5/10/07

Veneno y sombra y adiós


Javier Marías.
Tu rostro mañana.
3. Veneno y sombra y adiós.

Alfaguara. Madrid, 2007.


Hace ahora cinco años que Alfaguara publicó Fiebre y lanza, la primera entrega de Tu rostro mañana, que comenzaba así:

No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento.

Con ese memorable comienzo arrancaba aquel primer volumen en el que se anunciaban temas que acabarían siendo centrales en el conjunto, como el del veneno.

En 2004, empezaba así la segunda entrega, Baile y sueño:

Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera ... Ojalá nadie se nos acercara a decirnos "Por favor", u "Oye, ¿tú sabes?", "Oye, ¿tú podrías decirme?", "Oye, es que quiero pedirte: una recomendación, un dato, un parecer, una mano, dinero, una intercesión, o consuelo, una gracia, que me guardes este secreto o que cambies por mí y seas otro, o que por mí traiciones y mientas o calles y así me salves".

Acostumbrado ya a esos comienzos, no se extraña el lector, aunque se sigue admirando, de las primeras frases de Tupra con las que se inicia este Veneno y sombra y adiós:

Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado, en una misión o en una batalla, en una escuadrilla aérea o bajo un bombardeo o en la trinchera cuando las había, en un asalto callejero o en el atraco a una tienda o en un secuestro de turistas, en un terremoto, una explosión, un atentado, un incendio, da lo mismo: el compañero, el hermano, el padre o incluso el hijo, aunque sea niño. Y también la amada, también la amada, antes que uno mismo. Todas esas ocasiones en las que alguien cubre con su cuerpo a otro, o se interpone en la trayectoria de una bala o de una puñalada, son excepciones extraordinarias y por eso se destacan, y la mayoría son ficticias, están en las novelas y en las películas. Las pocas que se dan en la vida son impulsos irreflexivos o dictados por un sentido del decoro aún muy fuerte y cada vez más raro, hay quienes no podrían soportar que su hijo o su amada se fueran al otro mundo con la idea última de que uno no impidió su muerte, no se sacrificó, no dio su vida por salvar la de ellos.

Con Veneno y sombra y adiós, el tercer volumen de Tu rostro mañana, Javier Marías completa una obra que a lo largo de sus mil seiscientas páginas ha ido levantando un formidable monumento narrativo creciente en cantidad y, lo que es más asombroso e importante, en calidad.

En contra de lo que suele ocurrir, y para desmentir tajantemente las prevenciones que parte de la crítica española vertió sobre este proyecto que ahora culmina, cada nueva entrega ponía más alto el listón de la exigencia de Marías consigo mismo, de manera que el segundo tomo superaba al primero y este tercer tomo corona ese camino de perfección en la que seguramente es la mejor novela del mejor novelista español vivo.

Jacques o Jaime o Jacobo Deza, el narrador y protagonista que viene de Todas las almas y articula el diseño de Tu rostro mañana, es un intérprete de rostros, un personaje que se convierte cada vez más en un traductor de vidas. Ese es su trabajo prospectivo en el grupo dependiente del MI6 británico: prever lo que la gente hará en el futuro, conocer hoy cómo serán sus rostros mañana; saber cómo somos pero, sobre todo, cómo seremos.

Y con la benéfica sombra de Shakespeare planeando sobre el conjunto de la obra (Tu rostro mañana es la traducción de una cita literal de la Segunda parte de Enrique IV), la traición y la violencia se acaban revelando como el verdadero rostro de los demás en Veneno y sombra y adiós .

Si los dos primeros volúmenes transcurrían en Londres o en Oxford, en el tercero la acción se sitúa desde la mitad de Sombra en el Madrid borbónico del Museo del Prado para ir recorriendo en la última parte, Adiós, el Madrid de los Austrias.

Hay en ese final de la novela una conversación con Peter Wheeler, que va a modificar la frase con la que comenzaba Tu rostro mañana. Aquellas palabras (No debería uno contar nunca nada) se matizan ahora: Uno no debería contar nunca nada… hasta que uno mismo es pasado, hasta su final.

Y en medio, entre una frase y otra, tres espléndidos tomos de una novela en la que el narrador nos ha ido contando todo.

Fiebre y Lanza llevaba una dedicatoria a Sir Peter E. Russell, el hispanista en quien está inspirada la figura de Peter Wheeler, un personaje fundamental en la novela, junto a Juan Deza, el padre del narrador, trasunto de Julián Marías. A los dos, desaparecidos ya, se les rinde homenaje en la dedicatoria que cierra la novela como un epitafio:

Mención aparte merecen mi padre, Julián Marías, y Sir Peter Russell, que nació Peter Wheeler, sin cuyas vidas prestadas este libro no habría existido. Descansen ambos ahora, también en la ficción de estas páginas.

Se completan así cinco años que son los que abarca la historia editorial de un proyecto al que Marías ha dedicado casi nueve años (empezó a escribir Fiebre y Lanza en 1998) para obtener como resultado la que el propio autor cataloga como su mejor novela, como la más completa y ambiciosa. Una novela que pese a sus más de setecientas páginas, con su característica mezcla de intriga y reflexión sabiamente dosificadas, se lee a muy buen ritmo.

Que, además de sus muchos lectores, novelistas como Coetzee, Sebald, Salmand Rushdie, Magris, Bolaño o Pamuk manifiesten su admiración sin reservas por Javier Marías debería poner a cavilar a más de un crítico reticente preso de sus prejuicios estilísticos, sus resentimientos pequeños y sus propias limitaciones.

No habría que descartar que, dada su excepcionalidad, sean esos críticos tan sibilinos, tan aislados afortunadamente, los equivocados.

Santos Domínguez