11/4/18

Manuel Longares. Sentimentales


Manuel Longares. 
Sentimentales.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.

Faltaban veinte horas para que el maestro de la sinfónica invitada propulsara desde el podio las melodías de un Schub o un Shosta –los de Corchea acortábamos el apellido de Schubert, Shostakovich y demás compositores grandes en señal de familiaridad con el gremio– y Basilio Santidrián Conde, el más sentimental de nuestra asociación, nos exhortaba a acampar desde la víspera en la explanada del auditorio con bandurrias, castañuelas y tenores blandos para foguearnos en los vaivenes emocionales de la música. 
«La hiperestesia se alcanza insomne», pontificaba Basilio Santidrián desde el mostrador de su papelería-librería de la calle Intermezzo –el comercio más oscuro del mundo en el corazoncito de nuestra urbana urbe–.Y en la primera sesión que compartimos con su grupo de sentimentales, entre flores y mariposas de nuestra primavera frutal, arrancamos con Tuna compostelana y El vino que tiene Asunción.
Los del coro nos balanceábamos detrás del solista agarrados de los hombros y piropeábamos nuestra bandera –¡cuánto te queremos!– mientras la pandereta de sonajas rodaba entre olés. Aquello desprendía una fraternidad viscosa, así que cuando le llegó el turno a Por el humo se sabe dónde está el fuego, nos retiramos a descansar para reaparecer al día siguiente con fuerzas renovadas y sensiblería contenida. 

Esos párrafos pertenecen a la primera de las tres partes en las que se estructura Sentimentales, la última novela de Manuel Longares. 

La publica Galaxia Gutenberg y es un espléndido y divertido homenaje a la música clásica en una obra elaborada con la mirada inconfundible y la potente prosa de uno de los mejores novelistas españoles actuales.

Entre el homenaje y la parodia corrosiva, Sentimentales es una novela organizada armónicamente en tres movimientos –Nosotros, Tú y yo, Ellos-, subdivididos a su vez en otras tres partes que tienen como modelo constructivo, la música sinfónica, de cámara o coral. 

Con una perspectiva distante que es la propia de la mirada esperpéntica que apunta siempre al fondo del vaso, la acción transcurre en una ciudad de provincia controlada por el coronel Rodrigo y escindida en dos sociedades musicales rivales: los Septiminos, minoritarios pero influyentes, y los Corcheas, más numerosos. Si aquellos creen que la naturaleza supera al arte, estos están convencidos de que el arte supera a la naturaleza. Completan el panorama social dos agrupaciones filantrópicas -un ateneo beato y un seminario blasfemo- y el periódico provincial quincenal, Antojos y deleites, dirigido por el septimino Camprodón, aerofágico adulador de la autoridad.

Entre conciertos y ensayos, tertulias y lances eróticos, Doña Tecla y el gordo Gandarias, Bienvenido Méndez, biógrafo de Custodio de Abolengo, escritor costumbrista; Aniceto Consuegra, el chamarilero, dueño del café Becuadro; el notario rijoso Sandalio Escapes o Macario, tenor desalojado, son algunos de los briosos sentimentales, alborotados aprendices de músicos y extravagantes melómanos que pueblan las calles de abolida advocación musical de la ciudad mientras esperan la visita de Schubert.

Personajes delirantes, llevados al exceso por la pasión musical, porque la música - que era el telón de fondo de Soldaditos de Pavía y de Operación Primavera- no siempre amansa a las fieras. A ellos les despierta su parte más animal. Además del librero Basilio Santidrián, el corchea más exaltado, director del coro de hiperestésicos, el desenfreno musical de los melómanos habitantes de la provincia lo representa una orquesta de intérpretes acelerados, entre ellos la flautista septimina Armonía Mínguez y el corchea, narrador y pianista Angelín Ibáñez.

Son los locos por la música, los sentimentales desbocados que, como denuncia el apócrifo catalán atribuido a Custodio con que se encabeza la novela, “son un peligro para las familias y las naciones” y que practican un guerracivilismo musical sin tregua:

Nos habíamos afiliado en el Conservatorio a una de las dos sociedades musicales autorizadas, Septimino o Corchea; y sobre su composición e idiosincrasia y sobre sus virtudes y defectos debatíamos abiertamente allá donde nos pillase.
Alguien te preguntaba:
–¿Eres de Septimino o de Corchea?
Y se armaba el lío porque la rivalidad entre ambas activaba la elocuencia de sus socios. Septimino y Corchea habían nacido para odiarse, vivían haciéndose daño y lo que una ideaba procuraba desarticularlo la otra. 

Una novela en la que se cruza, como en el esperpento y como en El oído absoluto, lo alto con lo bajo, lo clásico con las coplas populares en una convivencia grotesca de Mozart con el Cocidito madrileño, de Mahler con Antón Pirulero, de una orquesta sinfónica y una agrupación de pulso y púa, de Asturias, patria querida y Chopin, Rubinstein y las estrofas del Himno de infantería, La raspa y Schubert -que tiene una presencia destacada y viviente en la última sección del libro-, El cocherito leré y Beethoven, los estrenos de Tiruri Fly y de la Sinfonía Retaca o una seguidilla y un lied. 

Con el estilo trabajado y el cincelado del párrafo que es habitual en la prosa de Longares, Sentimentales es también y sobre todo una metáfora del mundo, esa orquesta desafinada y ruidosa.

Santos Domínguez