Francisco García Pavón.
El reinado de Witiza.
Prólogo de Raúl Guerra Garrido.
Literatura Rey Lear. Madrid, 2013.
Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza, se leía en la prosa retórica de los viejos manuales de Historia de Bachillerato. Lo recuerda don Lotario, el ayudante de Plinio, en El reinado de Witiza, la novela de García Pavón que acaba de publicar Rey Lear con un prólogo –Oscuro y tomelloso se presentaba el reinado de Witiza- de Raúl Guerra Garrido, que habla de esta obra como "una lectura sostenida y placentera."
Se publicó en 1968 y no era la primera obra que tenía como protagonista al irrepetible jefe de la guardia municipal de Tomelloso, de ahí el subtítulo Un nuevo caso de Plinio, que orientaba al lector sobre el peculiar detective que es su protagonista, al que se refería así García Pavón en la Breve noticia de Plinio que escribió como prólogo de algunas de sus historias:
Desgraciadamente en mi pueblo nunca hubo un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal, cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo, observándole en el Casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.
Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi «detective» podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que en seguida bauticé como Plinio, e intenté mi primera salida aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las «Cuestas del hermano Diego», que me habían referido tantas veces camino de Manzanares, en cuyo «carreterín» se encuentran.
Vázquez Montalbán despachó estas narraciones con tanta displicencia como injusticia como un mero "estudio de costumbres en un pueblo de la Mancha" y les negó la condición de novelas policiacas. Se equivocaba, probablemente: ningún lector podrá echar de menos ninguno de los componentes ni de los engranajes de la narración de detectives en estos textos que tienen una dignidad estilística y técnica que nunca desmerece de la buena literatura.
Manuel González, Plinio, confuso a veces, perplejo otras; modesto y desanimado siempre, actúa con sentido común, con inteligencia práctica y con un sexto sentido, la intuición, con sus famosos y esclarecedores pálpitos.
Más Sancho que Watson, le acompaña don Lotario, que aporta una ayuda eficiente para desentrañar los móviles de los asesinatos, las claves psicológicas o morales del asesino, la importancia del ambiente en esa explicación de un secreto que es siempre la narración policiaca.
No era nuevo el peculiar personaje, con el que ya se habían familiarizado bastantes lectores. Lo que sí constituía una novedad era la extensión –esta es la primera novela larga de una serie que hasta entonces había dado lugar a cuentos y novelas cortas- y su ambientación en un Tomelloso contemporáneo del texto, en los años sesenta, cuando ha llegado la televisión y circulan por las llanuras manchegas Seiscientos como el de don Lotario. En esa misma línea vendrían inmediatamente después El rapto de las Sabinas y Las hermanas coloradas, que completan la trilogía novelística esencial del ciclo.
En ese mundo rural la rutina cotidiana queda alterada por situaciones que introducen el desorden del mal: crímenes rurales, oscuros y primitivos como los de algunas novelas provinciales de Simenon o Camilleri, cuyas claves tiene que reconstruir el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso. Si Rafael Reig decía que Galdós era Dashiell Hammett en versión Chamberí, de García Pavón puede decirse que con Plinio pone a Maigret en Tomelloso, a Montalbano en la llanura manchega.
Como en toda novela policiaca, en el principio era un muerto. Pero aquí el cadáver es un muerto anónimo y desubicado que ocupa el nicho que Antonio el Faraón, corredor de vinos, tiene reservado a su suegra en el cementerio municipal.
A partir de ahí, Plinio inicia una investigación para determinar quién y por qué ha dejado en un cajón de mercancías un cadáver que se parece mucho a los retratos de Witiza.
Frente a Sherlock Holmes, Manuel González, Plinio, actúa con prudencia y astucia, con intuición y sentido común más que con brillantez deductiva, fuma caldo de gallina en vez de tabaco de pipa, y recurre al café con churros en vez de a la heroína y la cocaína.
Y al fondo siempre, una cuidadosa descripción de ambientes, una crítica social cubierta de sutileza cervantina, un muy eficiente manejo del diálogo y una exigencia estilística que le da altura literaria a un género tradicionalmente despreciado, por el descuido con el que se ha trabajado por lo común.
De ahí que en El reinado de Witiza, posiblemente su mejor novela, además de la bien trabada intriga y del trazado profundo de los personajes, brille otra vez la habilidad, el sentido del ritmo y el buen oído de García Pavón en la construcción de los diálogos agilísimos o destellos de virtuosismo en fragmentos de prosa espléndida como este:
Y a la izquierda del Casino, la iglesia. Plomo sobre piedra, torre chata y hechuras sin gracia, donde fueron bautizados cinco siglos de tomelloseros. Suspiradero de beatas, alivio de afligidos, oficina de funerales, catálogo de purpurinas y amenes.
Santos Domínguez