Rafael Pérez Estrada.
Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras).
Introducción de Francisco Ruiz Noguera.
Monosabio Narrativa. Ayuntamiento de Málaga, 2007.
Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras).
Introducción de Francisco Ruiz Noguera.
Monosabio Narrativa. Ayuntamiento de Málaga, 2007.
El espíritu dionisiaco de Rafael Pérez Estrada titula Francisco Ruiz Noguera el texto que aparece como prólogo de Luciferi Fanum (Luces, faros y sombras), el espléndido e inclasificable libro de Pérez Estrada (Málaga 1934-2000) que ha reeditado recientemente el Ayuntamiento de Málaga en la colección de Narrativa Monosabio que dirigen Javier La Beira y Diego Medina.
El texto de Ruiz Noguera apareció hace veinte años en Hora de poesía para reseñar la publicación de este Luciferi Fanum en una pequeña editorial sevillana, con una tirada tan corta como su casi nula distribución.
Escribir en provincias -había dicho Pérez Estrada- es ejercitarse en soledades. Se llega a renunciar a la proyección de futuro: al sueño de la soberbia.
Pérez Estrada llegó a la literatura desde la pintura. Y ese origen estético influye de manera determinante en su producción literaria, en su predilección por la imagen y en la plasticidad de su estilo.
Transgresor en su visión del mundo y en su práctica literaria, la alta calidad de su prosa visionaria, barroca y surrealista se levanta como alternativa a una realidad plana en un ejercicio de irracionalismo e imaginación que lo conectan con William Blake, con una mezcla de humor y crueldad que lo emparentan con Bataille y Artaud y un culturalismo que recuerda al Lezama Lima de Paradiso.
Su estética y su ética vital están más cerca de lo dionisíaco que de lo apolíneo. Y si la sorpresa le une a la vanguardia, su imaginación es barroca. Por eso en el fondo de sus textos está siempre el desengaño, la temporalidad, la escenografía. Todo eso, como el claroscuro explícito del subtítulo, también es el Barroco.
El rito y el sur, la ironía y la teatralidad quedan convocados en este santuario del lucero, que fue el antiguo nombre de Sanlúcar de Barrameda, en este retablo que resume el mundo poético de Pérez Estrada:
Gritan las mujeres y huyen.
Y cuando todo parece consumado, tras el ara surgen los churreros que fríen su masa y lanzan al cielo la extensión interminable en cintas de sus pringues. Volutas aceitosas y resbaladizas como ofidios siniestros envuelven el paquete carnal y devorador que preside la escena.
Y sobre toda la confusión se hace al fin la luz, y un retablo trae a la transparencia de Nuestra Señora del Andalucía, que reúne en ella la agilidad en sus formas del mercurio derramado y la gracia en temblor de una medusa mediterránea atravesada por el duende encendido de la noche del Sur, y a la que, como un exvoto, presenta un vaso griego el poeta cordobés, Pablo García Baena.
Un hosanna baja y cae lentamente desde Sierra Nevada hasta dar con una playa, noche de San Juan, a la que llega el silencio compartido de las adolescentes que confían al Mediterráneo su primer amor, mientras el mar les barre de sus aguas los maleficios imposibles.
Un tapiz pasionario que, con el Mediterráneo de los mitos al fondo, desarrolla una trama litúrgica y ritual en la que participan Marlene Dietrich y santa María Egipciaca, Fernando Villalón y el fantasma de la Ópera, Al-Mutamid de Sevilla y Pablo García Baena, en un jueves Santo en el que los oficios y los lavatorios se transforman en la clínica del callista y un adolescente circuncidado se eleva en la parodia mística de una felación litúrgica.
El retablo genial y alucinado de un Sade andaluz y ceremonial bajo inciensos procesionales. Un retablo dislocado presidido por el icono homosexual de San Sebastián, en el que Lorca corona canónicamente a Elena Martín Vivaldi, los poetas de Cántico lloran la belleza efímera de Medina Azahara y Mariana Pineda recoge el cuerpo fusilado de Torrijos en la playa malagueña.
Todo eso es parte de este deslumbrante Luciferi Fanum, un auto sacramental en el que bajo la mirada del gran Inquisidor y el santo niño de Cortona pasean la hija de don Juan Alba y el príncipe Baltasar Carlos, triunfa la Eucaristía en el conocimiento de la carne y en los hilos de oro de la camiseta de un raro equipo que sirve de mortaja al joven sacrificial.
