Isaías Lafuente.
La mujer olvidada.
Clara Campoamor y su lucha por el voto femenino
Temas de Hoy. Madrid, 2006.
El 1 de septiembre de 1931, el día en que subí por primera vez los seis peldaños de la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados para defender el sufragio femenino, yo tenía que estar muerta.
De esta manera comienza la narración de la autobiografía ficticia de Clara Campoamor que ha escrito Isaías Lafuente y publica Temas de Hoy. Se trata de recrear o imaginar las memorias que Clara Campoamor nunca llegó a escribir. Anciana y enferma, desde su exilio en Lausana, la mujer que defendió y consiguió el reconocimiento del derecho al voto para las mujeres españolas en las Cortes constituyentes de la Segunda República, recuerda aquel debate memorable en el que tuvo que enfrentarse a los prejuicios de los hombres y de la única mujer, Victoria Kent, que ocupaban sus escaños.
A través de sus páginas, Isaías Lafuente nos descubre la apasionante vida de una mujer que antes de cambiar la Historia tuvo que cambiar la suya propia. Huérfana de padre, tuvo que abandonar sus estudios siendo una niña para ponerse a trabajar. Con 32 años, cuando la vida de las mujeres de su época estaba amortizada, decidió reemprender su formación y en una década intensa consiguió acabar Derecho, montar su bufete de abogada en Madrid y obtener un escaño como diputada.
La suya fue la primera voz de mujer que se escuchó en el Parlamento español. Su apasionada defensa del voto femenino, en contra de su propio partido, que la dejó sola, fue, paradójicamente, su mayor éxito político y la causa de un imparable declive que la llevó al ostracismo. Vivió su largo exilio consumida por la angustia de no poder regresar a su país y por la decepción de que pasaban los años sin que las mujeres españolas lograsen recuperar los derechos que ella había contribuido a conquistar cuarenta años antes.
Perseguida por el régimen de Franco, nunca se le permitió regresar a España. Sólo pudo hacerlo, convertida en cenizas, tras su muerte, el 30 de abril de 1972. La memoria no ha hecho suficiente justicia a esta mujer excepcional. Y en la España actual aún se encuentran enciclopedias, libros de texto o tratados políticos que olvidan incluir su nombre.
Muy acertadamente, Isaías Lafuente utiliza la primera persona para suplir el hecho de que no escribiera su autobiografía en estos recuerdos de Clara Campoamor desde Lausana en los últimos días de su vida.
El alemán Dr. Moebius y otros Moebius nacionales hablaban de la inferioridad mental de la mujer. ¿Es la mujer un ser humano?, se preguntaba en aquella España Gregorio Martínez Sierra, famoso dramaturgo de la época. Todavía no se sabía entonces que sus mejores obras las había escrito precisamente una mujer, precisamente la suya: María Lejárraga.
Clarín decía de Emilia Pardo Bazán que era un marimacho y otro famoso novelista de la época sólo acertaba a decir cuando le comunicaban que había muerto Dª Emilia:
-¡Qué pena! ¡Con lo bien que la chupaba!
Las mujeres tenían sus derechos civiles limitados. O simplemente no tenían derechos. No se concebía la coeducación y en los primeros tiempos de la Segunda República se daba la paradoja de que las mujeres podían ser elegidas como Clara Campoamor o Victoria Kent, pero no podían ser electoras.
Circulaba en aquella España el tratado La indiferencia espiritual del sexo femenino, del diputado gallego Novoa Santos, patólogo patológico que decía que el histerismo no es una enfermedad sino la propia estructura de la mujer.
En ese contexto se desarrolla la vida de Clara Campoamor, telegrafista que luego deja de escribir al dictado, que dio clases en la Escuela de Adultos y entró en el Ateneo, donde conoció a Margarita Nelken.
Con 33 años inicia el Bchillerato, ingresa luego en en la Universidad donde completa estudios de Derecho. Y casi a la vez que Victoria Kent, fue la primera mujer que abrió bufete en Madrid. Sus primeros gestos republicanos se produjeron durante la dictadura de Primo de Rivera. Luego vivió la proclamación de la República en San Sebastián.
Y tras el decreto de las faldas, que hizo elegibles a las mujeres y a los curas, fue elegida parlamentaria en las listas del Partido Radical.
Y empezó a defender, para eso subió a la tribuna aquel primero de septiembre de 1931, el voto femenino. Un voto peligroso porque las mujeres estaban dominadas por la sacristía, según se denunció en aquel enfrentamiento en el Congreso con Victoria Kent que lo consideraba inoportuno y prematuro. Y aunque se llegaron a proponer alternativas enloquecidas como el llamado voto de la menopausia, el derecho de voto para la mujer a los 45 años, finalmente triunfó la propuesta que defendía Clara Campoamor, que en 1936 publicó Un pecado mortal, memoria personal sobre su lucha por el voto femenino.
Tenía que estar muerta, iba pensando, porque la esperanza de vida para la mujer de su época ya la había rebasado por entonces. Desde esa condición de superviviente, el 1 de setiembre de 1931, con 43 años, Clara Campoamor sube por primera vez a la tribuna de oradores del Congreso.
