Julián Marías.
Una vida presente.
Memorias.
Páginas de Espuma. Madrid, 2008.
Una vida presente.
Memorias.
Páginas de Espuma. Madrid, 2008.
Coincidiendo con el congreso internacional Julián Marías: Una visión responsable, Páginas de Espuma recupera, revisadas por Francisco Javier Jiménez y en un solo volumen, las memorias que Julián Marías escribió a finales de los años ochenta y publicó en tres tomos.
Entre lo íntimo y lo público, entre la referencia al ámbito familiar, las circunstancias históricas y su trabajo intelectual, Julián Marías (1914-2005) rememora en Una vida presente setenta y cinco años de existencia en una labor que le permite en primer lugar conocerse y explicarse mejor a sí mismo:
Una vida presente ha consistido sobre todo en hacer explícita, hasta donde es posible, una vida; y digo hasta dónde es posible porque la vida humana es siempre arcana, recóndita, misteriosa, no ya para los demás sino para uno mismo. La mía, después de escribir estas páginas, cuya tensión dramática creo que es perceptible, es un poco menos oculta, más clara, mejor poseída, más mía, y por tanto más verdadera.
Llevaban años descatalogadas y por eso era imprescindible reeditar este impresionante testimonio vital y ético de quien fue uno de los intelectuales más sólidos y coherentes de la segunda mitad del siglo XX en España.
Los viajes y las reflexiones políticas, la rememoración emocionada de las muertes familiares más cercanas y dolorosas, la influencia intelectual de Ortega, el corte brutal que provocó la guerra civil en su vida profesional y personal son algunos de los temas que recorren estas memorias. Unas memorias que si a Marías le sirvieron para ahondar en el sentido de su trayectoria biográfica, al lector le reporta el ejemplo y la lección moral de una vida dedicada al trabajo intelectual con el telón de fondo de una agitadísima época de la historia reciente.
Julián Marías organizó los tres tomos de la primera edición en torno a tres secuencias temporales (1914-1951; 1951-1975; 1975-1989) en las que se cruzan constantemente vida personal y realidad histórica incluso en la elección de esas referencias temporales.
Muy acertadamente, se han mantenido los tres prólogos que abrían los tres tomos de la edición original. Y es que Marías, que empezó a escribir estas memorias el 14 de julio de 1988 y las dio por terminadas el 9 de julio de 1989, cambia de tono según la época de la que habla y los hechos que marcan cada uno de los tres ejes temporales en que las estructura estas memorias intensas y extensas, cubren tres cuartos de siglo de España a lo largo de casi un millar de páginas de amplio formato y buena prosa.
Tras los años decisivos de lecturas en el Instituto, el despertar de la vocación intelectual de Julián Marías, casi simultánea a su primera educación sentimental, es una nueva prueba de esa constante implicación de lo público y lo privado en su memoria. No es una casualidad, sino una de las claves compositivas de esta reconstrucción, el hecho de que 1931, un año crucial en la Historia contemporánea de España, fuese también un año decisivo en la vida de aquel estudiante que llegaba a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central y que al año siguiente descubriría a Ortega.
Transfondo familiar y horizonte intelectual son líneas convergentes en el itinerario vital de un Marías en cuya experiencia se siguen cruzando los destinos privados y públicos de manera que el final de los años en la Facultad coincide con el final de la República y la desolación de la guerra civil. Con el franquismo vendrían las delaciones, la detención y la cárcel, el comienzo de un largo exilio interior y de una inhabilitación que le mantuvo alejado de la enseñanza oficial como consecuencia de un episodio que resultará familiar a los lectores de Javier Marías y Tu rostro mañana:
Durante este tiempo, Lolita se encontró con uno de los “testigos de cargo” compañero de la Facultad, mayor que nosotros, a quien íbamos a ver a su casa durante la guerra y prestarle libros. Le dijo a Lolita: “Si Marías no vuelve a acordarse de que tiene una carrera, podrá vivir; en otro caso, lo hundiremos; porque gentes como Ortega, sobramos». (En primera persona de plural.) Lolita quedó indeciblemente deprimida. El promotor de todo aquello encontró otro día a un compañero de estudios y le dijo: “He metido en la cárcel a Marías y le van a salir treinta años.”
