura.

Coleridge definía la poesía como el resultado de las mejores palabras en el mejor orden. A ese planteamiento parece responder siempre la prosa de Pablo Andrés Escapa, su buen oído y el ritmo armonioso de una frase limpia y natural de tan trabajada, sus metáforas que crean un mundo animado por la mirada emocionada que inserta lo mágico en lo cercano, el prodigio en el entorno cotidiano, la ensoñación en la realidad.    

Entre el encuentro prodigioso de dos pobres ladrones en huida en Nochebuena y la noche luminosa y sostenida del cometa desde Nochebuena a Reyes en el milagro final de unas navidades sin nieve, la escarcha y las ausencias, el fuego y los sueños, los surcos de fulgores abiertos en el cielo por un buey herido y los caminos imprevistos de las estrellas errantes, diez magníficos cuentos navideños reunidos en un volumen que sin duda está entre los libros mejor editados de 2022 y que, en lugar de la fecha de impresión, lleva como colofón un magnífico texto que termina con estas líneas:

Por eso lees, lector crédulo, que no hay tiempo cabal para estas fábulas, ni día seguro de su fin, que juntas salieron de la imprenta un atardecer, a hora en la que a los pasmos de este mundo se les vino a unir el de un lucero que brillaba por negar el calendario y enseñarles a los hombres que no hay alba fija ni ocaso prescrito para soñar.

Santos Domínguez 




 

19/12/22

Catherine Fletcher. La belleza y el terror



 Catherine Fletcher.
La belleza y el terror. 
Una historia alternativa del Renacimiento italiano.
Traducción de 
Juan Rabasseda Gascón y Teófilo de Lozoya.
Taurus. Madrid, 2021.

El libro negro del Renacimiento se titula la reciente edición en italiano de La belleza y el terror, de la profesora Catherine Fletcher que publica Taurus con traducción de Juan Rabasseda Gascón y Teófilo de Lozoya en un cuidadísimo volumen ilustrado con treinta y dos espléndidas imágenes en dos cuadernillos centrales.

‘Una historia alternativa del Renacimiento italiano’ es el subtítulo de este libro que -frente a la imagen idealizada del Renacimiento que dibujó Burckhardt en 1860 con su inaugural La cultura del Renacimiento en Italia-, explora su lado oscuro, sus zonas de sombra en un poderoso relato, sustentado en el rigor historiográfico y en la capacidad narrativa de la autora, que explica así su propósito:

Precisamente porque el legado de ese Renacimiento (o Época de la Reforma, o Era de las Exploraciones, si así lo preferimos) ha resultado tan importante en la cultura de Occidente, a la hora de definir quiénes somos «nosotros» (y quiénes no somos «nosotros»), merece la pena conocerlo con más profundidad.
Sobre todo es necesario porque el relato popular del Renacimiento —al igual que muchas versiones de la historia moderna de Occidente— tiende a focalizarse en el genio y la gloria a expensas de las atrocidades. Las ideas de Maquiavelo en lo relativo al poder, por ejemplo, se convierten en una serie de aforismos atemporales en vez de surgir, como hicieron efectivamente, de un escenario específico. Ni que decir tiene que el hecho de que todos aquellos individuos coexistieron con los primeros viajes europeos a las Américas, con los que algunos de ellos tuvieron una conexión muy especial, y de que los italianos proporcionaron parte del personal, financiación y crónicas de la subsiguiente colonización no son circunstancias desconocidas. El aspecto cruel y sangriento del Renacimiento ha sido uno de los elementos que han suscitado la fascinación que sentimos por aquella época.

Porque en el Renacimiento conviven, como en el título, en un inestable equilibrio la belleza y el terror, la brillantez y la turbulencia, el desarrollo de la imprenta y el índice de libros prohibidos, la grandeza monumental y la violencia, los refinamientos nobiliarios y las traiciones entre cortesanos, el progreso artístico y el desarrollo de las armas de fuego, el genio de Miguel Ángel y las conspiraciones tenebrosas, la Reforma y la Contrarreforma, la creatividad de Leonardo da Vinci, inventor de máquinas de guerra, y la pulsión de hogueras de Savonarola, el descubrimiento de América y las guerras por el Nuevo Mundo, el auge político y comercial de Venecia y la instauración de su ghetto, la poesía más refinada y la guerra de las palabras, la pintura de Boticelli y la ejecución de Giordano Bruno y Lepanto y el Saco de Roma, la brillantez y la corrupción, Tiziano y los Borgia, la pintura de Rafael y el papado de Julio II; el ejercicio del poder y de la guerra como un arte, la cúpula del Duomo de Florencia y el maquiavelismo de los Médicis, las cimas artísticas y las epidemias, la cultura y los negocios, los lujos civiles y religiosos y las hambrunas. 

