25/11/13

Chirbes. Pecados originales


Rafael Chirbes.
Pecados originales.
La buena letra & Los disparos del cazador.
Anagrama. Otra vuelta de tuerca. Barcelona, 2013.

Veinte años después de su primera edición, Anagrama recupera en su colección Otra vuelta de tuerca dos novelas cortas de Rafael Chirbes -La buena letra (1992) y Los disparos del cazador (1994)- que situaron a su autor en un lugar destacado de la novelística española contemporánea.

Con La buena letra se abría un ciclo novelístico en el que Chirbes explora la raíz amarga de la España posfranquista con una prosa desnuda y metálica con la que el autor indaga en el pasado para explicarse el presente sin tibieza ni concesiones, con una exigencia en la que se confunden ética y estética, exigencia estilística y exigencia moral para trazar el retrato de los perdedores representados en La buena letra por Ana, una superviviente que asume con dignidad su derrota, y el de los vencedores simbolizados en Los disparos del cazador por Carlos, el protagonista enriquecido en una posguerra que para muchos españoles era un sinónimo de la miseria.

A través de las cartas que Ana envía a su hijo en La buena letra se construye con la perspectiva cruda de una mujer sencilla un magistral retrato ético de la renuncia, de la suciedad del miedo y de las carencias materiales y morales que regaló el franquismo a los perdedores. La integridad resistente de esa mujer y su pobreza cotidiana, asumida con la mezcla turbadora de dignidad y cobardía de las víctimas de la historia, contrasta con la degradación y las traiciones con las que Carlos construye su vida de triunfador enriquecido turbiamente en la posguerra a costa de la miseria de los demás.

Pero, por encima del contraste de sus distintas tardes de domingo, que ambos evocan al comienzo de las dos novelas, los dos protagonistas sufren las consecuencias de un insalvable abismo generacional. Y así, si Ana reprocha a su hijo la traición a los perdedores en la España del pelotazo, Carlos, en sus antípodas, comparte con ella una desazón parecida en sus últimos años, cuando ya su decadencia física es palpable e irreversible: él también se siente traicionado por sus hijos, que se avergüenzan de la manera en que su padre se enriqueció bajo el cobijo de la dictadura.

Dos novelas cortas, pero no ligeras, construidas con la fuerza de la primera persoan y cargadas en sus capítulos breves e intensos de profundidad ética y de potencia estilística, que eran entonces y siguen siendo hoy, veinte años después, una reivindicación de la memoria olvidada, silenciada o falsificada tantas veces.

A principios de los años noventa, cuando nadie reclamaba la memoria histórica y todo era pragmatismo posmoderno que vaciaba de sentido ideológico la práctica política, cuando con la transición las víctimas perdonaron a los verdugos y a sus herederos que andaban ya afilando los cuchillos, cuando ese ejercicio de miedo y desmemoria dio lugar a un pacto por la amnesia, para borrar el pasado o para tergiversarlo, Chirbes escribió este díptico que ahora se reedita bajo un título -Pecados originales- que resume el significativo peso del pasado en un presente impresentable.

Veinte años después, Chirbes ha escrito un escueto y esclarecedor prólogo –Un escritor egoísta- en el que recuerda como motor de las dos novelas –que eso son, a esa definición aplican su ritmo, su tensión y hasta su pretensión de acunarse en un tono- la indignación ante la mentalidad social que estaba generando en los noventa la cultura del pelotazo, del dinero especulativo y fácil, de la desmemoria que cambiaba ideología por bienestar.

Por eso estas dos obras fueron su particular antídoto frente a los nuevos virus que, de repente, nos habían infectado: codicia y desmemoria.

Dos novelas cuya reflexión moral se recarga de sentido a la luz de la actualidad y que se pueden entender como el preámbulo de esas dos novelas mayores de Chirbes que son Crematorio y En la orilla. Porque, como señala en el prólogo, su autor las escribió por la misma razón por la que he seguido escribiendo novelas otros veinte años.

Santos Domínguez