Alejandro Sawa.
Crónicas de la bohemia.
Estudio preliminar de Iris M. Zavala.
Edición e introducción de Emilio Chavarría.
In/mediaciones. Veintisiete letras. Madrid, 2008.
Crónicas de la bohemia.
Estudio preliminar de Iris M. Zavala.
Edición e introducción de Emilio Chavarría.
In/mediaciones. Veintisiete letras. Madrid, 2008.
En su colección In/mediaciones, la joven editorial Veintisiete letras recupera una parte dispersa, inédita en libro, pero esencial, de la obra de Alejandro Sawa, uno de los representantes más significativos de la bohemia que deambuló por París y Madrid a finales del XIX y principios del XX.
Aquellos bohemios mantenían la rebeldía del espíritu romántico en una nueva situación histórica, en un momento prosaico y materialista en el que la burguesía relegó al artista, cada vez más radicalizado, cada vez más en los márgenes de la sociedad, al rincón de la miseria y el malditismo.
Eran los raros, los refractarios quiméricos y alucinados entre los que Sawa (1862-1909) ocupó un lugar destacado. En él se inspiró en parte Valle-Inclán para trazar la figura de Max Estrella. Baroja lo retrató con acritud en Los últimos románticos, en El árbol de la ciencia y en sus memorias, y Cansinos le dedicó un abundante número de páginas en La novela de un literato.
El discurso de la bohemia titula Iris M. Zavala un completo estudio preliminar en el que sitúa en profundidad el fenómeno de la bohemia en su contexto histórico y cultural antes de centrarse en la figura de un Sawa que fue uno de los introductores de Verlaine en España y acabó loco, ciego y furioso en su casa de Conde Duque, 3. Como un rey de tragedia de Shakespeare, según destacó Valle en un elogio fúnebre.
Emilio Chavarría, autor del texto introductorio, es el responsable de esta edición para la que ha recuperado más de ciento setenta textos. Entre un artículo juvenil de 1877 (titulado de manera premonitoria El infortunio) y el último, del 28 de febrero de 1909, que se cierra con un Napoleón derrotado en el destierro de Santa Elena, estas crónicas, recopiladas en orden cronológico, reflejan la evolución de Sawa y la persistencia de algunos temas centrales en su obra, como la admiración por la cultura francesa, sus inquietudes sociales y los retratos de escritores a los que admiró.
Porque si lo retrataron muchos –Rubén entre ellos-, él hizo lo mismo en sus póstumas Iluminaciones en la sombra que le prologó Darío y en muchas de estas crónicas periodísticas, entre las que se incluyen por primera vez cinco de los ocho artículos que escribió Sawa y firmó Rubén en La Nación de Buenos Aires en 1905. Tres años después, su autor seguía reclamando que le pagase cien pesetas por cada uno de ellos.
Reescritas o retocadas para publicarlas en distintos sitios, buena parte de estas crónicas las recicló Sawa para incorporarlas a sus Iluminaciones en la sombra. Y a medida que iba pasando el tiempo se iban imponiendo en ellas los retratos literarios y el tributo de admiración hacia figuras como las de Victor Hugo, Baudelaire, Cervantes o Poe, sobre el que escribe estas líneas, ásperas en la mirada y brillantes en los adjetivos:
A su muerte, ocurrida en una noche maldita, formada ¡como tantas otras noches suyas! por horas homicidas, de aburrimiento y de aguardiente, la prensa americana, todo el cant sajón, echó a vuelo las campanas del escándalo para aventar a los cuatro puntos cardinales de la Tierra las más estrictas intimidades del poeta, los episodios rojos de su vida errabunda salpicada de sangre propia, su pasión triste por el alcohol, su agonía solitaria sobre un banco público de un square en Baltimore, la muerte, su muerte luego, horrenda de vulgaridad, entre las sábanas anónimas de un establecimiento hospitalario...
Clásicos y modernos, anarquistas y marginados, desfilan por el recuerdo melancólico y el presente de la denuncia de Alejandro Sawa y pasean por unos artículos que completan el dietario de un alma, como tituló algunos de los que publicó en la revista Helios en 1904.
Escritos con nervio y buena prosa, su lectura es no sólo la reivindicación de la obra periodística de Sawa, sino una intensa incursión en la compleja realidad intrahistórica de aquel crucial cambio de siglo que está en la raíz de la cultura española contemporánea.