Y de todo ello da cuenta la fluida prosa de Catherine Fletcher en las páginas de este volumen, que en sus veintiséis capítulos aborda las invasiones bélicas y los conflictos sociales, las luchas por el poder civil, militar o eclesiástico, las relaciones entre los papas y los príncipes, el acceso de las mujeres a la educación, al arte o al desempeño de cargos públicos, la invención de la pornografía con I Modi, los grabados de Giulio Romano con dieciséis posturas sexuales, y los Sonetos del Aretino o la transcendencia cultural y artística del Concilio de Trento.
 
“En líneas generales -escribe la autora-, la historia del Renacimiento ha desempeñado un papel más sutil, e incluso menos pernicioso, que las mitologías de sus grandes hombres que reforzaban la idea de una superioridad blanca europea y cristiana sin llegar a ser nunca tan vulgares como para expresarlo así. Con ello no quiero decir que constituya un error apreciar la innovación artística de la Europa del siglo XVI y disfrutar de ella: hay mucho ante lo que maravillarse. Y si analizamos con rigurosidad cómo veía la gente de ese mundo su propia revolución de los medios de comunicación, o ciertas cuestiones relacionadas con el género y la sexualidad, también podremos comprender mejor el mundo en el que nos ha tocado vivir, y las distintas maneras en las que, tanto entonces como ahora, puede coexistir una brillante innovación cultural con todo tipo de atrocidades, con las que, de hecho, suele estar interrelacionada.”

Gracias a este libro, que atiende tanto a esa “brillante innovación cultural” como a las atrocidades con las que, de hecho, suele estar interrelacionada”, tenemos una imagen más completa y más fiel a la realidad de un movimiento cultural y de una época histórica que ofrece, como todas, una mezcla de luces y sombras, de belleza y terror que no puede ser obviada.

Santos Domínguez

 

16/12/22

Antonio Gamoneda. Libro del frío


Antonio Gamoneda.
Libro del frío.
Prólogo de Tomás Sánchez Santiago.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.


Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta
cansar mi corazón.

Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas
entre sombras, pero, ¿qué hago yo delante del abismo?

Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado. 

Con ese poema abre Antonio Gamoneda su Libro del frío, que termina con estos versos:

Amé las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.

He atravesado las cortinas blancas:

ya sólo hay luz dentro de mis ojos.

Sometido a varias revisiones y reescrituras [1986-1992, 1998, 2004 y 2016], lo recupera Galaxia Gutenberg en su colección de Poesía de bolsillo con un prólogo -‘De nuevo la emoción’- en el que Tomás Sánchez Santiago afirma que, treinta años después de su aparición, “aquel lector de 1992 sigue hoy asistiendo asombrado a una galería de imágenes que lo introducen en un espacio donde, bajo el código enigmático de una memoria obstinada, se suceden a sí mismas las brasas vivas de ese lenguaje de insistencias y revelaciones.”

En su reciente prólogo a los cuentos de Antonio Pereira, Antonio Gamoneda declara que “la lírica es la narrativa”, lo que se podría aplicar a este Libro del frío, que de alguna manera es la narración de un viaje por el bosque del recuerdo en busca del centro del sentido, el relato de una travesía desde los umbrales a los límites en una sucesión de textos e imágenes, de claroscuros y contraluces, de contrastes y deslumbramientos, de iluminaciones en la sombra y persistencias en el vacío: 

Hay un anciano ante una senda vacía. Nadie regresa de la ciudad lejana; sólo el viento sobre las últimas huellas.

Yo soy la senda y el anciano, soy la ciudad y el viento.

Memoria y palabra, mirada y paisaje permiten al ‘yo’ de estos poemas recorrer un difícil camino ascendente hacia la afirmación de la identidad a través de unos textos visionarios que convocan imágenes potentes en la oscuridad desde la fijación de su frágil territorio vital. Un territorio de intemperie, delimitado desde la contención expresiva y la desnudez verbal hasta la angustia y la enfermedad, desde la conciencia del deterioro hasta la llegada a la luz y la serenidad de la desaparición.

Y en el ‘Aún’ del tránsito que da título a la zona central del libro confluye el pasado que atraviesa la identidad del presente con los manantiales que hablan en la noche, y se suceden el amor y la desolación, la música y el abismo, el desasosiego existencial y la nieve del límite: 

Sábana negra en la misericordia: 
tu lengua en un idioma ensangrentado. 

