Antonio Machado.
Prosas dispersas (1893-1936).
Edición anotada de Jordi Doménech.
Páginas de Espuma. Madrid, 2001
Prosas dispersas (1893-1936).
Edición anotada de Jordi Doménech.
Páginas de Espuma. Madrid, 2001
Mientras leía esta primavera Ligero de equipaje, la biografía de Antonio Machado escrita por Ian Gibson, me llamaba la atención una y otra vez la insistente referencia a estas Prosas dispersas (1893-1936) que reunió Jordi Doménech en un voluminoso tomo publicado por Páginas de Espuma.
No se trataba de una declaración gratuita ni ligera. El lector de la más reciente y amplia biografía de Antonio Machado se encuentra con constantes apoyos documentales en este libro, que Gibson definía como "una aportación de valor incalculable al conocimiento de Machado."
El volumen se abre con una amplia y profunda introducción de Rafael Alarcón Sierra, un estudio que sitúa estos textos en su contexto público o privado. Las tres cuartas partes de estas prosas dispersas las constituye el epistolario, una escritura oculta de la que muchas veces surge el escrito público o el poema. Porque incluso en esas cartas se puede ir siguiendo con fluidez la doble dimensión ética y estética, cívica y literaria del pensamiento y la obra de Antonio Machado.
Es muy interesante comprobar por ejemplo cómo se desdobla el poeta en su correspondencia en diversos sujetos epistolares. No es el mismo Machado el que escribe cartas reverentes a Unamuno que el que se intercambia con Juan Ramón cartas breves sobre temas literarios, ni el Machado admirativo que se cartea con Ortega es el que escribe correspondencia amorosa con Pilar Valderrama. Ni estos se parecen mucho al que aconseja y regaña con afecto a Gerardo Diego.
El detenido y agudo estudio que hace Rafael Alarcón de esas relaciones epistolares arroja mucha luz intrahistórica, como las notas de Jordi Doménech, sobre la producción poética y el pensamiento estético y filosófico de Machado en cada uno de esos momentos.
Y lo mismo ocurre con las notas, las reseñas y los prólogos que contienen implícitas o explícitas las ideas de Antonio Machado sobre literatura, teatro, arte, política o educación.
Jordi Doménech ha reunido todo este material disperso en cinco apartados que, anticipando el criterio de organización de la biografía de Gibson, combinan lo geográfico y lo cronológico, unen espacio y tiempo para situar estas prosas en su marco existencial, en su circunstancia biográfica, de manera que en cierta medida constituyen un diario que fija cronológicamente el sentido de la obra de Antonio Machado y la evolución de sus preocupaciones y su pensamiento poético, filosófico o político. Se trata en ese sentido, como subraya Doménech, de una especie de diario intelectual de Machado.
Un diario intelectual que tiene, además del epistolario, estas estaciones de paso:
I Madrid (1893-1907), con las colaboraciones de Machado en La Caricatura, en Electra y en la sección «Glosario» de Renacimiento.
II Soria (1907-1912), donde se recogen colaboraciones sin firmar en El Porvenir Castellano, el texto de alguna conferencia o el informe remitido a la Junta para Ampliación de Estudios con motivo de su beca en París.
III Baeza (1912-1919), que comienza con una carta a José María Palacio que anticipa el tono de algunos poemas de la segunda edición de Campos de Castilla. La impresión negativa que le ha causado Baeza queda resumida en esa carta en la que dice: "Soria es Atenas comparada con esta ciudad donde ni aun periódicos se leen."
IV Segovia (1919-1932), con el texto que Machado escribió para presentar a Ortega, Marañón y Pérez de Ayala en el mitin de la Agrupación al Servicio de la República, en el teatro Juan Bravo de Segovia.
V Madrid (1932-1936), donde se recoge la entrevista que le hizo Rosario del Olmo con el título "Los intelectuales contra la guerra."
Las más de 1.600 notas a pie de página, tan exhaustivas como interesantes, sitúan cada texto en la circunstancia de la que surge, la aclaran y contribuyen a situar a Machado en el tiempo que lo explica.
