4/6/07

Periplos y derrotas del Chancro de Azamor

Javier Pascual.
Periplos y Derrotas del Chancro de Azamor.
Caballo de Troya. Barcelona, 2007.



Yo soy Ismael Adibe, el último de una larga y antigua familia que viene de lejos y no cesa. Miradme, manco, tuerto y con la piel sufrida de cicatrices. Mi cuerpo siempre amenazado por la muerte, siempre mordido por esa enfermedad que es mi vida; aquí estoy, como ese perro sarnoso que nunca falta, hambriento y apedreado por las calles. Mi linaje desaparecerá, «Una misma cuchilla los acabó, y al mismo estercolero fueron echados, donde, confundidas sus sangres, sirven de pasto a los cerdos. Mañana el aguacero se llevará sus despojos a través de los torrentes, y la sangre ya no clamará a través de los detritus y la bazofia, pues desaparecerá en una hoyada o nutrirá las raíces de los cardos, y todo será como si no hubiera sido y todo devendrá como si no fuera». Traigo detrás de mí el cuerpo y la cabeza de mi hermano Yacub en un carromato empujado por un mulo. Lo mataron sin ningún motivo en la plaza de los ganados junto a la zahúrda de los cristianos. Él pidió que lo pusieran de cara a la tapia para recibir el tajo. Ni el miramamolín ni el tornadizo se atrevieron a estar presentes. Elgüero sí estaba. Subió los despojos de Jocefe al carro y me ha buscado. Ahora sujeta la bestia del ramal y la arrea con la vara. Hiede el carro a muerto y un enjambre de moscas nos acompañan. Lavaremos su cuerpo y su cabeza antes de enterrarlo en el talud de tierra junto a los adarves. Mi cuerpo es incompleto, débil y enfermizo.

Javier Pascual, que se dio a conocer con una sorprendente opera prima, ¿Pero existe el caballo de Mestanza?, una excelente novela corta que publicó la Editora Regional de Extremadura, pone estos días en la calle su tercer libro, Periplos y Derrotas del Chancro de Azamor, que edita Caballo de Troya.

Envuelta en la apariencia de una novela de aventuras y ambientada en el XVI, tiene como narrador y protagonista a Ismael (Llamadme Ismael, dice en un guiño final), el último de una familia de sefardíes, los Adibe, instalados en Azamor, costa de Marruecos y reino de Fez, después de salir de Sevilla en 1391 y de Lisboa algo después.

El náufrago que la cuenta no salva una vida, salva una muerte, se advierte en la cabecera del relato de ese desventurado, un descendiente de judíos expulsos de Sevilla que va en deriva por el mar porque no lo quieren en ningún sitio.

Naufragios y humillaciones, venganzas y piraterías entre Canarias y las islas que están frente a Cabo Verde, asaltos y expolios sin fuero ni pausa a barcos cristianos y turcos, y el África profunda son los escenarios y las peripecias que relata esta novela que en el fondo es una reflexión sobre la vida, las navegaciones y los pecios, con Conrad y Malouf al fondo y un homenaje a Moby Dick y a aquel Melville que era maestro de la alegoría en el relato:

Quizá husmeo están llegando para mí agrios aromas de un tiempo para liberarme del nombre de Ester, así como los melosos para descansar en el recuerdo de padre Joseph. Quiero liberar mi estirpe de náufragos de su suerte aciaga, del tsimsum que los condena a merodeadores. Demasiados embustes asfixiando nuestras existencias con el lastre de su peso. Demasiadas palabras para un pobre manco y tuerto. El libro es mentira. La letra está muerta, pero el que lee, revive, ¿no es suficiente prodigio? Soy el último de los Adibe. Moriré tierra adentro sin poder oír el sonido del mar que más quiero. El oro es mentira comparado con lo que hemos sufrido para llegar aquí. No me llaméis Chancro; simplemente, llamadme Ismael.

Santos Domínguez