Sábana aún en la sustancia enferma, 
la que llora en tu boca y en la mía 
y, atravesando dulcemente llagas, 
ata mis huesos a tus huesos humanos.

No mueras más en mí, sal de mi lengua.

Dame la mano para entrar en la nieve.


Amé todas las pérdidas. 
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.

Santos Domínguez



14/12/22

Antonio Pereira. Todos los cuentos



 Antonio Pereira.
Todos los cuentos.
Prólogo de Antonio Gamoneda.
Siruela. Madrid, 2022.

“Sin escoger apenas, he leído y recortado una y otra vez en cualquiera de las casi novecientas páginas del tomo. El recorte, en ocasiones, me ha proporcionado cuanto esperaba y también una rítmica. No voy a considerar la poética esencial que esto comporta porque no es necesario y porque la rítmica es componente notable y sabido de mucha de la mejor prosa que por el mundo circula y bien la quisiera para mí. Lo que anoto para terminar con discreta decencia es que, como yo, los lectores habrán advertido (habrán sentido son palabras más justas) la doble potencia semántica del fraseo; es narración, sí, pero la narración es sustancialmente poética. Y no digo más porque yo, simple «hermano menor» de Antonio Pereira, no sé decirlo”, escribe Antonio Gamoneda para cerrar su prólogo a la reedición de Todos los cuentos de Antonio Pereira que acaba de publicar Siruela.

Una página ya conocida –sostenía Pereira- es nueva en cada relectura, en cada actualización, porque el lector nunca es el mismo. La esmerada reedición de toda su narrativa breve en el volumen que publica Siruela es una nueva ocasión para comprobar la vitalidad de sus relatos, para releer o para leer por vez primera a Antonio Pereira, del que decía Manuel Talens: “Si en el mundo hubiera eso que llamamos justicia, si Dios (¿pero existe?) fuera en verdad misericordioso, hace años que Antonio Pereira estaría públicamente considerado como el contador de historias más grande que ha dado este país en el último cuarto de siglo.” Aquel artículo terminaba con una recomendación que agradecerán quienes aún no hayan leído estos cuentos: “Lean a Antonio Pereira. Les cambiará la vida.”

Se reúnen en este volumen todos los relatos que fueron apareciendo en seis libros publicados entre 1967 y 2007, entre Una ventana a la carretera y La divisa en la torre. Y se añade un último relato, ‘Bradomín’, de 2008, que comienza así:

«Puede tratarme de tú, otra cosa no oirá en esta república libertaria, pero llámeme Marqués», me pidió mi compañero de habitación la primera vez que me hablaba, de vuelta yo del quirófano y de la anestesia. Con el despertar había ido reviviendo el viraje brusco del coche que me llevaba a Santiago, la maldición del conductor. En el hospital, en una ciudad de la Galicia más interna, me dijeron que se estaba construyendo un hospital nuevo y que en este de ahora el operado de una rodilla podía tener de compañero a un demente senil.
Mi demente era pacífico y se me presentó cortésmente: «Soy el marqués de Bradomín», y siguió con una sarta de apellidos, los Cela, los Montenegro, y el más improbable, un Bibbiena de Rienzo. Cuando dejaba la cama, y lo hacía según su marquesal gana, su figura era noble y quijotesca, aun con la bata gregaria que te presta la Seguridad Social. Yo, en cambio, no podía moverme, con la pierna estirada y prisionera en un cepo odioso.

Está recogido en este espléndido volumen la totalidad del inconfundible mundo narrativo de Antonio Pereira, la oralidad del filandón estilizado que es el humus de sus relatos, en los que se armonizan con refinado oficio lo mejor de la tradición y de las aportaciones del relato contemporáneo para integrar una evidente variedad de técnicas narrativas en un continuo ejercicio de virtuosismo formal, de equilibrismo divertido y seguro en el filo de la navaja, como destacó Ricardo Gullón.

En Pereira se funden la ironía cervantina y el humor comprensivo, la profundidad sicológica y el uso magistral de los diálogos, la fluidez de la oralidad y la sabiduría en el uso de las técnicas elusivas. Y una melancolía en las evocaciones que tiene algo de indecible y que convive en su mirada con la cordialidad zumbona, con esa forma castiza de ironía que llamamos retranca.

La publicación de su narrativa breve completa depara una nueva ocasión de comprobar que el cuento no es un género menor, sino una manifestación fundamental de la literatura, un género para el virtuosismo. Nos lo tuvieron que venir a decir los autores sudamericanos y entonces se empezó a valorar a Ignacio Aldecoa o al mismo Antonio Pereira como referencias fundamentales cuya sombra ha ido creciendo en el panorama narrativo español.