Lo más interesante fue lo que le sucedió a Salvador Lissarrague; su padre, militar, había sido asesinado; mis denunciantes lo encontraron y le preguntaron: “¿Conoces la actuación de Marías durante la guerra?” Dijo que sí, y lo citaron como testigo. Tenía, por su relación con Falange y la muerte de su padre, prestigio político; el juez lo recibió y lo escuchó. Hizo los más fervientes elogios de mí. El capitán jurídico se iba poniendo nervioso; al fin no pudo más y le preguntó: “¿Usted sabe que ha sido citado como testigo de cargo?” Lissarrague contestó: “Yo creía que había sido citado para decir la verdad.” El juez se quedó sorprendido, y empezó a preguntarle, si era cierto lo que decía, a qué respondían las encarnizadas denuncias. Lissarrague contestó concisamente: “Envidia.” No estoy seguro de que la explicación fuese tan sencilla; pero su intervención cambió las cosas.
La familia, los libros, la evocación de los amigos y los maestros, la preocupación por España son los hilos conductores de las memorias de quien fue espectador privilegiado de unos años decisivos, de quien vivió para contarlos con una sucesión en la que se mezclan raíces y metas, vida personal y trayectoria intelectual.
Evocación viva, capacidad analítica y voluntad narrativa se funden en la palabra de Julián Marías, que cuenta su vida para revivirla y porque su deber –como pedía Ortega- era comunicar la ciencia vital de la sabiduría sobre la vida concreta y transmitir la fidelidad al futuro.
La última parte de sus memorias, la más sombría, mantiene pese a todo esa lucidez tan admirable como el esfuerzo diario de un Marías que se sobreponía al desánimo y a la falta de proyecto de esos casi treinta años en los que fue un superviviente abatido por la pérdida de su mujer.
En esos últimos años es el tiempo el que se impone a un presente que mira con serenidad o emoción el pasado y que contempla el futuro como una incertidumbre que aconseja utilizar el mañana como un adverbio interrogativo.
Inteligentes, conmovedoras y bien escritas, son la memoria personal de un intelectual riguroso y coherente y el reflejo de un tiempo y de un país. No se equivocaba su autor cuando consideraba que estas Memorias serían su obra fundamental, porque en ella está vertebrado el argumento vital e intelectual que dio sentido a su existencia.
Entre lo íntimo y lo público, entre la referencia al ámbito familiar, las circunstancias históricas y su trabajo intelectual, Julián Marías (1914-2005) rememora en Una vida presente setenta y cinco años de existencia en una labor que le permite en primer lugar conocerse y explicarse mejor a sí mismo:
Una vida presente ha consistido sobre todo en hacer explícita, hasta donde es posible, una vida; y digo hasta dónde es posible porque la vida humana es siempre arcana, recóndita, misteriosa, no ya para los demás sino para uno mismo. La mía, después de escribir estas páginas, cuya tensión dramática creo que es perceptible, es un poco menos oculta, más clara, mejor poseída, más mía, y por tanto más verdadera.
Llevaban años descatalogadas y por eso era imprescindible reeditar este impresionante testimonio vital y ético de quien fue uno de los intelectuales más sólidos y coherentes de la segunda mitad del siglo XX en España.
Los viajes y las reflexiones políticas, la rememoración emocionada de las muertes familiares más cercanas y dolorosas, la influencia intelectual de Ortega, el corte brutal que provocó la guerra civil en su vida profesional y personal son algunos de los temas que recorren estas memorias. Unas memorias que si a Marías le sirvieron para ahondar en el sentido de su trayectoria biográfica, al lector le reporta el ejemplo y la lección moral de una vida dedicada al trabajo intelectual con el telón de fondo de una agitadísima época de la historia reciente.
Julián Marías organizó los tres tomos de la primera edición en torno a tres secuencias temporales (1914-1951; 1951-1975; 1975-1989) en las que se cruzan constantemente vida personal y realidad histórica incluso en la elección de esas referencias temporales.
