José Manuel Cuesta Abad.
Amador Vega.
La Novena Elegía.
Lo decible y lo indecible en Rilke.
Siruela. Madrid, 2018.
Ay, ¿qué se lleva uno al otro lado? No el mirar, lo aquí /lentamente aprendido, ni nada ocurrido aquí. Nada. /Pero sí los dolores. Y también, sobre todo, la pesadumbre, /la larga experiencia del amor: sí lo puramente indecible, escribía Rilke en la Novena Elegía de Duino, uno de sus poemas más delicados.
La compuso entre 1912 y 1922 y es un canto a la tierra, la elegía de las cosas que se alejan, una obra en la que coexisten lo visible y lo invisible en el diseño de una cosmología poética propia, porque, como las otras elegías rilkeanas, “encierran toda una interpretación de la existencia desde la perspectiva de lo que podríamos llamar una poetología del espíritu”, como señalan José Manuel Cuesta Abad y Amador Vega en la Nota previa a La Novena Elegía. Lo decible y lo indecible en Rilke, el volumen que publica Siruela en su colección El Árbol del Paraíso.
“Este libro –explican- tiene su origen en la admiración y el entusiasmo que sus autores han compartido durante años por una de las más grandes creaciones de la poesía europea moderna: las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke. Son muchas las interpretaciones ofrecidas desde hace casi un siglo sobre una obra en la que a la extraordinaria altura poética de su lenguaje se suma la profundidad de un pensamiento que invoca genialmente el legado filosófico y espiritual de Occidente.”
Y sobre esa Novena Elegía se proyectan los dos ensayos del libro: Lógica del silencio, a cargo de Amador Vega, y La palabra más efímera, que firma José Manuel Cuesta Abad. Dos estudios que proponen una interpretación de la Novena Elegía de Duino desde el convencimiento de que “Rilke es uno de los últimos grandes poetas de la tradición occidental.”
“En toda su obra —y sobremanera en su lírica de madurez— poesía y espiritualidad se compenetran con una lucidez y una intensidad que apenas encuentran parangón en la literatura contemporánea. De ahí que en nuestra lectura hayamos prestado una atención especial a esas dos dimensiones fundamentales de la poesía de Rilke, aun a sabiendas de que tanto lo poético como lo espiritual escapan a toda definición que pretenda aprehender en conceptos claros y distintos cuál es el sentido esencial de ambas formas de experiencia.”
Poesía y espiritualidad que en el primer ensayo se resumen en el concepto de lo indecible como manifestación específica del lenguaje poético de un Rilke consciente de los límites de lo real y de las limitaciones de la expresión, del conflicto entre lo visible y lo invisible, entre lo decible y lo indecible, porque –señala Amador Vega- “la vocación poética de Rilke es la respuesta al silencio que el lenguaje alberga.”
La despedida, la ausencia, el silencio, el trayecto de lo visible a lo invisible, de lo cotidiano a lo trascendente, de lo contingente a lo intemporal son los núcleos de sentido de la poesía de Rilke, “una de esas alturas -las palabras son del elogio fúnebre que pronunció Musil- en las que el destino del espíritu hace pie para pasar sobre las épocas.”
Lo indecible y lo invisible, que son los ejes centrales de la Novena Elegía, vertebran gran parte de la obra de Rilke y por eso los dos estudios de este volumen explican la red de relaciones de esos dos conceptos no sólo con todo el ciclo elegíaco, sino también con los Sonetos a Orfeo, con los poemas franceses, con el Libro de horas o con el Libro de las imágenes, porque “la necesidad de transformar lo indecible en silencio atraviesa la entera concepción de misterio que flota en esta poesía desde sus comienzos.”
Dichosos los que saben / que detrás de todos los lenguajes /está lo indecible, escribía Rilke en 1924, insistiendo en esa idea a la que se dedica el primero de los ensayos del volumen. Y si lo indecible es el centro del primer apartado, el objeto de referencia del segundo -La palabra más efímera- es lo decible como expresión de la poética de la finitud, del proceso poético en el que Rilke va de lo visible a lo invisible y de lo indecible a lo decible, del silencio a la palabra.
Es una lírica de la finitud anclada en la conciencia de que la misión del poeta es hacer decible lo indecible paralelamente a la “tarea poética de transformación de lo terrenal en lo invisible”, como indica José Manuel Cuesta Abad.
“Aquí el tiempo de lo decible, aquí su patria”, había escrito Rilke en la Novena Elegía, penúltima de un conjunto que es -añade Cuesta Abad- “tal vez el último himno que atribuye una misión poética a la vida humana.”
Santos Domínguez