Estos cuentos completos dan cuenta de la altura narrativa, de la variedad temática y la riqueza técnica de un autor experto en sutileza e ironía, en un esperpentismo suave, sin desgarro ni alejamiento, que busca siempre  la complicidad de aquellos lectores que Pereira invocaba en el título de una de sus antologías más leídas, Cuentos para lectores cómplices.

‘El ingeniero Balboa’, ‘Las peras de Dios’, ‘El síndrome de Estocolmo’, ‘La ilustre casa de Pereira’, ‘La Orbea del coadjutor’ o ‘El pozo encerrado’ son algunos de esos textos imprescindibles e inolvidables. Cuentos en los que la realidad y la imaginación convergen en una técnica que Antonio Pereira maneja como pocos: la que le permite contar lo irreal de forma verosímil para hacer creíble lo increíble y para presentar lo real con un toque de fantasía que lo eleva un palmo o dos por encima de su altura diaria.

Además de las valoraciones de la crítica, los mayores elogios de la obra narrativa de Antonio Pereira los han firmado Mateo Díez, José Mª Merino o Martín Garzo. Y no sólo narradores como esos, también poetas como Antonio Colinas, Juan Carlos Mestre o Antonio Gamoneda, que escribió para la primera edición de este libro una espléndida ‘Carta (sin fecha) a Antonio Pereira’, en la que afirma: “Realidad poética es el componente verídico y esencial de tu narrativa breve, y esta es la razón de su sencilla, íntima –implicada- grandeza. Todo ello tiene como causa –aquí una obviedad necesaria- que tú, esencialmente, eres poeta, y, precisamente porque eres poeta, escribes una prodigiosa narrativa breve.”

Y es que la precisión y la exactitud de la prosa de Pereira aproxima sus cuentos a la estilización de la poesía. Y así surge un relámpago de acero como el de la navaja de la barbera alemana de uno de sus libros, Picassos en el desván. Termina con este párrafo:

Hubo un relámpago de acero en el aire (se notó un movimiento en las gabardinas) y un alivio de los agentes cuando la navaja rozó apenas la nuez del registrador, limpiándole ese poco de pelusilla. Luego la barbera ofreció las muñecas y ellos le pusieron unas esposas que parecían estarle pequeñas. Así salió en las fotografías de sucesos, junto a esos horrores de Düsseldorf que cuesta trabajo creer.

Un volumen para el disfrute de sus lectores, que podrían llevar una pancarta como la que llevaban sus amigos canarios cuando fueron a recibirle al aeropuerto de Tenerife: LEA USTED A PEREIRA.

Pues eso. Léanlo.

Santos Domínguez 



12/12/22

Bernard de Fallois. Siete conferencias sobre Proust

  


Bernard de Fallois.
Siete conferencias sobre Marcel Proust.
Traducción de Lluís Maria Todó.
Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2022.

‘¿Es Proust el auténtico autor de La comedia humana?’ 

Ese es el llamativo y provocador título de la cuarta conferencia de las Siete conferencias sobre Marcel Proust que dictó Bernard de Fallois. Junto con las otras seis (‘¿De veras es tan interesante la vida de Proust?’, ‘¿Cómo compuso Proust su novela?’, ‘¿Han envejecido los personajes de Proust?’, ‘Proust ¿a favor o en contra del amor?’, ‘¿La obra de arte puede vencer a la muerte?’, ‘Proust y Chateaubriand’) y con el luminoso artículo ‘Lectores de Proust’, las reúne Ediciones del Subsuelo con traducción de Lluís Maria Todó en un volumen con el que la editorial conmemora el centenario de la muerte de Proust.

Fallois (1926-2018), descubridor a principios de los cincuenta de Jean Santeuil y Contra Sainte-Beuve y autor de una imprescindible Introducción a La recherche du temps perdu (2018), elaboró estas siete magníficas conferencias de una hora de duración sobre Marcel Proust, que se publicaron en 2019 y completan una guía esclarecedora sobre la monumental obra proustiana. 

Con un estilo transparente y una fluidez expositiva admirable, Fallois aborda en la primera de ellas un asunto clave: la distancia entre biografía y obra en Proust, que criticó esa relación en su iluminador Contra Sainte-Beuve, frente a lo que pensaba Painter en su canónico y monumental ensayo en dos volúmenes sobre el autor.

