De Keats a Bonnefoy (Versiones de poesía moderna)
Andrés Sánchez Robayna (ed.)
Pre – Textos. Valencia, 2006.
Este libro - las palabras son del responsable de la edición, Andrés Sánchez Robayna- recoge un amplio conjunto de versiones de poesía moderna realizadas en el seno del Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna. Fundado en 1995, el Taller se ocupa de cuestiones de traducción y lleva a cabo traducciones de textos definidos por su dificultad o su complejidad estética. Ha traducido, entre otros, libros de William Wordsworth, John Keats, Gustave Flaubert, Samuel Johnson o Paul Valéry mediante nuevos métodos de traducción colectiva, comparada y revisada. Con la edición del presente volumen el Taller celebra diez años de actividad y ofrece al lector un recorrido por algunas obras fundamentales de la modernidad en poesía.
Debería leerse este libro mirando por encima de los debates sobre la vinculación de estas versiones a una determinada concepción poética o sobre la pertenencia de los poetas traducidos a una opción: la de la modernidad frente a la poesía posmoderna. La verdad es que son debates que aburren mucho y aportan poco, más que nada argumentos para espantar al lector.
Los veinticuatro poetas son los que son (podrían haber sido otros veinticuatro) y las traducciones son espléndidas. ¿Qué quiere decir que una traducción es buena? Pues no sólo, ni siquiera en primer lugar, que guarde un respeto irreprochable al original, que eso se da por supuesto, sino que el texto traducido mantenga la consistencia estética del modelo y la fuerza expresiva que se debe exigir a cualquier poema de alto nivel.
El esfuerzo se ha dirigido a ir más allá de la mera versión literal. Si sólo se aspirase a eso, sería mejor hacer las traducciones en prosa, como las que perpetraba Astrana Marín con los Sonetos de Shakespeare. Eso sería, claro está, una mutilación culposa que ignoraría el material sonoro que es un poema. No es sólo una cuestión de ritmo o de sonoridad: la lógica de la prosa y su canalización sintáctica son muy distintas ( ni mejores ni peores: otras) de las que exige el verso.
Esas cuestiones técnicas, que están muy bien, como las peleas de gallos de corral, les son por completo indiferentes a los lectores de este libro, que lo disfrutarán como se disfruta la alta poesía que contiene, vertida en la mejor de las copas posibles.
Y es que desde el primer poema del libro, Ante los mármoles Elgin, de Keats, hasta el último, El libro, para envejecer, de Bonnefoy, la preocupación de los traductores ha sido que el texto desarrolle su música y su construcción verbal.
Con eso debería bastar para que el lector sepa lo que le espera en estas páginas, en las páginas impares en las que se coloca el texto en versión castellana: un centenar de poemas de la modernidad, de Keats a Bonnefoy pasando por Carles Riba, Valéry, Sophia de Mello o Giorgios Sepheris.
Lo demás, peleas de vecindonas y ruido de fondo de una moto que carraspea, queda muy lejos, muy por debajo de la altura de este libro, que desmiente aquella ingeniosa afirmación, no sé si de Monterroso o de Rulfo, de que un dromedario es un camello diseñado en equipo.
Esta vez no, quizá por excepción. Las traducciones, alguna vez colectivas y la mayoría individuales y revisadas por el grupo, han evitado además ese raro efecto de acoplamiento que se produce en algunas traducciones de Octavio Paz o de José Ángel Valente, que sonaban demasiado a la voz o al tono del poeta traductor.
Esta vez el trabajo colectivo muestra sus resultados indiscutibles en la intensidad de las versiones, en la percepción del tono y en la captación del espíritu del texto, de sus hallazgos y sus oscuridades, de sus perplejidades y sus desequilibrios.
El siguiente es sólo un ejemplo, la traducción, ajustada de Bonnefoy que hace Sánchez Robayna, que nos pone el texto, indemne, en castellano:
LE SOIR
Rayures bleues et noires.
Un labour qui dévie vers le bas du ciel.
Le lit, vaste et brisé comme le fleuve en crue.
