Bruno Snell.
El descubrimiento del espíritu.
Traducción de Joan Fontcuberta.
Acantilado. Barcelona, 2008.
El descubrimiento del espíritu.
Traducción de Joan Fontcuberta.
Acantilado. Barcelona, 2008.
Acantilado publica, con traducción de Joan Fontcuberta, El descubrimiento del espíritu, un monumental ensayo en el que Bruno Snell (1896-1987), uno de los más importantes helenistas del siglo XX, aborda la génesis del pensamiento europeo en los griegos.
Publicado por primera vez en 1946 y sometido a sucesivas revisiones, Snell debe gran parte de su prestigio a este libro convertido ya en un clásico de la historia de las ideas. El descubrimiento del espíritu, que une en su enfoque los saberes antropológicos, la filosofía y la lingüística, consta en su edición definitiva de diecisiete capítulos que son el resultado de muchos años de estudio sobre las bases de la civilización europea, y de un epílogo añadido en 1974 acerca de aquellos puntos que habían suscitado más polémica.
En Grecia surgieron concepciones del hombre y de su pensamiento que determinaron el futuro desarrollo europeo.
Este es el punto de partida de un estudio en el que, desde la idea del hombre en Homero hasta el descubrimiento del paisaje espiritual de la Arcadia ya con Virgilio en el 42 a. C., Snell rastrea la épica, la lírica, la tragedia y la filosofía para analizar la aparición de la ética y la ciencia, la relación entre el mito y la realidad, el paso del pensamiento mágico al pensamiento lógico:
La contradicción interna por la que, desde hace un siglo y medio, llamamos «humanidades» a los estudios sobre la Antigüedad griega, esto es, un período para el que el hombre no era tenido particularmente en gran valor, revela que aquí ha habido una confusión y corremos el peligro de caer en la trampa de los tópicos; la única manera de resolverla será una reflexión histórica que tal vez nos haga ver que la contradicción señalada tiene una causa objetiva que conviene tomar en serio y obedece a cuestiones candentes. De vez en cuando se oye decir que los griegos, en su arte clásico, no representaron al hombre con sus contingencias, sino al «hombre en sí», la «idea del hombre», como se diría quizá platónicamente. Pero esta manera de hablar no es griega y mucho menos platónica. Jamás un griego habló en serio de la idea del hombre. Platón la evoca una sola vez en broma, asociándola a la idea del fuego y del agua, seguida de la idea del cabello, la suciedad y el cieno (Parménides, 130 c). Si se quiere describir las estatuas del siglo V con palabras de la época, se puede decir que representan personas bellas o perfectas o también «semejantes a los dioses», para utilizar una expresión utilizada con frecuencia en la antigua poesía lírica para ensalzar a alguien. La norma y los valores radican todavía para Platón en lo divino, no en lo humano.
La constitución de ese pensamiento, que se proyecta en la filosofía y la ciencia, es el resultado de un largo proceso histórico que se manifiesta en la evolución de las ideas filosóficas y en la literatura y dará como resultado una nueva concepción del hombre. Épica, lírica arcaica, drama y filosofía son las etapas de ese proceso de descubrimiento del espíritu entre la intuición mítica o el destello poético y la formación del pensamiento lógico.
Desde Homero, que representa el primitivo pensamiento europeo y no tenía conciencia del espíritu ni del carácter de sus personajes, a las manifestaciones de la gran poesía lírica y trágica, y de la tragedia a la filosofía, Snell combina en los capítulos del libro el seguimiento histórico y la sistematización del proceso de construcción del pensamiento, la conciencia histórica o la formalización de la cultura.
Un Snell riguroso, apoyado en una ejemplar y fecunda colaboración metodológica de filosofía y filología, explora la lenta configuración de los principios éticos y estéticos de la civilización occidental y los fundamentos del pensamiento griego.
Desde la escasa abstracción de la lengua homérica y el griego primitivo hasta la formación de los conceptos científicos, se recorre aquí el largo camino que va de la comparación o la metáfora que son las claves estilísticas del mito hasta la deducción y la analogía que están en la raíz del pensamiento científico y filosófico.
Fue un proceso largo, más una conquista que un descubrimiento, en el que el hombre va adquiriendo progresivamente conciencia de sí mismo y de la realidad y sustituye a los dioses olímpicos por su propia responsabilidad moral.
Los géneros literarios, sucesivos y no coexistentes en Grecia, dan cuenta de esa evolución que arranca de la epopeya en la que el hombre aún actúa por dictado de los dioses y pasa por la lírica en la que se expresa ya la individualidad. Y del himno a la tragedia y a la muerte del mito en Eurípides. Poco después Aristófanes firmaba el acta de defunción de la tragedia a manos de la filosofía y de Sócrates, el más prosaico de los griegos.