Muy acertadamente, se han mantenido los tres prólogos que abrían los tres tomos de la edición original. Y es que Marías, que empezó a escribir estas memorias el 14 de julio de 1988 y las dio por terminadas el 9 de julio de 1989, cambia de tono según la época de la que habla y los hechos que marcan cada uno de los tres ejes temporales en que las estructura estas memorias intensas y extensas, cubren tres cuartos de siglo de España a lo largo de casi un millar de páginas de amplio formato y buena prosa.
Tras los años decisivos de lecturas en el Instituto, el despertar de la vocación intelectual de Julián Marías, casi simultánea a su primera educación sentimental, es una nueva prueba de esa constante implicación de lo público y lo privado en su memoria. No es una casualidad, sino una de las claves compositivas de esta reconstrucción, el hecho de que 1931, un año crucial en la Historia contemporánea de España, fuese también un año decisivo en la vida de aquel estudiante que llegaba a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central y que al año siguiente descubriría a Ortega.
Transfondo familiar y horizonte intelectual son líneas convergentes en el itinerario vital de un Marías en cuya experiencia se siguen cruzando los destinos privados y públicos de manera que el final de los años en la Facultad coincide con el final de la República y la desolación de la guerra civil. Con el franquismo vendrían las delaciones, la detención y la cárcel, el comienzo de un largo exilio interior y de una inhabilitación que le mantuvo alejado de la enseñanza oficial como consecuencia de un episodio que resultará familiar a los lectores de Javier Marías y Tu rostro mañana:
Durante este tiempo, Lolita se encontró con uno de los “testigos de cargo” compañero de la Facultad, mayor que nosotros, a quien íbamos a ver a su casa durante la guerra y prestarle libros. Le dijo a Lolita: “Si Marías no vuelve a acordarse de que tiene una carrera, podrá vivir; en otro caso, lo hundiremos; porque gentes como Ortega, sobramos». (En primera persona de plural.) Lolita quedó indeciblemente deprimida. El promotor de todo aquello encontró otro día a un compañero de estudios y le dijo: “He metido en la cárcel a Marías y le van a salir treinta años.”
Lo más interesante fue lo que le sucedió a Salvador Lissarrague; su padre, militar, había sido asesinado; mis denunciantes lo encontraron y le preguntaron: “¿Conoces la actuación de Marías durante la guerra?” Dijo que sí, y lo citaron como testigo. Tenía, por su relación con Falange y la muerte de su padre, prestigio político; el juez lo recibió y lo escuchó. Hizo los más fervientes elogios de mí. El capitán jurídico se iba poniendo nervioso; al fin no pudo más y le preguntó: “¿Usted sabe que ha sido citado como testigo de cargo?” Lissarrague contestó: “Yo creía que había sido citado para decir la verdad.” El juez se quedó sorprendido, y empezó a preguntarle, si era cierto lo que decía, a qué respondían las encarnizadas denuncias. Lissarrague contestó concisamente: “Envidia.” No estoy seguro de que la explicación fuese tan sencilla; pero su intervención cambió las cosas.
La familia, los libros, la evocación de los amigos y los maestros, la preocupación por España son los hilos conductores de las memorias de quien fue espectador privilegiado de unos años decisivos, de quien vivió para contarlos con una sucesión en la que se mezclan raíces y metas, vida personal y trayectoria intelectual.
Evocación viva, capacidad analítica y voluntad narrativa se funden en la palabra de Julián Marías, que cuenta su vida para revivirla y porque su deber –como pedía Ortega- era comunicar la ciencia vital de la sabiduría sobre la vida concreta y transmitir la fidelidad al futuro.
La última parte de sus memorias, la más sombría, mantiene pese a todo esa lucidez tan admirable como el esfuerzo diario de un Marías que se sobreponía al desánimo y a la falta de proyecto de esos casi treinta años en los que fue un superviviente abatido por la pérdida de su mujer.
En esos últimos años es el tiempo el que se impone a un presente que mira con serenidad o emoción el pasado y que contempla el futuro como una incertidumbre que aconseja utilizar el mañana como un adverbio interrogativo.
Inteligentes, conmovedoras y bien escritas, son la memoria personal de un intelectual riguroso y coherente y el reflejo de un tiempo y de un país. No se equivocaba su autor cuando consideraba que estas Memorias serían su obra fundamental, porque en ella está vertebrado el argumento vital e intelectual que dio sentido a su existencia.
Santos Domínguez