Rosa Lentini.
Fuera del día.
Prólogo de Edgardo Dobry.
Bartleby Editores. Madrid, 2022.
Y para que ese cuerpo de niña
cumpliera su papel
la mujer acechante le supuso
deseos de adulta,
estrategias de ramera…
… aun si la mente inmadura solo buscaba
al único que se ocupaba de ella,
el único con quien compartir secreto y culpa,
se lee en ‘Remando hacia la luz’, uno de los poemas más potentes de Fuera del día (Bartleby Editores), el espléndido libro en el que Rosa Lentini hace -como en los anteriores Tuvimos y Hermosa nada, pero aquí con más intensidad- un renovado y radical ejercicio de memoria interior en unos textos que son un viaje hacia las raíces y un exorcismo de fantasmas con la palabra sanadora y la tarea de reconstrucción personal que late al fondo de estos poemas perturbadores.
Culminan así diez años de indagación poética y humana en el peso del pasado, en la construcción de la memoria de quien ahora mira de frente la experiencia traumática infantil que llevó “el pubis de una niña hasta la vergüenza.”
El trauma de los extravíos secretos y los abusos familiares es, como señala Edgardo Dobry en su excelente prólogo, el “nudo familiar que se aprieta en Fuera del día. Nudo lírico, donde no se recupera la anécdota o el acontecimiento objetivo sino la larga onda expansiva que el acontecimiento tiene en la memoria y en la sensibilidad.”
Esa onda expansiva, esa secuela imborrable de la astucia, el delirio y la estrategia nos llega no en la prosa directa del reportaje o la denuncia, sino en el intenso lenguaje elusivo y alusivo de la poesía, a través de una lenta elaboración verbal de la experiencia traumática, liberada y canalizada en sueños y pesadillas, expresada en un poderoso proceso de elipsis y metaforización de una crudelísima realidad:
En el calor de la noche una mujer dormida
es pura teoría
su talle desnudo abraza el monólogo
de una cabeza sin ideas, arrancada de sí misma,
y sin lograr escribir
da vueltas con dificultad
sobre las sábanas empapadas…
pero el deseo
pugna por nacer a una segunda piel
la incredulidad de la que brota,
donde el demonio de los versos
se libre de la ira y de su lluvia envenenada.
Porque si estos poemas que tienen la fuerza de la verdad resultan perturbadores para el lector, tienen para su autora la virtud sanadora del conjuro poético de las cicatrices, son el exorcismo verbal que cauteriza con el fuego de su palabra ardiente las heridas abiertas en “lo que se quiebra” y aún duele; reflejan la purga de un corazón en claroscuro que, entre la vigilia y el sueño, proyecta su dolorida experiencia lejos del patetismo en un admirable ejercicio de precisión verbal y contención expresiva, de intensidad emocional y de hondura poética.
Estas son las estrofas que cierran el último poema, en el que la voz que habla desde fuera del día conversa con el fantasma de su abuela centenaria Desde la habitación de un hotel:
…le digo que nunca dejamos de hablarle a la mujer
que aún ignora si resistirá,
como si su cuerpo no estuviera ya en el reverso de la luz
y sé que se lo estoy diciendo a alguien que ha vivido todo
lo que se puede vivir sin desencanto…
Aunque ocupemos habitaciones separadas,
puedo verla, hilando su cesta de mimbre,
que deja a un lado,
y con su expresión más secreta me responde
acercando a mis labios el dedo
que ha puesto antes en los suyos
Santos Domínguez