Byung-Chul Han.
Loa a la tierra.
Un viaje al jardín.
Ilustraciones de Isabella Gresser.
Traducción de Alberto Ciria.
Herder. Barcelona, 2019.
“Un día sentí una profunda añoranza, e incluso una aguda necesidad de estar cerca de la tierra. Así que tomé la resolución de practicar a diario la jardinería. Durante tres primaveras, veranos, otoños e inviernos, es decir, durante tres años, estuve trabajando en un jardín, que bauticé con el nombre de Bi-Won, que en coreano significa Jardín secreto, escribe Byung-Chul Han (Seúl, 1959) en el prólogo a su Loa a la tierra. Un viaje al jardín, que publica Herder con traducción de Alberto Ciria y espléndidas lustraciones de Isabella Gresser.
Es una delicada meditación, una incursión en el silencio y la lentitud a través del contacto con la tierra y los ciclos naturales de la vida lo que refleja este libro hecho de “plegarias, confesiones, incluso declaraciones de amor a la tierra y a la naturaleza.
Loa de la tierra empieza con un viaje de invierno en el jardín berlinés del autor para trazar una metafísica del jardín en el que se convocan la poesía y la filosofía, la música y la meditación en el ánimo templado del autor.
La vivencia intensa de los ritmos estacionales, la percepción del tiempo lento y distinto del jardín tienen su proyección musical, filosófica o poética en Schubert, Hölderlin, Lao Tsé, Novalis o Heidegger y su resumen en palabras como estas:
Hoy hemos perdido toda sensibilidad para la tierra. Ya no sabemos qué es. Solo la concebimos como una fuente de recursos que, en el mejor de los casos, hay que tratar sosteniblemente. /.../ Desde que trabajo en el jardín me acompaña una extraña sensación, una sensación que antes no conocía y que también siento corporalmente con mucha fuerza. Es una sensación de la tierra, que me hace dichoso. Quizá la tierra sea un sinónimo de la dicha que hoy se aleja cada vez más de nosotros. Regresar a la tierra significa, por tanto, regresar a la dicha. La tierra es fuente de dicha. Hoy la abandonamos, sobre todo como consecuencia de la digitalización del mundo. Ya no recibimos esa fuerza vivificante de la tierra que nos hace dichosos. La tierra es reducida al tamaño de una pantalla de ordenador.
Jardín invernal, lugar romántico en floración con las flores azules del heliotropo, las blancas del cerezo de invierno o las amarillas del jazmín de invierno en el silencio y la mirada a los colores de las margaritas silvestres, el acónito o las forsitias que engendran “una pequeña primavera en pleno invierno.”
Schumann, Nietzsche, Rilke o Basho y la explosión verde de la primavera, la morera y el ciruelo como proyección de la dicha del jardinero, una de las palabras fundamentales de este libro, porque “cada día que paso en mi jardín es un día de dicha. Este libro podría haberse titulado también Ensayo sobre el día logrado que me hizo feliz. A menudo anhelo trabajar en el jardín. Hasta ahora desconocía esa sensación de dicha. También es algo bastante corporal. Jamás fui tan activo corporalmente. Jamás toqué la tierra con tanta intensidad. Me parece que la tierra es una fuente de dicha. A menudo me ha asombrado su extrañeza, su alteridad, su vida propia. Solo gracias a este trabajo corporal he llegado a conocerla con intensidad. Regar las flores mientras las contemplamos nos colma de una dicha silenciosa y nos llena de calma.”
Y así también el verano berlinés en el jardín con insectos y pájaros y las flores otoñales, como los narcisos de otoño.
Cierra el volumen un amplio e intenso diario del jardinero que entre el 31 de julio de 2016 y el 20 de noviembre de 2017 refleja los ciclos del jardín y celebra el instante vegetal en fragmentos como este:
Me embriaga la visión de las hortensias que florecen con exuberancia. Amas la lluvia. Las llamas de la hortensia sargentiana tienen primero una forma protuberante. Luego se abren con un soberbio esplendor. Parecen explotar realmente, como fuegos artificiales a cámara lenta. Su belleza es indescriptible.
Santos Domínguez