Setenta y cinco años después de aquellas jornadas de septiembre de 1931, este libro es un merecido homenaje a su lucha y a su memoria.
De esta manera comienza la narración de la autobiografía ficticia de Clara Campoamor que ha escrito Isaías Lafuente y publica Temas de Hoy. Se trata de recrear o imaginar las memorias que Clara Campoamor nunca llegó a escribir. Anciana y enferma, desde su exilio en Lausana, la mujer que defendió y consiguió el reconocimiento del derecho al voto para las mujeres españolas en las Cortes constituyentes de la Segunda República, recuerda aquel debate memorable en el que tuvo que enfrentarse a los prejuicios de los hombres y de la única mujer, Victoria Kent, que ocupaban sus escaños.
A través de sus páginas, Isaías Lafuente nos descubre la apasionante vida de una mujer que antes de cambiar la Historia tuvo que cambiar la suya propia. Huérfana de padre, tuvo que abandonar sus estudios siendo una niña para ponerse a trabajar. Con 32 años, cuando la vida de las mujeres de su época estaba amortizada, decidió reemprender su formación y en una década intensa consiguió acabar Derecho, montar su bufete de abogada en Madrid y obtener un escaño como diputada.
La suya fue la primera voz de mujer que se escuchó en el Parlamento español. Su apasionada defensa del voto femenino, en contra de su propio partido, que la dejó sola, fue, paradójicamente, su mayor éxito político y la causa de un imparable declive que la llevó al ostracismo. Vivió su largo exilio consumida por la angustia de no poder regresar a su país y por la decepción de que pasaban los años sin que las mujeres españolas lograsen recuperar los derechos que ella había contribuido a conquistar cuarenta años antes.
Perseguida por el régimen de Franco, nunca se le permitió regresar a España. Sólo pudo hacerlo, convertida en cenizas, tras su muerte, el 30 de abril de 1972. La memoria no ha hecho suficiente justicia a esta mujer excepcional. Y en la España actual aún se encuentran enciclopedias, libros de texto o tratados políticos que olvidan incluir su nombre.
Muy acertadamente, Isaías Lafuente utiliza la primera persona para suplir el hecho de que no escribiera su autobiografía en estos recuerdos de Clara Campoamor desde Lausana en los últimos días de su vida.
El alemán Dr. Moebius y otros Moebius nacionales hablaban de la inferioridad mental de la mujer. ¿Es la mujer un ser humano?, se preguntaba en aquella España Gregorio Martínez Sierra, famoso dramaturgo de la época. Todavía no se sabía entonces que sus mejores obras las había escrito precisamente una mujer, precisamente la suya: María Lejárraga.
Clarín decía de Emilia Pardo Bazán que era un marimacho y otro famoso novelista de la época sólo acertaba a decir cuando le comunicaban que había muerto Dª Emilia:
-¡Qué pena! ¡Con lo bien que la chupaba!
Las mujeres tenían sus derechos civiles limitados. O simplemente no tenían derechos. No se concebía la coeducación y en los primeros tiempos de la Segunda República se daba la paradoja de que las mujeres podían ser elegidas como Clara Campoamor o Victoria Kent, pero no podían ser electoras.
Circulaba en aquella España el tratado La indiferencia espiritual del sexo femenino, del diputado gallego Novoa Santos, patólogo patológico que decía que el histerismo no es una enfermedad sino la propia estructura de la mujer.
En ese contexto se desarrolla la vida de Clara Campoamor, telegrafista que luego deja de escribir al dictado, que dio clases en la Escuela de Adultos y entró en el Ateneo, donde conoció a Margarita Nelken.
Con 33 años inicia el Bchillerato, ingresa luego en en la Universidad donde completa estudios de Derecho. Y casi a la vez que Victoria Kent, fue la primera mujer que abrió bufete en Madrid. Sus primeros gestos republicanos se produjeron durante la dictadura de Primo de Rivera. Luego vivió la proclamación de la República en San Sebastián.
Y tras el decreto de las faldas, que hizo elegibles a las mujeres y a los curas, fue elegida parlamentaria en las listas del Partido Radical.
Y empezó a defender, para eso subió a la tribuna aquel primero de septiembre de 1931, el voto femenino. Un voto peligroso porque las mujeres estaban dominadas por la sacristía, según se denunció en aquel enfrentamiento en el Congreso con Victoria Kent que lo consideraba inoportuno y prematuro. Y aunque se llegaron a proponer alternativas enloquecidas como el llamado voto de la menopausia, el derecho de voto para la mujer a los 45 años, finalmente triunfó la propuesta que defendía Clara Campoamor, que en 1936 publicó Un pecado mortal, memoria personal sobre su lucha por el voto femenino.
Tenía que estar muerta, iba pensando, porque la esperanza de vida para la mujer de su época ya la había rebasado por entonces. Desde esa condición de superviviente, el 1 de setiembre de 1931, con 43 años, Clara Campoamor sube por primera vez a la tribuna de oradores del Congreso.
Setenta y cinco años después de aquellas jornadas de septiembre de 1931, este libro es un merecido homenaje a su lucha y a su memoria.
Mayra Vela Muzot.