Así esbozaba aquel primer día Fallois el programa semanal de conferencias:

Nos preguntaremos cómo fue construida esa catedral, […] pasaremos una tarde con sus personajes, […] nos plantearemos si Proust no es uno de nuestros grandes autores cómicos, […] por qué Proust está considerado uno de los más grandes pintores del amor. […] Nos preguntaremos también cómo puede ser que un hombre que conoció tantos pesares, tantas decepciones, tanta tristeza y que, en cierto modo, fue un hombre muy poco optimista, fuera al mismo tiempo uno de nuestros autores más divertidos. […] Finalmente, cuando hayamos despachado estas cuestiones llegaremos a otra que se sitúa más bien al final de la novela, la de saber la importancia que otorga Proust al arte, todo lo que dice sobre él, todo lo que merece ser sacrificado por él, todo lo que representa, según Proust, la parte más viva de la vida y, en cierto modo, la vida auténtica. El arte es el camino de salvación para luchar contra esas dos fuerzas tan poderosas, tan irresistibles, que son la muerte y el olvido.

En esa primera conferencia está presente ya el tono incitativo, alejado de la erudición pero nunca superficial, que recorre todas las charlas, en un impulso para despertar la curiosidad del oyente de entonces, del lector de ahora :

¿Quién era ese Marcel Proust tan desconocido en el momento de su muerte y también mucho tiempo después de su muerte, tan mal conocido y poco leído, todo sea dicho? Ese personaje extraño, sobre el que corrían rumores, una especie de leyenda, ¿quién era? ¿Qué vida tuvo? ¿Qué carácter?
Y ahora viene la pregunta que me gustaría plantearles: ¿tenemos motivos para interesarnos tanto por él?

Faillois se pregunta por el papel de la enfermedad, de la sexualidad conflictiva, de la religión o por la seguridad de Proust en lo que estaba escribiendo, pero defiende que no es el yo autobiográfico “quien escribió su libro, sino otro que ni su correspondencia ni los estudios sobre él ni los testimonios pueden darnos a conocer.” Es otro yo secreto, “que tan sólo está en su obra.” 

Y por eso lo importante es saber “no el día que conoció a Robert de Montesquiou, sino el día que conoció a Swann, a Charlus o a Albertine” y afrontar, más que la historia de la persona, la historia de su obra: su evolución, el proceso cambiante de composición de sus textos o la meditada arquitectura de su ciclo novelístico. 

Con esa perspectiva, Bernard de Fallois aborda en estas conferencias cuestiones como la búsqueda por parte de Proust de un territorio narrativo propio, la importancia de temas como la homosexualidad, los celos, el esnobismo o la decisiva dimensión temporal de los personajes, agrupados por el novelista en círculos concéntricos y sometidos a un intenso proceso de individualización: 

¿Cómo hace Proust para que, a las primeras palabras de un personaje suyo, aunque hayamos pasado años sin frecuentarlo, lo reconozcamos inmediatamente?

La magistral caracterización verbal, la metáfora como método, la perspectiva del narrador, la elaboración literaria de los escenarios, el diseño temporal, su estructura, basada en la “idea de terminar el libro en el momento en que el protagonista va a ponerse a escribirlo y nosotros acabamos de leer el libro terminado” son algunas de las claves que Fallois dilucida en estas páginas que esclarecen la coexistencia de dos tiempos en “las intermitencias del corazón” que fueron el título inicial de la serie.

“Ustedes ya conocen -escribe Faillois- la comparación que usó él para hacernos comprender lo que es un escritor y lo que podemos esperar de él. Un escritor es como un óptico que nos hace probar unas lentes para las gafas, luego otras, luego otras más, diciéndonos: «¿Ve mejor así? ¿O así? ¿Y con estas?».
Muchos lectores, tanto en Francia como en el extranjero, en los últimos setenta y cinco años, han tenido como yo la sensación de que a partir del momento en que habían leído algunas páginas de Proust veían mucho más claro.”

Estas espléndidas conferencias no son sólo un acicate para visitar o revisitar la obra de Proust, también ayudan a verla más clara.

Santos Domínguez 



9/12/22

Rosa Lentini. Fuera del día


 Rosa Lentini.
Fuera del día.
Prólogo de Edgardo Dobry.
Bartleby Editores. Madrid, 2022.