— Vois, c'est dejà le soir,
Et le feu parle auprès de nous dans l'éternité de la sauge.
ATARDECER
Rayas azules, negras.
Los surcos que se encaran a la base del cielo.
La cama, vasta y rota como el río crecido.
- Mira, se hace de noche,
Y el fuego a nuestro lado habla en la salvia eterna.
Los veinticuatro poetas son los que son (podrían haber sido otros veinticuatro) y las traducciones son espléndidas. ¿Qué quiere decir que una traducción es buena? Pues no sólo, ni siquiera en primer lugar, que guarde un respeto irreprochable al original, que eso se da por supuesto, sino que el texto traducido mantenga la consistencia estética del modelo y la fuerza expresiva que se debe exigir a cualquier poema de alto nivel.
El esfuerzo se ha dirigido a ir más allá de la mera versión literal. Si sólo se aspirase a eso, sería mejor hacer las traducciones en prosa, como las que perpetraba Astrana Marín con los Sonetos de Shakespeare. Eso sería, claro está, una mutilación culposa que ignoraría el material sonoro que es un poema. No es sólo una cuestión de ritmo o de sonoridad: la lógica de la prosa y su canalización sintáctica son muy distintas ( ni mejores ni peores: otras) de las que exige el verso.
Esas cuestiones técnicas, que están muy bien, como las peleas de gallos de corral, les son por completo indiferentes a los lectores de este libro, que lo disfrutarán como se disfruta la alta poesía que contiene, vertida en la mejor de las copas posibles.
Y es que desde el primer poema del libro, Ante los mármoles Elgin, de Keats, hasta el último, El libro, para envejecer, de Bonnefoy, la preocupación de los traductores ha sido que el texto desarrolle su música y su construcción verbal.
Con eso debería bastar para que el lector sepa lo que le espera en estas páginas, en las páginas impares en las que se coloca el texto en versión castellana: un centenar de poemas de la modernidad, de Keats a Bonnefoy pasando por Carles Riba, Valéry, Sophia de Mello o Giorgios Sepheris.
Lo demás, peleas de vecindonas y ruido de fondo de una moto que carraspea, queda muy lejos, muy por debajo de la altura de este libro, que desmiente aquella ingeniosa afirmación, no sé si de Monterroso o de Rulfo, de que un dromedario es un camello diseñado en equipo.
Esta vez no, quizá por excepción. Las traducciones, alguna vez colectivas y la mayoría individuales y revisadas por el grupo, han evitado además ese raro efecto de acoplamiento que se produce en algunas traducciones de Octavio Paz o de José Ángel Valente, que sonaban demasiado a la voz o al tono del poeta traductor.
Esta vez el trabajo colectivo muestra sus resultados indiscutibles en la intensidad de las versiones, en la percepción del tono y en la captación del espíritu del texto, de sus hallazgos y sus oscuridades, de sus perplejidades y sus desequilibrios.
El siguiente es sólo un ejemplo, la traducción, ajustada de Bonnefoy que hace Sánchez Robayna, que nos pone el texto, indemne, en castellano:
LE SOIR
Rayures bleues et noires.
Un labour qui dévie vers le bas du ciel.
Le lit, vaste et brisé comme le fleuve en crue.
— Vois, c'est dejà le soir,
Et le feu parle auprès de nous dans l'éternité de la sauge.
ATARDECER
Rayas azules, negras.
Los surcos que se encaran a la base del cielo.
La cama, vasta y rota como el río crecido.
- Mira, se hace de noche,
Y el fuego a nuestro lado habla en la salvia eterna.
El epílogo de Antonio Ramos Rosa (La relación poética en la poesía moderna) es una interesante reflexión sobre la poesía moderna como una experiencia de la palabra y de la realidad, como calcinación de la realidad inexpresable mediante la palabra poética, oscura, órfica y misteriosa.
Un libro irreprochable, editado impecablemente, como es norma en Pre-Textos.
Un libro irreprochable, editado impecablemente, como es norma en Pre-Textos.
Santos Domínguez