Horacio Quiroga.
Historia de un amor turbio.
Ilustraciones de René Parra.
Narrativas El Nadir. Valencia, 2008.
Historia de un amor turbio.
Ilustraciones de René Parra.
Narrativas El Nadir. Valencia, 2008.
En una época en que el tardorrealismo y el modernismo propendían a la malversación verbal y a la ampulosidad de la frase, el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) da en cada página una lección de economía lingüística y de alto rendimiento expresivo.
Una mañana de abril Luis Rohán se detuvo en Florida y Bartolomé Mitre. La noche anterior había vuelto a Buenos Aires, después de año y medio de ausencia. Sentía así mayor el disgusto del aire maloliente, de la escoba matinal sacudiendo en las narices, del vaho pesadísimo de los sótanos de las confiterías. El bello día le hacía echar de menos su vida deallá. La mañana era admirable, con una de esas temperaturas de otoño que, sobrado frescas para una larga estación a la sombra, piden el sol durante dos cuadras nada más. La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, le evocaba la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos. De pronto se sintió cogido del brazo.
Dotada de ese despojamiento estilístico, su frase directa, escueta y nerviosa está presente en párrafos como este, con el que comienza Historia de un amor turbio (1908), una intensa novela de interiores que ahora cumple un siglo.
La publica El Nadir en su colección Narrativas, y cuenta la turbia relación amorosa de Rohán, su protagonista, con dos hermanas. Es una novela corta muy marcada por su lectura de Dostoievski, del que admiraba su capacidad para sondear los subsuelos del alma. En ella, más el diálogo que la introspección, expresa las tensiones interiores de unos personajes que deambulan desorientados por los laberintos del deseo, los celos y el egoísmo.
Más conocido por sus espléndidos cuentos de la selva y de locuras diversas, Horacio Quiroga maneja aquí el diálogo y las descripciones con mucha eficacia narrativa y con notable astucia el arte de la elipsis para construir una historia interesante y muy bien diseñada, subrayada por las ilustraciones de René Parra.
Una mañana de abril Luis Rohán se detuvo en Florida y Bartolomé Mitre. La noche anterior había vuelto a Buenos Aires, después de año y medio de ausencia. Sentía así mayor el disgusto del aire maloliente, de la escoba matinal sacudiendo en las narices, del vaho pesadísimo de los sótanos de las confiterías. El bello día le hacía echar de menos su vida deallá. La mañana era admirable, con una de esas temperaturas de otoño que, sobrado frescas para una larga estación a la sombra, piden el sol durante dos cuadras nada más. La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, le evocaba la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos. De pronto se sintió cogido del brazo.
Dotada de ese despojamiento estilístico, su frase directa, escueta y nerviosa está presente en párrafos como este, con el que comienza Historia de un amor turbio (1908), una intensa novela de interiores que ahora cumple un siglo.
La publica El Nadir en su colección Narrativas, y cuenta la turbia relación amorosa de Rohán, su protagonista, con dos hermanas. Es una novela corta muy marcada por su lectura de Dostoievski, del que admiraba su capacidad para sondear los subsuelos del alma. En ella, más el diálogo que la introspección, expresa las tensiones interiores de unos personajes que deambulan desorientados por los laberintos del deseo, los celos y el egoísmo.
Más conocido por sus espléndidos cuentos de la selva y de locuras diversas, Horacio Quiroga maneja aquí el diálogo y las descripciones con mucha eficacia narrativa y con notable astucia el arte de la elipsis para construir una historia interesante y muy bien diseñada, subrayada por las ilustraciones de René Parra.
Santos Domínguez