20/12/06

El negro del Narciso



Joseph Conrad.
El negro del Narciso.
Traducción de Antonio Ballesteros.
Espasa. Relecturas. Madrid, 2006.

Faulkner leía El negro del Narciso, como el Quijote, una vez al año. Y Borges solapó en El inmortal una cita del Prefacio de Conrad a esta novela que publica Espasa en su cuidada colección Relecturas, con traducción y prólogo de Antonio Ballesteros.

El negro del Narciso tiene todos los ingredientes de la mejor novela de aventuras y mares, tormentas y amuradas de combés, escotas y arriadas y aproadas de barlovento. Ese léxico lleno de matices y misterio y crea por sí solo una atmósfera de emoción con la que el lector se embarca en la aventura para comprobar que en alta mar espacio y tiempo se confunden, que el espacio lo mide la luz del día y el tiempo lo marca la profundidad de campo en el horizonte.

Pero es mucho más que eso. Es la primera novela en la que Conrad encuentra su propia voz, un narrador en primera persona inconfundible y ventajista que luego utilizaría en Lord Jim o en El corazón de las tinieblas.

Hace más de un siglo, desde 1897, que está navegando este velero que es el verdadero protagonista de la novela junto con el mar. Un barco que es un microcosmos, un universo en escala en el que, como en el otro, las situaciones de riesgo ponen a los personajes al límite de los comportamientos más altos y los más vergonzosos. Conrad conocía de primera mano ese mundo inquietante y complejo que es un barco, porque había cruzado muchos mares a lo largo de dieciséis años enrolado en barcos ingleses.

Por cierto que es una buenísima idea añadir al final tres páginas de ilustraciones imprescindibles para entender el sistema de palos, vergas y botavaras, la distribución del espacio en la cubierta y los 25 tipos de velas que llevaba un velero como aquel Narcissus que navega desde Puerto de Bombay hasta Londres con la perturbadora presencia del negro Wait, gigante y enfermo, a bordo.

Y había comprobado que el mar es indiferente y poderoso, que en aquel mundo ya no cabían los viejos veleros y que las tripulaciones debían luchar contra el mar y contra sí mismos, en defensa de su dignidad y enfrente del vacío. Conrad había formado parte de la tripulación del Narcissus, donde al parecer vivió un episodio que sirvió de base a esta novela.

El negro del Narciso, su tercera novela, no es sólo una narración de aventuras con barco y marinería inquietante, sino algo más ambicioso: un intento de reflejar la esencia de la vida. Y al frente puso un Prefacio que es la reflexión más importante que publicó Conrad sobre su obra y sobre la función de la literatura. En la estela de Henry James, que consideraba que una novela es una realidad compleja que va más allá del mero desarrollo de la historia que transcurre en su superficie, Conrad cree que el novelista debe aspirar a explorar y a reflejar la vida en toda su complejidad y que la misión moral del escritor es la búsqueda de la verdad, una experiencia de intensidad que debe transcender al estilo, a la intensidad de la prosa.

La honra de un escritor- decía Conrad- reside en cuidar las frases como la tripulación baldea y cuida la cubierta, sin esperar más recompensa que el respeto silencioso de sus iguales.

En 1909, con trece obras publicadas, le liquidaban menos de cinco libras por derechos de autor. No sólo había publicado esta novela. Otras como Lord Jim, Nostromo o El agente secreto no le habían servido para lograr el reconocimiento que le vino de una de sus peores novelas, Azar, en 1913. Así son las cosas.

Leer El negro del Narciso, una de las mejores novelas de Conrad, es una experiencia inolvidable, una peripecia que absorbe al lector.

Santos Domínguez