J. G. Ballard.
Milagros de vida.
Una autobiografía.
Traducción de Ignacio Gómez Calvo.
Mondadori. Barcelona, 2008.
Nací en el Hospital General de Shanghai el 15 de noviembre de 1930, tras un parto difícil que a mi madre, de constitución delgada y caderas finas, le gustaría describirme años más tarde, como si aquello revelara algo sobre la desconsideración del mundo. Mientras cenábamos solía decirme que mi cabeza se había deformado mucho durante el parto, y creo que en su opinión ese detalle explicaba en parte mi carácter rebelde en la adolescencia y la juventud.
Conocido renovador de la ciencia ficción contemporánea, autor de novelas como El mundo sumergido o Crash, inventor de mundos inquietantes en los relatos cortos de Fiebre de guerra, decidió escribir su autobiografía, Milagros de vida, el año pasado, cuando le diagnosticaron un cáncer de próstata.
Organizada en dos partes, la primera se centra en su infancia feliz en Shanghai (Una parte de mis obras de ficción han constituido un intento por evocarla a través de otros medios aparte de la memoria), en la invasión japonesa y en la experiencia decisiva de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración que noveló en El imperio del sol, su obra más conocida, que fue llevada al cine por Spielberg.
Esa experiencia en Lunghua, dos años y medio de ajedrez y vida tranquila entre gente agradable, marcó positivamente la vida de Ballard, espoleó su imaginación y despertó en él al futuro escritor imaginativo: La cárcel, que tanto recluye a los adultos, ofrece oportunidades ilimitadas a la imaginación de un adolescente.
La segunda parte arranca con el final de la guerra y el regreso de parte de la familia a una Inglaterra destrozada tras la guerra, un país en ruinas cuyos habitantes parecían derrotados.
De ahí en adelante se suceden los años que determinarían el futuro del escritor, la vida en un internado, el ingreso en el King's College de Cambridge, la sala de disección y las clases de anatomía antes de abandonar los estudios de medicina, que dejarían una huella imborrable en su formación intelectual y en su visión del mundo, y el despertar de la vocación literaria, su vida como escritor, su relación con el alcohol y las drogas o la evocación de su ambiente familiar, su mujer o sus hijos Fay, Jim y Bea, a quienes dedica estos Milagros de vida.
Escrita con urgencia y lucidez, con una prosa rápida y eficiente siempre atenta a fijar el detalle plástico, hay en esta autobiografía, además de un repaso de su vida, una reflexión constante sobre la literatura, sobre sus novelas y sobre la ciencia ficción, la auténtica literatura del siglo XX, con una enorme influencia en el cine, la televisión, la publicidad, y el diseño de consumo(…), el único rincón en el que sobrevive el futuro, del mismo modo que los dramas de época televisivos son el único rincón en el que sobrevive el pasado.
Santos Domínguez