Y para que ese cuerpo de niña 
cumpliera su papel 
           la mujer acechante le supuso 
                    deseos de adulta, 
                         estrategias de ramera… 

… aun si la mente inmadura solo buscaba 
             al único que se ocupaba de ella, 
                     el único con quien compartir secreto y culpa,

se lee en ‘Remando hacia la luz’, uno de los poemas más potentes de Fuera del día (Bartleby Editores)el espléndido libro en el que Rosa Lentini hace -como en los anteriores Tuvimos y Hermosa nada, pero aquí con más intensidad- un renovado y radical ejercicio de memoria interior en unos textos que son un viaje hacia las raíces y un exorcismo de fantasmas con la palabra sanadora y la tarea de reconstrucción personal que late al fondo de estos poemas perturbadores.

Culminan así diez años de indagación poética y humana en el peso del pasado, en la construcción de la memoria de quien ahora mira de frente la experiencia traumática infantil que llevó “el pubis de una niña hasta la vergüenza.”

El trauma de los extravíos secretos y los abusos familiares es, como señala Edgardo Dobry en su excelente prólogo, el “nudo familiar que se aprieta en Fuera del día. Nudo lírico, donde no se recupera la anécdota o el acontecimiento objetivo sino la larga onda expansiva que el acontecimiento tiene en la memoria y en la sensibilidad.”

Esa onda expansiva, esa secuela imborrable de la astucia, el delirio y la estrategia nos llega no en la prosa directa del reportaje o la denuncia, sino en el intenso lenguaje elusivo y alusivo de la poesía, a través de una lenta elaboración verbal de la experiencia traumática, liberada y canalizada en sueños y pesadillas, expresada en un poderoso proceso de elipsis y metaforización de una crudelísima realidad:

En el calor de la noche una mujer dormida 
                           es pura teoría 
su talle desnudo abraza el monólogo 
de una cabeza sin ideas, arrancada de sí misma, 
            y sin lograr escribir 
                         da vueltas con dificultad 
                         sobre las sábanas empapadas… 

pero el deseo 
pugna por nacer a una segunda piel 
la incredulidad de la que brota, 
             donde el demonio de los versos 
se libre de la ira y de su lluvia envenenada.

Porque si estos poemas que tienen la fuerza de la verdad resultan perturbadores para el lector, tienen para su autora la virtud sanadora del conjuro poético de las cicatrices, son el exorcismo verbal que cauteriza con el fuego de su palabra ardiente las heridas abiertas en “lo que se quiebra” y aún duele; reflejan la purga de un corazón en claroscuro que, entre la vigilia y el sueño, proyecta su dolorida experiencia lejos del patetismo en un admirable ejercicio de precisión verbal y contención expresiva, de intensidad emocional y de hondura poética.

Estas son las estrofas que cierran el último poema, en el que la voz que habla desde fuera del día conversa con el fantasma de su abuela centenaria Desde la habitación de un hotel:

…le digo que nunca dejamos de hablarle a la mujer 
que aún ignora si resistirá, 
como si su cuerpo no estuviera ya en el reverso de la luz 
y sé que se lo estoy diciendo a alguien que ha vivido todo 
lo que se puede vivir sin desencanto…

Aunque ocupemos habitaciones separadas, 
puedo verla, hilando su cesta de mimbre,
                                      que deja a un lado, 
y con su expresión más secreta me responde 
acercando a mis labios el dedo 
               que ha puesto antes en los suyos

Santos Domínguez 



7/12/22

Chesterton. El alma del ingenio



Gilbert K. Chesterton.
El alma del ingenio.
Sobre William Shakespeare.
Introducción de José María Álvarez.
Traducción de Aurora Rice.
Renacimiento. Sevilla, 2022.


 “Cuando leemos a Shakespeare no hace falta nada entre él y nosotros. Sólo dejarse llevar; como se deja y nos propone aquí Chesterton, quien alguna vez dijo «Envejeceré para todo, hasta para el amor, pero nunca envejeceré para el asombro», escribe José María Álvarez en la introducción de El alma del ingenio, el magnífico libro que recoge los ensayos, conferencias y artículos en que Chesterton habló de Shakespeare, uno de esos autores que “no escribían con un fin moral, sino con una base moral.”

Lo publica Renacimiento con traducción de Aurora Rice, la primera que se hace al español de esta recopilación de textos que reunió Dorothy Collins, la secretaria de Chesterton, en 1971 en el volumen Chesterton on Shakespeare

Cincuenta años después, en 2012, Dale Ahlquist amplió notablemente aquella selección inicial con nuevos textos y fragmentos en una edición renovada que es el origen de este El alma del ingenio. Sobre William Shakespeare.

