Antología universal del relato fantástico.
Edición y prólogo de Jacobo Siruela.
Atalanta Ars brevis. Vilaür, 2013.
Existen dos maneras de acercarse a lo fantástico –escribe Jacobo Siruela en el Exordio que abre su edición de la Antología universal del relato fantástico en Atalanta-. La primera es centrípeta, y tiende a delimitar su campo de acción dentro de una estructura narrativa determinada y unos periodos históricos bien definidos. La segunda es centrífuga, y se extiende más allá de los géneros, al entender que, por su enorme variedad de temas y tratamientos estilísticos, lo fantástico no puede quedar circunscrito al cuento de terror y sus variantes, sino que debe referirse a un fenómeno literario más amplio, cuyo rastro multiplica sus huellas en todas las literaturas del mundo. La primera clasifica y pertenece al ámbito de la crítica. La segunda desclasifica y proviene del desenvolvimiento del arte mismo.
Desde fuera o desde dentro, esos dos acercamientos a la literatura fantástica podrían quedar representados de manera ejemplar por Tzvetan Todorov y Julio Cortázar respectivamente.
Desde la aguda mirada crítica del primero, la clave del texto fantástico está en que obliga al lector a considerar el mundo de los personajes como un mundo de personas reales y a dudar entre la explicación natural y la explicación sobrenatural de los acontecimientos evocados. Esa ambigüedad afecta a menudo también a los personajes, con lo que hay una transferencia constante y cómplice entre el papel del lector y el personaje frente a esa duda que se convierte en el tema central de la obra.
Desde su escritura reflexiva y consciente, la perspectiva, más creativa que crítica- de Cortázar plantea lo fantástico como el sentimiento de que las leyes de la lógica racional dejan paso a veces a la excepción y aparecen paréntesis misteriosos en la realidad cotidiana, grietas por las que se cuela lo inexplicable para conmover los cimientos de lo seguro y producir un extrañamiento que forma parte esencial de ese sentimiento de lo fantástico al que dedicó un artículo memorable en el que decía cosas como estas:
Lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de una manera primaria y rudimentaria. (...)
En la literatura lo fantástico encuentra su vehículo y su casa natural en el cuento y entonces, a mí personalmente no me sorprende, que habiendo vivido siempre con la sensación de que entre lo fantástico y lo real no había límites precisos, cuando empecé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos.
De esa centralidad de lo fantástico como componente del relato da cuenta un hecho tan cercano como significativo: aunque no están en esta antología, tres de los mejores narradores actuales –José María Merino, Eloy Tizón y Ángel Olgoso- frecuentan ese territorio que sobrepasa no sólo los límites de la lógica, sino los de un subgénero narrativo para convertirse en un elemento nuclear y sustantivo del relato universal. Y más aún, en una manera puramente moderna de percibir el mundo, como señala el editor en un amplio prólogo en el que repasa la morfología del cuento fantástico, que ha ido evolucionando en estos dos últimos siglos y acompasando sus cambios a los de la literatura contemporánea.
Y así, desde Hoffmann, el fundador de ese método de lo fantástico, la duda ante la ambigüedad de los hechos, el adelgazamiento y hasta la disolución de la línea que separa lo cotidiano de lo inexplicable, la subjetividad que se proyecta en la primera persona de muchos de estos relatos o las inversiones temporales se convierten en los rasgos narrativos que articulan la sintaxis de textos como El hombre de arena, el primero de los cincuenta y cinco que contiene esta antología.
Una antología que propone un canon decimonónico en el que figuran Villiers y sus cuentos crueles, la proyección literaria de la locura de Nerval, la genialidad alucinada de Poe, la ambigüedad de La dama de picas de Pushkin, Hawthorne y sus relatos turbios y turbadores, las almas en pena de Dickens, la duda de Turgéniev ante un sueño, la precisión verosímil con la que Le Fanu incorpora lo fantástico a lo cotidiano, la interiorización del misterio en Henry James, el horror interior de Bierce, el peso del pasado en los relatos de Vernon Lee, el toque de humor elegante de Saki, los cuentos abiertos de Kipling, M. R. James y “la cosa ominosa” que se asoma a la vida diaria y acaba ocupando el centro de la escena, Arthur Machen y el terror cósmico del mal representado en sus minúsculos malvados ocultos en bosques y cuevas con resonancias de la mitología celta o los relatos de Lord Dunsany, que fundan una nueva mitología.
Y ya en el siglo XX, las tres ramas que se llaman Kafka, el más contemporáneo de nuestros contemporáneos; Lovecraft, oscuro y nocturno, la cima de lo fantástico popular, como señala el editor; o Borges, la cima absoluta.
En todos esos cuentos se pueden rastrear los temas, los personajes y los ambientes que perfilan los rasgos de estos relatos fantásticos: el fantasma y la muerte personificada, el pacto con el diablo y los vampiros, los hombres-lobo y las casas hechizadas, las metamorfosis y el doble, los monstruos y los autómatas, la magia y las paradojas temporales, la inmortalidad y el sueño, la realidad dudosa y las alucinaciones.
Todos esos elementos figuran en relatos tan centrales en el canon de los fantástico como Manuscrito hallado en una botella, de Poe; Vera, de Villiers de L’Isle-Adam; Los amigos de los amigos, de Henry James; Las ruinas circulares, de Borges; Los siete mensajeros, de Buzzati; La trama celeste, de Bioy Casares o Axolotl, de Cortázar, por citar solo algunos de los más conocidos de esta antología.
Todos esos elementos figuran en relatos tan centrales en el canon de los fantástico como Manuscrito hallado en una botella, de Poe; Vera, de Villiers de L’Isle-Adam; Los amigos de los amigos, de Henry James; Las ruinas circulares, de Borges; Los siete mensajeros, de Buzzati; La trama celeste, de Bioy Casares o Axolotl, de Cortázar, por citar solo algunos de los más conocidos de esta antología.
La metáfora es la gramática de lo fantástico, su lenguaje natural. De alguna manera implícita se acerca a la poesía, escribe Jacobo Siruela en un prólogo que vincula el punto de partida de lo fantástico con la reacción irracionalista frente al absolutismo de la razón y la ciencia y delimita el campo de lo fantástico con un rasgo que no es el de la mera imaginación, sino la irrupción de lo numinoso en lo cotidiano a través de esas grietas que resquebrajan la lógica racional, la percepción del tiempo y el espacio o las secuencias causales de los acontecimientos.
Porque, concluye el antólogo, lo extraño, lo numinoso, lo extraordinario, sólo permite aproximaciones, analogías, imágenes. Esta es la sintaxis de su poética. Como dice Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que el sueño de tu filosofía.” Tal es el punto de partida del que arrancan todos estos cuentos, y sin embargo, la tragedia de Hamlet es siempre la duda. El gusano en el fruto del Paraíso.
Santos Domínguez