Henry David Thoreau.
Escribir. (Una antología).
Edición y traducción de
Javier Alcoriza, Antonio Casado da Rocha y Antonio Lastra.
Ensayo Pre-Textos. Valencia, 2007.
Escribir. (Una antología).
Edición y traducción de
Javier Alcoriza, Antonio Casado da Rocha y Antonio Lastra.
Ensayo Pre-Textos. Valencia, 2007.
Leer se titula uno de los capítulos más interesantes de Walden, el libro de Henry David Thoreau (1817-1862),que apareció no hace demasiado tiempo en Cátedra, en edición de Javier Alcoriza y Antonio Lastra. Ellos dos y Antonio Casado da Rocha han preparado Escribir (Una antología), que aparece ahora en Pre-Textos.
H. D. Thoreau -maestro de escuela, tutor privado, agrimensor, jardinero, granjero, pintor (de brocha gorda), carpintero, albañil, jornalero, fabricante de lápices y de papel de lija, escritor y poetastro a veces, según explicaba en su correspondencia- fue una de las referencias de El club de los poetas muertos, y como a su protagonista lo expulsaron del centro donde enseñaba por no practicar la disciplina intolerante de aquella época.
Escribió mucho y de todo: ensayos, poesía, cartas y sobre todo un diario que escribió entre 1837 y 1861. De ese Diario extraería Thoreau el material de Walden y los antólogos han seleccionado más de doscientos fragmentos en los que reflexiona sobre la poesía y la inspiración.
La observación y la reflexión, la realidad y la fantasía, lo trivial y lo elevado se suceden en estos textos llenos de intuiciones y de cercanía.
Son las reflexiones y las intuiciones de un escritor en busca de sí mismo, en medio de un paisaje de bosques, montañas y lagos que suelen ser el telón de fondo de su literatura o el objeto de una mirada constante a la naturaleza.
Esos dos temas, la naturaleza y la literatura, fueron el centro de su vida, de su obra y de sus diarios. En una entrada de 1862 que se recoge en esta antología escribe Thoreau estas líneas que son un programa vital y estético:
De la literatura solamente nos atrae lo salvaje. Mediocridad no es más que otro nombre para la docilidad. Lo libre e incivilizado, el pensamiento salvaje de Hamlet y la Iliada, de todas las escrituras y mitologías, no aprendido en las escuelas, es lo que nos deleita. Tal como el pato salvaje es más bello y veloz que el doméstico, así es el pensamiento salvaje, como el ánade real que con un golpe de ala se eleva entre el rocío, más allá de las marismas. Un libro verdaderamente bueno es algo tan natural, tan inesperada e indescriptiblemente hermoso y perfecto como la flor silvestre descubierta en las junglas del este o en los prados del oeste. El genio es una luz que hace visible la oscuridad, como ese resplandor del relámpago que tal vez haga temblar el templo mismo del conocimiento, y no una cerilla encendida en el hogar de la raza, que palidece ante la luz del día.
H. D. Thoreau -maestro de escuela, tutor privado, agrimensor, jardinero, granjero, pintor (de brocha gorda), carpintero, albañil, jornalero, fabricante de lápices y de papel de lija, escritor y poetastro a veces, según explicaba en su correspondencia- fue una de las referencias de El club de los poetas muertos, y como a su protagonista lo expulsaron del centro donde enseñaba por no practicar la disciplina intolerante de aquella época.
Escribió mucho y de todo: ensayos, poesía, cartas y sobre todo un diario que escribió entre 1837 y 1861. De ese Diario extraería Thoreau el material de Walden y los antólogos han seleccionado más de doscientos fragmentos en los que reflexiona sobre la poesía y la inspiración.
La observación y la reflexión, la realidad y la fantasía, lo trivial y lo elevado se suceden en estos textos llenos de intuiciones y de cercanía.
Son las reflexiones y las intuiciones de un escritor en busca de sí mismo, en medio de un paisaje de bosques, montañas y lagos que suelen ser el telón de fondo de su literatura o el objeto de una mirada constante a la naturaleza.
Esos dos temas, la naturaleza y la literatura, fueron el centro de su vida, de su obra y de sus diarios. En una entrada de 1862 que se recoge en esta antología escribe Thoreau estas líneas que son un programa vital y estético:
De la literatura solamente nos atrae lo salvaje. Mediocridad no es más que otro nombre para la docilidad. Lo libre e incivilizado, el pensamiento salvaje de Hamlet y la Iliada, de todas las escrituras y mitologías, no aprendido en las escuelas, es lo que nos deleita. Tal como el pato salvaje es más bello y veloz que el doméstico, así es el pensamiento salvaje, como el ánade real que con un golpe de ala se eleva entre el rocío, más allá de las marismas. Un libro verdaderamente bueno es algo tan natural, tan inesperada e indescriptiblemente hermoso y perfecto como la flor silvestre descubierta en las junglas del este o en los prados del oeste. El genio es una luz que hace visible la oscuridad, como ese resplandor del relámpago que tal vez haga temblar el templo mismo del conocimiento, y no una cerilla encendida en el hogar de la raza, que palidece ante la luz del día.
Santos Domínguez