Al fondo, un Madrid brillante, absurdo y hambriento en el que arrastró sus días y malogró su talento quien quedaría inmortalizado en aquel Max Estrella de Luces de bohemia, y en el Epitafio que le dedicó Manuel Machado:
Aquellos bohemios mantenían la rebeldía del espíritu romántico en una nueva situación histórica, en un momento prosaico y materialista en el que la burguesía relegó al artista, cada vez más radicalizado, cada vez más en los márgenes de la sociedad, al rincón de la miseria y el malditismo.
Eran los raros, los refractarios quiméricos y alucinados entre los que Sawa (1862-1909) ocupó un lugar destacado. En él se inspiró en parte Valle-Inclán para trazar la figura de Max Estrella. Baroja lo retrató con acritud en Los últimos románticos, en El árbol de la ciencia y en sus memorias, y Cansinos le dedicó un abundante número de páginas en La novela de un literato.
El discurso de la bohemia titula Iris M. Zavala un completo estudio preliminar en el que sitúa en profundidad el fenómeno de la bohemia en su contexto histórico y cultural antes de centrarse en la figura de un Sawa que fue uno de los introductores de Verlaine en España y acabó loco, ciego y furioso en su casa de Conde Duque, 3. Como un rey de tragedia de Shakespeare, según destacó Valle en un elogio fúnebre.
Emilio Chavarría, autor del texto introductorio, es el responsable de esta edición para la que ha recuperado más de ciento setenta textos. Entre un artículo juvenil de 1877 (titulado de manera premonitoria El infortunio) y el último, del 28 de febrero de 1909, que se cierra con un Napoleón derrotado en el destierro de Santa Elena, estas crónicas, recopiladas en orden cronológico, reflejan la evolución de Sawa y la persistencia de algunos temas centrales en su obra, como la admiración por la cultura francesa, sus inquietudes sociales y los retratos de escritores a los que admiró.
Porque si lo retrataron muchos –Rubén entre ellos-, él hizo lo mismo en sus póstumas Iluminaciones en la sombra que le prologó Darío y en muchas de estas crónicas periodísticas, entre las que se incluyen por primera vez cinco de los ocho artículos que escribió Sawa y firmó Rubén en La Nación de Buenos Aires en 1905. Tres años después, su autor seguía reclamando que le pagase cien pesetas por cada uno de ellos.
Reescritas o retocadas para publicarlas en distintos sitios, buena parte de estas crónicas las recicló Sawa para incorporarlas a sus Iluminaciones en la sombra. Y a medida que iba pasando el tiempo se iban imponiendo en ellas los retratos literarios y el tributo de admiración hacia figuras como las de Victor Hugo, Baudelaire, Cervantes o Poe, sobre el que escribe estas líneas, ásperas en la mirada y brillantes en los adjetivos:
A su muerte, ocurrida en una noche maldita, formada ¡como tantas otras noches suyas! por horas homicidas, de aburrimiento y de aguardiente, la prensa americana, todo el cant sajón, echó a vuelo las campanas del escándalo para aventar a los cuatro puntos cardinales de la Tierra las más estrictas intimidades del poeta, los episodios rojos de su vida errabunda salpicada de sangre propia, su pasión triste por el alcohol, su agonía solitaria sobre un banco público de un square en Baltimore, la muerte, su muerte luego, horrenda de vulgaridad, entre las sábanas anónimas de un establecimiento hospitalario...
Clásicos y modernos, anarquistas y marginados, desfilan por el recuerdo melancólico y el presente de la denuncia de Alejandro Sawa y pasean por unos artículos que completan el dietario de un alma, como tituló algunos de los que publicó en la revista Helios en 1904.
Escritos con nervio y buena prosa, su lectura es no sólo la reivindicación de la obra periodística de Sawa, sino una intensa incursión en la compleja realidad intrahistórica de aquel crucial cambio de siglo que está en la raíz de la cultura española contemporánea.
Al fondo, un Madrid brillante, absurdo y hambriento en el que arrastró sus días y malogró su talento quien quedaría inmortalizado en aquel Max Estrella de Luces de bohemia, y en el Epitafio que le dedicó Manuel Machado:
Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Santos Domínguez