Organizado en ocho secciones temáticas, lo precede un prólogo en el que Dale Ahlquist señala que “a cualquiera que conozca la exquisita crítica literaria de Chesterton le tiene que doler que no viviese por escribir el libro prometido sobre Shakespeare” y concluye que “Chesterton consigue que leamos a Shakespeare por primera vez. […] Shakespeare es un clásico, que significa que no se lee sino que se cita. La popularidad de Shakespeare nunca pasa, pero pocos hemos leído a Shakespeare. Chesterton leyó realmente a Shakespeare. Como ya dije, fueron amigos toda la vida. Y una cosa que hacen los amigos de verdad es cumplir sus promesas. Aquí, espero, está el libro que Chesterton prometió escribir sobre su amigo.”

El contexto histórico y cultural de la vida y la obra de Shakespeare, agudos comentarios sobre las tragedias y las comedias, el papel de la imaginación, el mundo de los sueños y los abismos morales, el sonido y el humor o su temperamento artístico, ordinario y extraordinario a un tiempo; las convenciones teatrales y la brillantez verbal; la capacidad inventiva y la morena misteriosa de sus sonetos; el estilo y la técnica, las tramas y los personajes, las disparatadas atribuciones que niegan la autoría de Shakespeare, aunque para Chesterton “Shakespeare es Shakespeare”…

Esos son los ejes de estos textos breves -algunos brevísimos- que combinan en su prosa deslumbrante la profundidad intelectual y la percepción sentimental, la mirada irónica y la humanidad comprensiva, la agudeza lectora y el buen humor falstaffiano. Por eso no puede extrañarnos que Falstaff (“Amamos a Falstaff porque es cualquier cosa menos un fariseo”) sea uno de los personajes más citados en estas páginas que hablan de Hamlet (“Lo trágico de Hamlet no es que sea escéptico. Lo trágico es que es demasiado buen filósofo como para ser escéptico”), de Macbeth (“un buen asesino, un asesino sólido, serio, digno”), de Lear, protagonista de una obra en la que “casi todos están más o menos locos”; de Shylock, “tan digno y tan intelectual”; de la asombrosa arquitectura, “la inalcanzable excelencia” y  la mística de la felicidad de El sueño de una noche de verano, a la que dedica algunas de las mejores páginas del libro. 

Y por encima de todo, estos textos son una muestra de la frescura y la lucidez lectora de Chesterton, de su alegría transitiva en la celebración de la literatura, de su capacidad de presentar al lector el universo de Shakespeare como recién creado, porque “hay una clase de crítica que nos recuerda que hemos leído un libro y hay otra clase, mucho mejor, que nos convence de que nunca lo hemos leído.” 

Cierra esta amplia selección un texto muy breve y muy significativo, unas pocas líneas que aparecieron en el Daily News el 2 de enero de 1907:

¿Cómo podemos discutir de cómo habríamos escrito nosotros las obras de Shakespeare? Shakespeare nos ha escrito a nosotros. Y usted y yo somos dos de sus mejores personajes.

Y en 1912 esta otra afirmación, que complementa a la anterior:

Todos somos igual de poéticos que Shakespeare; sólo que no somos tan grandes poetas. Nuestros temperamentos son iguales que el suyo, pero ni usted ni yo somos capaces de escribir versos como: “Todos  nuestros ayeres han iluminado para los tontos el camino de la muerte polvorienta…”

Estas palabras de la introducción de José María Álvarez resumen lo que el lector se va a encontrar en este magnífico libro que hace conversar por encima del tiempo a dos genios como Shakespeare y Chesterton en estas páginas luminosas:

“Estoy convencido de que a muchos lectores de Shakespeare este libro de Chesterton puede abrirles a reflexiones nuevas, a ver de otra forma lo que creían y habían aprendido de su obra; e incluso me atrevo a asegurar que también a sus consideraciones sobre otros muchos libros y autores, y sobre sí mismo. Shakespeare, ese Maestro de Cien Edades con frase de Mencio, no se acaba nunca. Y como él, Chesterton y su admirable y jovial contemplación de la Vida, tampoco.”

Santos Domínguez 




5/12/22

Vladimir Pozner. Tolstói ha muerto


 Vladimir Pozner.
Tolstói ha muerto.
Traducción y prólogo 
de Adolfo García Ortega.
Seix Barral. Barcelona, 2022.

Los tres primeros días:
del 1 al 3 de noviembre de 1910

1. Nikoláyev

El 1 de noviembre de 1910, a las diez y diez de la mañana, se envió un telegrama desde la ventanilla de la pequeña estación de Astapovo, situada en la línea férrea Riazán-Ural.

