13/5/19

Luis Landero. Lluvia fina


Luis Landero.
Lluvia fina.
Tusquets. Barcelona, 2019.

Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad. 

En esas frases, marcadas por la prevención y la desconfianza, están las claves fundamentales de Lluvia fina, la nueva novela de Luis Landero que acaba de publicar Tusquets Editores.

Desde otra perspectiva, en otra situación y con otro significado por tanto, esas frases se retoman en el capítulo final que comienza así:

Así que también Aurora tiene una historia que contar. Una historia que ha permanecido como aletargada hasta hoy. Esperando un estímulo, una súbita brisa que avive las brasas hasta convertirlas en hoguera. Y ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes y que no es verdad que a las palabras se las lleve tan fácilmente el viento. No es verdad.

Lo que era un aviso y un oscuro presagio se convierte ya en una certeza del desastre, porque entre esos dos párrafos se desarrolla un constante cruce de historias y de personajes, de frustraciones, mentiras y secretos, de palabras y miradas que componen el complejo mosaico familiar y el cambiante caleidoscopio humano de versiones que sostiene la estructura de Lluvia fina y de su perspectiva narrativa, articulada en torno a la figura de Aurora, mujer de Gabriel y confidente sentimental del resto de personajes.

Desde el fondo turbio del pasado emergen las historias cruzadas en torno a tres hermanos -Gabriel, Sonia y Andrea- que se reúnen junto con sus parejas para celebrar los ochenta años de su madre. 

Aurora, situada en una posición privilegiada, a la vez cercana y distante, porque no pertenece al problemático pasado familiar que envuelve a los hermanos y a la madre, es el eje en el que confluyen las confesiones y los relatos de las otras vidas y la más consciente de los peligros de remover el fondo de la memoria:

Y como cada cual, además de lo suyo, le cuenta también lo que dicen los otros, todas las versiones de todas las historias terminan confluyendo en Aurora. Ella es en realidad la única dueña absoluta del relato, la que lo sabe todo, la trama y el revés de la trama, porque solo a ella le confían y le cuentan, con todo tipo de detalles, y sin vergüenza ni reparos, todos y cada uno de los implicados en esta historia que empezó siendo trivial y hasta festiva y que ha acabado en ruina y en desastre, como ya intuyó ella desde el primer momento.

Aurora había advertido a Gabriel de que es mejor no remover el pasado, pero en todo caso su perspectiva ajena se proyecta sobre la oscura historia familiar y sobre las distintas versiones de la realidad, sobre la alegría del padre soñador e imaginativo heredada por el hijo, sobre la historia de postergamientos, soledad y abandono de Sonia y Andrea, que repiten la infelicidad y la dureza tenebrosa de la madre, “pesimista, agria y dominante”.

Porque ella era la única que conocía los secretos de todos y cada uno de ellos, y sabía que los pequeños y viejos rencores, por viejos y pequeños que fuesen, estaban latentes en la memoria, al acecho, esperando la ocasión de volver al presente, renovados y recrecidos, rescoldos aún tibios que el menor viento podía avivar en llama, o como esas historias en cuyo planteamiento, inocente o cómico en apariencia, está ya la semilla de un final desdichado. Y también sabía o intuía que, si los rencores y agravios habían permanecido aletargados hasta entonces, es porque apenas hablaban entre ellos, solo de tarde en tarde y por teléfono para felicitarse los aniversarios y las Pascuas, o contarse alguna novedad. Y estaba bien que fuese así, pensaba Aurora, para que el viento no desatase la furia de las brasas, para que la historia no se pusiera en marcha y se precipitase ciega hacia su desenlace.

Historias y secretos que remueven los rencores, odios y heridas abiertas de unas problemáticas relaciones que irán preparando meticulosamente el trágico desenlace de esta Lluvia fina, quizá el libro más sombrío y amargo de Luis Landero.

Porque las palabras nunca son inocentes, como saben Aurora y los lectores de esta novela.

Santos Domínguez