23/4/08

Moralistas franceses



Moralistas franceses.
Edición y traducciones de
José Antonio Millán Alba y Salustiano Masó.
Introducción de Alicia Yllera.
Biblioteca de Literatura Universal.
Almuzara. Córdoba, 2008.



En la Biblioteca de Literatura Universal la editorial Almuzara publica una espléndida recopilación de textos de Moralistas franceses en una edición preparada por José Antonio Millán Alba.

Más de siglo y medio de máximas y pensamientos que se mueven entre el apunte y el aforismo, en las formas breves y abiertas. Literatura del fragmento y de la conciencia de unos moralistas que no se dedican a dar lecciones de moral, sino a reflexionar críticamente sobre la condición humana y las costumbres y son los autores más representativos de un género literario que tiene su antecedente más directo en Montaigne, se configura a mediados del XVII bajo la influencia determinante de Gracián y su Oráculo manual y se desarrolla con fuerza hasta la restauración borbónica del XIX.

Se recogen aquí los Pensamientos de un Pascal, riguroso y matemático o teólogo especulativo, que encarna en su propia obra inacabada y en su pensamiento las contradicciones que él mismo destacó como propias de la naturaleza humana:

La naturaleza del hombre no consiste en ir siempre. Tiene sus idas y venidas. La fiebre tiene sus escalofríos y ardores, y el frío muestra tanto la grandeza del ardor de la fiebre cuanto el mismo calor.

Las Máximas y reflexiones de La Rochefoucauld, pesimista y barroco en su denuncia y desenmascaramiento de las apariencias engañosas: Son necesarias mayores virtudes para soportar la buena fortuna que la mala.

Los Caracteres de La Bruyère, con su estilo recortado, su admirable prosa exacta y su acritud incisiva frente a la sociedad: Un hombre noble se siente pagado por la diligencia con que cumple su deber, por el placer que siente al hacerlo, y se desinteresa de los elogios, la estima y la gratitud que a veces le faltan.

Los aforismos tajantes de un Chamfort desilusionado y amargo, de corazón a veces roto y a veces endurecido: Amistad de Corte, fe de zorros y sociedad de lobos.

El marqués de Vauvenargues, que representa el paso del pesimismo barroco a la racionalidad del siglo de las luces. Más que optimismo, lo que hay en él es una comprensión benévola e indulgente: La enfermedad extingue en algunos hombres el valor, en otros el miedo, y hasta el apego a la vida.

O un Joubert que está en la transición del Neoclasicismo a la sensibilidad prerromántica y que en este aforismo es un profeta del pesimismo existencial de Schopenhauer: Se es desdichado casi únicamente por obra de la reflexión.

Confundidos a menudo con filósofos, estos moralistas no aspiran a crear un sistema cerrado de pensamiento, sino que prefieren habitar en el fragmento, en la intuición abierta, en lo concreto y la experiencia de lo vivido.

Con antecedentes en la sentencia escueta y didáctica, en este tipo de literatura importa mucho la concisión, pero más aún el ingenio, la subjetividad y la agudeza de su mirada profunda sobre el hombre y la sociedad.

Su pensamiento fragmentado y la percepción de un sistema en crisis los convierte en bisabuelos de Cioran y otros padres de la posmodernidad. Tal vez eso explique no sólo el número creciente de lectores actuales de Gracián, cuyas páginas frecuentaron estos moralistas franceses, sino el interés que despiertan estos autores. Sus formas breves, su fragmentarismo, su visión del hombre han sido reivindicados por la posmodernidad, que los sigue leyendo como materiales contemporáneos de su sensibilidad y su visión del mundo.

Santos Domínguez