Ignacio Martínez de Pisón.
Dientes de leche.
Seix Barral. Barcelona, 2007.
Dientes de leche.
Seix Barral. Barcelona, 2007.
Después de la historia, la intrahistoria, tan esclarecedora como aquella. Tres años después de Enterrar a los muertos, una mezcla de reportaje, ensayo de investigación histórica y biografía, Ignacio Martínez de Pisón publica en Seix Barral Dientes de leche.
Es un nuevo ejemplo de novelista que proyecta su mirada sobre la época más conflictiva de la reciente historia española. Dientes de leche es la crónica intrahistórica y en tono menor de medio siglo de vida española, a través de tres generaciones de la familia Cameroni: la generación de quienes hicieron la guerra, como el fascista italiano que llega a España y se casa con una española; sus hijos, la generación de posguerra que creció en el franquismo; y finalmente sus nietos, que constituyen ya una generación que vive en democracia.
Martínez de Pisón ha construido con ellos un microcosmos doméstico, una crónica familiar en esta novela que transcurre bajo una mirada que se fija en los detalles y elabora con ellos las claves de la historia.
Los personajes -en especial los personajes femeninos Isabel y Elisa- definidos con mucha precisión y matizados con una economía de medios que perfila rápida y profundamente su carácter, están hechos de recuerdos y sobre todo de la reacción que el pasado produce en ellos.
Por eso esta es también una novela sobre la memoria y el olvido como dos maneras de afrontar el pasado para sobrevivir. En Dientes de leche hay dos tipos de personajes: los que necesitan recuperar el pasado a través de la memoria personal o colectiva y los que lo entierran en el olvido.
Dientes de leche cuenta la historia de un secreto, trata de la ocultación de la verdad, del olvido y la memoria y de la conservación de los recuerdos en las fotografías o en los dientes de leche que son un símbolo de la pérdida y de la resistencia a admitir el paso del tiempo.
Es precisamente una fotografía el detonante de la novela, que empieza con estos párrafos:
Entre las fotos que Juan Cameroni conservaba de su infancia había una en la que aparecía junto al abuelo Raffaele, sonrientes los dos, vestidos los dos con camisas negras, haciendo los dos el saludo fascista. ¿Cuántos años tenía entonces? Si tenía cuatro, la foto era de 1972. Si cinco, de 1973. De lo que no había duda era de que la foto se había tomado un 2 de noviembre, único día del año en el que abuelo y nieto se ponían sus uniformes de fascistas para acudir al homenaje a los italianos muertos en la Guerra Civil.
En su momento, Juan debió de ser el único niño fascista español, y hasta la muerte del abuelo se guardaron en un armario del pasillo sus sucesivos uniformes de balilla. El de la foto de 1972 o 1973, acaso por ser el primero, había sido el más completo y vistoso: gorro de inspiración africana con borla, camisa de seda negra sobre la que se cruzaban dos anchas bandas blancas, un cinturón también ancho y también blanco, pantalones pardos, medias hasta las rodillas. Los uniformes siguientes, de los que también conservaba fotografías, sugerían una paulatina evolución hacia la austeridad.
Ese episodio del mausoleo abre el prólogo de la novela, que a partir de ese momento describe un círculo, una estructura cerrada que vuelve al final a ese Sacrario Militare Italiano.
A partir de la historia del mausoleo fascista de Zaragoza se activa la memoria y el pasado regresa, como el destino o como la culpa, para pedir cuentas. Como en las tragedias, el pasado persiste en el presente de unos personajes que protagonizan esos cincuenta años en la vida de una familia en un contexto histórico cambiante que los refleja y sobre el que se proyectan sus propios cambios personales, la evolución de su mirada.
La novela va estableciendo así un balance entre lo individual, lo doméstico y lo social y la narración se desplaza de unos personajes a otros, con los consiguientes cambios de perspectiva, de tono y registros lingüísticos. La diversidad de enfoques, entre lo trágico y lo cómico, lleva a la narración del territorio duro de la guerra al de la emoción, de lo divertido a lo conmovedor.
Cerca de tres años ha estado trabajando en esta novela Ignacio Martínez de Pisón, documentándose sobre el papel de los italianos en la guerra de España y elaborando una novela de estructura muy trabada en la que ha engarzado con pericia las distintas piezas -personajes, tiempos, ambientes y situaciones- que la componen.
Pero el reto de este libro iba más allá de lo puramente literario, más allá de la prueba técnica y planteaba también una cuestión ética, una postura moral del novelista: la obligación de entender el pasado traumático de la guerra civil y el franquismo y explicarlos desde el presente de su experiencia.
