27/3/08

El comprador de aniversarios


Adolfo García Ortega.
El comprador de aniversarios.
Seix Barral. Barcelona, 2008.


El origen de El comprador de aniversarios es una alusión de Primo Levi, que en La tregua recuerda a un niño judío, Hurbinek, que muere en el campo de concentración de Auschwitz con tres años:

Mi atención, y la de mis vecinos de cama, pocas veces podía eludir la presencia obsesiva, la mortal fuerza de afirmación del que entre nosotros era el más pequeño e inerme, del más inocente: de un niño, Hurbinek (...) Nada queda de él: el testimonio de su existencia son estas palabras mías.

Adolfo García Ortega ha escrito en El comprador de aniversarios la desoladora historia de la supervivencia de ese niño sin memoria y sin nombre, porque Hurbinek (el que no tiene nombre) no es más que la onomatopeya de su estertor y su agonía durante los tres años en los que vivió como un despojo en el campo de concentración:

Hace años que quiero escribir sobre Hurbinek, lo que ocurre es que no sabía que se trataba de Hurbinek de quien yo quería escribir. No sé qué edad tendría yo cuando vi las primeras fotos, las primeras imágenes cinematográficas de los campos de exterminio nazis, pero debía de ser un niño. Fue impactante.

Con la intensidad que exige un tema como ese, en un registro que se mueve entre el relato, el ensayo y el reportaje, Adolfo García Ortega elabora un texto terrible y de conmovedora belleza, con la prosa medida y sólida de quien escribe también poesía y conoce el valor de cada frase y el peso de cada palabra. Todo está aquí sometido a la contención y al equilibrio constructivo: los capítulos y sus secuencias internas o las frases que se repiten periódicamente en el libro como el estribillo de una obsesión.

Yo sólo quiero hablar de él. Sólo de él. Nadie más que él, hoy, para mí, se merece el lenguaje. Y eso porque precisamente él, Hurbinek, es el más atroz símbolo del silencio que jamás haya podido crear la Historia. Quiero que Hurbinek exista. Que exista otra vez. Que exista por más tiempo. Que dure su existencia. Que tenga una vida inventada, posible. Fabricada por mí. ¿Y de qué le vale a él una vida inventada? Puede que a él no le valga de nada que le inventen una vida. Ni siquiera, muerto a los tres años, alcanzó a saber qué era eso de la vida, aunque se aferró a ella con angustia, hasta el último fragmento de minúscula energía que su minúsculo y paralizado cuerpo pudo crear. Pero a mí sí me vale, y de mucho, inventar su vida. Sólo así podremos ser redimidos los dos, él y yo. Soy una especie de progenitor de Hurbinek. Sí, ahora que lo pienso eso es lo que soy.

La mirada inocente, salvaje y humana a la vez, de ese niño que nació sobre la nieve de Auschwitz, los objetos humildes que le acompañaron, la vida de sus padres, Sofía y Yakov, y su muerte en el campo de concentración se convierten en el eje de una obra que tiene un antes y un después en ese sufrimiento infantil sin memoria.

Otros episodios de torturas a niños como Ansel, asesinado a los cuatro años, provocan párrafos como este:

Es fácil matar a un niño, es más fácil aún matar a miles de niños, pero no es nada fácil eliminar la memoria de los niños, cuando son masacrados. No sé la razón, a veces creo que es porque las vidas de los niños muertos son vidas no vividas que han de cumplir su existencia como fábula, en una especie de limbo sin tiempo ubicado en la historia, y cuya presencia irredenta vuelve para cobrarse una venganza justa. Si de verdad creyera en los fantasmas, sólo creería en los fantasmas de los niños masacrados.

Las posibles vidas de Hubinek si hubiera sobrevivido constituyen otro de los centros narrativos de El comprador de aniversarios. Pavel Farin, Kolunga, Pablo Orgambide o Paul Roux son algunos de esos posibles heterónimos de un imposible Hubinek adulto.

Su persistencia en el recuerdo, o el olvido de su tragedia, marcan las historias de supervivientes perplejos y desconcertados, como un Henek fuerte y compasivo o un Primo Levi que arrastró su dolorosa condición de superviviente hasta que se suicidó.

Decir de El comprador de aniversarios que es una novela es limitar su fuerza expresiva y su alcance ético. Además de una narración testimonial es un canto doloroso en el que todo gira alrededor de Hurbinek, aquel niño que en palabras de Primo Levi no era nadie, un hijo de la muerte, un hijo de Auschwitz.

Escrita -como la carta de un nazi, aunque por razones bien distintas- con una lágrima al final de la uña, se lee con el mismo espanto y la misma conmoción que transmiten las obras de Levi, aquel guardián de la memoria que es una de las referencias morales y literarias de esta obra.

El comprador de aniversarios tuvo una primera edición de circulación más restringida en Ollero & Ramos. Su recuperación en Seix Barral la pone ahora al alcance de un mayor número de lectores.

Santos Domínguez