Quedan fuera por tanto el Juan de Mairena, que se había ido publicando por entregas entre 1934 y 1936, pero fue reunido por Machado en un volumen poco antes de la guerra.
Tampoco se incluyen los cuadernos de apuntes manuscritos de Machado, tanto Los complementarios (1912-1926) como los cuadernos de Burgos que han sido editados recientemente por la Institución Fernán González.
Unos y otros, en opinión de Doménech y dadas sus características, debían publicarse en un tomo conjunto y exento.
Esta recopliación llega hasta poco antes de la guerra civil. El último texto es un carta a Enestina de Champourcin del diez de mayo de 1936.
Habrá, pues, un segundo volumen. La edición de esta prosa dispersa se completará en el futuro con los escritos de Machado en los años de la guerra, años en los que intensificó la producción de este tipo de textos misceláneos, pese a las penosas circunstancias de la guerra y a las limitaciones físicas de su mala salud. Ante eso se puede esperar que ese segundo volumen sea incluso más extenso que éste.
Y sin embargo, aunque esta sea la recopilación más extensa hasta la fecha, parece cada vez más claro que estas Prosas dispersas no pueden considerarse las prosas completas, como se anunciaba la edición crítica de Oreste Macrí que con motivo del cincuentenario de la muerte de Machado, publicaron Espasa Calpe y la Fundación Antonio Machado en 1989.
Y aunque en estos últimos años se han publicado materiales como los cuadernos de Burgos o los de Sevilla, parece que sigue habiendo muchas cartas de Antonio Machado en manos de particulares y se desconoce el paradero del manuscrito de algunos textos como su discurso de ingreso en la Academia.
A Machado lo han perseguido las erratas como si fueran animales silvestres. Y eso ha ocurrido no sólo en el descuido de los periódicos de comienzos del siglo pasado. Incluso en ediciones pretendidamente exigentes como la citada de Macrí se deslizaba un intolerable número de erratas que se han eliminado en este volumen, así como los frecuentes errores de lectura que provocaba en los tipógrafos una caligrafía confusa como la de Machado, que hasta los últimos años de su vida no utilizó la máquina de escribir.
No se trataba de una declaración gratuita ni ligera. El lector de la más reciente y amplia biografía de Antonio Machado se encuentra con constantes apoyos documentales en este libro, que Gibson definía como "una aportación de valor incalculable al conocimiento de Machado."
El volumen se abre con una amplia y profunda introducción de Rafael Alarcón Sierra, un estudio que sitúa estos textos en su contexto público o privado. Las tres cuartas partes de estas prosas dispersas las constituye el epistolario, una escritura oculta de la que muchas veces surge el escrito público o el poema. Porque incluso en esas cartas se puede ir siguiendo con fluidez la doble dimensión ética y estética, cívica y literaria del pensamiento y la obra de Antonio Machado.
Es muy interesante comprobar por ejemplo cómo se desdobla el poeta en su correspondencia en diversos sujetos epistolares. No es el mismo Machado el que escribe cartas reverentes a Unamuno que el que se intercambia con Juan Ramón cartas breves sobre temas literarios, ni el Machado admirativo que se cartea con Ortega es el que escribe correspondencia amorosa con Pilar Valderrama. Ni estos se parecen mucho al que aconseja y regaña con afecto a Gerardo Diego.
El detenido y agudo estudio que hace Rafael Alarcón de esas relaciones epistolares arroja mucha luz intrahistórica, como las notas de Jordi Doménech, sobre la producción poética y el pensamiento estético y filosófico de Machado en cada uno de esos momentos.
Y lo mismo ocurre con las notas, las reseñas y los prólogos que contienen implícitas o explícitas las ideas de Antonio Machado sobre literatura, teatro, arte, política o educación.
Jordi Doménech ha reunido todo este material disperso en cinco apartados que, anticipando el criterio de organización de la biografía de Gibson, combinan lo geográfico y lo cronológico, unen espacio y tiempo para situar estas prosas en su marco existencial, en su circunstancia biográfica, de manera que en cierta medida constituyen un diario que fija cronológicamente el sentido de la obra de Antonio Machado y la evolución de sus preocupaciones y su pensamiento poético, filosófico o político. Se trata en ese sentido, como subraya Doménech, de una especie de diario intelectual de Machado.
