Rafael Sánchez Ferlosio.
Páginas escogidas.
Selección de Ignacio Echevarría.
Literatura Random House. Barcelona, 2017.
Como “un recorrido que se quiere a la vez representativo e incitante, capaz tanto de procurar una idea aproximada de la amplitud y de la diversidad de la obra de Ferlosio como de despertar el deseo de adentrarse más a fondo en ella” define Ignacio Echevarría la selección de Páginas escogidas de Rafael Sánchez Ferlosio que ha preparado para el volumen que publica Literatura Random House.
Un recorrido amplio y abarcador por los textos más significativos de Ferlosio a través de catorce apartados ordenados cronológicamente y encabezados por sendas secciones de Pecios que dan paso a textos narrativos, ensayos y artículos de las distintas etapas de la prosa ferlosiana.
Sermones y homilías, relatos breves de El escudo de Jotán, capítulos de Alfanhuío un fragmento de El testamento de Yarfoz configuran una selección que responde a un criterio múltiple y panorámico porque, como explica el compilador, “pretende abarcar los diferentes géneros y los principales registros en que se ha desarrollado la obra de Ferlosio.”
Dientes, pólvora, febrero, Personas y animales en una fiesta de bautizo, Los babuinos mendicantes, Homilía del ratón, Las azoteas de Damasco o El deporte y el Estado, son algunos de los textos que ofrece esta impecable selección que refleja la escritura rigurosa y poliédrica de Ferlosio, de la que pueden dar una muestra representativa dos fragmentos.
El primero (De los ásperos y grandes lances de la montaña) es de Alfanhuí:
Por la tierra de secano hacia la montaña, canta la pájara antigua. Sobre las tapias de pizarra, junto a la blanca carretera, grazna, mece su cola. Al carretero le roba el pan y le despinta el carro. Grita a los cereales cuando les llega el madurar. Con su voz, seca los campos para la siega. Las otras aves se van, pero las urracas se quedan siempre, antiguas pájaras de la meseta. Ellas delatan crímenes nefastos y piden venganza para las violadas. Reconocen a los hombres y saben mucho de geografía. Saben cuanto pasa en los pueblos y los caminos. Dicen los nombres de los muertos y los recuerdan sin pena. Unas a otras se narran las historias de los muertos. Camino del camposanto los ven pasar y se quedan sobre una piedra, narrándose cuanto vieron. Viven los hombres y envejecen; las urracas hablan y miran. Las urracas sin pena no creen en la esperanza; ellas narran tan sólo, y repiten los nombres de los muertos. Los muertos van a lo largo del camino de la montaña. Van, como nublados sin lluvia, a trasponer las oscuras cimas. En la voz de las pájaras sus nombres quedan.
La montaña es silenciosa y resonante. Como el vientre de la loba es su vientre, arisco y maternal. Esconde sus manantiales en los bosques, como la loba sus tetas entre pelo. La montaña está tendida mansamente, amamantando a la llanura. Sólo a veces se levanta dura y esquiva y rasga los labios de los campos.
El otro es el comienzo de Carácter y destino, el discurso que leyó en abril de 2005 en la ceremonia de recepción del Premio Cervantes:
Una mañana de verano del 59, paseando mi hija y yo por el Retiro, al cruzar por el trecho que separaba el quiosco de la música del antiguo escati de baldosines, oí de pronto unas voces que venían de entre los árboles, en las que reconocí el falsete característico de los actores de guiñol.
En mis tiempos era muy difícil encontrar un padre joven, medianamente instruido, que, en el trato con sus hijos, no se creyese un pedagogo consumado. Ella no había cumplido los tres años y medio, y no podía haber reconocido aquellas voces, porque nunca había asistido a un espectáculo de guiñol ni a ningún espectáculo en absoluto (y, por supuesto, a aquel padre pedagogo le habría resultado hasta ofensiva la pregunta de si había dado entrada a la televisión en casa). Así que su ignorancia me dio tiempo de dudar: ¿la llevo o no la llevo?
Y aquí no es necesario recordar hasta qué punto la cuestión de la conveniencia o inconveniencia pedagógica, social y hasta política de los espectáculos públicos en general ha sido en Occidente un asunto moral que se remonta cuando menos a Platón.
Santos Domínguez