Pérez Estrada fue un creador total cuya producción no acepta más cauce que su sostenida voluntad de estilo y una creatividad que le hace huir de los límites de un género. Y en esta obra se concentra gran parte de su mundo literario que proyecta su fuerza imaginativa sobre el mundo real para metamorfosearlo con distanciamiento y para fundar una nueva realidad con su palabra creadora y su mirada alucinada.
El texto de Ruiz Noguera apareció hace veinte años en Hora de poesía para reseñar la publicación de este Luciferi Fanum en una pequeña editorial sevillana, con una tirada tan corta como su casi nula distribución.
Escribir en provincias -había dicho Pérez Estrada- es ejercitarse en soledades. Se llega a renunciar a la proyección de futuro: al sueño de la soberbia.
Pérez Estrada llegó a la literatura desde la pintura. Y ese origen estético influye de manera determinante en su producción literaria, en su predilección por la imagen y en la plasticidad de su estilo.
Transgresor en su visión del mundo y en su práctica literaria, la alta calidad de su prosa visionaria, barroca y surrealista se levanta como alternativa a una realidad plana en un ejercicio de irracionalismo e imaginación que lo conectan con William Blake, con una mezcla de humor y crueldad que lo emparentan con Bataille y Artaud y un culturalismo que recuerda al Lezama Lima de Paradiso.
Su estética y su ética vital están más cerca de lo dionisíaco que de lo apolíneo. Y si la sorpresa le une a la vanguardia, su imaginación es barroca. Por eso en el fondo de sus textos está siempre el desengaño, la temporalidad, la escenografía. Todo eso, como el claroscuro explícito del subtítulo, también es el Barroco.
El rito y el sur, la ironía y la teatralidad quedan convocados en este santuario del lucero, que fue el antiguo nombre de Sanlúcar de Barrameda, en este retablo que resume el mundo poético de Pérez Estrada:
Gritan las mujeres y huyen.
Y cuando todo parece consumado, tras el ara surgen los churreros que fríen su masa y lanzan al cielo la extensión interminable en cintas de sus pringues. Volutas aceitosas y resbaladizas como ofidios siniestros envuelven el paquete carnal y devorador que preside la escena.
Y sobre toda la confusión se hace al fin la luz, y un retablo trae a la transparencia de Nuestra Señora del Andalucía, que reúne en ella la agilidad en sus formas del mercurio derramado y la gracia en temblor de una medusa mediterránea atravesada por el duende encendido de la noche del Sur, y a la que, como un exvoto, presenta un vaso griego el poeta cordobés, Pablo García Baena.
Un hosanna baja y cae lentamente desde Sierra Nevada hasta dar con una playa, noche de San Juan, a la que llega el silencio compartido de las adolescentes que confían al Mediterráneo su primer amor, mientras el mar les barre de sus aguas los maleficios imposibles.
Un tapiz pasionario que, con el Mediterráneo de los mitos al fondo, desarrolla una trama litúrgica y ritual en la que participan Marlene Dietrich y santa María Egipciaca, Fernando Villalón y el fantasma de la Ópera, Al-Mutamid de Sevilla y Pablo García Baena, en un jueves Santo en el que los oficios y los lavatorios se transforman en la clínica del callista y un adolescente circuncidado se eleva en la parodia mística de una felación litúrgica.
El retablo genial y alucinado de un Sade andaluz y ceremonial bajo inciensos procesionales. Un retablo dislocado presidido por el icono homosexual de San Sebastián, en el que Lorca corona canónicamente a Elena Martín Vivaldi, los poetas de Cántico lloran la belleza efímera de Medina Azahara y Mariana Pineda recoge el cuerpo fusilado de Torrijos en la playa malagueña.
Todo eso es parte de este deslumbrante Luciferi Fanum, un auto sacramental en el que bajo la mirada del gran Inquisidor y el santo niño de Cortona pasean la hija de don Juan Alba y el príncipe Baltasar Carlos, triunfa la Eucaristía en el conocimiento de la carne y en los hilos de oro de la camiseta de un raro equipo que sirve de mortaja al joven sacrificial.
Pérez Estrada fue un creador total cuya producción no acepta más cauce que su sostenida voluntad de estilo y una creatividad que le hace huir de los límites de un género. Y en esta obra se concentra gran parte de su mundo literario que proyecta su fuerza imaginativa sobre el mundo real para metamorfosearlo con distanciamiento y para fundar una nueva realidad con su palabra creadora y su mirada alucinada.
Santos Domínguez