Un diario intelectual que tiene, además del epistolario, estas estaciones de paso:
I Madrid (1893-1907), con las colaboraciones de Machado en La Caricatura, en Electra y en la sección «Glosario» de Renacimiento.
II Soria (1907-1912), donde se recogen colaboraciones sin firmar en El Porvenir Castellano, el texto de alguna conferencia o el informe remitido a la Junta para Ampliación de Estudios con motivo de su beca en París.
III Baeza (1912-1919), que comienza con una carta a José María Palacio que anticipa el tono de algunos poemas de la segunda edición de Campos de Castilla. La impresión negativa que le ha causado Baeza queda resumida en esa carta en la que dice: "Soria es Atenas comparada con esta ciudad donde ni aun periódicos se leen."
IV Segovia (1919-1932), con el texto que Machado escribió para presentar a Ortega, Marañón y Pérez de Ayala en el mitin de la Agrupación al Servicio de la República, en el teatro Juan Bravo de Segovia.
V Madrid (1932-1936), donde se recoge la entrevista que le hizo Rosario del Olmo con el título "Los intelectuales contra la guerra."
Las más de 1.600 notas a pie de página, tan exhaustivas como interesantes, sitúan cada texto en la circunstancia de la que surge, la aclaran y contribuyen a situar a Machado en el tiempo que lo explica.
Se recoge aquí todo el material disperso que Antonio Machado no reunió en libros: sus artículos en periódicos y revistas, los prólogos para su obra o para libros ajenos, cartas, discursos, conferencias y entrevistas hasta el inicio de la guerra civil: un conjunto de 265 textos, 72 de los cuales no habían sido recogidos en ediciones anteriores de la obra de Machado.
Quedan fuera por tanto el Juan de Mairena, que se había ido publicando por entregas entre 1934 y 1936, pero fue reunido por Machado en un volumen poco antes de la guerra.
Tampoco se incluyen los cuadernos de apuntes manuscritos de Machado, tanto Los complementarios (1912-1926) como los cuadernos de Burgos que han sido editados recientemente por la Institución Fernán González.
Unos y otros, en opinión de Doménech y dadas sus características, debían publicarse en un tomo conjunto y exento.
Esta recopliación llega hasta poco antes de la guerra civil. El último texto es un carta a Enestina de Champourcin del diez de mayo de 1936.
Habrá, pues, un segundo volumen. La edición de esta prosa dispersa se completará en el futuro con los escritos de Machado en los años de la guerra, años en los que intensificó la producción de este tipo de textos misceláneos, pese a las penosas circunstancias de la guerra y a las limitaciones físicas de su mala salud. Ante eso se puede esperar que ese segundo volumen sea incluso más extenso que éste.
Y sin embargo, aunque esta sea la recopilación más extensa hasta la fecha, parece cada vez más claro que estas Prosas dispersas no pueden considerarse las prosas completas, como se anunciaba la edición crítica de Oreste Macrí que con motivo del cincuentenario de la muerte de Machado, publicaron Espasa Calpe y la Fundación Antonio Machado en 1989.
Y aunque en estos últimos años se han publicado materiales como los cuadernos de Burgos o los de Sevilla, parece que sigue habiendo muchas cartas de Antonio Machado en manos de particulares y se desconoce el paradero del manuscrito de algunos textos como su discurso de ingreso en la Academia.
A Machado lo han perseguido las erratas como si fueran animales silvestres. Y eso ha ocurrido no sólo en el descuido de los periódicos de comienzos del siglo pasado. Incluso en ediciones pretendidamente exigentes como la citada de Macrí se deslizaba un intolerable número de erratas que se han eliminado en este volumen, así como los frecuentes errores de lectura que provocaba en los tipógrafos una caligrafía confusa como la de Machado, que hasta los últimos años de su vida no utilizó la máquina de escribir.
Santos Domínguez