22/11/13

La misma monotonía


Juan Peña. 
La misma monotonía.
Antología poética 1989-2011.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2013.


Si todo cuanto quise saber
lo hallé en los libros,

si el alma de los bosques
se guarda en esta caja
de aceites esenciales,

si no hay mejor placer
que el de dormir contigo,

nada me espera fuera de este cuarto.

Ese poema, El viajero sedentario, es uno de los que se incluyen en La misma monotonía, la antología poética de Juan Peña (Paradas, 1961), que acaba de publicar La Isla de Siltolá en su colección Arrecifes y que recoge muestras, más abundantes cuanto más cercanas, como es lógico, de cinco de sus libros, desde La edad difícil (1989), hasta Dura seda (2011). 

Su contenido tono elegiaco (qué queda por hacer / mejor que repetirnos) pone la palabra al servicio de la emoción presente o recordada, porque también el recuerdo ocupa un espacio esencial en la palabra sobria y precisa de este poeta que se expresa en voz baja y con acento intimista para hablar de los veranos infantiles sin tiempo en el reino del sol, de los días escolares o de los torpes amores adolescentes.

Alejada de todo patetismo, esa tonalidad baja no afecta sin embargo a una intensidad emocional a la que ayuda mucho la desnudez expresiva que carga de sentido cada una de las palabras de unos textos en los que nada parece accesorio y todo es esencial.

Es la palabra cargada de autenticidad, del voltaje emocional del que hablaba Pound y de la altura poética que caracteriza estos textos que perfilan esa vida más noble y más intensa que la literatura levanta sobre los días sin guión, sin argumento, / la vida ciega. 

Ese hilo elegiaco que recorre toda la poesía de Juan Peña enlaza pasado y presente en el desengaño con una ética de la aceptación y la renuncia que recuerda la ataraxia de Schopenhauer y su aniquilación del dolor: vivir sin otro sueño ni otro afán / que la serenidad de estar conforme.

Y así el poeta habita en la tristeza (Elogio de la tristeza se titula uno de los poemas de Días cansados) y aprecia el valor formativo del sufrimiento, la lección de dignidad que se puede aprender en el dolor: la vida es soportable porque duele.

O recurre a la sensorialidad que aspira a conseguir con unas pocas palabras, gastadas y sencillas / saber sólo del tacto y el olor de las cosas.

Pero también hay en estos libros, además de la ironía con que a menudo miran la realidad, como en el Elogio de la frivolidad, una actitud celebratoria, ante el cuerpo de la mujer o la sonrisa del hijo, que se convierten con frecuencia en motores de la emoción y del poema, como en este Thick as a Brick:

Ya sé que no recuerdas 
esta escena de hoy. 
Yo escuchaba una música muy triste, 
y tú, apenas cuatro años, pintabas monigotes. 
Te miraba, alzaste la cabeza 
y me ofreciste, sin palabras, 
la sonrisa más pura 
con que pudieras celebrar la vida. 
Se velaron entonces de lágrimas mis ojos 
pues supe que en aquel mismo momento 
se cifraba y se desvanecía 
eso que buscarás y habrás perdido. 

Ya sé que no recuerdas, 
pero no olvides que hubo un tiempo 
donde tu padre quiso guardarte una sonrisa 
para que a ella vuelvas cuando sufras.

De esa doble condición de la vida debe hablar la poesía. Y con ese título -La poesía- lo hace uno de los textos centrales de esta antología. Un texto también ejemplar por su tono sereno y su intensa brevedad:

La tristeza, el dolor 
por todo cuanto pierdes
un día en un segundo.

La delicia, el prodigio 
de todo lo que da 
la vida en un segundo.

De esa doble línea dan cuenta también las espléndidas versiones inéditas que en la última sección del libro, El poema extranjero, ponen en español textos fundamentales de Hölderlin, Keats, Leopardi, Yeats o Kipling.

Santos Domínguez