Era el proyecto más ambicioso de un novelista maduro y lo ha resuelto con una solvencia narrativa que hace de Dientes de leche la novela más completa y mejor rematada de su autor.
Es un nuevo ejemplo de novelista que proyecta su mirada sobre la época más conflictiva de la reciente historia española. Dientes de leche es la crónica intrahistórica y en tono menor de medio siglo de vida española, a través de tres generaciones de la familia Cameroni: la generación de quienes hicieron la guerra, como el fascista italiano que llega a España y se casa con una española; sus hijos, la generación de posguerra que creció en el franquismo; y finalmente sus nietos, que constituyen ya una generación que vive en democracia.
Martínez de Pisón ha construido con ellos un microcosmos doméstico, una crónica familiar en esta novela que transcurre bajo una mirada que se fija en los detalles y elabora con ellos las claves de la historia.
Los personajes -en especial los personajes femeninos Isabel y Elisa- definidos con mucha precisión y matizados con una economía de medios que perfila rápida y profundamente su carácter, están hechos de recuerdos y sobre todo de la reacción que el pasado produce en ellos.
Por eso esta es también una novela sobre la memoria y el olvido como dos maneras de afrontar el pasado para sobrevivir. En Dientes de leche hay dos tipos de personajes: los que necesitan recuperar el pasado a través de la memoria personal o colectiva y los que lo entierran en el olvido.
Dientes de leche cuenta la historia de un secreto, trata de la ocultación de la verdad, del olvido y la memoria y de la conservación de los recuerdos en las fotografías o en los dientes de leche que son un símbolo de la pérdida y de la resistencia a admitir el paso del tiempo.
Es precisamente una fotografía el detonante de la novela, que empieza con estos párrafos:
Entre las fotos que Juan Cameroni conservaba de su infancia había una en la que aparecía junto al abuelo Raffaele, sonrientes los dos, vestidos los dos con camisas negras, haciendo los dos el saludo fascista. ¿Cuántos años tenía entonces? Si tenía cuatro, la foto era de 1972. Si cinco, de 1973. De lo que no había duda era de que la foto se había tomado un 2 de noviembre, único día del año en el que abuelo y nieto se ponían sus uniformes de fascistas para acudir al homenaje a los italianos muertos en la Guerra Civil.
En su momento, Juan debió de ser el único niño fascista español, y hasta la muerte del abuelo se guardaron en un armario del pasillo sus sucesivos uniformes de balilla. El de la foto de 1972 o 1973, acaso por ser el primero, había sido el más completo y vistoso: gorro de inspiración africana con borla, camisa de seda negra sobre la que se cruzaban dos anchas bandas blancas, un cinturón también ancho y también blanco, pantalones pardos, medias hasta las rodillas. Los uniformes siguientes, de los que también conservaba fotografías, sugerían una paulatina evolución hacia la austeridad.
Ese episodio del mausoleo abre el prólogo de la novela, que a partir de ese momento describe un círculo, una estructura cerrada que vuelve al final a ese Sacrario Militare Italiano.
A partir de la historia del mausoleo fascista de Zaragoza se activa la memoria y el pasado regresa, como el destino o como la culpa, para pedir cuentas. Como en las tragedias, el pasado persiste en el presente de unos personajes que protagonizan esos cincuenta años en la vida de una familia en un contexto histórico cambiante que los refleja y sobre el que se proyectan sus propios cambios personales, la evolución de su mirada.
La novela va estableciendo así un balance entre lo individual, lo doméstico y lo social y la narración se desplaza de unos personajes a otros, con los consiguientes cambios de perspectiva, de tono y registros lingüísticos. La diversidad de enfoques, entre lo trágico y lo cómico, lleva a la narración del territorio duro de la guerra al de la emoción, de lo divertido a lo conmovedor.
Cerca de tres años ha estado trabajando en esta novela Ignacio Martínez de Pisón, documentándose sobre el papel de los italianos en la guerra de España y elaborando una novela de estructura muy trabada en la que ha engarzado con pericia las distintas piezas -personajes, tiempos, ambientes y situaciones- que la componen.
Pero el reto de este libro iba más allá de lo puramente literario, más allá de la prueba técnica y planteaba también una cuestión ética, una postura moral del novelista: la obligación de entender el pasado traumático de la guerra civil y el franquismo y explicarlos desde el presente de su experiencia.
Era el proyecto más ambicioso de un novelista maduro y lo ha resuelto con una solvencia narrativa que hace de Dientes de leche la novela más completa y mejor rematada de su autor.
Santos Domínguez