             Ayer caí enfermo. Viajeros me han visto bajar del tren muy débil. Temo que la noticia se propague. Hoy, mejoría. Proseguimos viaje. Tomad medidas. Tenednos al corriente.

Veinte minutos más tarde, un nuevo telegrama es expedido a la misma dirección por una de las dos mujeres que acompañan al enfermo.

                   Ayer bajamos en Astapovo. Fiebre alta, estado inconsciente. Esta mañana, temperatura normal; actualmente, de nuevo fiebre. Imposible viajar. Ha expresado su deseo de veros.

El primer telegrama está firmado «Nikoláyev»; el segundo, «Frolova». (El destinatario se llama Chertkov.)

2. Un viejo

Tres días antes, en la noche del 27 al 28 de octubre, un viejo del que, dos años atrás, el mundo entero había celebrado el ochenta aniversario, había abandonado su hacienda, sus libros, a sus allegados y a su mujer, sobre todo a su mujer. Se proponía ir a reunirse con unos pretendidos discípulos que estaban muy lejos. Por otro lado, el destino le importaba menos que el hecho de marcharse. Ya había tratado de huir en otra ocasión, pero su mujer se lo había impedido. Esta vez, viajaría con un nombre falso. En un país donde la censura había prohibido la versión íntegra de Resurrección, Tolstói llevaría el nombre de Nikoláyev y su hija se llamaría Frolova.
Nadie sospecharía nada. Sería uno más de los viejos que van sentados en el banco del vagón.

Con esos dos fragmentos comienza el primero de los capítulos en los que Vladimir Pozner organiza su Tolstói ha muerto, que publica Seix Barral con traducción y prólogo de Adolfo García Ortega.

Vladimir Pozner (París 1905-1992), hijo de judíos rusos, lo publicó en francés en 1935 con un aviso al lector que señalaba: “Cuando huyó de su casa y de los suyos, Tolstói cayó enfermo en la lejana estación de Astapovo. Moriría allí una semana más tarde, el 7 de noviembre de 1910, veinticinco años antes de la redacción de este libro. Durante siete días, el telégrafo fue el único nexo entre Astapovo y el mundo.”

Esos telegramas son la base de la construcción de Tolstói ha muerto, que toma su título del último de ellos, el que cierra la obra con la noticia de la muerte del novelista.

A partir de ese material inicial, Pozner elabora un potente mosaico narrativo que reconstruye los últimos días de Tolstói y las circunstancias que provocaron su huida en tren, en compañía de su hija Alexandra, con la que aparece en la magnífica fotografía de la portada. “Una huida -aclara Adolfo García Ortega en el prólogo a su traducción- que transformó una pequeña aldea rusa en la capital del imperio por unos días”.

De la agitación, de la confusión que produjeron aquellos hechos en aquel pueblo perdido y de las distintas versiones que suscitaron da cuenta este caleidoscopio de voces y miradas en torno a la huida y a la agonía de Tolstói a través de un amplio elenco de personajes: su abundante familia, los médicos que le atendieron, los periodistas que cubrieron la información, los empleados del ferrocarril, las autoridades locales, los policías, los representantes de la iglesia o los empleados del telégrafo.

Sus veintisiete capítulos se organizan en una estructura oscilante que alterna el seguimiento cronológico de la enfermedad entre el 1 y el 7 de noviembre (‘El drama’) y los antecedentes de la crisis familiar, evocada con citas de las obras de Tolstói y de sus cartas, con testimonios de su mujer y de sus allegados (‘Historia de un matrimonio’). “Dichos testimonios -advierte Pozner- explican la tragedia final por los malentendidos acumulados durante los cuarenta y ocho años de un matrimonio tan célebre como infeliz.”

El conjunto, que ensambla sus ciento ochenta y cinco fragmentos en un sabio montaje de documentos policiales, artículos periodísticos e informes médicos, completa una vertiginosa narración que no sólo recrea los hechos como un reportaje periodístico ilustrado con espléndidas fotografías de aquella semana, sino que aventura una hipótesis explicativa desde el territorio de la literatura sobre las llamativas circunstancias que envolvieron la última semana de vida de Tolstói. 

“Tal vez no exista en este libro ni un gramo de ficción -concluye García Ortega-, pero el conjunto, el modo de montar cinematográficamente los fragmentos de todo este material tiene la estructura de una novela moderna absorbente y literaria. […] Con esta audaz propuesta narrativa sobre la agonía mítica de Tolstói, Vladimir Pozner logra hacer la crónica de un país, de un tiempo y de unas figuras insólitas del siglo XIX iluminando sus sombras con la luz del siglo XX.”

Santos Domínguez