No era el final del camino. Poetas posfilosóficos como Calímaco completaron aquella aventura cuando antepusieron la sabiduría poética a la filosófica.
Publicado por primera vez en 1946 y sometido a sucesivas revisiones, Snell debe gran parte de su prestigio a este libro convertido ya en un clásico de la historia de las ideas. El descubrimiento del espíritu, que une en su enfoque los saberes antropológicos, la filosofía y la lingüística, consta en su edición definitiva de diecisiete capítulos que son el resultado de muchos años de estudio sobre las bases de la civilización europea, y de un epílogo añadido en 1974 acerca de aquellos puntos que habían suscitado más polémica.
En Grecia surgieron concepciones del hombre y de su pensamiento que determinaron el futuro desarrollo europeo.
Este es el punto de partida de un estudio en el que, desde la idea del hombre en Homero hasta el descubrimiento del paisaje espiritual de la Arcadia ya con Virgilio en el 42 a. C., Snell rastrea la épica, la lírica, la tragedia y la filosofía para analizar la aparición de la ética y la ciencia, la relación entre el mito y la realidad, el paso del pensamiento mágico al pensamiento lógico:
La contradicción interna por la que, desde hace un siglo y medio, llamamos «humanidades» a los estudios sobre la Antigüedad griega, esto es, un período para el que el hombre no era tenido particularmente en gran valor, revela que aquí ha habido una confusión y corremos el peligro de caer en la trampa de los tópicos; la única manera de resolverla será una reflexión histórica que tal vez nos haga ver que la contradicción señalada tiene una causa objetiva que conviene tomar en serio y obedece a cuestiones candentes. De vez en cuando se oye decir que los griegos, en su arte clásico, no representaron al hombre con sus contingencias, sino al «hombre en sí», la «idea del hombre», como se diría quizá platónicamente. Pero esta manera de hablar no es griega y mucho menos platónica. Jamás un griego habló en serio de la idea del hombre. Platón la evoca una sola vez en broma, asociándola a la idea del fuego y del agua, seguida de la idea del cabello, la suciedad y el cieno (Parménides, 130 c). Si se quiere describir las estatuas del siglo V con palabras de la época, se puede decir que representan personas bellas o perfectas o también «semejantes a los dioses», para utilizar una expresión utilizada con frecuencia en la antigua poesía lírica para ensalzar a alguien. La norma y los valores radican todavía para Platón en lo divino, no en lo humano.
La constitución de ese pensamiento, que se proyecta en la filosofía y la ciencia, es el resultado de un largo proceso histórico que se manifiesta en la evolución de las ideas filosóficas y en la literatura y dará como resultado una nueva concepción del hombre. Épica, lírica arcaica, drama y filosofía son las etapas de ese proceso de descubrimiento del espíritu entre la intuición mítica o el destello poético y la formación del pensamiento lógico.
Desde Homero, que representa el primitivo pensamiento europeo y no tenía conciencia del espíritu ni del carácter de sus personajes, a las manifestaciones de la gran poesía lírica y trágica, y de la tragedia a la filosofía, Snell combina en los capítulos del libro el seguimiento histórico y la sistematización del proceso de construcción del pensamiento, la conciencia histórica o la formalización de la cultura.
Un Snell riguroso, apoyado en una ejemplar y fecunda colaboración metodológica de filosofía y filología, explora la lenta configuración de los principios éticos y estéticos de la civilización occidental y los fundamentos del pensamiento griego.
Desde la escasa abstracción de la lengua homérica y el griego primitivo hasta la formación de los conceptos científicos, se recorre aquí el largo camino que va de la comparación o la metáfora que son las claves estilísticas del mito hasta la deducción y la analogía que están en la raíz del pensamiento científico y filosófico.
Fue un proceso largo, más una conquista que un descubrimiento, en el que el hombre va adquiriendo progresivamente conciencia de sí mismo y de la realidad y sustituye a los dioses olímpicos por su propia responsabilidad moral.
Los géneros literarios, sucesivos y no coexistentes en Grecia, dan cuenta de esa evolución que arranca de la epopeya en la que el hombre aún actúa por dictado de los dioses y pasa por la lírica en la que se expresa ya la individualidad. Y del himno a la tragedia y a la muerte del mito en Eurípides. Poco después Aristófanes firmaba el acta de defunción de la tragedia a manos de la filosofía y de Sócrates, el más prosaico de los griegos.
No era el final del camino. Poetas posfilosóficos como Calímaco completaron aquella aventura cuando antepusieron la sabiduría poética a la filosófica.
Santos Domínguez